LOS PILIQUINTOS
Max Aguirre Cárdenas
(Dedicado a la Heroica Provincia de Santa
Rosa de Cangallo, recordando con tristeza el martirologio de sus pobladores, del
17 de diciembre de 1821).
Este es el alias de los innombrables morochucos que
traicionaron la causa patriota en plena revolución independentista que, con
caracteres singulares y espontáneos, había surgido en la antigua provincia de
Cangallo, aunque es justo decir que la influencia de los ideólogos porteños
como Castelli, Belgrano y Moreno, fue particularmente decisiva a diferencia de los
ideólogos limeños que miraban a los Andes con disimulado desdén.
La antigua ruta del comercio gaucho-perulero: Buenos
Aires, Córdoba, Potosí, Chuquisaca, La Paz, Cuzco, Huamanga, Jauja y Lima, fue
también la vía del tráfico ideológico independentista; por algo se alineaban en
ella las universidades más antiguas y prestigiadas de América del Sur: la de
Córdoba del Tucumán, San Francisco Xavier de Chuquisaca, San Antonio Abad del
Cuzco, San Cristóbal de Huamanga y San Marcos de Lima. Muchos viajeros, exploradores,
científicos, funcionarios y soldados la recorrieron; los arrieros la hacían
periódicamente; algunos por segmentos cortos, pero hubo los que la hacían de
cabo a rabo durante meses de recorrido. Para tener una idea justa, invoco al
lector cangallino a dar una hojeada al relato delicioso del Concolorcorbo
titulado “El Lazarillo de Ciegos
Caminantes”, atribuido unos a Alonso Carrió de la Vandera y otros al
indo-mestizo Calixto Bustamante Carlos, su amanuense. Se afirma que el autor
fue un español de cuna gijona (de la asturiana Gijón) ¿Recuerdan el famoso
insulto “jijuna GP” que era popular entre los niños cangallinos de boquitas de caramelo,
cuando no embocaban las canicas en el “ñoco” y astillaban sádicamente el trompo
del rival en reñidas competencias? Es posible –respondía un craso amigo, pícaro
como un dedo pulgar espiando por la oquedad de un viejo calcetín, pero “bravazo”
en artes culinarias- que alguna jijona alicantina, paisana de Carratalá, haya
llegado por estos lares y que, cuando le decían siéntate, ella se echaba mona
de calenturas gitanas. Pero se equivocaba el autodidacta culinario que era también
una especie de doctor en filología de rudezas lingüísticas, pues ignoraba que “jijuna”
es un mexicanismo vulgar emparentado con el vocablo romance “jijo” y significa
hijo y que, por tanto, “jijuna” es apócope de “hijo de una”, como el “carajo”
que es una interjección machorrona que usan las madrastras criollas y es un
término apocopado de cara y ojo. Lamentablemente este tema no fue abordado por
Martha Hildebrandt, nuestra gruñona mártir del purismo español, menos por nuestro
extinto sexogenario Marco Aurelio Denegri.
Ya que mencionamos a Carratalá, soldémoslo a nuestro
discurso, pero haciendo antes una referencia breve a su jefe y maestro, pirómano
también como un Nerón de alma ortopédica: el general Mariano Ricafort Palacín y
Abarca.
