viernes, 11 de diciembre de 2020

 

UNA PISTA DEL PORQUÉ LA HEROICA PROVINCIA DE SANTA ROSA DE CANGALLO RECIBIÓ LA HONRA MASÓNICA DE BAUTIZAR SU PRIMIGENIO LOCAL INSTITUCIONAL EN HISPANOAMÉRICA CON EL NOMBRE DE PALACIO CANGALLO.

 

                                          Max Aguirre Cárdenas                                                           

INTRODUCCIÓN.-

Hasta hoy, 15 de octubre de 2020, nunca se había dado respuesta a la pregunta formulada en el frontispicio de este trabajo. Hoy la hacemos hipotéticamente al haber fracasado nuestra búsqueda de una prueba positiva indubitable, pero siguiendo siempre un camino heurístico riguroso, como un homenaje espiritual a un nuevo aniversario de la primera jura de la independencia ocurrida en esta ciudad, celebrada -por exigencias sanitarias de la pandemia del Covi 19 que azota al orbe- con la realización de un foro virtual organizado por la “Fundación Cangallo” que dirige el Ing. Jesús Quispe Aronés, la publicación en Facebook de una pieza poética de protesta del suscrito y la publicación de los libros “Encuentros con la muerte” del general PNP Jorge Cárdenas Sáez y “Etnicidad e Historia en la Independencia del Perú en Huamanga 1815-1823” (El caso de la Benemérita Villa de San Pedro de Hualla) también del autor de este artículo. Estos últimos años lo celebrábamos con nutridos programas culturales destinados a reforzar nuestra conocida identidad patriótica con dosis de comprensible orgullo, entre los cuales destacaban las escenificaciones de la primera jura de la independencia peruana ocurrida en Cangallo y la difusión de estudios históricos patrocinados en parte por ciudadanos dignos que siguen inspirando nuestra más grande gratitud. Mención aparte merece las magistrales publicaciones del periodista y científico social Rodolfo Bustamante Flores, quien ha dedicado en el “Ahora News” de la comunidad latina de Nueva Jersey dos sendos comentarios que comprometen también nuestros agradecimientos. 

La Heroica Provincia de Santa Rosa de Cangallo, título que, como sabemos, fue otorgado por el Congreso Constituyente de 1828, ha sido merecedora de un sinnúmero de reconocimientos y premios de entidades nacionales e internacionales como realizadora de la gran hazaña de contribuir sustantivamente al logro de la Independencia del Perú e Hispanoamérica. Uno de ellos fue la honra de la institución masónica lautarina del hermano país argentino que eligió el nombre de Cangallo para bautizar solemnemente su local bonaerense, el primero erigido en el Nuevo Mundo y que lo denominaron Palacio Cangallo. Los masones europeos y latinoamericanos de Londres y Cádiz -a  través del gran maestre Francisco de Miranda- ya lo habían hecho con otro ícono de la resistencia americana a la invasión española: el indio chileno Lautaro. En otras palabras, Lautaro y Cangallo (un indio mapuche y un pequeño pueblo, ambos patriotas) se convirtieron en los símbolos de la independencia hispanoamericana. Y ello estaba en concomitancia con el desiderátum (meta deseada fervientemente) de nuestros prohombres: Construir una única y grandiosa nación. Recordemos que Miranda soñaba con un imperio americano que se extienda desde el Mississippi hasta la Tierra del Fuego, cuya nombre sería Colombia (en honor a su descubridor Cristóbal Colón) y cuyo gobernante supremo sea un Inca.

 

Una gota más de historia en el océano de la tradición masónica.

