viernes, 11 de diciembre de 2020

 

LA CORRUPCIÓN: PATOLOGÍA MORAL QUE ESTERILIZA AL  PERÚ. BITÁCORA PARA REGISTRAR EL TRANCE AGÓNICO DE LA JUSTICIA NACIONAL Y NOTAS MARGINALES PARA UNA FUTUROLOGÍA REGIONAL.

                                                                             Max Aguirre Cárdenas.


La corrupción, endemia que corroe las fibras espirituales de nuestra patria en la forma de un divieso que ha mutado en este último decenio en toda una cultura nacional, y cuyas manifestaciones revelan el fracaso rotundo de nuestras políticas institucionales, principalmente las educativas y judiciales que tutelan nuestra sociedad, también deja cotidianamente su impronta en la faz heroica de nuestra provincia, manchando su bien ganado prestigio de haber luchado infatigablemente por los valores de la civilización democrática en el período histórico de la Emancipación Peruana y amenazando su existencia misma como pueblo que tiene el derecho de gozar las bondades del futuro preservando sus virtudes cívicas y morales. Pero hoy, pasados los 200 años, está dándose cuenta de que sus sacrificios fueron un gran fiasco por causa de la corrupción enquistada en su alma colectiva, por lo menos desde que los hispanos invadieron inclementes su suelo, y que hay mucho que hacer para eliminarla, desde reescribir su historia llena de silencios y tergiversaciones como efectos de lo que hemos denominado “el síndrome o la maldición de Carratalá”, hasta fumigar sus hábitats institucionales donde prosperan los agentes patógenos que la mantienen secuestrada en la pobreza, labrando insensibles su segura decadencia.

Cuando hace apenas un mes, después de un largo período de exposición, el Ministerio Público del Perú retiró su gigantesca pancarta colocada en el frontispicio de su local matriz de Lima en la que invitaba a la ciudadanía a denunciar los hechos que indicasen que la corrupción había brotado como un modesto divieso en cualquier localidad del país, irrumpió hoy, intempestivamente, la ingrata verdad de que dicho anuncio no había frenado en nada su penosa vigencia, precisamente por haberse convertida en cultura estructural o en parte íntima de nuestro ser nacional, tumorada en provincias desamparadas como Cangallo, y que un mero cambio de gobierno no garantizaba ninguna inmunidad, aún más si el mandatario reemplazado por el actual se convertía en inquilino de un penal y había difundido orondo por todo el país el lema electoral “la honestidad hace la diferencia”. Por extraña paradoja, lejos de haberse mitigado la gravedad de la patología, todo indicaba que ella se había incrementado, ya que las inconductas revelaban ser ahora el deporte favorito no ya de los sectores marginales y excluidos de nuestra sociedad, sino de la clase peruana de cuello y corbata, y lo más trágico, de nuestros últimos presidentes de la república, sin excepción; es decir de los máximos ciudadanos que personifican a la nación y merecen, por tanto, el mayor de nuestros respetos. Mientras que los primeros ponían en zozobra nuestras calles para apoderarse de un mísero celular, los otros actuaban con tal sigilo y aparente majestad para sustraer ilícitamente recursos dinerarios importantes del erario nacional. El antifaz ya no era el adminículo que protegía el anonimato o la vergüenza pública; se había convertido en un trapo inútil que sólo resaltaba la facies de maldad de los delincuentes de baratillo, porque ahora los facinerosos ya no se apoderaban de los valores apuntando con una pistola o una vulgar chaira, sino que esperaban que la plata venga sola o que su genialidad les irrogase, por conferencias de cuarenta minutos, grandes amasijos de dólares, que un humilde obrero sólo podría acumular a título de ahorros en dos o tres reencarnaciones. Y pensar que nuestros abuelos jamás cobraban por una de estas citas culturales, porque consideraban la sola invitación a difundir su sapiencia como expresiones de honor. La corrupción mostraba una vez más su  ingenio para deslizarse en la hojarasca del delito con más rapidez que un áspid en el pecho de Cleopatra.

Lo que más duele, insinuábamos, es que el cáncer se haya enquistado en las instituciones tutelares de la nación: La Presidencia de la República, el Parlamento Nacional, el Ministerio Público, el Poder Judicial, la Contraloría de la República, el Poder Electoral, la Iglesia, el Ejército, la Policía, y hasta en las entidades  educativas y deportivas como la Federación Peruana de Fútbol, y haya elegido principalmente a los miembros de la clase política, rectora de la vida nacional, como sus embajadores predilectos. Aclaremos el entuerto, no sin antes reconocer la evidencia de que no todo lo inmoral es ilegal y que todo lo legal no siempre es moral, además de hacer hincapié de que no todo nuestro capital humano está infectado por el divieso y que todavía existen personalidades en buen número que gozan de nuestra fe y respeto, por su probidad y consecuencia, por su lealtad y amor a la patria que nos vio nacer.