Eran los últimos días de noviembre de 1820. El general
Ricafort, que había venido hasta Huamanga a dar caza al general Álvarez de
Arenales sin lograrlo, frustrado y enterado de que los morochucos se reunían en
gran número en Chupascunca, decide ir a destruirlos el 2 de diciembre de 1820
desde Huamanga. Ellos le habían obstaculizado en el camino para que sus tropas no lleguen a tiempo desde
Andahuaylas, después de una marchada forzada iniciada en Arequipa, vía Cuzco. En
efecto, al toque de diana salieron de Huamanga dicho día 2 y llegaron probablemente
hasta poco más allá de Condorqocha, puesto que el 3, al levantar sus tiendas avistaron
en los llanos de Chupascunca a un conjunto numeroso de morochucos dirigidos por
los caudillos Torres y Cervera, al que se habían sumado montoneras llegadas de
Puquio y Parinacochas. Barrieron a los revoltosos de hondas, maqanas y algunas
carabinas (se dice que en un número aproximado de 3.800) -con fusilería nutrida y sables asesinos por
doquier- ocasionándoles más de 300 muertos; dispersaron rápidamente a los
sobrevivientes con un festival de estocadas, para luego el 4 -distribuyéndose
las tareas entre los oficiales- dedicarse a quemar las estancias de Walchanqa,
Uriwana, Pantín, Tucsen y demás, apoderándose de ganado y tubérculos. Es muy
probable que acamparan en las proximidades de Pacopata y el mismo 4 de
diciembre habrían bajado a Cangallo, vía Qochapata, levantando su campamento en
Putica después de quemarla previamente y asesinando a la población que no tuvo
tiempo de huir por no haber sido alertada oportunamente. Después de recuperar
energías, el 5 de diciembre se habrían dedicado a incendiar el pueblo de Cangallo
con techos predominantemente de paja. El 6 habrían emprendido la retirada por
varias direcciones envolventes y en la altipampa completado la quema de Cancalla,
Chaupis y Qochapata, más la recolección de caballos y mulas (no se olvide que
el virrey La Serna prefería para sus ejércitos la provisión constante de
caballitos chumbivilcanos parecidos -por su resistencia y adaptados a la
orografía andina- al de los morochucos; y, por supuesto, para la impedimenta y
los propios oficiales: mulas tucumanas). De otro modo no se explica cómo
retornaron a Huamanga el 8. Pero exhibamos la prueba fundamental para que el
lector cangallino realice sus propios cálculos:
El parte de guerra de Ricafort, redactado en
Huancavelica, dice en sus párrafos más importantes: “Perdidas las esperanzas de
alcanzar a Arenales […] me dirigí el día 2 de diciembre con 400 hombres […] y
un cañón al referido punto; y el 3 al romper la marcha desde el campamento se
avistaron grupos […] continuando mi dirección sobre la posición de los enemigos
que se veía en número considerable. [Atacamos Seoane, García y yo hasta que los
enemigos se dispersaran, matando a cuanto hicieron frente] y de no haberme compadecido de estos infelices alucinados hubiera
desaparecido la población de Cangallo. La fuerza que presentaron los
enemigos consistió en 3,500 a 4,000
hombres […] su pérdida no bajó de 300 muertos […]. Sometidos los
morochucos y desaparecidos los caudillos
que los capitaneaba emprendí mi contramarcha por varias direcciones hacia
Huamanga donde llegué el 8 del corriente […]. El 12 los huantinos me recibieron
con vivas y manifestaciones de felicidad y entusiasmo; desde el pequeño hasta
el más anciano gritaban ¡VIVA EL REY! Y al día siguiente seguí la marcha a esta
ciudad” (Ver Gaceta del Gobierno de 27 de diciembre de 1820; Archivo General de
la Nación: P-L 10-134, y Max Aguirre: “La
Revolución de los Morochucos …”, 2017: 300).
Trasladémonos ahora al mes de diciembre de 1821:
Álvarez de Arenales que no había podido ser alcanzado por Ricafort, había arribado
sin contratiempos a Huancayo, luego a Jauja y Tarma, vencido en la batalla de
Cerro de Pasco al general realista O´Reilly el 6 de diciembre de 1820 y se había agrupado ya al ejército de San
Martín luego de haber hecho jurar su independencia a los iqueños, huamanguinos
y tarmeños (seguramente también a jaujinos y huancaínos). El general Carratalá,
enojadísimo, porque Basilio Auqui y Valentín Munárriz (que esperaba en
Kuyuywayqo con la infantería de reserva) les habían tendido una celada hábil en
Seqchapampa y habían destrozado el 28 de noviembre de 1821 a su selecta
caballería del regimiento “Fernandinos” dirigido por el comandante Bermúdez*, emitió el primer día de diciembre de
1821 un terrible “Manifiesto a los
Habitantes de Cangallo” donde se ufanaba
de la “fuerza irresistible” que usaría contra los cangallinos que fueron
seducidos por los “faccionarios de la
supuesta independencia”, si no se arrepienten y retornan pacíficamente a
sus hogares; y que, en caso contrario, no
quedaría memoria de Cangallo.