¿Qué es la masonería? Conocida también como la francmasonería, es una asociación que busca la perfección del hombre, de un homínido humano evolucionado que persevere en la búsqueda del conocimiento y la verdad, sin ser condicionado por su identidad política, religiosa, racial, nacionalidad y/o económica. Como asociación, sus virtudes se condensan en la búsqueda de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad para la humanidad plena. Algunas de las virtudes de ella son el mantenimiento de la absoluta discreción de sus miembros en sus relaciones sociales, el compañerismo, la filantropía, la reflexión filosófica y el permanente sentido ético de sus actos. Generalmente es gobernada por una Constitución, pero predominantemente es una sociedad oral de caballeros cuya historia no demanda de testimonios escritos ni la rutina de lemas o mandatos reforzadores de la conducta social de sus miembros. Les basta el arsenal de símbolos como la escuadra el compás y un ojo en el centro que lo ve todo y representa al Supremo Arquitecto del Universo: Dios, más otros elementos como el uso del mandil blanco que simboliza el trabajo, rituales tradicionales y otros adminículos simbólicos cuya antigüedad se pierde en el tiempo y se siguen transmitiendo entre los miembros de la Orden que se consideran parte de una hermandad, cuya perfección se mide en grados (del número 1 hasta el 33) y comprende tres estadios: la iniciación, el compañerismo y la suprema virtud de gran maestre. Su historia es tan poco conocida por la vigencia de la antigüedad de sus símbolos y rituales, y la especificidad de sus células que se denominan logias, razón por la que sus miembros muchas veces han sido acusados injustamente como ateos y perseguidos por algunos papas y la Inquisición, y calificada la asociación como esotérica, sectaria, aristocrática y hasta como crisol de templarios, rosacruces, cruzados, salomónicos, herméticos, etc. Ahora se sabe que algunos pontífices y jerarcas del catolicismo y el protestantismo fueron masones, tan iguales como los miembros de base de algunas órdenes religiosas como el jesuitismo, para no hablar ya de científicos, humanistas, pedagogos, políticos, comerciantes y militares, etc.

Pero a nosotros, que tenemos hoy un interés temático específico, no nos interesan los antecedentes históricos más antiguos de la francmasonería, sino solamente como introito  lo relativo a la fundación en Londres, por Francisco de Miranda, de la logia masónica denominada “Sociedad Lautaro o de los Caballeros Racionales”, ocurrida a finales del siglo XVIII y/o la logia Gran Reunión Americana a la que ingresó San Martín en 1811. Esta institución a la que se incorporaron un conjunto numeroso de luchadores que deseaban corporativamente la Independencia de Hispanoamérica (hecho que desmiente o refuta desde sus orígenes la tesis de la independencia concedida del Perú, aun cuando sus miembros eran predominantemente criollos argentinos y peruleros, descontando a los europeos que se plegaron a la causa), generó posteriormente logias como la de Cádiz y Buenos Aires.  Esta última logia que fue fundada antes del arribo de San Martín a su patria, es decir en 1812, buscaba la realización de la libertad, la igualdad y la fraternidad a través del cultivo de la ciencia, la justicia y el trabajo, desde sus inicios, como lo son todavía ahora las metas de la contemporánea Gran Logia de Buenos Aires. Aunque hay algún historiador que afirma que la logia Lautaro fue creada por San Martín en 1795.

Como especulamos adelante, precisamente por el carácter discreto y casi clandestino  del accionar masónico, no es posible historiar sin yerros el itinerario histórico de la masonería latinoamericana en el logro de nuestra independencia. Pero lo que está casi fuera de dudas es la identidad masónica de gran parte de nuestros héroes y próceres, al punto de generarnos la convicción de que la historia cangallina del período de la emancipación está profundamente vinculada a la historia argentina del mismo período, y que la jura de la independencia de este pequeño pueblo andino habría sido inspirada y planeada por la masonería porteña y, en consecuencia, susceptible a constituirse en una prueba indirecta  elaborada deductivamente que no tiene la necesidad de exhibir documentos como las actas de proclamación o de juramentación. Este es uno de los enigmas que la investigación histórica que acometan los cangallinos del futuro, tendrá que dar luces, como a los otros que señalamos abajo.

