viernes, 25 de diciembre de 2020

 

                      CANGALLO EN LA POESÍA DE LA INDEPENDENCIA

                                                                                                              Max Aguirre Cárdenas

 

Una perogrullada a manera de Introducción.

Existen dos formas de entender la historia: una, como un tejido de hechos que han ocurrido y siguen ocurriendo en el presente con independencia de que sean o no registrados y sean, por tanto, conocidos; y otra, como un discurso, es decir como una construcción científica o una narrativa paracientífica destinadas a conocer y/o explicar aquellos hechos. Nosotros nos referimos a la segunda, aun cuando, en ambas formas, el protagonista siempre sea el hombre.

Desde que se inventó la escritura en general que permitió registrar los hechos sucedidos en el devenir (presente siempre evanescente y que inmediatamente se transforma en pasado), ella se convirtió en la herramienta primordial de la historia para anotar o asentar los hechos acaecidos en el pasado humano. Hoy, que la historia parece haberse convertido en un simple registro de opiniones en el que la verdad se codifica en función de cada historiador, ella, sin embargo, mantiene todavía en algunos su vocación de ser amante o reconstructora de la verdad, búsqueda incesante que –aunque efímeramente- satisface espiritualmente a su hacedor, el hombre, que tiene innatamente horror al vacío, a la incertidumbre, y evita caer en la iconoclasia, en el relativismo protagoriano* o en el agnosticismo más extremo. Cuando todavía no había cómo registrar el devenir humano, se apeló al lenguaje oral que se guardaba codificado en la memoria colectiva en forma de mito y/o tradición, y generalmente bajo el arbitrio de ancianos o especialistas que pertenecían a una capa delgadísima de la sociedad (o intelligentsia) y garantizaban y/o gestionaban su valor de verdad. Pero como la sociedad es un conjunto humano de una variedad apreciable tanto biológica como culturalmente, individual y colectivamente, y la intelligentsia va también renovándose, la verdad sometida a una de las leyes de la entropía (es decir a la pérdida del valor original de la energía; en nuestro caso, el significado del mensaje hasta su extinción) y no a la ley física de acción y reacción, va también modificándose lentamente.

 

Las fuentes extraordinarias de la historia. El caso cangallino.

Ordinariamente, la historia, se nutre fundamentalmente de fuentes escritas que incluyen mapas y pinturas. Pero como ellas, en algunos casos como el peruano, son escasas por distintas causas (en sus repositorios subsisten según Macera alrededor del 5%), se apela corriente y empáticamente al testimonio oral (fuente principal de la llamada historia oral que incluye las manifestaciones folklóricas, los mitos entendidos como historias primordiales, los testimonios arqueológicos y las evidencias etnológicas) y, en forma general para la historia sin adjetivos: la diplomática, la numismática, la heráldica, la prosopografía, la genealogía, la cronología, la filología, etc.). Pero cuando se habla de la poesía como fuente escrita de la historia, habitualmente nos sorprendemos, pues, la narrativa histórica se construye con proposiciones y no con expresiones que denotan estados de ánimo, emociones, sentimientos con fines de exaltación, homenaje, difamación, sátira, que habitualmente caen en las redes de las hipérboles y, lo que es más importante, persiguen la aprehensión de valores estéticos, e interpretan sucesos y personajes, resabios de la ideología de los distintos estratos sociales y hasta componentes costumbristas, con categorías de lo bello, lo feo y lo sublime**. Sin embargo, cuando se trata de estudiar aquellas expresiones con propósitos hermenéuticos de la conducta social de un momento o período histórico determinado, las producciones poéticas son muy importantes. Y esto vale también para otros géneros literarios como la prosa (v.gr. las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma). Pensamos que esta fue la razón por la que el capitán de caballería José Hipólito Herrera que publicó las normas legales producidas por el naciente Estado Republicano desde la llegada de San Martín hasta la Batalla de Ayacucho, incorporó, en la segunda parte de su “Álbum de Ayacucho” publicado en 1862, una colección de poemas que exhibe como leit motiv el proceso de la independencia peruana. Por lo mismo, la pasquinería producida en este período como también los textos antirrevolucionarios (v.gr. los editoriales y noticias falsas difundidas por Gaspar Rico en el “Depositario” y en la “Gaceta del Gobierno Legítimo”) son también fuentes importantes y objetos de análisis detenidos. Por razones de espacio, nosotros nos limitaremos a presentar solamente la producción poética dedicada a Cangallo en la época de la Emancipación, para demostrar cómo impactó en la conciencia hispanoamericana la Revolución de los Morochucos, especialmente la crueldad sadomasoquista hispana frente a los cangallinos y la venganza que reclamaban los patriotas extranjeros como respuesta al apocalipsis de la ciudad de Cangallo, el 17 de diciembre de 1821. Este tema debía generar numerosas tesis universitarias que, lamentablemente, hasta hoy, ha sido aparentemente ignorado.

 

¿Cuántas páginas y quiénes escribieron éstas?

No es posible precisar la cantidad de composiciones escritas en este ciclo independentista. Así como se han extraviado documentos claves como el acta de la Independencia cangallina y los expedientes de los procesos sumarios de María Parado de Bellido y Basilio Auqui, del mismo modo se han perdido otros relativos a los testimonios que debían de haber quedado en el mismo pueblo de Cangallo. Por lo menos nosotros, en tantos años de trabajo, no hemos hallado absolutamente nada del coloniaje, aún más si se tiene en cuenta que Cangallo fue la sede del poder provincial, ya que fue residencia de casi todos los corregidores de Vilcashuaman. Quizás, ello se explique por los dos grandes incendios que el pueblo sufrió en 1820 y 1821 a manos de Ricafort y Carratalá (el segundo fue acompañado de destrucción física total y cambio de capitalidad del partido o provincia) y las dos grandes riadas igualmente dantescas. Lo publicado ha pervivido por azar en los repositorios huamanguinos, limeños y en los del extranjero; sin embargo, podemos afirmar que la mayor parte de composiciones han sido hechas por poetas argentinos, lo que prueba nuestra tesis de que el tráfico ideológico entre la ciudad de Huamanga y el exterior, se produjo mayormente a través de la vía Lima – Huamanga – Cuzco – Potosí - Buenos Aires, pero de retorno (la ruta que siguió el Concolorcorvo). Y prueba también que el ciclo de la revolución de la independencia del Perú se inició y concluyó en la sierra. La decadencia brutal de los pueblos de la sub-región del Pampas se debe a la participación de sus habitantes en la guerra de la independencia y la migración suicida promovida los años 80 del siglo pasado por Sendero Luminoso, agravada por el centralismo limeño y la ingratitud del Estado Peruano, que hoy se replica por tercera vez: en los centenarios, sesquicentenarios y ahora en los bicentenarios, sin que nadie derrame una lágrima y ni siquiera una protesta.