Como la respuesta de Seqchapampa al Manifiesto le
dolió a Carratalá como una bofetada de ida y vuelta a su orgullo de invencible
militar, éste, rumiando venganza, salió de Huamanga a moler los huesos de los
cangallinos y no dejar en su pueblo “piedra sobre piedra”. En la ruta, el
hermano del cura patriota de Cangallo, Pascual Velasco y su guerrilla le atacó
y ofrendó heroicamente su vida. El cartelón que escribió Carratalá de puño y
letra, decía: “Ha sido fusilado este
desgraciado por traidor, asesino y ladrón, y por no haberse acogido a la
clemencia que manifiesta la proclama del Sr. Coronel D. José Carratalá del 1ro.
del actual” […] . Debe recordarse que, anteriormente, Canterac había discutido
en la sede del Ejército Realista del Centro a quién se le encomendaría la
destrucción total de los morochucos de Cangallo. Los candidatos por su fiereza
y sadismo fueron muchos, pero fueron
elegidos para distintos turnos: Ricafort, Carratalá, Horna, Herboso y alguno
más que todavía no hemos podido identificarlo históricamente, como Tiscar y
Luna.
Por fin, el carnicero de Alicante, don José Manuel de
Carratalá Martínez, se instaló en el pueblo de Putica. Él había llegado a Nueva
Granada con Morillo después de luchar irónicamente por la independencia de
España contra los franceses, pelear más tarde con Martín Güemes en el noroeste
argentino, luego en el Alto Perú a órdenes de Canterac y, finalmente, Arequipa.
La historiografía regional ha reafirmado sin crítica
lo relatado -todavía poco antes de 1923- por el eminente historiador
lambayecano Germán Leguía y Martínez, hasta la instalación de los expedicionarios
en Putica para proceder a la quema de Cangallo. Pero pensamos que es más
creíble que Carratalá haya optado por acampar en Sucupa por su excelente
ubicación estratégica. La iglesia de Putica, si bien pudo haber sido una suerte
de local para sus reuniones que luego fue reemplazada por la famosa oficina de
Kuchun Calle (hoy 17 de diciembre, casa de la extinta matrona Rosa García
Cárdenas), más su cementerio como caballeriza y pastizal de emergencia, dado el
peligro que representaba la amplitud del escenario que favorecía el ataque nocturno
de la caballería morochuca, Carratalá tuvo que haber bajado a Cangallo mismo
por Malabamba, donde se produjo, según la tradición, una gresca con sus
habitantes; allí destacó la fiereza de las mujeres cangallinas lideradas por la
qochapatina Eulalia López, quienes defendieron la tierra madre sólo con
huaracas e injurias a boca llena** (El
Estado Peruano le otorgó una pensión de viudez de gracia el 17 de diciembre de
1828. Ver AGN: O.L. 174-412). Como advertirá el lector, si Carratalá tuvo que
haber partido de Huamanga el 2 ó 3 de diciembre, la incógnita es: ¿qué hizo
durante los anteriores 14 días antes de la quema de Cangallo, aparte de dar
muerte al popular “indio Velasco”, y qué entre el 17 de diciembre de 1821 y el
2 de febrero de 1822, fecha de la batalla de Pomacocha? Una respuesta es que
antes de los sucesos de Putica y Cangallo habría arribado primero a Soras desde
donde lanzó otra proclama, pero dirigida a los revolucionarios de San Juan de
Lucanas y Parinacochas, aliados de los morochucos, además que celebró una
negociación de pacificación con el líder Antonio Munárriz, que fracasó (Ver Monografía Histórico-Geográfica de Ayacucho
de Ruiz Fowler, 1924:110). Otra respuesta, la tradicional, con la que no comulgo contrito, es que la marcha
al Sur la habría hecho después del incendio de Cangallo por la vía Vilcashuaman-Soras,
quemando también Hualla, Sancas, San Juan de Lucanas, llegando hasta Pacapauza
donde el coronel José Castañeda mató al traidor Pucatoro; pero entonces ¿cómo
explicar la presencia documentada de Carratalá el 18 de diciembre de 1821 en la
escaramuza de Yanamarca contra el sub-delegado José Vellido, de la que luego haremos
referencia? Estos son los episodios más oscuros de la expedición genocida de
Carratalá por diciembre de 1821, que la investigación futura deberá aclarar. La
tradición oral de la guerra aquella ya se ha extinguido y no permite un relato
lógico para los que conocemos la orografía cangallina. La única explicación razonable,
que tampoco convence del todo, es que después de la quema de Cangallo, al ver
muy riesgoso cruzar el Pampas decembrino y no estar el puente de mimbres de
Irimpay en buen estado para el cruce de la caballería y la artillería, habrían
retrocedido a Yanamarca en busca de una ruta que –vía Vilcashuaman- le permita
superar el obstáculo del caudaloso río Pampas para dirigirse a Hualla y Soras***, luego a Lucanas y Parinacochas,
retornando a Cangallo por otra ruta, sostener los encuentros de Yanamarcapampa
y Pomacocha, y finalmente proseguir a Huamanga y Jauja. Lamentablemente el
Manifiesto de Soras, clave para resolver el problema, no lleva fecha. Pero este
es un tema que abordaremos en un próximo trabajo.
