miércoles, 23 de diciembre de 2020

 

                                        LOS PILIQUINTOS

                                                                 Max Aguirre Cárdenas

(Dedicado a la Heroica Provincia de Santa Rosa de Cangallo, recordando con tristeza el martirologio de sus pobladores, del 17 de diciembre de 1821).

 

Este es el alias de los innombrables morochucos que traicionaron la causa patriota en plena revolución independentista que, con caracteres singulares y espontáneos, había surgido en la antigua provincia de Cangallo, aunque es justo decir que la influencia de los ideólogos porteños como Castelli, Belgrano y Moreno, fue particularmente decisiva a diferencia de los ideólogos limeños que miraban a los Andes con disimulado desdén.

    La antigua ruta del comercio gaucho-perulero: Buenos Aires, Córdoba, Potosí, Chuquisaca, La Paz, Cuzco, Huamanga, Jauja y Lima, fue también la vía del tráfico ideológico independentista; por algo se alineaban en ella las universidades más antiguas y prestigiadas de América del Sur: la de Córdoba del Tucumán, San Francisco Xavier de Chuquisaca, San Antonio Abad del Cuzco, San Cristóbal de Huamanga y San Marcos de Lima. Muchos viajeros, exploradores, científicos, funcionarios y soldados la recorrieron; los arrieros la hacían periódicamente; algunos por segmentos cortos, pero hubo los que la hacían de cabo a rabo durante meses de recorrido. Para tener una idea justa, invoco al lector cangallino a dar una hojeada al relato delicioso del Concolorcorbo titulado “El Lazarillo de Ciegos Caminantes”, atribuido unos a Alonso Carrió de la Vandera y otros al indo-mestizo Calixto Bustamante Carlos, su amanuense. Se afirma que el autor fue un español de cuna gijona (de la asturiana Gijón) ¿Recuerdan el famoso insulto “jijuna GP” que era popular entre los niños cangallinos de boquitas de caramelo, cuando no embocaban las canicas en el “ñoco” y astillaban sádicamente el trompo del rival en reñidas competencias? Es posible –respondía un craso amigo, pícaro como un dedo pulgar espiando por la oquedad de un viejo calcetín, pero “bravazo” en artes culinarias- que alguna jijona alicantina, paisana de Carratalá, haya llegado por estos lares y que, cuando le decían siéntate, ella se echaba mona de calenturas gitanas. Pero se equivocaba el autodidacta culinario que era también una especie de doctor en filología de rudezas lingüísticas, pues ignoraba que “jijuna” es un mexicanismo vulgar emparentado con el vocablo romance “jijo” y significa hijo y que, por tanto, “jijuna” es apócope de “hijo de una”, como el “carajo” que es una interjección machorrona que usan las madrastras criollas y es un término apocopado de cara y ojo. Lamentablemente este tema no fue abordado por Martha Hildebrandt, nuestra gruñona mártir del purismo español, menos por nuestro extinto sexogenario Marco Aurelio Denegri.

    Ya que mencionamos a Carratalá, soldémoslo a nuestro discurso, pero haciendo antes una referencia breve a su jefe y maestro, pirómano también como un Nerón de alma ortopédica: el general Mariano Ricafort Palacín y Abarca.