                A continuación, presentamos las muestras de las fuentes poéticas que nos hubiera gustado analizarlas una por una, no en su valor literario que alguna evidentemente la tiene escasa, sino en el contexto socio-económico en que fueron escritas, y, fundamentalmente, en su valor histórico que el lector lo establecerá con el fiel de su personal balanza axiológica. Pero, al haber alcanzado, por lo menos parcialmente, nuestro propósito de ilustrar al lector ayacuchano, nos eximimos para otra ocasión:  

 

                AL INCENDIO DE CANGALLO

                                                               Juan de la Cruz Varela

¡Venganza eterna! ¡Sin piedad venganza!

Hijos del Sol ¿Qué haceis? Ahora, ahora

Renazca el ódio y el rencor inmenso

A que provoca la feroz matanza

La sed de sangre que sin fin devora

A los hijos de Iberia. El humo denso,

Mirad cual forma impenetrable nube,

Y el éter todo en derredor se inflama.

Oid, mirad, que la estallante flama

Hasta los astros sube; y entre ruina y ceniza,

Un pueblo de patriotas agoniza

¿No sabeis? ¿No sabeis? El fiero Hispano

Estirpe atroz del execrado Atila,

En el Perú desesperado brama;

Y en su última impotencia, deshumano,

Con bárbaro furor quema, aniquila,

Y se goza el feroz al ver la llama.

¡CANGALLO miserable!¡Pueblo amigo,

Condenado a llenar en nuestra historia

Las páginas de llanto! Tu memoria

No pereció contigo:

Ya vengarte juramos;

Vengarte, sí; y á la venganza vamos.

                                                               

(Fuente: “El Álbum de Ayacucho”, 1862).

 

                                                -------

 

                                ODA IMPROVISADA

     (Al triunfo del Ejército Liberador el 9 de Diciembre de 1824).

 

¡Cenizas de CANGALLO! Heroica Sangre 

Allá en Colombia con honor vertida

En diez años de horror. Vuestra memoria

A los patrios campeones,

Redobló su valor; y las legiones

¡MUERTE GRITARON ó VENGANZA  ó GLORIA!

Con gloria se vengaron. Sangre odiosa

Se mezcló hirviendo al rápido APURIMA.

Sangre odios tiño llanura inmensa

Y odios sangre la enriscada cima

Allá en la nube densa

Del polvo y humo de la lid terrible

Las sombras de los héroes divagaban,

Que, con pecho invencible,

Por su Patria la muerte despreciaron,

Y en el Olimpo del laurél se ornaron.

                                                       Buenos Aires 1825.

                                                ______

                                               

VERSOS EN HOMENAJE A PUEBLOS DESTRUIDOS POR LOS REALISTAS

Aun vibra el rayo de español impío

Por dó quier que se lanza aniquilando

Inermes pueblos, que de horror y sangre

Cubrió el inicuo con furor tirano,

Se embota al cabo la feroz cuchilla

Que resiste saciar al inhumano:

Y el fuego sopla con feroz destreza.

Para dar expansión a su fiereza,

Compatriotas! ¡Y aún vive  el monstruo horrendo,

El vil, sacrílego, excecrable hispano,

Su ensangrentada mano sacudiendo

En las víctimas tristes de CANGALLO,

CARHUAMAYO y de Reyes, que entre llamas,

Por venganza á los cielos han clamado?

MORIRA el opresor; en furia siego

A la Patria ha anegado en sangre y fuego.

 

Mas ¿sufriremos que un momento solo

Se goce en su ira sepultando el llanto

A tantas víctimas, que su zaña inmola,

Y su fiero mirar desesperado

Contemple entre ayes que el suplicio arranca,

Consumirse los pueblos desdichados?

A salvarnos volemos: que en sus manos,

No mueren enemigos sino HERMANOS.

 

(Fuente:  CDIP: La Poesía de la Emancipación: Tomo XXIV, 1971: 422)

                                                        ______

               

TESTAMENTO DE LA SERNA Y VENGANZA DE CANGALLO (Fragmento)

LA SERNA, alza. ¿Nos conoces?

Los ciudadanos somos que conserva

El Pueblo de Cangallo valeroso,

Para hacerte pedazos: ¡Alma fiera!

¡Que orden fue esa infernal, conque mandaste

Que Cangallo quedara hecho pabezas!

             Nadie podrá el terreno que ocupaba

(Estas son tus palabras á la letra)

El ruin infame Pueblo de Cangallo

Reedificar jamas. ¡Que insolencia!

¡Por ser leal á la Patria lo ultrajaste!

¿Cuál fue el delito, di; para esta ofensa?

No fue otro, sino solo que tu alma

En los males se goza, y se deleyta

Que hace á su semejante. Asi por esto,

A sacarte venimos hoy la lengua,

Esa villana que tuvo atrevimiento

De mandar a otro Monstruo, infame fiera,

A ese CARRATALÁ, esta barbarie.

                Y supuesto que vivo aquí te encuentra

Nuestra justa venganza: por la espalda

Salga esa vil, esa atrevida lengua:

Y antes que baxes al horrendo Abismo

Sufre la llama de esta ardiente hoguera;

Y en ti los ESPAÑOLES escarmienten,

Que no digan: La Patria viva, y venza.

                ¿Qué tal escena amigos habéis visto?

Reponden la mas justa: y si no dieran

Esta prueba tan digna los Patriotas

En la cual su carácter manifiestan

Su amor y celo por la buena causa;

Era preciso que á todos los cubriera

La deshonra mayor que á los malvados

El común de los hombres los aleja.

 

(Fuente CDIP: La Poesía de la Emancipación: Tomo XXIV, 1971: 234)

                                            ____


TESTAMENTO DE CANTERAC, Y BALDES (Fragmento)

Y dejo a los Gallinazos

Los pulgones de mi alpaca,

Porque de noche cual perros

A los oídos me ladraban

Diciendome: CANTERAC,

Te meriendan sino escapas.

Y para eterna memoria

Dejo mi cortante espada

Para azador de cocina,

Y á CARRATALÁ la bayna.

                Mis uniformes, mis Botas

Y la parte de la plata

Que buenamente atrapé,

Los dejo al primero que haya

Jurado la Independencia

Con intención pura y sana;

[…]

                Y tu, (pues ya no te escapas)

Por marrajo y consejero,

Llevarás tu buena Manta

Antes que vayas al fuego

De la abrazadora llama

Por cómplice con LA SERNA

En el absurdo, y la infamia

De la ruina de Cangallo

[…]

Y de ahí le dice: acompaña

A aquel que tus sentimientos

Garantiza: al que sin alma

Ha destrozado los Pueblos:

[…]

Al que un insultante rasgo

Posteriormente derrama,

Que amenaza á esta Ciudad

Con la iniquidad que acaba

De hacer en el leal Cangallo

 

(Fuente:  CDIP: La Poesía de la Emancipación, Tomo XXIV, 1971: 237 y 238)

 

______________

*   Protágoras de Abdera sostenía que la verdad está en función del hombre, o sea que este es la medida de todas las cosas, en cuanto son y en cuanto no son; es decir que la verdad es relativa en función de cada quien. Por tanto, si la verdad es relativa a cada quien, entonces no es posible conocer nada, porque tanto como A y –A pueden ser verdaderos al mismo tiempo.  