La razón por la que no expusimos esta prueba indirecta en anteriores ocasiones fue porque en el Perú todavía tiene plena vigencia el paradigma positivista de la exposición del documento escrito original, como prueba del valor de las verdades y aseveraciones historiográficas. Personalmente, a mí me parece bien, y de hecho yo lo cultivo, porque él y su genuino poder suasorio (es decir, de convencimiento) garantiza su carácter científico que parece ahora permanecer en cuestión, sobre todo hoy en que las posturas postmodernistas y los estudios subalternos han ganado terreno sembrando nuestros prados epistémicos de sentimientos escépticos, iconoclastas y hasta nihilistas.  Pero así como valen supremamente las fuentes de primer orden y las inferencias hermenéuticas que de ellas se obtienen siguiendo reglas rigurosas, son, a veces, imprescindibles los aportes de la tradición y la historia oral suficientemente cribados, más aún ahora que en nuestros repositorios apenas subsisten -como calcula Macera- un estimado de 4 ó 5 % de nuestro patrimonio documental. La verdad histórica puede garantizarse también por solamente cálculos lógicos o procedimientos inferenciales, pues no siempre los documentos primarios se conservan indemnes en los archivos o en los repositorios biblioteconómicos. Algunos se han perdido definitivamente; otros esperan alguna casualidad o la bonhomía de algún anticuario. Es ilustrativo el caso del  Acta de la Independencia Venezolana que existía solamente en copias relativamente idénticas, hasta que el original se descubrió por azar en una banqueta de piano de propiedad de la señora María Josefa Gutiérrez, donde había sido ocultada primitivamente de los gendarmes realistas. En su época habría condenado al poseedor a la pena de muerte y la confiscación de sus bienes por la comisión del grave delito contra el Rey o el delito de sedición. No debe olvidarse que la nave donde el virrey La Serna enviaba a la península  los documentos referidos a su gestión en el Cuzco, fue asaltada por los corsarios bonaerenses cerca de Río de Janeiro y aquellos fueron arrojados al océano. Quizás este acontecimiento explique la no existencia de documentos primarios como los referidos a sucesos evidentes como la jura cangallina, los procesos contra María Parado de Bellido y Basilio Auqui, y tantos otros hechos, cuyos testimonios directos e indirectos podrían haber estado en esa colección que le serviría al masón La Serna (liberal como los demás jefes del complot de Aznapuquio) para escribir sus Memorias, como lo hicieron sus predecesores Abascal y Pezuela. Por fortuna, quedaron los documentos indirectos  elaborados en el lado peruano que no manejaban el poder. Tampoco debe ignorarse el tráfico de documentos que se produjo en épocas republicanas más tardías y que ocasionó graves pérdidas. Mencionamos dos casos: el archivo Gutiérrez de Quintanilla y el archivo Jorge Corbacho, ejemplos de lo que nunca debió ni debe suceder en el Perú: el negociar nuestra memoria histórica. 

Algunos enemigos gratuitos de Cangallo siguen exigiendo para validar la teoría de la prueba histórica que hemos desplegado en nuestro quehacer heurístico, el acta de la jura de la independencia de Cangallo. Fuera de ella, cualquier documento ni proceso deductivo alternativo tienen valor. Olvidan que la pequeña ciudad de Cangallo era dentro del escenario político y militar de la región huamanguina, desde inicios del tercer quinquenio del siglo XIX: a) el fortín patriota de los actores independentistas; b) la capital fáctica de la provincia o partido de Vilcashuamán-Cangallo; c) el único lugar donde fácil y legalmente podía celebrarse un cabildo sediciente; d) que había sufrido dos incendios etnocidas por parte de sus agresores hispanos con pérdida total de documentos producidos en ella, muchas vidas humanas y destrucción de su infraestructura citadina; e) que sufrió riadas dantescas del Macro después de la reconstrucción superficial que gestionó su cura Ángel Pacheco Gutiérrez de Quintanilla en 1828.  ¿Por qué esta exigencia obsesiva a exhibir el acta de la jura independentista si la misma capital de la intendencia huamanguina no la hace (como la mayor parte de ciudades del Perú en que se celebraron similares rituales) y que, por tal motivo, afirman unos que ella juró su independencia el 31 de octubre de 1820, otros el 8 de noviembre, e incluso algunos que sostienen –como nosotros- que fue el 7 de noviembre de 1820?  ¿No es éste un complot extrateórico para evitar que la narrativa nacional la reivindique, a diferencia, por ejemplo, de los estudiosos argentinos que han dado a los peruanos lecciones de integridad moral, reconociendo sin ambages la gesta heroica sostenida de los cangallinos? No siendo nuestra intención realizar un análisis sociológico crítico del saber histórico actual, ni establecer las reglas de rigor que deben usarse para que el proceso hermenéutico de toda historiografía asiente su valor de verdad (de la que ahora algunos teóricos de la “nueva historia peruana” parecen subestimarla y hasta ignorarla), procedamos a dar respuesta a la pregunta que ha motivado este trabajo. Y lo haremos formulando las siguientes preguntas:

Así como honraron el heroísmo de los cangallinos a través del presidente Bernardino Rivadavia, bautizando la mejor avenida de la ciudad bonaerense de ese momento con el nombre de Cangallo, (ahora rebautizada con Juan Domingo Perón, excepto sus cien metros finales)  ¿Por qué los masones argentinos habrían optado por bautizar su local institucional bonaerense como PALACIO CANGALLO? ¿Por qué algunos historiadores peruanos (limeños y huamanguinos) no exhibieron el mismo gesto valorativo de los patriotas argentinos?

Cualquier respuesta a la primera pregunta, siempre tendrá un carácter hipotético, en razón –como hemos dicho- de que el accionar de la masonería siempre ha sido el de una sociedad secreta, cuyo modus operandi generalmente nunca fue registrado por escrito y, por tanto, cualesquiera estudios sobre su organización, sus fines, su filosofía, o su ideología, casi nunca fueron documentados expresamente. Lo que sabemos de esta organización fue reconstruida asistemáticamente por testimonios de sus distintos miembros, sus simpatizantes o por los historiadores especializados en el tema.

De la masonería, se puede dudar cartesianamente de todo lo que se ha dicho sobre ella. Pero de lo que no se puede dudar es de su existencia, su antigüedad y su influencia en un sinnúmero de sucesos y procesos históricos. Uno de estos es el patrocinio prestado al logro de la Independencia de Hispanoamérica.  Cuando el venezolano Francisco de Miranda fundó en Londres la primera asociación masónica, siguieron a ella las sucursales gaditanas, la bonaerense, la chilena, la peruana y las demás conocidas. Fue requisito sine qua non del ritual para ingresar a la asociación londinense madre, conocida como la Lautarina, jurar por la promesa de lograr la Independencia de Hispanoamérica; por tanto -como verificamos- el mito de la independencia concedida se desvanece, y sus defensores se ven obligados a lanzar el flotador sosteniendo que los concedentes fueron Napoleón Bonaparte (irónicamente un gran masón europeo) y decenas de estratagemas de orden político y económico, muchas de inspiración marxista. Por lo expuesto: fueron miembros de la hermandad masónica: Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José Antonio de Sucre, José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón, Mariano Moreno, Juan José Castelli, Tomás Guido, Carlos María de Alvear, Cornelio Saavedra, Gervasio Antonio Posadas, Juan García del Río, Juan Bautista Alberdi, Bernardino Rivadavia, Bernardo O´Higgins, José Antonio Álvarez de Arenales, José Matías Zapiola, José Cortés de Madariaga, y tantos héroes y mártires peruanos que lucharon por la justa causa como Túpac Amaru II, Mariano Melgar, Hipólito Unanue, José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier de Mariátegui, Toribio Luzuriaga, José de la Riva Agüero, José de la Mar, Andrés de Santa Cruz, José Bernardo de Tagle, los hermanos Mariano, Vicente y José Angulo Torres, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Juan José Crespo y Castillo, Toribio Luzuriaga, Toribio Rodríguez de Mendoza, Pablo de Olavide, José Baquíjano y Carrillo, Francisco Javier de Luna Pizarro, Francisco Antonio de Zela, Enrique Pallardelli, Gabriel Aguilar, Manuel Ubalde, Agustín Gamarra, Francisco Vidal,  Mariano José de Arce, José Joaquín Olmedo, Francisco de Paula Quiróz, Matías Vásquez de Acuña (Conde de la Vega del Ren), Mateo y Remigio Silva, entre los más conocidos por nosotros. Es una pena que en nuestra lista no aparezcan huamanguinos ni cangallinos. Los únicos liberales (aunque paradójicamente opuestos a la independencia del Perú) fueron los masones Joaquín de la  Pezuela y José de la Serna, últimos virreyes del Perú.