    Eran los últimos días de noviembre de 1820. El general Ricafort, que había venido hasta Huamanga a dar caza al general Álvarez de Arenales sin lograrlo, frustrado y enterado de que los morochucos se reunían en gran número en Chupascunca, decide ir a destruirlos el 2 de diciembre de 1820 desde Huamanga. Ellos le habían obstaculizado en el camino para que  sus tropas no lleguen a tiempo desde Andahuaylas, después de una marchada forzada iniciada en Arequipa, vía Cuzco. En efecto, al toque de diana salieron de Huamanga dicho día 2 y llegaron probablemente hasta poco más allá de Condorqocha, puesto que el 3, al levantar sus tiendas avistaron en los llanos de Chupascunca a un conjunto numeroso de morochucos dirigidos por los caudillos Torres y Cervera, al que se habían sumado montoneras llegadas de Puquio y Parinacochas. Barrieron a los revoltosos de hondas, maqanas y algunas carabinas (se dice que en un número aproximado de 3.800) -con   fusilería nutrida y sables asesinos por doquier- ocasionándoles más de 300 muertos; dispersaron rápidamente a los sobrevivientes con un festival de estocadas, para luego el 4 -distribuyéndose las tareas entre los oficiales- dedicarse a quemar las estancias de Walchanqa, Uriwana, Pantín, Tucsen y demás, apoderándose de ganado y tubérculos. Es muy probable que acamparan en las proximidades de Pacopata y el mismo 4 de diciembre habrían bajado a Cangallo, vía Qochapata, levantando su campamento en Putica después de quemarla previamente y asesinando a la población que no tuvo tiempo de huir por no haber sido alertada oportunamente. Después de recuperar energías, el 5 de diciembre se habrían dedicado a incendiar el pueblo de Cangallo con techos predominantemente de paja. El 6 habrían emprendido la retirada por varias direcciones envolventes y en la altipampa completado la quema de Cancalla, Chaupis y Qochapata, más la recolección de caballos y mulas (no se olvide que el virrey La Serna prefería para sus ejércitos la provisión constante de caballitos chumbivilcanos parecidos -por su resistencia y adaptados a la orografía andina- al de los morochucos; y, por supuesto, para la impedimenta y los propios oficiales: mulas tucumanas). De otro modo no se explica cómo retornaron a Huamanga el 8. Pero exhibamos la prueba fundamental para que el lector cangallino realice sus propios cálculos:

    El parte de guerra de Ricafort, redactado en Huancavelica, dice en sus párrafos más importantes: “Perdidas las esperanzas de alcanzar a Arenales […] me dirigí el día 2 de diciembre con 400 hombres […] y un cañón al referido punto; y el 3 al romper la marcha desde el campamento se avistaron grupos […] continuando mi dirección sobre la posición de los enemigos que se veía en número considerable. [Atacamos Seoane, García y yo hasta que los enemigos se dispersaran, matando a cuanto hicieron frente] y de no haberme compadecido de estos infelices alucinados hubiera desaparecido la población de Cangallo. La fuerza que presentaron los enemigos  consistió en 3,500 a 4,000 hombres […] su pérdida no bajó de 300 muertos […]. Sometidos los morochucos  y desaparecidos los caudillos que los capitaneaba emprendí mi contramarcha por varias direcciones hacia Huamanga donde llegué el 8 del corriente […]. El 12 los huantinos me recibieron con vivas y manifestaciones de felicidad y entusiasmo; desde el pequeño hasta el más anciano gritaban ¡VIVA EL REY! Y al día siguiente seguí la marcha a esta ciudad” (Ver Gaceta del Gobierno de 27 de diciembre de 1820; Archivo General de la Nación: P-L 10-134, y Max Aguirre: “La Revolución de los Morochucos …”, 2017: 300).

    Trasladémonos ahora al mes de diciembre de 1821: Álvarez de Arenales que no había podido ser alcanzado por Ricafort, había arribado sin contratiempos a Huancayo, luego a Jauja y Tarma, vencido en la batalla de Cerro de Pasco al general realista O´Reilly el 6 de diciembre de 1820  y se había agrupado ya al ejército de San Martín luego de haber hecho jurar su independencia a los iqueños, huamanguinos y tarmeños (seguramente también a jaujinos y huancaínos). El general Carratalá, enojadísimo, porque Basilio Auqui y Valentín Munárriz (que esperaba en Kuyuywayqo con la infantería de reserva) les habían tendido una celada hábil en Seqchapampa y habían destrozado el 28 de noviembre de 1821 a su selecta caballería del regimiento “Fernandinos” dirigido por el comandante Bermúdez*, emitió el primer día de diciembre de 1821 un terrible “Manifiesto a los Habitantes de Cangallo” donde se ufanaba  de la “fuerza irresistible” que usaría contra los cangallinos que fueron seducidos por los “faccionarios de la supuesta independencia”, si no se arrepienten y retornan pacíficamente a sus hogares; y que, en caso contrario, no quedaría memoria de Cangallo.

