jueves, 17 de octubre de 2019

 LOS PRIMEROS HÉROES HUAMANGUINOS DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ. LOS HERMANOS MUNÁRRIZ         ...

                                                             
 (Ofrenda espiritual dedicada a la provincia de Cangallo por su Día Jubilar del 7 de octubre).


INTRODUCCIÓN.-
El haber decidido incorporarme a la misión de investigar el pasado de la provincia de Cangallo hace poco más de una década, me ha permitido formarme la convicción de que si no se construye una historiografía consistente de los hechos, sin caer en la erudición estéril ni ser prisionero resignado de paradigmas epistemológicos ni metodológicos, pero sí ser permanentemente crítico, estaremos condenados a construir una hermenéutica histórica también falaz o poco verosímil que –como diría Karl Popper− puede ser falsada, o sea ser reducida al absurdo. Si una narrativa histórica es inconsistente, entonces puede obtenerse cualesquiera conclusiones. Peor aún: Si las proposiciones básicas (piedras angulares de un discurso histórico) aun cuando guarden consistencia con el conjunto, no son probadas material o lógicamente, aquél se convierte en retórica hueca, en un ejercicio de prestidigitación intelectual que causa placer a los historiadores mitómanos, pero destinado a desconfigurar a la ciencia madre haciéndola finalmente poco o nada confiable, convirtiéndola en literatura divagante o en una nociva novela policial. Por ello es que me he impuesto la regla heurística de estar constantemente revisando mi arsenal de fuentes y conclusiones historiográficas y evaluando críticamente todo lo que pueda implicar una contraprueba, o al revés, una prueba ya sea directa o indirecta, primaria o secundaria, documental o material, y cotejarla –si el caso amerita− con los discursos de la tradición oral, mas si un hallazgo documental es un regalo del azar y fruto de la economía de la escasez, bajo el presupuesto de que es indispensable creer en aquella verdad que indica de que el hecho de no exhibir un documento probatorio no significa que no haya ocurrido un acontecimiento, ya que también la razón puede otorgar la garantía de su verdad. Creer que los hechos históricos son únicamente consecuencias mecánicas de causales o premisas económicas, de estilos de producción de bienes, de alternancias demográficas (es decir, creer con mentalidad ideológica sectaria que las estructuras materiales determinan el ser de las superestructuras mentales y/o culturales), y lo que es peor: sin tener en cuenta que estas premisas son generalmente –como en el caso de Cangallo− escasas, fragmentarias o mal registradas, es condenar a su historia a ser una divagación artesanal que no sirve para nada, ni siquiera para una lectura catártica ni de pasatiempo. La consecuencia inmediata: ¡Nadie quiere leer dichas construcciones históricas!, excepto algunos “superespecialistas” que sobornan a su paciencia para escuchar las carcajadas de los gnomos, o sensualizar sus horas de ocio para onanizarse con los discursos que provocan aburrimiento. Mientras tanto, otras ramas del saber científico están distanciándose cada vez más lejos, convirtiéndose en forjadores potenciales del progreso humano con las tecnologías que generan y se retroalimentan. La convicción ideal de que la ciencia persigue solamente a la verdad sin pensar en objetivos extrateóricos, en la que antes creía a pie juntillas cuando cultivaba la lógica matemática y la epistemología pura es, en la práctica social, un mito. Pero desde que he incursionado en los dominios de la Sociología del Conocimiento o del saber, después de haber leído a Marx, Scheler, Popper, Foucault, a los filósofos neokantianos de Baden, Habermas, Lyotard y otros, he afinado mis convicciones epistemológicas haciéndolas menos dogmáticas y más dúctiles, sobre todo ensayando lecturas históricas de acervos culturales diferentes, construyendo discursos o produciendo conocimientos históricos. La tarea de la conquista de las verdades científicas es infinita, luego hay necesidad de hacer elecciones prácticas, gestionar velocidades y tiempos, determinar nuestras debilidades y fortalezas cognoscitivas, todas conducentes a mejorar al hombre liberándolo de sus miserias, miseria como el ser visto como un medio y no como un fin. En historia (poniendo entre paréntesis lo indispensable de la vida económica de los pueblos que nos ayude a comprender su conducta social y su cultura), es más gratificante para mi espíritu, investigar su organización social, cómo nuestros pueblos concibieron su mundo y respondieron a sus retos, cómo resolvieron sus problemas existenciales de búsqueda de su identidad social y de su libertad, la creatividad de su vida cotidiana, que entretenerme o devanarme los sesos en averiguar en decenas de páginas cómo la crisis de las bayetas nacionales y los tocuyos extranjeros fabricados en serie y traídos al mercado por el libre comercio implantado por los borbones fueron los causantes de nuestra independencia y replicarlo el mismo estereotipo metodológico en otros casos y en otros escenarios geográficos; es decir aplicando el viejo paradigma causal que el cerebro social nos impone al habernos nutrido nuestra instrucción con él: las condiciones materiales de orden económico son las causantes de todo. Es mejor saber directamente cómo fuimos y cómo somos hoy, para emprender los reajustes o las revoluciones del caso; es mejor saber qué somos y por qué somos así, y a qué aspiramos como sociedad. La historia no puede ser un saber por el saber mismo, tiene que servir para algo. La historia no genera como las ciencias nomotéticas leyes y tecnología ¿o si? ¿tecnologías del comportamiento humano en alianza estratégica y sinérgica con la sociología y la psicología? ¿Podemos pensar entonces en la posibilidad de hacer una historia experimental y/o una ingeniería de la historia para estar a tono con las ciencias nomotéticas y hacer posible el ideal de una futurología científica? ¿Podremos formar historiadores-arquitectos que diseñen el futuro inmediato, incluso gestando a voluntad estructuras, coyunturas y ciclos, o somos solamente, como las arañas, repetidores en el tiempo de modelos de telarañas de conducta social idénticas en sus armazones internos con elementos que se implican entre sí, organizados mecánicamente por una suerte de instinto constructor del que no nos damos cuenta, y atribuimos ese no darnos cuenta a la acción del azar? Dejemos el debate, que no es nada nuevo, para otro momento.