Precisamente, cuando después del incendio de Cangallo,
retornaba Carratalá a Huamanga, o tomaba el camino al sur vía
Vilcashuamán-Soras, sus huestes se enfrentaron con una partida de guerrilleros
morochucos encabezados por el sub-delegado de Vilcashuaman don José Vellido. El
cura patriota de Cangallo Felipe Velasco, iba con Carratalá preso. Este
encuentro que describiré en mi próximo libro, ocurrió en Yanamarcapampa, donde
los revolucionarios morochucos tenían cerca un cuartel secreto (Pumawasi). En
el oficio que envió Vellido desde Pantín el 18 de diciembre de 1821 a Juan
Pardo de Zela, a la sazón Comandante General del Ejército del Sur con sede en
Ica, le dice en interlíneas:
“Al fin señor general
llegó el día, de la fecha, para arrollar las soberbias, del judío Carratalá,
quien después de reducir en senisa al inocente pueblo de Cangallo […] me salió
al encuentro en el punto o riberas de Yanamarca en donde comenso la lucha
valerosamente de parte de nuestra gente hasta doblar el brazo orgulloso de
Carratalá […] hasta que de puros cansados de debilidad de comida se sesó la
batalla […] y aseguro a V.S. que con la llegada de dicho Señor Comandante [se
refiere a Agustín de Molinares, jefe de las guerrillas de Vilcashuamán] será
terror imperio esta provincia pues en el
día no respiran otra cosa, sino el de la independencia […]. El Comandante
de Caballería de Morochucos nombrado Vicente
Tenorio havia procedido maliciosamente el día de la acción mandando a
la gente que no se metiese a favorecerme, no se con que fin, siendo su
obligación presiso de auxiliarme […] Asi mismo le acuso a V.S. por unos cuatro
picaros seductores apasionados a los enemigos nombrados Feliciano Alarcon, Melchor Roca, Pedro Oré, y Juan de la
Cruz quienes han sabido sedusir a la gente espresionando de que todo Ica estaba
a favor de los godos, y que también el Excelentisimo señor Protector estaba ya muerto, y por estos
depravados intentos muchos han estado en la creencia de ser cierto” (Aguirre, Cangallo y la primera jura de la
independencia del Perú, Dircetur Ayacucho, 2014: 125 y 126).
Trasladémonos ahora a febrero de 1822: La “Revolución
de los Morochucos” como lo denomino con legitimidad, proseguía con sus
naturales altibajos debidos a su frágil economía de guerra, larga duración de
la misma y algunas deserciones por traición; pero su vocación patriótica y constancia
estructural seguían incólumes, cuando llegó el 12 de febrero de 1822 que
parecía trágico para las armas regionales conformadas por todos los pueblos de
Cangallo llamados genéricamente morochucos, en razón a la presencia resaltante
de los guerreros de las estancias de la altipampa de tez blanca, ojos zarcos y
barba luenga. Una vez más, las fuerzas patriotas se batían con las mesnadas bien
equipadas de Carratalá en los altos de Pomacocha, pero esta vez con las fuerzas
combinadas de Cayetano Quirós y los morochucos. La batalla que lleva el nombre
del lugar, fue infortunadamente adversa. Muchos muertos patriotas (40 y
solamente al inicio de la batalla), y pocos realistas despachados a ultratumba,
pero que el órgano mediático del virrey
La Serna, la “Gaceta del Gobierno Legítimo del Perú”, informaba que hubo
heridos solamente. Pero lo más triste es que algunos morochucos, separándose de
las filas de Quirós que ya se había marchado a Ica, se presentaron ante el jefe
hispano para declarar que fueron engañados y le pedían por ello su
incorporación a sus filas. En las luchas del sur huamanguino ocurrió también
algo parecido, pero fue solamente una estrategia para hacerlos implosionar
anímicamente, luego del cual retornaron a sus pagos patrióticos. El parte de
guerra de Carratalá al virrey, decía:
“El 12 del actual pude
encontrar sobre los altos de Pomacocha a una partida de treinta enemigos
procedentes de Yca, a los que se había unido como ochocientos Yndios y
Mestizos, colocados todos en tres fuertes posiciones. Me adelanté con sesenta
infantes del primer Regimiento y treinta Caballos de San Carlos […] causandoles
en pocos momentos la perdida de cuarenta muertos y muchos heridos […]. Tengo
también la satisfacción de notificar a V.E. que después de dicha victoria se me
han ido presentando los Morochucos, siendo los primeros Valentín y Feliciano
Alarcón, alias Piliquintos, y Vicente Tenorio, principales
caudillos, desengañados todos de los compromisos en que tantas veces les han
puesto los enemigos y de los daños que estos mismos les han causado. He dejado
la conducente guarnición en dicho país para perseguir a algunos dispersos de la tropa enemiga que no han
podido pasar el Río Cangallo” (Cf. CDIP, Documentación Oficial Española, Tomo XXII, Vol. 3, 1973: 142).