    Como la respuesta de Seqchapampa al Manifiesto le dolió a Carratalá como una bofetada de ida y vuelta a su orgullo de invencible militar, éste, rumiando venganza, salió de Huamanga a moler los huesos de los cangallinos y no dejar en su pueblo “piedra sobre piedra”. En la ruta, el hermano del cura patriota de Cangallo, Pascual Velasco y su guerrilla le atacó y ofrendó heroicamente su vida. El cartelón que escribió Carratalá de puño y letra, decía: “Ha sido fusilado este desgraciado por traidor, asesino y ladrón, y por no haberse acogido a la clemencia que manifiesta la proclama del Sr. Coronel D. José Carratalá del 1ro. del actual” […] . Debe recordarse que, anteriormente, Canterac había discutido en la sede del Ejército Realista del Centro a quién se le encomendaría la destrucción total de los morochucos de Cangallo. Los candidatos por su fiereza y sadismo  fueron muchos, pero fueron elegidos para distintos turnos: Ricafort, Carratalá, Horna, Herboso y alguno más que todavía no hemos podido identificarlo históricamente, como Tiscar y Luna.

    Por fin, el carnicero de Alicante, don José Manuel de Carratalá Martínez, se instaló en el pueblo de Putica. Él había llegado a Nueva Granada con Morillo después de luchar irónicamente por la independencia de España contra los franceses, pelear más tarde con Martín Güemes en el noroeste argentino, luego en el Alto Perú a órdenes de Canterac y, finalmente, Arequipa.

    La historiografía regional ha reafirmado sin crítica lo relatado -todavía poco antes de 1923- por el eminente historiador lambayecano Germán Leguía y Martínez, hasta la instalación de los expedicionarios en Putica para proceder a la quema de Cangallo. Pero pensamos que es más creíble que Carratalá haya optado por acampar en Sucupa por su excelente ubicación estratégica. La iglesia de Putica, si bien pudo haber sido una suerte de local para sus reuniones que luego fue reemplazada por la famosa oficina de Kuchun Calle (hoy 17 de diciembre, casa de la extinta matrona Rosa García Cárdenas), más su cementerio como caballeriza y pastizal de emergencia, dado el peligro que representaba la amplitud del escenario que favorecía el ataque nocturno de la caballería morochuca, Carratalá tuvo que haber bajado a Cangallo mismo por Malabamba, donde se produjo, según la tradición, una gresca con sus habitantes; allí destacó la fiereza de las mujeres cangallinas lideradas por la qochapatina Eulalia López, quienes defendieron la tierra madre sólo con huaracas e injurias a boca llena** (El Estado Peruano le otorgó una pensión de viudez de gracia el 17 de diciembre de 1828. Ver AGN: O.L. 174-412). Como advertirá el lector, si Carratalá tuvo que haber partido de Huamanga el 2 ó 3 de diciembre, la incógnita es: ¿qué hizo durante los anteriores 14 días antes de la quema de Cangallo, aparte de dar muerte al popular “indio Velasco”, y qué entre el 17 de diciembre de 1821 y el 2 de febrero de 1822, fecha de la batalla de Pomacocha? Una respuesta es que antes de los sucesos de Putica y Cangallo habría arribado primero a Soras desde donde lanzó otra proclama, pero dirigida a los revolucionarios de San Juan de Lucanas y Parinacochas, aliados de los morochucos, además que celebró una negociación de pacificación con el líder Antonio Munárriz, que fracasó (Ver Monografía Histórico-Geográfica de Ayacucho de Ruiz Fowler, 1924:110). Otra respuesta, la tradicional,  con la que no comulgo contrito, es que la marcha al Sur la habría hecho después del incendio de Cangallo por la vía Vilcashuaman-Soras, quemando también Hualla, Sancas, San Juan de Lucanas, llegando hasta Pacapauza donde el coronel José Castañeda mató al traidor Pucatoro; pero entonces ¿cómo explicar la presencia documentada de Carratalá el 18 de diciembre de 1821 en la escaramuza de Yanamarca contra el sub-delegado José Vellido, de la que luego haremos referencia? Estos son los episodios más oscuros de la expedición genocida de Carratalá por diciembre de 1821, que la investigación futura deberá aclarar. La tradición oral de la guerra aquella ya se ha extinguido y no permite un relato lógico para los que conocemos la orografía cangallina. La única explicación razonable, que tampoco convence del todo, es que después de la quema de Cangallo, al ver muy riesgoso cruzar el Pampas decembrino y no estar el puente de mimbres de Irimpay en buen estado para el cruce de la caballería y la artillería, habrían retrocedido a Yanamarca en busca de una ruta que –vía Vilcashuaman- le permita superar el obstáculo del caudaloso río Pampas para dirigirse  a Hualla y Soras***, luego a Lucanas y Parinacochas, retornando a Cangallo por otra ruta, sostener los encuentros de Yanamarcapampa y Pomacocha, y finalmente proseguir a Huamanga y Jauja. Lamentablemente el Manifiesto de Soras, clave para resolver el problema, no lleva fecha. Pero este es un tema que abordaremos en un próximo trabajo.