La historia de la masonería es compleja y dilatada; por ello me limitaré a dar solamente algunas notas que tienen que dar luz al tema que hemos anunciado. Antes se creía que las logias americanas aparecieron a imagen y semejanza de la primordial de Londres. Por ejemplo, algún historiador que no lo he identificado todavía habría afirmado que José Gabriel Condorcanqui, antes de convertirse en Túpac Amaru, abríase convertido en un miembro de un grupo masónico llamado “la Orden del Paititi”. El historiador argentino Emilio Corbiére sostiene que la francmasonería llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata a finales del siglo XVIII y que cuando en 1812 arribó San Martín (el que se creía que había fundado la logia bonaerense Lautaro de Buenos Aires, poniendo en práctica sus experiencias iniciáticas en la logia Integridad de Cádiz) y otros patriotas desde Europa, ya existía en ella la Orden con dos asociaciones creadas en 1795 y 1810, respectivamente, y ambas llevaban los nombres de Independencia que, a su vez, originaron después otras logias como la San Juan y los Caballeros Racionales N° 7, esta última creada por San Martín y su posterior “enemigo íntimo” Carlos de Alvear. Como anécdota de esta cuota histórica, debemos recordar siempre que San Martín alcanzó el grado 7 de los 33 posibles, mientras que el Compañero Bolívar llegó al grado 32, y ello tiene importancia para especular lo que habría sucedido en la cita de Guayaquil, la molestia de San Martín por la expulsión de  Bernardo Monteagudo del Perú, su renuncia al Protectorado y su retiro del Perú y Buenos Aires después de una breve estada en esta última, que lo hizo para recoger a su hija Mercedita de su casa ubicada –por esas cosas del destino- precisamente en la Av. Cangallo de Buenos Aires, casa heredada por su difunta esposa María de los Remedios Encalada, la hermosa mujer que bordó y preparó (ayudada por sus amigas cuyanas) la bandera albo-azul cielo del Ejército Unido Libertador y de la Revolución Hispanoamericana con que llegó San Martín a Paracas (aparte de la enseña chilena) y es la bandera adoptada ahora por la provincia de Cangallo, la misma que lucieron también Francisco de Zela y los Paillardelli en sus fallidas revoluciones de Tacna (Ver Rubén Vargas Ugarte.- “Historia General del Perú”, 1966, Tomo V: 231-233.- Ricardo Rojas “El Santo de la Espada”, 1978: 149.- CDIP Tomo III, Conspiraciones y Rebeliones en el siglo XIX, Vol. 7° “ La Revolución del Cuzco de 1814”, 1971: 269, y AGI, Cuzco, 72, entre otros).

 

El significado masónico del símbolo Lautaro

Las asociaciones masónicas lautarinas derivan del antropónimo Leftraru que los españoles lo cambiaron por Lautaro, el indígena mapuche que primero sirvió como doméstico al conquistador de Chile Pedro de Valdivia, para luego hacerse su paje y, más adelante -al fugarse de su patronazgo español- erigirse en su más tenaz adversario al convertirse  en el toqui o jefe guerrero mapuche que luchó por la expulsión de los españoles del territorio chileno de entonces. La denominación de la gran asociación masónica de Londres (Sociedad Lautaro o Caballeros Racionales) cuyo objetivo superior fue la Independencia de Sudamérica, fue propuesta por su creador, como dijimos, el caraqueño Francisco de Miranda. Lautaro que significativamente simbolizó la lucha de resistencia pertinaz del pueblo mapuche, identificaba las virtudes que todo francmasón debía buscar.  Para ello, había aprendido de los españoles no solamente a montar el caballo, las tácticas de guerrillas, un servicio eficaz de inteligencia, el manejo de armas de guerra, etc., sino también el cómo desplegar tácticamente sus fuerzas en batalla.