** Por ejemplo, en una composición popular titulada “La Chicha”, que se atribuye a José de la Torre Ugarte, y a José Bernardo Alcedo, los autores del Himno Nacional del Perú, se ofrece un brindis a los patriotas por la libertad, pero de paso se habla del poto de chicha, el chupe y el quesillo, el ají amarillo, el maíz y el maní, en las meriendas del Inca. Se habla también del seviche y la guatia, el vino y la cidra, la jalea del ají untada; pero no del pisco, probablemente porque eran versos dedicados a la bebida sagrada de los antiguos peruanos: el tesoro del indio, dice el vate (Ver CDIP: La Poesía de la Emancipación: Tomo XXIV, 1971: 314).  Pero, así como se han ofrecido versos a los patriotas, los godos (alias de los españoles), componen respuestas incisivas como esta anónima “Canción de los Marranos” de los realistas cuzqueños, dedicada a la expedición libertadora chileno-argentina: "A Lima vinieron/ cuatro mil marranos, /muy largos de uñas/ en los pies y manos/ Esos se nombraban patriotas y hermanos/ pero sus hechuras solo son de diablos". O este otro “Epitafio”, también anónimo: "Aquí Yacen los Tiranos de la PATRIA usurpadores/ Que cuando fueron señores/ Fueron crueles inhumanos/ Los LIBRES AMERICANOS/ Sus huesos aquí enterraron/ Desde Otero trasladaron/ Sus cenizas infernales/ Y por que césen los males/ Sepultados los dejaron".  O esta “Oración Fúnebre”, compuesta por algún patriota, donde parece referirse con guasa a Basilio Auqui y a la Pampa de Cangallo: “Que en las exequias de los difuntos Godos há de decir de voz en coello, Basilio Yeguas, en la Pampa de Otero, en donde se formará una Tumba de quince Estados de alto, y después en un Capacho Borriquero, cargará Nuez Moscada á la espalda los huesos  de los invictos Españoles destruidos, aterrados, y confundidos por el enérgico Patriotismo Martiniano". Y para que reflexione el lector: En una oda dedicada al aniversario de la independencia del Perú, se habla del Cid y de Pelayo, prohombres de la hispanidad, pero José Hipólito Herrera también compara a los líderes que hicieron jurar la independencia de Cangallo, el 7 de octubre de 1814, con el héroe astur Pelayo, que luchó heroicamente contra los musulmanes para liberar a España. ¡Y pensar que todavía hay historiadores que siguen negando estas evidencias simbólicas, metafóricas o algóricas a través de una retórica histórica vacía, declarándolas apodícticamente imaginarias, fantásticas y/o inventadas! ¡Mismos discípulos de Enesidemo!  Y ahora las preguntas del doble millón: ¿Cuántas composiciones poéticas se dedicaron, por ejemplo, a Huanta, una de las provincias blasonadas por el monarquismo español, convertida ahora –con miras a los  bicentenarios- en numen del patriotismo independentista peruano y premiada en los centenarios y los sesquicentenarios con el oro y el moro reales? ¿Por qué algunos de sus historiadores profesionales que enfilaron sus culebrinas para destruir la figura noble de María Parado de Bellido, apuntan a lo mismo, para evaporar el recuerdo heroico de la Qalamaki declarándola apodícticamente un mito, y no, por ejemplo, a la Noin, a las Toledo, a la Ramos, a la Bastidas, a la Silva, a la Huamán, a la mujer del gran  Quirós, a la López, o a las damas limeñas que recibieron del Libertador San Martín la Orden del Sol, y otras que dieron honor al género?  La duda metódica es de supremo valor en manos de investigadores de mente sana, pero es mortal en manos de inquisidores con delirios de grandeza.

 

                                                                                                                             Cangallo, 25 de diciembre de 2020.

 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

 

                                        LOS PILIQUINTOS

                                                                 Max Aguirre Cárdenas

(Dedicado a la Heroica Provincia de Santa Rosa de Cangallo, recordando con tristeza el martirologio de sus pobladores, del 17 de diciembre de 1821).

 

Este es el alias de los innombrables morochucos que traicionaron la causa patriota en plena revolución independentista que, con caracteres singulares y espontáneos, había surgido en la antigua provincia de Cangallo, aunque es justo decir que la influencia de los ideólogos porteños como Castelli, Belgrano y Moreno, fue particularmente decisiva a diferencia de los ideólogos limeños que miraban a los Andes con disimulado desdén.

    La antigua ruta del comercio gaucho-perulero: Buenos Aires, Córdoba, Potosí, Chuquisaca, La Paz, Cuzco, Huamanga, Jauja y Lima, fue también la vía del tráfico ideológico independentista; por algo se alineaban en ella las universidades más antiguas y prestigiadas de América del Sur: la de Córdoba del Tucumán, San Francisco Xavier de Chuquisaca, San Antonio Abad del Cuzco, San Cristóbal de Huamanga y San Marcos de Lima. Muchos viajeros, exploradores, científicos, funcionarios y soldados la recorrieron; los arrieros la hacían periódicamente; algunos por segmentos cortos, pero hubo los que la hacían de cabo a rabo durante meses de recorrido. Para tener una idea justa, invoco al lector cangallino a dar una hojeada al relato delicioso del Concolorcorbo titulado “El Lazarillo de Ciegos Caminantes”, atribuido unos a Alonso Carrió de la Vandera y otros al indo-mestizo Calixto Bustamante Carlos, su amanuense. Se afirma que el autor fue un español de cuna gijona (de la asturiana Gijón) ¿Recuerdan el famoso insulto “jijuna GP” que era popular entre los niños cangallinos de boquitas de caramelo, cuando no embocaban las canicas en el “ñoco” y astillaban sádicamente el trompo del rival en reñidas competencias? Es posible –respondía un craso amigo, pícaro como un dedo pulgar espiando por la oquedad de un viejo calcetín, pero “bravazo” en artes culinarias- que alguna jijona alicantina, paisana de Carratalá, haya llegado por estos lares y que, cuando le decían siéntate, ella se echaba mona de calenturas gitanas. Pero se equivocaba el autodidacta culinario que era también una especie de doctor en filología de rudezas lingüísticas, pues ignoraba que “jijuna” es un mexicanismo vulgar emparentado con el vocablo romance “jijo” y significa hijo y que, por tanto, “jijuna” es apócope de “hijo de una”, como el “carajo” que es una interjección machorrona que usan las madrastras criollas y es un término apocopado de cara y ojo. Lamentablemente este tema no fue abordado por Martha Hildebrandt, nuestra gruñona mártir del purismo español, menos por nuestro extinto sexogenario Marco Aurelio Denegri.

    Ya que mencionamos a Carratalá, soldémoslo a nuestro discurso, pero haciendo antes una referencia breve a su jefe y maestro, pirómano también como un Nerón de alma ortopédica: el general Mariano Ricafort Palacín y Abarca.