    Precisamente, cuando después del incendio de Cangallo, retornaba Carratalá a Huamanga, o tomaba el camino al sur vía Vilcashuamán-Soras, sus huestes se enfrentaron con una partida de guerrilleros morochucos encabezados por el sub-delegado de Vilcashuaman don José Vellido. El cura patriota de Cangallo Felipe Velasco, iba con Carratalá preso. Este encuentro que describiré en mi próximo libro, ocurrió en Yanamarcapampa, donde los revolucionarios morochucos tenían cerca un cuartel secreto (Pumawasi). En el oficio que envió Vellido desde Pantín el 18 de diciembre de 1821 a Juan Pardo de Zela, a la sazón Comandante General del Ejército del Sur con sede en Ica, le dice en interlíneas:

“Al fin señor general llegó el día, de la fecha, para arrollar las soberbias, del judío Carratalá, quien después de reducir en senisa al inocente pueblo de Cangallo […] me salió al encuentro en el punto o riberas de Yanamarca en donde comenso la lucha valerosamente de parte de nuestra gente hasta doblar el brazo orgulloso de Carratalá […] hasta que de puros cansados de debilidad de comida se sesó la batalla […] y aseguro a V.S. que con la llegada de dicho Señor Comandante [se refiere a Agustín de Molinares, jefe de las guerrillas de Vilcashuamán] será terror imperio esta provincia pues en el día no respiran otra cosa, sino el de la independencia […]. El Comandante de Caballería de Morochucos nombrado Vicente Tenorio havia procedido maliciosamente el día de la acción mandando a la gente que no se metiese a favorecerme, no se con que fin, siendo su obligación presiso de auxiliarme […] Asi mismo le acuso a V.S. por unos cuatro picaros seductores apasionados a los enemigos nombrados Feliciano Alarcon, Melchor Roca, Pedro Oré, y Juan de la Cruz quienes han sabido sedusir a la gente espresionando de que todo Ica estaba a favor de los godos, y que también el Excelentisimo  señor Protector estaba ya muerto, y por estos depravados intentos muchos han estado en la creencia de ser cierto” (Aguirre, Cangallo y la primera jura de la independencia del Perú, Dircetur Ayacucho, 2014: 125 y 126).

    Trasladémonos ahora a febrero de 1822: La “Revolución de los Morochucos” como lo denomino con legitimidad, proseguía con sus naturales altibajos debidos a su frágil economía de guerra, larga duración de la misma y algunas deserciones por traición; pero su vocación patriótica y constancia estructural seguían incólumes, cuando llegó el 12 de febrero de 1822 que parecía trágico para las armas regionales conformadas por todos los pueblos de Cangallo llamados genéricamente morochucos, en razón a la presencia resaltante de los guerreros de las estancias de la altipampa de tez blanca, ojos zarcos y barba luenga. Una vez más, las fuerzas patriotas se batían con las mesnadas bien equipadas de Carratalá en los altos de Pomacocha, pero esta vez con las fuerzas combinadas de Cayetano Quirós y los morochucos. La batalla que lleva el nombre del lugar, fue infortunadamente adversa. Muchos muertos patriotas (40 y solamente al inicio de la batalla), y pocos realistas despachados a ultratumba, pero que el órgano mediático  del virrey La Serna, la “Gaceta del Gobierno Legítimo del Perú”, informaba que hubo heridos solamente. Pero lo más triste es que algunos morochucos, separándose de las filas de Quirós que ya se había marchado a Ica, se presentaron ante el jefe hispano para declarar que fueron engañados y le pedían por ello su incorporación a sus filas. En las luchas del sur huamanguino ocurrió también algo parecido, pero fue solamente una estrategia para hacerlos implosionar anímicamente, luego del cual retornaron a sus pagos patrióticos. El parte de guerra de Carratalá al virrey, decía:

“El 12 del actual pude encontrar sobre los altos de Pomacocha a una partida de treinta enemigos procedentes de Yca, a los que se había unido como ochocientos Yndios y Mestizos, colocados todos en tres fuertes posiciones. Me adelanté con sesenta infantes del primer Regimiento y treinta Caballos de San Carlos […] causandoles en pocos momentos la perdida de cuarenta muertos y muchos heridos […]. Tengo también la satisfacción de notificar a V.E. que después de dicha victoria se me han ido presentando los Morochucos, siendo los primeros Valentín y Feliciano Alarcón, alias Piliquintos, y Vicente Tenorio, principales caudillos, desengañados todos de los compromisos en que tantas veces les han puesto los enemigos y de los daños que estos mismos les han causado. He dejado la conducente guarnición en dicho país para perseguir a algunos dispersos de la tropa enemiga que no han podido pasar el Río Cangallo” (Cf. CDIP, Documentación Oficial Española, Tomo XXII, Vol. 3, 1973: 142).

    ¿Quiénes estaban urgidos, después de la batalla, de cruzar el río Cangallo o, como se llama ahora, río Pampas? La respuesta es simple: todos los dispersos pertenecientes a los pueblos sureños de la antigua provincia de Cangallo: Colca, Quilla, Cayara, Chinchero, Hualla, Tiquihua, Soras, Canaria, Espite, Huancapi, Huancaraylla, Circamarca y los guerrilleros de las provincias de Lucanas y Parinacochas. Toda Vilcashuaman, al norte del río Pampas, era territorio y refugio de los morochucos: Concepción, Saurama, Carhuanca, Huambalpa, Pujas, Vischongo, Pomacocha, la capital Cangallo, las estancias de Pampa Cangallo, Pomabamba, Chuschi, Totos y Paras; aunque debemos ser justos y reconocer que la mayoría pomabambina y chuschina fue realista.

    Para concluir, trasladémonos ahora a mayo de 1822. Basilio Auqui y su prole habían sido capturados en Cabrapata, muy cerca a la capital huamanguina. Habían asistido a una trilla de trigo de su compadre que, en el mundo andino, es trabajo/fiesta. Él le había proporcionado las acémilas y en correspondencia, el compadre, le habría hecho beber chicha y cañazo. Ello facilitó, según la tradición, que un tal “Quinto” (apocope de “quinito”) lo reconociese, fuese a denunciarlo aprovechando la cercanía, el trajinar de las copas y el inminente anochecer, y cobrase la suma que los realistas ofrecían por su captura. Al siguiente día, muy de madrugada, una patrulla realista al mando del traidor Feliziano Alarcón sorprendió al héroe y su prole, los tomaron presos y los condujeron donde el verdadero verdugo: Carratalá. Éste, mascullando venganzas acumuladas, lo condenó a muerte, a ser cumplida el 8 de mayo de 1822, en la plazoleta de Santa Teresa de Huamanga, a órdenes de un militar apellidado Martín. El resto es historia conocida. Un nuevo mártir cangallino se sumaba a la lista, cuya última víctima había sido registrada -apenas siete días antes- como María Parado de Bellido, también de Cangallo. El parte que dirigió Carratalá al virrey decía:

“Ecmo. Señor: La adjunta relación manifiesta las penas executadas hoy en este cantón en los reos que se expresan. El Capitán D. Feliziano Alarcón, logró prender a los Auquis asesinos inveterados que han capitaneado todos los horrorosos delitos de esta clase, que en el país de Cangallo se han perpetrado en nuestros soldados desde el año 1814”.

    Una  relación acompañaba el parte donde destacaba en primer lugar los nombres de los Auqui. Tengo una hipótesis que estoy a punto de probar, que, si el Hacedor lo permite y reafirma su membrecía a las tiendas patriotas, lo haré público en mi libro en preparación titulado “El ciclo independentista huamanguino”.