¿Quiénes estaban urgidos, después
de la batalla, de cruzar el río Cangallo o, como se llama ahora, río Pampas? La
respuesta es simple: todos los dispersos pertenecientes a los pueblos sureños
de la antigua provincia de Cangallo: Colca, Quilla, Cayara, Chinchero, Hualla, Tiquihua,
Soras, Canaria, Espite, Huancapi, Huancaraylla, Circamarca y los guerrilleros
de las provincias de Lucanas y Parinacochas. Toda Vilcashuaman, al norte del
río Pampas, era territorio y refugio de los morochucos: Concepción, Saurama,
Carhuanca, Huambalpa, Pujas, Vischongo, Pomacocha, la capital Cangallo, las
estancias de Pampa Cangallo, Pomabamba, Chuschi, Totos y Paras; aunque debemos
ser justos y reconocer que la mayoría pomabambina y chuschina fue realista.
Para concluir, trasladémonos ahora
a mayo de 1822. Basilio Auqui y su prole habían sido capturados en Cabrapata,
muy cerca a la capital huamanguina. Habían asistido a una trilla de trigo de su
compadre que, en el mundo andino, es trabajo/fiesta. Él le había proporcionado
las acémilas y en correspondencia, el compadre, le habría hecho beber chicha y
cañazo. Ello facilitó, según la tradición, que un tal “Quinto” (apocope de
“quinito”) lo reconociese, fuese a denunciarlo aprovechando la cercanía, el
trajinar de las copas y el inminente anochecer, y cobrase la suma que los
realistas ofrecían por su captura. Al siguiente día, muy de madrugada, una
patrulla realista al mando del traidor Feliziano
Alarcón sorprendió al héroe y su prole, los tomaron presos y los condujeron
donde el verdadero verdugo: Carratalá. Éste, mascullando venganzas acumuladas, lo
condenó a muerte, a ser cumplida el 8 de mayo de 1822, en la plazoleta de Santa
Teresa de Huamanga, a órdenes de un militar apellidado Martín. El resto es
historia conocida. Un nuevo mártir cangallino se sumaba a la lista, cuya última
víctima había sido registrada -apenas siete días antes- como María Parado de
Bellido, también de Cangallo. El parte que dirigió Carratalá al virrey decía:
“Ecmo. Señor: La adjunta
relación manifiesta las penas executadas hoy en este cantón en los reos que se
expresan. El Capitán D. Feliziano
Alarcón, logró prender a los Auquis asesinos inveterados que han
capitaneado todos los horrorosos delitos de esta clase, que en el país de
Cangallo se han perpetrado en nuestros soldados desde el año 1814”.
Una
relación acompañaba el parte donde destacaba en primer lugar los nombres
de los Auqui. Tengo una hipótesis que estoy a punto de probar, que, si el
Hacedor lo permite y reafirma su membrecía a las tiendas patriotas, lo haré
público en mi libro en preparación titulado “El ciclo independentista
huamanguino”.