    Eran los últimos días de noviembre de 1820. El general Ricafort, que había venido hasta Huamanga a dar caza al general Álvarez de Arenales sin lograrlo, frustrado y enterado de que los morochucos se reunían en gran número en Chupascunca, decide ir a destruirlos el 2 de diciembre de 1820 desde Huamanga. Ellos le habían obstaculizado en el camino para que  sus tropas no lleguen a tiempo desde Andahuaylas, después de una marchada forzada iniciada en Arequipa, vía Cuzco. En efecto, al toque de diana salieron de Huamanga dicho día 2 y llegaron probablemente hasta poco más allá de Condorqocha, puesto que el 3, al levantar sus tiendas avistaron en los llanos de Chupascunca a un conjunto numeroso de morochucos dirigidos por los caudillos Torres y Cervera, al que se habían sumado montoneras llegadas de Puquio y Parinacochas. Barrieron a los revoltosos de hondas, maqanas y algunas carabinas (se dice que en un número aproximado de 3.800) -con   fusilería nutrida y sables asesinos por doquier- ocasionándoles más de 300 muertos; dispersaron rápidamente a los sobrevivientes con un festival de estocadas, para luego el 4 -distribuyéndose las tareas entre los oficiales- dedicarse a quemar las estancias de Walchanqa, Uriwana, Pantín, Tucsen y demás, apoderándose de ganado y tubérculos. Es muy probable que acamparan en las proximidades de Pacopata y el mismo 4 de diciembre habrían bajado a Cangallo, vía Qochapata, levantando su campamento en Putica después de quemarla previamente y asesinando a la población que no tuvo tiempo de huir por no haber sido alertada oportunamente. Después de recuperar energías, el 5 de diciembre se habrían dedicado a incendiar el pueblo de Cangallo con techos predominantemente de paja. El 6 habrían emprendido la retirada por varias direcciones envolventes y en la altipampa completado la quema de Cancalla, Chaupis y Qochapata, más la recolección de caballos y mulas (no se olvide que el virrey La Serna prefería para sus ejércitos la provisión constante de caballitos chumbivilcanos parecidos -por su resistencia y adaptados a la orografía andina- al de los morochucos; y, por supuesto, para la impedimenta y los propios oficiales: mulas tucumanas). De otro modo no se explica cómo retornaron a Huamanga el 8. Pero exhibamos la prueba fundamental para que el lector cangallino realice sus propios cálculos:

    El parte de guerra de Ricafort, redactado en Huancavelica, dice en sus párrafos más importantes: “Perdidas las esperanzas de alcanzar a Arenales […] me dirigí el día 2 de diciembre con 400 hombres […] y un cañón al referido punto; y el 3 al romper la marcha desde el campamento se avistaron grupos […] continuando mi dirección sobre la posición de los enemigos que se veía en número considerable. [Atacamos Seoane, García y yo hasta que los enemigos se dispersaran, matando a cuanto hicieron frente] y de no haberme compadecido de estos infelices alucinados hubiera desaparecido la población de Cangallo. La fuerza que presentaron los enemigos  consistió en 3,500 a 4,000 hombres […] su pérdida no bajó de 300 muertos […]. Sometidos los morochucos  y desaparecidos los caudillos que los capitaneaba emprendí mi contramarcha por varias direcciones hacia Huamanga donde llegué el 8 del corriente […]. El 12 los huantinos me recibieron con vivas y manifestaciones de felicidad y entusiasmo; desde el pequeño hasta el más anciano gritaban ¡VIVA EL REY! Y al día siguiente seguí la marcha a esta ciudad” (Ver Gaceta del Gobierno de 27 de diciembre de 1820; Archivo General de la Nación: P-L 10-134, y Max Aguirre: “La Revolución de los Morochucos …”, 2017: 300).

    Trasladémonos ahora al mes de diciembre de 1821: Álvarez de Arenales que no había podido ser alcanzado por Ricafort, había arribado sin contratiempos a Huancayo, luego a Jauja y Tarma, vencido en la batalla de Cerro de Pasco al general realista O´Reilly el 6 de diciembre de 1820  y se había agrupado ya al ejército de San Martín luego de haber hecho jurar su independencia a los iqueños, huamanguinos y tarmeños (seguramente también a jaujinos y huancaínos). El general Carratalá, enojadísimo, porque Basilio Auqui y Valentín Munárriz (que esperaba en Kuyuywayqo con la infantería de reserva) les habían tendido una celada hábil en Seqchapampa y habían destrozado el 28 de noviembre de 1821 a su selecta caballería del regimiento “Fernandinos” dirigido por el comandante Bermúdez*, emitió el primer día de diciembre de 1821 un terrible “Manifiesto a los Habitantes de Cangallo” donde se ufanaba  de la “fuerza irresistible” que usaría contra los cangallinos que fueron seducidos por los “faccionarios de la supuesta independencia”, si no se arrepienten y retornan pacíficamente a sus hogares; y que, en caso contrario, no quedaría memoria de Cangallo.

    Como la respuesta de Seqchapampa al Manifiesto le dolió a Carratalá como una bofetada de ida y vuelta a su orgullo de invencible militar, éste, rumiando venganza, salió de Huamanga a moler los huesos de los cangallinos y no dejar en su pueblo “piedra sobre piedra”. En la ruta, el hermano del cura patriota de Cangallo, Pascual Velasco y su guerrilla le atacó y ofrendó heroicamente su vida. El cartelón que escribió Carratalá de puño y letra, decía: “Ha sido fusilado este desgraciado por traidor, asesino y ladrón, y por no haberse acogido a la clemencia que manifiesta la proclama del Sr. Coronel D. José Carratalá del 1ro. del actual” […] . Debe recordarse que, anteriormente, Canterac había discutido en la sede del Ejército Realista del Centro a quién se le encomendaría la destrucción total de los morochucos de Cangallo. Los candidatos por su fiereza y sadismo  fueron muchos, pero fueron elegidos para distintos turnos: Ricafort, Carratalá, Horna, Herboso y alguno más que todavía no hemos podido identificarlo históricamente, como Tiscar y Luna.

    Por fin, el carnicero de Alicante, don José Manuel de Carratalá Martínez, se instaló en el pueblo de Putica. Él había llegado a Nueva Granada con Morillo después de luchar irónicamente por la independencia de España contra los franceses, pelear más tarde con Martín Güemes en el noroeste argentino, luego en el Alto Perú a órdenes de Canterac y, finalmente, Arequipa.