El estudio de la familia Munárriz: honorable, hacendada, pudiente, de clase social probablemente alta, esclavista, de miembros cohesionados, que renunció a todo y se puso al servicio de la libertad de la patria, puede ser un caso ilustrativo de lo que hemos querido decir inicialmente y de lo que oculta el hombre debajo de su piel de mero homo economicus, aunque es sensato admitir que el redireccionamiento de la conducta social de los Munárriz fue facilitado por la coyuntura de crisis multifactorial de la monarquía española de predominio político y económico, y también por los conatos de crisis multiformes de la región ayacuchana (de predominio económico) y la región cuzqueña (fundamentalmente de orden político), que se retroalimentaron entre si. Algo parecido sucedió con los hermanos Viscardo y Guzmán, con los Tupaq Amaru, con los Angulo, los Paillardelle, e individualmente con García Pumaqawa. Pero no olvidemos que la misma coyuntura facilitó que apareciese en Huamanga una onda de delincuencia inicial en algunos estratos sociales empobrecidos al extremo y que la corrupción se acentuara como en los casos de algunos curas de Canaria, Chuschi, Huambalpa, Puquio y Quinua, que con sus negras perfomances sociales, condicionaron la aparición de los primeros conatos de violencia que sirvieron como fermentos que desataron el ciclo independentista huamanguino, cuya expresión más letal fue la Revolución de los Morochucos. Y debemos sumar a éstos el tráfico ideológico procedente desde los pagos argentinos, alto peruanos y limeños, principalmente de Castelli (graduado en Chuquisaca) y Belgrano (graduado en Salamanca) y muchos alguien que siempre pasan desapercibidos en los análisis, como Napoleón Bonaparte, que conscientes de la coyuntura óptima que ellos ayudaron a configurar, sembraron en Hispanoamérica emisarios secretos para apurar políticamente la necesidad de su independencia, lo que no quiere decir –como algunos sostienen− que la independencia del Perú fue impuesta desde Europa. Nuestra lectura es que la independencia siempre fue querida y buscada en el Perú desde el momento mismo del asalto ibérico al Tahuantinsuyo, pero que sólo se consiguió cuando se dio la coyuntura favorable y la aprovechamos exitosamente con la ayudilla del azar. Y en este sentido la Revolución de 1814, de raigambre nacionalista, también estuvo a punto de conseguirla, pero el azar no estuvo de nuestro lado por culpa de nosotros mismos, pues luchamos contra nosotros mismos. La Revolución de los Morochucos fue el fermento nacionalista que ayudó en la estratégica región ayacuchana a mantener vivo el rescoldo de la libertad inflamada sucesivamente desde Tupaq Amaru por Juan Santos Atahuallpa, Zela, los hermanos Paillardelle, Aguilar y Ubalde, Crespo y Castillo, los Angulo, etc. hasta lograr la derrota de esos otros mismos peruanos, simbolizados en Huamanga por los iquichanos, y en la batalla final de Ayacucho por los cuzqueños que luchaban por el Rey ultramarino que jamás habían visto; es verdad, con la auto-ayuda de los hermanos chilenos, argentinos y gran-colombianos. Y creemos que nuestro drama sigue siendo el mismo pese a haber conseguido nuestra liberación parcial. La liberación total, que no implica autarquismo ni renuncia a la sociedad global, será conseguida solamente cuando derrotemos en los campos de batalla culturales a los propios peruanos que sostienen internamente el poder del enemigo que ahora ya no es España, sino un invisible poder fáctico (primogénito del capital internacional y sus sacerdotes peruanos) que mantienen en orden lógico: la pésima distribución del poder (léase mala democracia), la injusta distribución de la riqueza nacional, la extrema pobreza, la pésima calidad educativa, la corrupción blindada y la inseguridad ciudadana crónica.