    Ocho años de lucha de los Auqui habían terminado en el cadalso. Uno de sus últimos nietos, había ofrendado su vida en la batalla de Ayacucho (1824), con la cual se extiende a diez años (y en realidad a más de doce años si se cuenta su labor como intermediario entre los Castelli, Belgrano y Angulo con los revolucionarios morochucos, en el que debe incluirse su captura en Talavera cuando era arriero, y librado de un seguro martirologio por el cura andahuaylino Ángel Pacheco.

    Estoy a punto de sentir vergüenza al abusar del generoso espacio que me concede Facebook. Pero debo ensayar obligatoriamente para terminar, que a los mitmas cañaris que los incas o españoles trasladaron desde Quito-Ecuador a diferentes pisos ecológicos recibían, por lo de Quito, el mote identificador étnico de “quinitos”; ello sucedió al menos en el lar huamanguino de Chiara, quizás explicable por el hecho de que no todos los cañaris fueron trasladados de Cañar a Quito ni en todo lugar fueron mitmas de privilegio (v. gr.: en Lambayeque). En el período colonial cangallino (Ver  el Padrón de los indios tributarios de Vilcashuaman de   1719 y/o 1728), los encontramos en la zona de Hualla como un pequeño ayllu incluido en el repartimiento de los hanan chillques; también en toda Pomabamba del actual distrito de María Parado de Bellido junto a los Quitos y Maios, formando parte del repartimiento de los quichuas, quillas y sacsamarcas, y en Chiara, después de los anqaras (sus primeros invasores) y los caviñas, cuando Huamán Poma de Ayala, en el famoso mapa de su dominio cacical de Santa Catalina de Chupas de las primeras décadas coloniales, lo grafica como pertenencia familiar suya y por la cual aventura un litigio con los “usurpadores” chachas y cañaris conocidos como quinitos, que acaba con su expulsión de Huamanga, luego de recibir, al parecer, 200 azotes.  A un quinito (cañari mitma de Quito) lo apodaron –como dijimos- con el nombre apocopado de Quinto****, pero a la pluralidad de individuos quiteños en lugar de decirles quintos, los llamaban quinitos. Debe recordarse que chachapoyanos y cañaris recibieron tierras de Vaca de Castro como muestra de gratitud a sus contribuciones a la victoria obtenida en la batalla de Chupas, de 16 de setiembre de 1542, contra Diego de Almagro “el joven”. Sí, gratitud regalona de tierras que no eran suyas ni de ningún español. Sólo nos resta decir que los traidores de Cabrapata, que tuvieron  los alias “Quinto” y “Piliquintos”, de los que Dios mismo se ruboriza cuando le recuerdan que fueron creaciones suyas, deben estar hirviendo en una sopa de plomo derretido, regurgitando en el averno las monedas ganadas, pues, cambiaron  la vida de ocho patriotas cangallinos por unos miserables pesos.

    Si el término quinito con el tiempo llegó a ser incorporado en el habla de los vecinos chiareños y posiblemente de los campesinos rivales de los rededores de Pomabamba, como sinónimo de traición, creemos que debió de haber sido por los hechos relatados someramente. Ello ocurrió también con los cuatreros chiareños y morochucos del norte cangallino, descritos por Igue como “tizones”, es decir como ladrones de ganado. Tizón, en el lenguaje cotidiano de los antiguos habitantes de Cangallo, se llamaba al carbón encendido del día anterior oculto entre las cenizas, o al rescoldo que se solicitaba al vecino para encender la “tullpa” o el fogón de la cocina. Es probable que los primeros tizones eran los que encendían o atizaban en los pueblos el fuego de la revolución independentista. En la escenificación anual de la jura de Cangallo los hemos bautizado impropiamente como “agitadores”, cuando hubiera sido mejor calificarlos como instigadores, promotores o fautores.

    Finalmente, ya a manera de conclusión deseo afirmar que los pueblos del Pampas, casi en su totalidad, estuvieron involucrados de alguna manera en la guerra independentista de nuestra patria, guerra de resistencia de largo aliento, atípica y autónoma, por lo menos hasta la llegada de San Martín; no esperando libertadores de afuera como generalizan sin ruborizarse muchos historiadores, sino tejiendo sus propios anhelos separatistas; perdiendo sus bienes y hasta su familia. Lo hicieron con sus propios medios, sin esperar remuneración alguna, excepto una suerte de certificados que testimoniaban sus hazañas y que los transportaban en sus equipajes o pegados a sus cuerpos, en colecciones curiosas, las que desgraciadamente  extraviaban en los combates o las perdían definitivamente al ofrendar sus vidas en el altar de la Patria.