Es momento de dar respuesta a nuestro interrogante. Empero mencionemos dos noticias que nos ayudarán a reflexionar mejor y construir una respuesta de mayor calidad, ya que la masonería es una institución amante de los símbolos al punto que podemos afirmar que si pretendemos construir una historia de ella y de cada una de sus logias, es menester adentrarse en sus cúmulos de símbolos que exhiben en las distintas fases de su acción, incluso en las más sencillas como muestran los siguientes ejemplos: 

1.- La logia Lautaro de Buenos aires, se hospedó inicialmente en un local cedido por uno de sus miembros, ubicado en la calle Balcarce de la villa de Buenos Aires, frente al convento de Santo Domingo. Más tarde, por alguna razón vinculada a su “religión” patriótica y a su vocación liberal, se trasladaron a la calle Cangallo que sí tenía una significación espiritual inmensa en términos de lucha tenaz por la independencia y la libertad de los hombres que detestan la opresión y la desigualdad. Fue precisamente en tiempos del presidente masón Bernardino Rivadavia quien encargó a Carlos Pellegrini (padre) elaborar los planos de un nuevo local que debía llamarse Palacio Cangallo, encargo que se cumplió disciplinadamente. 

2.- La Gran Logia Peruana, institución masónica lautarina que reunió en Lima a gente selecta y aristocrática, inició sus actividades en su templo ubicado en el jirón Huanta. Pero algo pasó (no nos atrevemos a lanzar ninguna hipótesis sin contar con un documento que nos acerque a la verdad) y el local fue mandado destruir por los propios masones y trasladado al jirón que actualmente se llama Jorge Washington, nombre del primer presidente de los Estados Unidos y masón al mismo tiempo como el 4°, 5° y 6° mandatarios. Ignoramos si en este caso tal elección de un masón norteamericano se debió –aparte de lo dicho- a que en aquella época la calle Cangallo de Lima ubicada en el distrito de La Victoria (sede preferida de los migrantes serranos) se llamaba LA PÓLVORA, nombre despectivo que hacía recordar que la provincia de Cangallo era tierra de asesinos, ladrones y asaltantes como mentirosamente labraron sus enemigos hispanos y criollos, como Carratalá y La Serna, más por la estrategia difamatoria que practicó en el “Depositario” su malévolo periodista Gaspar Rico. ¿Recuerdan el famoso decreto del virrey La Serna de 11 de enero de 1822 que habla de “la contumaz y pérfida conducta  de los habitantes de la criminalísima Cangallo”? … ¿de los miedos infundidos por las autoridades huamanguinas advirtiéndole a Charles Wiener de que no visite Vilcashuamán porque era un lugar donde su vida corría peligro y que en efecto casi sucede, pero planeada por los mismos huamanguinos que le advirtieron y evitada por el azar? ¿Recuerdan, cómo la leyenda de los asesinos y nakaq morochucos hizo mella en el espíritu de José María Arguedas que volcó sus miedos en su novela “Los Ríos Profundos?. O para poner otro ejemplo ¿Recuerdan también el temor de Raimondi al pasar por Cangallo, pensando en que no debía pernoctar en la ciudad, porque al día siguiente debían cruzar las Pampas habitadas por los Morochucos, sentimiento que vuelca en su famoso libro “El Perú”, deprimido todavía más por la caída de un par de mulos a las aguas turbulentas del Pampas que  transportaban sus efectos personales y muestras científicas cuando cruzaba el puente Irinpay?  Y entonces ¿por qué extrañarse de los miedos de ciertos huantinos de hoy y sus mercenarios liliputienses que, pletóricos de envidia y mezquindad, hacen lo imposible por difamar a la grande Cangallo, difundiendo una pseudociencia histórica y desviando tramposamente todas las aguas a sus molinos parroquiales infectados por sus delirios de megalomanía? 