    La historiografía regional ha reafirmado sin crítica lo relatado -todavía poco antes de 1923- por el eminente historiador lambayecano Germán Leguía y Martínez, hasta la instalación de los expedicionarios en Putica para proceder a la quema de Cangallo. Pero pensamos que es más creíble que Carratalá haya optado por acampar en Sucupa por su excelente ubicación estratégica. La iglesia de Putica, si bien pudo haber sido una suerte de local para sus reuniones que luego fue reemplazada por la famosa oficina de Kuchun Calle (hoy 17 de diciembre, casa de la extinta matrona Rosa García Cárdenas), más su cementerio como caballeriza y pastizal de emergencia, dado el peligro que representaba la amplitud del escenario que favorecía el ataque nocturno de la caballería morochuca, Carratalá tuvo que haber bajado a Cangallo mismo por Malabamba, donde se produjo, según la tradición, una gresca con sus habitantes; allí destacó la fiereza de las mujeres cangallinas lideradas por la qochapatina Eulalia López, quienes defendieron la tierra madre sólo con huaracas e injurias a boca llena** (El Estado Peruano le otorgó una pensión de viudez de gracia el 17 de diciembre de 1828. Ver AGN: O.L. 174-412). Como advertirá el lector, si Carratalá tuvo que haber partido de Huamanga el 2 ó 3 de diciembre, la incógnita es: ¿qué hizo durante los anteriores 14 días antes de la quema de Cangallo, aparte de dar muerte al popular “indio Velasco”, y qué entre el 17 de diciembre de 1821 y el 2 de febrero de 1822, fecha de la batalla de Pomacocha? Una respuesta es que antes de los sucesos de Putica y Cangallo habría arribado primero a Soras desde donde lanzó otra proclama, pero dirigida a los revolucionarios de San Juan de Lucanas y Parinacochas, aliados de los morochucos, además que celebró una negociación de pacificación con el líder Antonio Munárriz, que fracasó (Ver Monografía Histórico-Geográfica de Ayacucho de Ruiz Fowler, 1924:110). Otra respuesta, la tradicional,  con la que no comulgo contrito, es que la marcha al Sur la habría hecho después del incendio de Cangallo por la vía Vilcashuaman-Soras, quemando también Hualla, Sancas, San Juan de Lucanas, llegando hasta Pacapauza donde el coronel José Castañeda mató al traidor Pucatoro; pero entonces ¿cómo explicar la presencia documentada de Carratalá el 18 de diciembre de 1821 en la escaramuza de Yanamarca contra el sub-delegado José Vellido, de la que luego haremos referencia? Estos son los episodios más oscuros de la expedición genocida de Carratalá por diciembre de 1821, que la investigación futura deberá aclarar. La tradición oral de la guerra aquella ya se ha extinguido y no permite un relato lógico para los que conocemos la orografía cangallina. La única explicación razonable, que tampoco convence del todo, es que después de la quema de Cangallo, al ver muy riesgoso cruzar el Pampas decembrino y no estar el puente de mimbres de Irimpay en buen estado para el cruce de la caballería y la artillería, habrían retrocedido a Yanamarca en busca de una ruta que –vía Vilcashuaman- le permita superar el obstáculo del caudaloso río Pampas para dirigirse  a Hualla y Soras***, luego a Lucanas y Parinacochas, retornando a Cangallo por otra ruta, sostener los encuentros de Yanamarcapampa y Pomacocha, y finalmente proseguir a Huamanga y Jauja. Lamentablemente el Manifiesto de Soras, clave para resolver el problema, no lleva fecha. Pero este es un tema que abordaremos en un próximo trabajo.

    Precisamente, cuando después del incendio de Cangallo, retornaba Carratalá a Huamanga, o tomaba el camino al sur vía Vilcashuamán-Soras, sus huestes se enfrentaron con una partida de guerrilleros morochucos encabezados por el sub-delegado de Vilcashuaman don José Vellido. El cura patriota de Cangallo Felipe Velasco, iba con Carratalá preso. Este encuentro que describiré en mi próximo libro, ocurrió en Yanamarcapampa, donde los revolucionarios morochucos tenían cerca un cuartel secreto (Pumawasi). En el oficio que envió Vellido desde Pantín el 18 de diciembre de 1821 a Juan Pardo de Zela, a la sazón Comandante General del Ejército del Sur con sede en Ica, le dice en interlíneas:

“Al fin señor general llegó el día, de la fecha, para arrollar las soberbias, del judío Carratalá, quien después de reducir en senisa al inocente pueblo de Cangallo […] me salió al encuentro en el punto o riberas de Yanamarca en donde comenso la lucha valerosamente de parte de nuestra gente hasta doblar el brazo orgulloso de Carratalá […] hasta que de puros cansados de debilidad de comida se sesó la batalla […] y aseguro a V.S. que con la llegada de dicho Señor Comandante [se refiere a Agustín de Molinares, jefe de las guerrillas de Vilcashuamán] será terror imperio esta provincia pues en el día no respiran otra cosa, sino el de la independencia […]. El Comandante de Caballería de Morochucos nombrado Vicente Tenorio havia procedido maliciosamente el día de la acción mandando a la gente que no se metiese a favorecerme, no se con que fin, siendo su obligación presiso de auxiliarme […] Asi mismo le acuso a V.S. por unos cuatro picaros seductores apasionados a los enemigos nombrados Feliciano Alarcon, Melchor Roca, Pedro Oré, y Juan de la Cruz quienes han sabido sedusir a la gente espresionando de que todo Ica estaba a favor de los godos, y que también el Excelentisimo  señor Protector estaba ya muerto, y por estos depravados intentos muchos han estado en la creencia de ser cierto” (Aguirre, Cangallo y la primera jura de la independencia del Perú, Dircetur Ayacucho, 2014: 125 y 126).

    Trasladémonos ahora a febrero de 1822: La “Revolución de los Morochucos” como lo denomino con legitimidad, proseguía con sus naturales altibajos debidos a su frágil economía de guerra, larga duración de la misma y algunas deserciones por traición; pero su vocación patriótica y constancia estructural seguían incólumes, cuando llegó el 12 de febrero de 1822 que parecía trágico para las armas regionales conformadas por todos los pueblos de Cangallo llamados genéricamente morochucos, en razón a la presencia resaltante de los guerreros de las estancias de la altipampa de tez blanca, ojos zarcos y barba luenga. Una vez más, las fuerzas patriotas se batían con las mesnadas bien equipadas de Carratalá en los altos de Pomacocha, pero esta vez con las fuerzas combinadas de Cayetano Quirós y los morochucos. La batalla que lleva el nombre del lugar, fue infortunadamente adversa. Muchos muertos patriotas (40 y solamente al inicio de la batalla), y pocos realistas despachados a ultratumba, pero que el órgano mediático  del virrey La Serna, la “Gaceta del Gobierno Legítimo del Perú”, informaba que hubo heridos solamente. Pero lo más triste es que algunos morochucos, separándose de las filas de Quirós que ya se había marchado a Ica, se presentaron ante el jefe hispano para declarar que fueron engañados y le pedían por ello su incorporación a sus filas. En las luchas del sur huamanguino ocurrió también algo parecido, pero fue solamente una estrategia para hacerlos implosionar anímicamente, luego del cual retornaron a sus pagos patrióticos. El parte de guerra de Carratalá al virrey, decía:

“El 12 del actual pude encontrar sobre los altos de Pomacocha a una partida de treinta enemigos procedentes de Yca, a los que se había unido como ochocientos Yndios y Mestizos, colocados todos en tres fuertes posiciones. Me adelanté con sesenta infantes del primer Regimiento y treinta Caballos de San Carlos […] causandoles en pocos momentos la perdida de cuarenta muertos y muchos heridos […]. Tengo también la satisfacción de notificar a V.E. que después de dicha victoria se me han ido presentando los Morochucos, siendo los primeros Valentín y Feliciano Alarcón, alias Piliquintos, y Vicente Tenorio, principales caudillos, desengañados todos de los compromisos en que tantas veces les han puesto los enemigos y de los daños que estos mismos les han causado. He dejado la conducente guarnición en dicho país para perseguir a algunos dispersos de la tropa enemiga que no han podido pasar el Río Cangallo” (Cf. CDIP, Documentación Oficial Española, Tomo XXII, Vol. 3, 1973: 142).