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* Ignoro si fue el argentino Francisco Bermúdez que llegó con San Martín y que,  comisionado con su compatriota el cura Félix Aldao para apoyar a Arenales, se enemistó con Aldao al extremo de traicionar a los patriotas e integrarse al ejército realista. ¿Alguien puede ayudarme a resolver el enigma?

**  Todavía en la primera visita genocida de Ricafort, las mujeres cangallinas habían mostrado su trapío verbal de guerrilleras de fuste que, no teniendo rejones ni sables, convirtieron las palabras en flechas que dolían hasta la duramadre. En carta de 11 de diciembre de 1820, que dirigió aquél al cura de Cangallo, Venancio García (el mismo que arrancó mascullando improperios de la puerta de la iglesia una orden de la autoridad civil relativa a frenar los excesos de la iglesia en el cobro de primicias), le decía: “A pesar de los justos motivos que había para castigar a las mujeres de esos partidos con la misma severidad que a los hombres, porque han seguido en todo su detestable conducta presentándose unidas a ellos en todas las reuniones que han formado  para insultar y provocar el fuego  de nuestra tropas, he tenido a bien , movido de los impulsos  de bondad que me son geniales, el poner en libertad y permitir se vuelvan a sus casas todas las del partido de Putica y Cangallo, que encontramos errantes en la marcha y fueron conducidas en calidad de prisioneras, para que en vista de este rasgo de mi benevolencia pueda Ud. estimular a esos feligreses a la más agradecida correspondencia” (Rubén Vargas Ugarte, “Historia General del Perú”, Tomo VI, 1971: 119). 

***  Repárese que en su Parte de Guerra, Ricafort había dedicado a los cangallinos la frase “infelices alucinados”.  Carratalá en su Manifiesto de Huamanga:  faccionarios de la supuesta independencia”, y en su Proclama de Soras, igualmente: faccionarios de la soñada independencia”; el sub-delegado Vellido desde Pantín: “en el día no respiran otra cosa, sino el de la independencia”: Para el buen entendedor y, por supuesto, para el buen historiador, son pruebas inequívocas, aunque indirectas, de la vocación explícita de los cangallinos por la independencia del Perú, en razón que filológicamente interpretada la palabra “faccionarios” que usa Carratalá dos veces, una supuesta y otra soñada, significa “realizada de hecho”, es una alusión a la jura cangallina de 7 de octubre de 1814.  La Real Academia de la lengua define “lo fáctico” como “fundamentado en hechos o limitado a ellos, en oposición a teórico o imaginario”. Apropósito el párrafo respectivo de la Proclama de Soras decía: “Es tiempo ya de que todos conozcan que los faccionarios de la soñada independencia son una reunión de hombres sin virtudes, sacados de la hez de la sociedad y que tratan sólo de locupletarse a expensas de las desgracias de los pueblos, haciendo un juguete de cuantos los escuchan. Es preciso desengañarse de un vez y procurar el exterminio de estos terribles enemigos de la verdadera felicidad del país ¡Y pensar que los españoles lucharon digna y valientemente contra los franceses por su independencia, pero cuando los morochucos luchamos por la nuestra nos endilgaron mil injurias, nos difamaron y hasta trataron de borrarnos del mapa! 

****  Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el alias pudo haberse aplicado también aludiendo a una posible conducta traidora de quinta columnismo, es decir de agentes que aparentaban patriotismo, cuando en el fondo realizaban labores de espionaje o de informantes infiltrados por el enemigo por una paga sucia. Esta sospecha la formulamos en razón a que los apellidos de los citados individuos no son cañaris. Pero también pudo ser una alusión a reconocerlos como un “ramillete de traidores”, derivado del quechua “k´intu” que da origen a la canción del folklore ayacuchano “kuka kintucha” [ramilletito de hojas de coca enteras y limpias utilizado en los rituales de inicio del “chakchay o akuy” (masticar la coca para leer o  “adivinar la suerte”].

 

                                                                              Cangallo, 17 de diciembre de 2020.

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