El término “corrupción” tiene una extensión semántica que comprende toda clase de transgresiones morales, delitos y faltas de distintas índoles que tienen un efecto destructivo del orden social y afectan gravemente el desarrollo de los pueblos generando brechas enormes que impiden la distribución justa de la riqueza nacional, haciendo imposible la aproximación al ideal decimonónico de la igualdad social y exacerbando la pobreza de las clases sociales más deprimidas. Se calcula que el Perú pierde, devorada por la corrupción, más de una decena de miles de millones de soles anuales. Si pudiéramos describir cada una de sus modalidades, no sólo necesitaríamos algunos tomos para exponerlas, sino que pocos de los actores sociales escaparían de ser acusados como protagonistas activos o pasivos, además de la gran dificultad de probarlos dado su modus operandi: la clandestinidad, la confianza de la que gozan como guardianes honorables de la despensa pública, el sigilo de sus compinches para lavar sus activos y su nombre. Por ello es que afirmamos que ella se ha convertido en una cultura que pugna por oficializarse, por salir en puntillas del armario público como  rival de marido engañado, como la rata quejumbrosa de dólares que no le hacen mella las pinchadas de nuestro desprecio ni la pedagogía de la cárcel. Todos sabemos que el delito que antes se cocinaba entre gallos y medianoche, ahora se amasa entre reflectores, aunque todavía no otorga recibo; y el derecho a la presunción de inocencia de sus actores lejos de favorecer su condena lo apaña finalmente gracias a las leguleyadas de los delincuentes que compran la impunidad a través de la prescripción. En esta ocasión sólo mencionaremos al soslayo a los personajes que ocupando una función clave en el amplio abanico de los cargos públicos, o cometieron traición a la patria, o malversaron los recursos del Tesoro, o se apropiaron ilícitamente de las propiedades públicas y/o privadas, desplegaron una existencia social plagada de inmoralidades que pusieron en peligro la fe nacional como los fraudes electorales, las defraudaciones, homicidios, los contratos malditos tipo Odebrecht, el narcotráfico, los sobornos, el tráfico de influencias y todo aquello que avergüenza al buen ciudadano. Es muy importante el conocerlos en sus intimidades, en razón de que puede ayudarnos a comprender muchos misterios de nuestra historia nacional y sobre todo, a entender la idea del Perú actual: sus debilidades, sus oportunidades, sus potencialidades, su permanente incapacidad para vencer la barrera del sub-desarrollo (vale decir su incapacidad para vencer el círculo vicioso de la pobreza), además de su enorme costo económico que va  hipotecando criminalmente su futuro.

Tratándose de los mandatarios del Estado peruano, la historia de la corrupción les ha reservado un lugar privilegiado, entre muchos, a los más encumbrados como los señores … [mejor cerramos el telón para respirar, beber un poco de agua, e inyectarnos un poco de antídotos serpentarios]. Pero en verdad, por obvias razones de espacio, no nos interesa ahora historiar las “hazañas” de cada uno de  estos angelitos ya que lo han hecho, entre otros, Alfonso Quiroz y Víctor García Belaúnde. Sólo con miras a contribuir a su profilaxis, deseamos comentar brevemente el último escándalo que parece desnudar asimismo una amplia red de corrupción atribuida a la célebre sigla PPK, cuya letalidad no podemos todavía prever, ya que la hediondez que emana como azufre de los quintos infiernos y ha iniciado a lastimar nuestros órganos olfativos espirituales, están siendo mitigadas con desesperación para darlas la apariencia de leve improbidad, calificándolas a dichas inconductas como pecadillos veniales de picantería, en chascarros de taberna donde los parroquianos se “tiran un tronchito”, en cuchufletas inofensivas de hormiguitas que se dedican al contrabando en las fronteras, en negocillos coquetos con Odebrecht u OAS al amparo de la llamada “muralla empresarial y/o financiera” para acusar luego al fugimorismo de promover un golpe de estado con el cuento de pedir su vacancia, y a continuación premiar a su líder histórico con dos reconocimientos de toma y daka celebrados debajo de la mesa: como el concederle el indulto o perdón por los graves delitos cometidos en el pasado, y el derecho de gracia que lo blinda de toda acusación futura; y de yapa: intentar separar groseramente al juez Concepción Carhuancho del caso Odebrecht simulando legalidad administrativa oportuna, con la complicidad insultante a la inteligencia nacional de los ajedrecistas de los poderes oficiales y fácticos; en suma, consolidando una alianza vergonzante para mantenerse en el poder cueste lo que cueste y conseguir así la impunidad poniendo de rodillas a la diosa de la justicia para prostituirla. Es decir toda una pantomima emética que remueve de asco las tripas de los peruanos de buena conciencia ¿Es lícito en el nuevo código moral criollo, acusar de golpista a un grupo político rival y al mismo tiempo celebrar con él una alianza ética contranatura de mutua supervivencia? ¿Es honorable martirizar cotidianamente la verdad, ignorando el derecho de los deudos a gozar de la paz procurada por una pasajera justicia (como el suscrito que perdió a su hermano más querido), para luego hablar sin remordimientos de reconciliación? ¿Puede un hombre normal vivir en paz y dignidad recordando a sus seres queridos humillados, despedazados y convertidos en ceniza por el deporte perverso del asesinato que practicaron algunos seudorrevolucionarios y militares aleves? ¿A esto lo llaman indulto humanitario? ... ¡Ojalá esté equivocado en mis sospechas! ¡Deseo por nuestro Perú, que mis pálpitos no sean ciertas!