    ¿Quiénes estaban urgidos, después de la batalla, de cruzar el río Cangallo o, como se llama ahora, río Pampas? La respuesta es simple: todos los dispersos pertenecientes a los pueblos sureños de la antigua provincia de Cangallo: Colca, Quilla, Cayara, Chinchero, Hualla, Tiquihua, Soras, Canaria, Espite, Huancapi, Huancaraylla, Circamarca y los guerrilleros de las provincias de Lucanas y Parinacochas. Toda Vilcashuaman, al norte del río Pampas, era territorio y refugio de los morochucos: Concepción, Saurama, Carhuanca, Huambalpa, Pujas, Vischongo, Pomacocha, la capital Cangallo, las estancias de Pampa Cangallo, Pomabamba, Chuschi, Totos y Paras; aunque debemos ser justos y reconocer que la mayoría pomabambina y chuschina fue realista.

    Para concluir, trasladémonos ahora a mayo de 1822. Basilio Auqui y su prole habían sido capturados en Cabrapata, muy cerca a la capital huamanguina. Habían asistido a una trilla de trigo de su compadre que, en el mundo andino, es trabajo/fiesta. Él le había proporcionado las acémilas y en correspondencia, el compadre, le habría hecho beber chicha y cañazo. Ello facilitó, según la tradición, que un tal “Quinto” (apocope de “quinito”) lo reconociese, fuese a denunciarlo aprovechando la cercanía, el trajinar de las copas y el inminente anochecer, y cobrase la suma que los realistas ofrecían por su captura. Al siguiente día, muy de madrugada, una patrulla realista al mando del traidor Feliziano Alarcón sorprendió al héroe y su prole, los tomaron presos y los condujeron donde el verdadero verdugo: Carratalá. Éste, mascullando venganzas acumuladas, lo condenó a muerte, a ser cumplida el 8 de mayo de 1822, en la plazoleta de Santa Teresa de Huamanga, a órdenes de un militar apellidado Martín. El resto es historia conocida. Un nuevo mártir cangallino se sumaba a la lista, cuya última víctima había sido registrada -apenas siete días antes- como María Parado de Bellido, también de Cangallo. El parte que dirigió Carratalá al virrey decía:

“Ecmo. Señor: La adjunta relación manifiesta las penas executadas hoy en este cantón en los reos que se expresan. El Capitán D. Feliziano Alarcón, logró prender a los Auquis asesinos inveterados que han capitaneado todos los horrorosos delitos de esta clase, que en el país de Cangallo se han perpetrado en nuestros soldados desde el año 1814”.

    Una  relación acompañaba el parte donde destacaba en primer lugar los nombres de los Auqui. Tengo una hipótesis que estoy a punto de probar, que, si el Hacedor lo permite y reafirma su membrecía a las tiendas patriotas, lo haré público en mi libro en preparación titulado “El ciclo independentista huamanguino”.

    Ocho años de lucha de los Auqui habían terminado en el cadalso. Uno de sus últimos nietos, había ofrendado su vida en la batalla de Ayacucho (1824), con la cual se extiende a diez años (y en realidad a más de doce años si se cuenta su labor como intermediario entre los Castelli, Belgrano y Angulo con los revolucionarios morochucos, en el que debe incluirse su captura en Talavera cuando era arriero, y librado de un seguro martirologio por el cura andahuaylino Ángel Pacheco.

    Estoy a punto de sentir vergüenza al abusar del generoso espacio que me concede Facebook. Pero debo ensayar obligatoriamente para terminar, que a los mitmas cañaris que los incas o españoles trasladaron desde Quito-Ecuador a diferentes pisos ecológicos recibían, por lo de Quito, el mote identificador étnico de “quinitos”; ello sucedió al menos en el lar huamanguino de Chiara, quizás explicable por el hecho de que no todos los cañaris fueron trasladados de Cañar a Quito ni en todo lugar fueron mitmas de privilegio (v. gr.: en Lambayeque). En el período colonial cangallino (Ver  el Padrón de los indios tributarios de Vilcashuaman de   1719 y/o 1728), los encontramos en la zona de Hualla como un pequeño ayllu incluido en el repartimiento de los hanan chillques; también en toda Pomabamba del actual distrito de María Parado de Bellido junto a los Quitos y Maios, formando parte del repartimiento de los quichuas, quillas y sacsamarcas, y en Chiara, después de los anqaras (sus primeros invasores) y los caviñas, cuando Huamán Poma de Ayala, en el famoso mapa de su dominio cacical de Santa Catalina de Chupas de las primeras décadas coloniales, lo grafica como pertenencia familiar suya y por la cual aventura un litigio con los “usurpadores” chachas y cañaris conocidos como quinitos, que acaba con su expulsión de Huamanga, luego de recibir, al parecer, 200 azotes.  A un quinito (cañari mitma de Quito) lo apodaron –como dijimos- con el nombre apocopado de Quinto****, pero a la pluralidad de individuos quiteños en lugar de decirles quintos, los llamaban quinitos. Debe recordarse que chachapoyanos y cañaris recibieron tierras de Vaca de Castro como muestra de gratitud a sus contribuciones a la victoria obtenida en la batalla de Chupas, de 16 de setiembre de 1542, contra Diego de Almagro “el joven”. Sí, gratitud regalona de tierras que no eran suyas ni de ningún español. Sólo nos resta decir que los traidores de Cabrapata, que tuvieron  los alias “Quinto” y “Piliquintos”, de los que Dios mismo se ruboriza cuando le recuerdan que fueron creaciones suyas, deben estar hirviendo en una sopa de plomo derretido, regurgitando en el averno las monedas ganadas, pues, cambiaron  la vida de ocho patriotas cangallinos por unos miserables pesos.