Ocho años de lucha de los Auqui
habían terminado en el cadalso. Uno de sus últimos nietos, había ofrendado su
vida en la batalla de Ayacucho (1824), con la cual se extiende a diez años (y
en realidad a más de doce años si se cuenta su labor como intermediario entre
los Castelli, Belgrano y Angulo con los revolucionarios morochucos, en el que
debe incluirse su captura en Talavera cuando era arriero, y librado de un
seguro martirologio por el cura andahuaylino Ángel Pacheco.
Estoy a punto de sentir vergüenza
al abusar del generoso espacio que me concede Facebook. Pero debo ensayar
obligatoriamente para terminar, que a los mitmas cañaris que los incas o
españoles trasladaron desde Quito-Ecuador a diferentes pisos ecológicos recibían,
por lo de Quito, el mote identificador étnico de “quinitos”; ello sucedió al
menos en el lar huamanguino de Chiara, quizás explicable por el hecho de que no
todos los cañaris fueron trasladados de Cañar a Quito ni en todo lugar fueron
mitmas de privilegio (v. gr.: en Lambayeque). En el período colonial cangallino
(Ver el Padrón de los indios tributarios
de Vilcashuaman de 1719 y/o 1728), los
encontramos en la zona de Hualla como un pequeño ayllu incluido en el
repartimiento de los hanan chillques; también en toda Pomabamba del actual
distrito de María Parado de Bellido junto a los Quitos y Maios, formando parte
del repartimiento de los quichuas, quillas y sacsamarcas, y en Chiara, después
de los anqaras (sus primeros invasores) y los caviñas, cuando Huamán Poma de
Ayala, en el famoso mapa de su dominio cacical de Santa Catalina de Chupas de
las primeras décadas coloniales, lo grafica como pertenencia familiar suya y
por la cual aventura un litigio con los “usurpadores” chachas y cañaris
conocidos como quinitos, que acaba con su expulsión de Huamanga, luego de
recibir, al parecer, 200 azotes. A un
quinito (cañari mitma de Quito) lo apodaron –como dijimos- con el nombre
apocopado de Quinto****, pero a la pluralidad de individuos quiteños
en lugar de decirles quintos, los llamaban quinitos. Debe recordarse que chachapoyanos
y cañaris recibieron tierras de Vaca de Castro como muestra de gratitud a sus
contribuciones a la victoria obtenida en la batalla de Chupas, de 16 de setiembre
de 1542, contra Diego de Almagro “el joven”. Sí, gratitud regalona de tierras
que no eran suyas ni de ningún español. Sólo nos resta decir que los traidores
de Cabrapata, que tuvieron los alias
“Quinto” y “Piliquintos”, de los que Dios mismo se ruboriza cuando le recuerdan
que fueron creaciones suyas, deben estar hirviendo en una sopa de plomo
derretido, regurgitando en el averno las monedas ganadas, pues, cambiaron la vida de ocho patriotas cangallinos por unos
miserables pesos.
Si el término quinito con el tiempo
llegó a ser incorporado en el habla de los vecinos chiareños y posiblemente de
los campesinos rivales de los rededores de Pomabamba, como sinónimo de
traición, creemos que debió de haber sido por los hechos relatados someramente.
Ello ocurrió también con los cuatreros chiareños y morochucos del norte
cangallino, descritos por Igue como “tizones”, es decir como ladrones de
ganado. Tizón, en el lenguaje cotidiano de los antiguos habitantes de Cangallo,
se llamaba al carbón encendido del día anterior oculto entre las cenizas, o al
rescoldo que se solicitaba al vecino para encender la “tullpa” o el fogón de la
cocina. Es probable que los primeros tizones eran los que encendían o atizaban en
los pueblos el fuego de la revolución independentista. En la escenificación anual
de la jura de Cangallo los hemos bautizado impropiamente como “agitadores”,
cuando hubiera sido mejor calificarlos como instigadores, promotores o
fautores.
Finalmente, ya a manera de
conclusión deseo afirmar que los pueblos del Pampas, casi en su totalidad,
estuvieron involucrados de alguna manera en la guerra independentista de
nuestra patria, guerra de resistencia de largo aliento, atípica y autónoma, por
lo menos hasta la llegada de San Martín; no esperando libertadores de afuera
como generalizan sin ruborizarse muchos historiadores, sino tejiendo sus
propios anhelos separatistas; perdiendo sus bienes y hasta su familia. Lo
hicieron con sus propios medios, sin esperar remuneración alguna, excepto una
suerte de certificados que testimoniaban sus hazañas y que los transportaban en
sus equipajes o pegados a sus cuerpos, en colecciones curiosas, las que
desgraciadamente extraviaban en los
combates o las perdían definitivamente al ofrendar sus vidas en el altar de la
Patria.