En el gobierno local de la provincia de Cangallo, en la región Ayacucho, se replica en chiquito, como en un espejo cóncavo reductor, lo que sucede en el país. Confiados en que el enorme aviso del Ministerio Público colocado en la Av. Abancay, podía ser una eficaz alternativa para frenar la corrupción local, cuyas “hazañas” las enumeramos en un artículo publicado el 9 de julio de 2017 en este mismo periódico virtual con el título de “LA FARSA DEL DIA DE LA CREACIÓN POLÍTICA DE CANGALLO”, presentamos ante la oficina del Ministerio Público, y con la firma del autor de esta nota, hasta tres denuncias contra el actual alcalde provincial, esperanzados de que las mismas podían contribuir a frenar el carnaval de inconductas advertidas por toda la colectividad cangallina y confiados en que la autoridad tutelar del ramo podía cumplir su deber en concomitancia con sus leyes orgánicas y los mandatos del Art. 159 de la Constitución que obliga a la fiscalía responsable “promover de oficio o a petición de parte, la acción judicial en defensa de la legalidad y de los intereses públicos tutelados por el derecho” y en casos de flagrancia “ejercitar la acción penal de oficio o a petición de parte”, sobre todo en los referidos a la presunta comisión de los delitos de apología del terrorismo y la consecuente malversación de fondos (Ver trabajos de Nieto Degregori sobre el asunto). Pero, este es un tema que abordaremos en otro artículo, después de beber un antídoto contra el escepticismo y después de imbuirnos más sobre los pormenores del intríngulis histórico ocurrido en Cangallo, Huamanga y Huanta, en 1969, bajo el canon de que nosotros exponemos los hechos y la autoridad fiscal, las calificaciones de derecho, como se deduce de la invitación propuesta por el Ministerio Público en su sede central limeña. Sin embargo, en resumen, podemos decir que las tres denuncias fueron archivadas definitivamente, sin derecho al pataleo, aprovechando la breve ausencia del suscrito para atender periódicamente los requerimientos de su salud amenazada y de paso publicar un libro dedicado a los heroicos morochucos, cuyas hazañas fueron silenciadas illo tempore por los que manejan incluso los hilos de la historia. Para el acaso informativo a la colectividad cangallina, cada una de las mencionadas denuncias fue sustentada con las pruebas objetivas e indubitables del caso. Se me ha informado paralela a mi requerimiento de contar con el texto de la decisión fiscal que invalidó de un plumazo tres de las últimas denuncias de las cuatro formuladas en el 2017 (una en la fiscalía de Huamanga y tres en la de Cangallo), que la notificación fue dejada en mi jardín domiciliario al abrigo de los fantasmas que se nutren de papeles, y adosado como premisa el expreso mensaje subliminal de que las denuncias falsas son castigadas con la prisión de cuatro años. Sin embargo, tengo todavía la esperanza de que este caso sea interrogado al Sr. Fiscal de la Nación por los congresistas que nos representan a los ayacuchanos, cuando sea interpelado próximamente, para así contribuir a la gobernabilidad de la República y coadyuvar también al triunfo de la justicia que, por ahora, se halla mendigando el arbitraje justo de sus custodios. Si la demanda escapa al interés del Congreso, abrigamos también la esperanza de que las acciones del gobierno local cangallino sean investigadas por la Contraloría General de la República. Son muchas las inconductas que se difunden sotto voce y que afectan la supervivencia digna de la provincia declarada por los Libertadores San Martín y Bolívar como heroica, y a sus habitantes (los altivos morochucos) como FUNDADORES DE LA LIBERTAD DEL PERÚ. Estamos hartos de que los últimos alcaldes hayan tenido problemas con la justicia y que ésta sea solamente punitiva y no reparadora ni educativa; hartos de que Cangallo se haya convertido en el vergel de las mafias electoreras de toqra y ojotas, sin que nadie sienta santa indignación. Encerrarlos a tres de ellos en la cárcel sólo ha significado, en buen romance, vacaciones pagadas de unos escasos años en las fondas del presidio, para luego ser compensados con el disfrute de los millones de soles amasados ilícitamente, hasta el fin de sus días. Vagos testimonios son los cimientos ruinosos del Coliseo Deportivo dejado por el ex-alcalde Percy Colos, y la caricatura de mercado de abastos abandonado a su suerte que deja el actual burgomaestre Pabel Bellido, pero que ambos le costó a la nación ingentes recursos dinerarios, que bien pudo invertirse en la lucha contra la anemia y la mejor educación de los niños del campo. Si amamos a nuestra tierra y a nuestra patria, debemos luchar por ellas sin miedos ni minusvalías, sobre todo hoy que están siendo infectadas por el pus de la corrupción. Somos indios, pero indios de mente abierta y corazón redimido por la esperanza, no ya los tímidos yanacones que daban de comer arrodillados al obeso patrón, sin dudas ni murmuraciones.                                                                                                                                                                                                                     


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