Después de haber ejercido nuestro derecho a la defensa y abastecido a los lectores de los elementos de juicio que les permita dar sus respectivas respuestas lógicas a la pregunta, creemos nosotros que la más plausible de éstas debe ser aquella que afirme que la razón por la que los masones argentinos eligieron la honra de bautizar su local institucional con el nombre de Palacio Cangallo fue no solamente la noticia del incendio y destrucción etnocida del pueblo patriota de Cangallo que llegó a conmover la conciencia americana, sino fue porque siendo el ideal de la institución masónica bonaerense  la independencia de América, sus dirigentes habrían sido enterados, a través de sus agentes de inteligencia, de que el pueblo de Cangallo había jurado su independencia el 7 de octubre de 1814 desafiando a las fuerzas del coronel Vicente González enviadas por el virrey Abascal, y acatando las instrucciones de los estrategas bonaerenses como Juan José Castelli y Manuel Belgrano de hacerlo “pueblo tras pueblo”,  adelantándose a la autorización que tardíamente les otorgó el jefe de la Revolución, José Angulo Torres, a cangallinos y cristobalinos, quienes ya habían ejecutado de motu proprio en la capital fáctica del partido para autocompensarse  anímicamente de la derrota de Huanta y los fusilamientos de morochucos practicados por los talaverinos  (Cf. AGI: Cuzco, 72). La denominación de Palacio Cangallo no se derivaría entonces –como parece natural- del hecho de que el monumento se encuentra erigido en la calle Cangallo 1242 (hoy Juan Domingo Perón o, como burlonamente los porteños la llaman, Domingo Cangallo), sino que ella habría sido una propuesta de Bernardino Rivadavia, además que su inauguración se efectuó en marzo de 1872; y dado el poder económico de los masones albicelestes es poco probable que el azar haya sido el factor determinante ya que también fue el masón Bernardino Rivadavia (el que, el 29 de marzo de 1822, bautizó la calle con el célebre nombre de Cangallo, siendo gobernador de Buenos Aires y cuatro años antes de ser presidente de la República), y quien indujo en su período breve (1826-1827) al Ing. Carlos Pellegrini (padre del futuro presidente de la república de igual nombre entre 1890-1892), a diseñar los planos e iniciar la construcción del monumento nacional. Evidentemente, ambos, compañeros de la Orden, habrían coordinado sus acciones para hacer del templo francmasón un espacio sagrado y al mismo tiempo una obra de arte, enterados de las hazañas cangallinas de 1814 u homenajeándola arquitectónicamente para compensar simbólicamente su destrucción brutal a manos de Carratalá el 17 de diciembre de 1821, pero que infortunadamente, a raíz de una enfermedad, no pudo concluirlo, siendo sustituido por el Arq. Italiano Francisco Tamburini. Otra razón para creer que Palacio Cangallo es un homenaje simbólico a la gesta de la jura cangallina, es que el nombre de la actual entidad argentina ya no es Lautaro que tuvo una vigencia efímera, sino es la de los Libres y Aceptados, ya de larga data, muy afín a la filosofía de las primeras logias que hacían hincapié en la denominación “Independencia” refiriéndose a su ser como instituciones que buscaban prioritariamente la libertad para los hispanoamericanos, a diferencia de la racionalidad que sobrevaloraban los masones británicos y escoceses. 

A cualquier historiador, amante de la objetividad gnoseológica, le sorprenderá que los homenajes brindados por la hermana República Argentina a la pequeña Cangallo contraste con el olvido y desdén de la República Peruana. Todavía el gran historiador Germán Leguía y Martínez y más tarde Virgilio Roel y algunos más, formularon en sus escritos históricos comprensibles protestas. Hoy, en el bicentenario de la Independencia del Perú y la batalla de Ayacucho, se reedita el vejamen. Mientras que Argentina ha dedicado a honrar perpetuamente el  nombre de Cangallo bautizando con él a varias arterias de sus ciudades, instituciones educativas, a una localidad de la provincia de Buenos Aires, al templo de los masones bonaerenses, etc. el Perú como Estado, simplemente ha guardado silencio sepulcral y de ingratitud a los grandes sacrificios que esta provincia peruana le ha ofrendado incluso apostando su existencia. El “premio” que le brindará por el bicentenario será como en el centenario y el bicentenario de las efemérides citadas: el último lugar en todas las estadísticas de desarrollo social y humano: la vergüenza convertida en discursos de contrición hipócritas.

                                                            

                                                                                Cangallo, 15 de octubre de 2020.

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