    Si el término quinito con el tiempo llegó a ser incorporado en el habla de los vecinos chiareños y posiblemente de los campesinos rivales de los rededores de Pomabamba, como sinónimo de traición, creemos que debió de haber sido por los hechos relatados someramente. Ello ocurrió también con los cuatreros chiareños y morochucos del norte cangallino, descritos por Igue como “tizones”, es decir como ladrones de ganado. Tizón, en el lenguaje cotidiano de los antiguos habitantes de Cangallo, se llamaba al carbón encendido del día anterior oculto entre las cenizas, o al rescoldo que se solicitaba al vecino para encender la “tullpa” o el fogón de la cocina. Es probable que los primeros tizones eran los que encendían o atizaban en los pueblos el fuego de la revolución independentista. En la escenificación anual de la jura de Cangallo los hemos bautizado impropiamente como “agitadores”, cuando hubiera sido mejor calificarlos como instigadores, promotores o fautores.

    Finalmente, ya a manera de conclusión deseo afirmar que los pueblos del Pampas, casi en su totalidad, estuvieron involucrados de alguna manera en la guerra independentista de nuestra patria, guerra de resistencia de largo aliento, atípica y autónoma, por lo menos hasta la llegada de San Martín; no esperando libertadores de afuera como generalizan sin ruborizarse muchos historiadores, sino tejiendo sus propios anhelos separatistas; perdiendo sus bienes y hasta su familia. Lo hicieron con sus propios medios, sin esperar remuneración alguna, excepto una suerte de certificados que testimoniaban sus hazañas y que los transportaban en sus equipajes o pegados a sus cuerpos, en colecciones curiosas, las que desgraciadamente  extraviaban en los combates o las perdían definitivamente al ofrendar sus vidas en el altar de la Patria.

________________

* Ignoro si fue el argentino Francisco Bermúdez que llegó con San Martín y que,  comisionado con su compatriota el cura Félix Aldao para apoyar a Arenales, se enemistó con Aldao al extremo de traicionar a los patriotas e integrarse al ejército realista. ¿Alguien puede ayudarme a resolver el enigma?

**  Todavía en la primera visita genocida de Ricafort, las mujeres cangallinas habían mostrado su trapío verbal de guerrilleras de fuste que, no teniendo rejones ni sables, convirtieron las palabras en flechas que dolían hasta la duramadre. En carta de 11 de diciembre de 1820, que dirigió aquél al cura de Cangallo, Venancio García (el mismo que arrancó mascullando improperios de la puerta de la iglesia una orden de la autoridad civil relativa a frenar los excesos de la iglesia en el cobro de primicias), le decía: “A pesar de los justos motivos que había para castigar a las mujeres de esos partidos con la misma severidad que a los hombres, porque han seguido en todo su detestable conducta presentándose unidas a ellos en todas las reuniones que han formado  para insultar y provocar el fuego  de nuestra tropas, he tenido a bien , movido de los impulsos  de bondad que me son geniales, el poner en libertad y permitir se vuelvan a sus casas todas las del partido de Putica y Cangallo, que encontramos errantes en la marcha y fueron conducidas en calidad de prisioneras, para que en vista de este rasgo de mi benevolencia pueda Ud. estimular a esos feligreses a la más agradecida correspondencia” (Rubén Vargas Ugarte, “Historia General del Perú”, Tomo VI, 1971: 119). 

***  Repárese que en su Parte de Guerra, Ricafort había dedicado a los cangallinos la frase “infelices alucinados”.  Carratalá en su Manifiesto de Huamanga:  faccionarios de la supuesta independencia”, y en su Proclama de Soras, igualmente: faccionarios de la soñada independencia”; el sub-delegado Vellido desde Pantín: “en el día no respiran otra cosa, sino el de la independencia”: Para el buen entendedor y, por supuesto, para el buen historiador, son pruebas inequívocas, aunque indirectas, de la vocación explícita de los cangallinos por la independencia del Perú, en razón que filológicamente interpretada la palabra “faccionarios” que usa Carratalá dos veces, una supuesta y otra soñada, significa “realizada de hecho”, es una alusión a la jura cangallina de 7 de octubre de 1814.  La Real Academia de la lengua define “lo fáctico” como “fundamentado en hechos o limitado a ellos, en oposición a teórico o imaginario”. Apropósito el párrafo respectivo de la Proclama de Soras decía: “Es tiempo ya de que todos conozcan que los faccionarios de la soñada independencia son una reunión de hombres sin virtudes, sacados de la hez de la sociedad y que tratan sólo de locupletarse a expensas de las desgracias de los pueblos, haciendo un juguete de cuantos los escuchan. Es preciso desengañarse de un vez y procurar el exterminio de estos terribles enemigos de la verdadera felicidad del país ¡Y pensar que los españoles lucharon digna y valientemente contra los franceses por su independencia, pero cuando los morochucos luchamos por la nuestra nos endilgaron mil injurias, nos difamaron y hasta trataron de borrarnos del mapa! 

****  Sin embargo, es necesario tener en cuenta que el alias pudo haberse aplicado también aludiendo a una posible conducta traidora de quinta columnismo, es decir de agentes que aparentaban patriotismo, cuando en el fondo realizaban labores de espionaje o de informantes infiltrados por el enemigo por una paga sucia. Esta sospecha la formulamos en razón a que los apellidos de los citados individuos no son cañaris. Pero también pudo ser una alusión a reconocerlos como un “ramillete de traidores”, derivado del quechua “k´intu” que da origen a la canción del folklore ayacuchano “kuka kintucha” [ramilletito de hojas de coca enteras y limpias utilizado en los rituales de inicio del “chakchay o akuy” (masticar la coca para leer o  “adivinar la suerte”].

 

                                                                              Cangallo, 17 de diciembre de 2020.

viernes, 11 de diciembre de 2020

 

ODA A LA PLAZA DE CANGALLO PARA SER LEÍDA A LA HORA DEL ÁNGELUS.

        (Poema dedicado a los bienhechores de Cangallo: Máximo González y Pedro C. Cárdenas).

 

                                                                                     Max Aguirre Cárdenas

.

Oh, nuestra placita,

aquella en la que los pájaros nómadas detenían su vuelo

                                                         para trinar huaynitos de alegría,

aquella donde la historia columpiaba su hermosura

                               en el dosel de las jacarandas, ya no es la que fue.

Convertida desde hace años en morada de sajinos,

en botín hedonista de roedores que salen de cacería,

hiede ahora a sepultura vacía, a anilina negra de antifaces.

Está prohibido saludar a nuestros mártires envejecidos por el olvido,

honrar a nuestros héroes que reclaman el bullicio de los niños;

prohibido el ingreso fraterno de calesas y labriegos,

aspirar el aroma de los azafranes, 

y hasta contemplar los celajes derramando sus óleos dorados en el Urpaywaqa.

Convertida hoy en una cárcel de herrumbre y agravios a nuestra historia

en laberinto de rejas escalofriantes

y cancerberos de yelmos azules y azotes,

quieren que se muera pétalo a pétalo,

pistilo tras pistilo,

árbol tras árbol,

los derriban como a orates que exhiben en sus axilas alergias de mal olor,

los trituran como a víboras espeluznantes de colmillos;

quieren hacer de ella un museo de hachas y torpedos,

una gruta de cobras y mastines de humor negro,

quieren que su grandeza pretérita se publique en las gacetas del olvido

que su nombre se pudra en los anales del Apocalipsis.