________________
* Ignoro si fue el argentino Francisco Bermúdez que llegó con San Martín y que, comisionado con su compatriota el cura Félix Aldao para apoyar a Arenales, se enemistó con Aldao al extremo de traicionar a los patriotas e integrarse al ejército realista. ¿Alguien puede ayudarme a resolver el enigma?
** Todavía en la primera visita genocida de Ricafort, las mujeres cangallinas habían mostrado su trapío verbal de guerrilleras de fuste que, no teniendo rejones ni sables, convirtieron las palabras en flechas que dolían hasta la duramadre. En carta de 11 de diciembre de 1820, que dirigió aquél al cura de Cangallo, Venancio García (el mismo que arrancó mascullando improperios de la puerta de la iglesia una orden de la autoridad civil relativa a frenar los excesos de la iglesia en el cobro de primicias), le decía: “A pesar de los justos motivos que había para castigar a las mujeres de esos partidos con la misma severidad que a los hombres, porque han seguido en todo su detestable conducta presentándose unidas a ellos en todas las reuniones que han formado para insultar y provocar el fuego de nuestra tropas, he tenido a bien , movido de los impulsos de bondad que me son geniales, el poner en libertad y permitir se vuelvan a sus casas todas las del partido de Putica y Cangallo, que encontramos errantes en la marcha y fueron conducidas en calidad de prisioneras, para que en vista de este rasgo de mi benevolencia pueda Ud. estimular a esos feligreses a la más agradecida correspondencia” (Rubén Vargas Ugarte, “Historia General del Perú”, Tomo VI, 1971: 119).
*** Repárese que en su Parte de Guerra, Ricafort había dedicado a los cangallinos la frase “infelices alucinados”. Carratalá en su Manifiesto de Huamanga: “faccionarios de la supuesta independencia”, y en su Proclama de Soras, igualmente: faccionarios de la soñada independencia”; el sub-delegado Vellido desde Pantín: “en el día no respiran otra cosa, sino el de la independencia”: Para el buen entendedor y, por supuesto, para el buen historiador, son pruebas inequívocas, aunque indirectas, de la vocación explícita de los cangallinos por la independencia del Perú, en razón que filológicamente interpretada la palabra “faccionarios” que usa Carratalá dos veces, una supuesta y otra soñada, significa “realizada de hecho”, es una alusión a la jura cangallina de 7 de octubre de 1814. La Real Academia de la lengua define “lo fáctico” como “fundamentado en hechos o limitado a ellos, en oposición a teórico o imaginario”. Apropósito el párrafo respectivo de la Proclama de Soras decía: “Es tiempo ya de que todos conozcan que los faccionarios de la soñada independencia son una reunión de hombres sin virtudes, sacados de la hez de la sociedad y que tratan sólo de locupletarse a expensas de las desgracias de los pueblos, haciendo un juguete de cuantos los escuchan. Es preciso desengañarse de un vez y procurar el exterminio de estos terribles enemigos de la verdadera felicidad del país” ¡Y pensar que los españoles lucharon digna y valientemente contra los franceses por su independencia, pero cuando los morochucos luchamos por la nuestra nos endilgaron mil injurias, nos difamaron y hasta trataron de borrarnos del mapa!
**** Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el
alias pudo haberse aplicado también aludiendo a una posible conducta traidora de
quinta columnismo, es decir de agentes que aparentaban patriotismo, cuando en
el fondo realizaban labores de espionaje o de informantes infiltrados por el
enemigo por una paga sucia. Esta sospecha la formulamos en razón a que los
apellidos de los citados individuos no son cañaris. Pero también pudo ser una
alusión a reconocerlos como un “ramillete de traidores”, derivado del quechua
“k´intu” que da origen a la canción del folklore ayacuchano “kuka kintucha” [ramilletito de hojas de coca enteras y limpias utilizado en los rituales de
inicio del “chakchay o akuy” (masticar la coca para leer o “adivinar la suerte”].
Cangallo,
17 de diciembre de 2020.
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