Canturreando sus enemigos en danzas corales de urogallos,

al son de cascabeles y quenas fantasmales,

o tejiendo soberbios los calcetines de sus juglares,

balbucean sus profecías en voz baja al oído de los ruiseñores:

 

Si muere la plaza,

amortajada por su séquito de cipreses cetrinos,

sin huellas de sangre ni linfa andina en sus raíces,

sin la ternura de sus niños (que no tienen siquiera

un columpio donde mecer su infancia,

un hogar donde polinizar el perfume de los rosales,

un lugar donde dar el biberón a los sueños),

sucumbirá también Cangallo;

cerrará finalmente sus párpados como codorniz dormida,

decapitada sin sollozos ni tambores,

sin que nadie reclame sus cenizas o esculpa un epitafio,

sin que nadie cargue su féretro ahíto de parásitos y naftalina.

Y allende, morirán también sus matorrales de tunales y hierbaluisas,

y también sus fanales de luz ámbar en sus calles.


Pero entonces:

¿Qué el hechizo de sus atardeceres y sus barnices de clavel?

¿Qué el recuerdo de los valientes que juraron vengar a la Patria,

armados tan solamente con sables de coraje,

huaracas plurales y pocillos de sudor?

¿Qué los centauros de barba luenga y ojos celtíberos

cabalgando caballitos de pelambre gótica y ancas de guitarra andaluza? 

¿Qué sus flemas sanguíneas escupidas en charangos de dolor?

¿Qué sus guerreros de labios rotos por los puñetes de la ingratitud?                                                                     

Ellos eran otra especie de arcángeles,

hombres con sueños de diamante y cigotos de Patria consagrada,

hijos de una Pachamama fertilizada por los relámpagos. 

¡Ah, cómo se conmueve mi alma con la rauda electricidad

de un poema crucificado boca abajo!

¡cómo los musgos y serpentinas alfombran mi tristeza!

¡cómo las linternas de Dios encienden sus luces de topacio 

en mis ventrículos para consolarme!

                                                                                                     

Nuestra placita,

enrejada ahora como una pocilga de cerdos agiotistas,

luciendo las deyecciones de Sendero agonizante

(envueltas en bandera alba en la retaguardia de nuestros héroes,

ladrando en placa mentirosa una oda que apuñala en bronce

los nombres de dos estudiantes muertos,

y cuadras abajo:

el mote pedagógico de un profe de pergaminos de luto y cantina).

La han extirpado sin anestesia sus lirios y poincianas,

y la han convertido en un circo nocturnal donde fríos novenantes 

-golosos de jolgorios, cañazo y pirotecnia−

han hecho de ella una sucursal de cántabro lupanar,

de homilías silvestres y cristianos delirantes;

no les importa que los bombazos pútridos de azufre,

revienten a patadas los oídos de niños y lebreles,

que en los tímpanos de los ancianos dinamiten horrores,

que se incineren entre vagos quejidos

los viejos cipreses tallados con ternura,

o que el párroco esté pignorando sus primicias a un huamani usurero,

o confesando gnomos y santos patrones de gas grisú.

 

Era el invierno andino de 27 de marzo de 1822.

Don José de San Martín y el Marqués de Torre Tagle

habían deseado reconstruirla piedra a piedra,

remendando sus heridas inefables con agujas de fe,

soleando milagros tarde tras tarde,

para hacer de ella un templo donde navegue el tiempo adormilado en la brisa

donde una patria de túnica y bandera albo-azul cielo

respire el ozono puro de sus jacarandas.

Cangallo había sido molida a palos por Ricafort en diciembre de 1820

y también por el cruel Carratalá en diciembre de 1821,

pisada por sus corceles obscenos,

achicharrada en sus peroles de odio

y destripada a dentelladas con la ferocidad de mil hienas;

para luego ser arrugada de surcos por bueyes aleves

y sembrada de sal ácida su suelo.

Muchos años después,

los vientos seguían haciendo redondelas de polvo,

talqueando con fumarolas de ceniza al viejo pueblo,

todavía la luna llena y los ángeles pasaban santiguando sus infortunios, 

aun las primaveras dejaban sus honras florales de vez en cuando, 

pero la humilde placita, 

ajada como una mariposa de alas rotas y pintura rupestre, 

se  resistía a morir asida a las enredaderas

aseando de amor sus campanarios.                                                                                                                            

El Santo de la Espada,

de sustancias palentino-guaraníes,

el San Martín glorioso de Yapeyú (“el lugar donde sopla el viento”),

imaginando a Cangallo como a canoa de luz sobre el Pampas,

igual que su Yapeyú sobre el Guaviraví,

conmovido desde su butaca de dolor, quiso más:

Rogó a los peruanos erigir en ella un Monumento a La Libertad

para que los niños se detuvieran a nutrirse del pan de la patria,

a deletrear mojados en leche las gacetas de la gloria,

a cantar bulliciosos ofertorios de amor al viejo Auqui,

brindar sus brebajes de besos a la  frágil María Parado,

y al tayta Cáceres: harawis y pastorales.

Pero los filisteos del Pampas y el Rímac,

curtidos de  idolatría y sordera,

jamás obedecieron al Libertador,

jamás alfabetizaron sus piojos exantemáticos para entender su significado, 

y el monumento nunca fue labrado.

Tal ruego,

bordado en los testamentos de la historia

y grabado en las antologías del llanto,

no ha podido ser borrado de los pizarrones del tiempo por los reptiles de la traición

                                                          

Y aunque el Bicentenario será nuevamente para nuestra heroica tierra

sólo una ceremonia notarial del silencio, 

silencio que fedatará la astucia de los parásitos del Pampas

y sea, una vez más, 

sólo una fiesta de urinario en el serpentario de Asnaqhuayqo,

¡Cangallo no morirá!,

aunque duela saber que su placita seguirá siendo el rodeo

donde prosiga la doma de cuatreros para el próximo asalto,

el espacio donde la ingratitud y los ogros venéreos gangrenen su futuro

¡Pero ella no morirá!,

aunque sus enemigos la hagan escanciar sus copas de liendres y cicuta,

aunque la rellenen de mastines ahítos de hidrofobia,

o los tifus adoquinen de cadáveres sus crepúsculos.

Podrán amordazarla con trapos urticantes,

trozarla con vuestros colmillos más feroces,

molerla como a detritus de campanas y laureles,

rendirla de mil estocadas en el epigastrio,

calmar su sed con hierro fundido y

aplastarla con vuestras pezuñas hasta reventarla,

¡pero no morirá!.

Más aún: podrán clavarla cien puñales en el miocardio,

abuchearla de arcabuces y naufragios,

inocularla en sus fibras sangre infectada de locos hematíes,

ocluir sus ventrículos con flora fétida de marsupiales,

y hasta pinchar en vuestros aquelarres la dermis de su alma

con pedernales incandescentes,

¡pero Cangallo no morirá! …

¡Ella es inmortal! ¿no lo sabían?.

 

                                                   Cangallo, 7 de octubre de 2018.