LA INDEPENDENCIA DE CANGALLO Y LOS MUNÁRRIZ

Así como el ciclo independentista cuzqueño tuvo como sus protagonistas mayores a la familia de los Tupaq Amaru y a la de los hermanos Angulo, del mismo modo el ciclo huamanguino tuvo sus mejores actores en la familia Auqui y en la de los Munárriz, y seguramente también en la familia mártir de los Berrocal de la que diremos algo en próximo trabajo. Sin falsa modestia podemos afirmar que la investigación histórica que hemos emprendido ha des-cubierto que no solamente la provincia de Cangallo fue la cuna de héroes (el mariscal Andrés Avelino Cáceres, Basilio Auqui Huaytalla, María Parado de Bellido, Buenaventura Qalamaqui y probablemente otros más), sino también la provincia de Huamanga que se creía desierta en prohombres, explicada por el predominio desalentador de su poderosa élite hacendaria y comercial pro-monarquista y también sectores populares de clase media fidelistas, habitualmente partidarios del statu quo y protegidos por una equipada milicia estatal represora. Nos referimos a Valentín Munárriz y José Mariano Alvarado, los que liderando a los estudiantes de la Universidad de San Cristóbal, y coordinando con los líderes morochucos donde destacaba Basilio Auqui, juraron por primera vez la independencia del Perú y Latinoamérica en el pueblo de San Pedro de Cangallo, poco más tarde capital de la Heroica Provincia de Santa Rosa de Cangallo, y prosiguieron, en lucha sostenida, hasta la gran batalla de Ayacucho y la derrota final de los fidelistas iquichanos.
Si Cuzco tuvo un obispo paucartambino como José Pérez de Armendáriz que apoyó abiertamente la causa patriota de la revolución cuzqueña de 1814, también Huamanga lo tuvo en un miembro de la familia Munárriz, que cumplió similar función. Nos referimos al presbítero José María Munárriz. En esta oportunidad, dado el espacio, solamente nos referiremos a historiar el papel de la familia Munárriz en el logro de nuestra independencia, haciendo hincapié en el papel de José María Munárriz, pues lo correspondiente al protagonismo de Valentín Munárriz lo hemos hecho ya con bastante holgura en uno de mis libros y también en mi blog “En busca del tiempo perdido”. El papel de José Mariano Alvarado que ha sido estudiado por nosotros en dosis pequeñas, todavía forma parte –igual que el de Basilio Auqui− de nuestro proyecto de investigación programado para algunos años más. Espero que con nuestra estada en algunos archivos hispanos, nuestras oraciones a la diosa fortuna y el llamado que formulo a los investigadores huamanguinos a la contribución solidaria multidisciplinaria, pueda superar algunas dificultades heurísticas. Abrigo la esperanza de que arribemos a las celebraciones de los bicentenarios de la Independencia del Perú y de la Batalla de Ayacucho, con algunas novedades historiográficas más que sirvan como materia prima modesta de las investigaciones que emprendan las nuevas generaciones de historiadores. No está demás reiterar que el tiempo elegido por nosotros metodológicamente para difundir la historia de Cangallo consiste en el examen de cortos períodos de tiempo, incluidos en el tiempo braudeliano más largo que comprende el ciclo independentista huamanguino en su totalidad. Este examen no siempre sigue el paradigma economicista y sociologista de la mayor parte de trabajos que se vienen haciendo, no porque neguemos su valor metodológico, sino porque se obligan a manejar como premisas descripciones con poco valor veritativo derivado de la generalización arbitraria de datos económicos y demográficos pertenecientes a un período corto, o a un elemento del conjunto, o a una porción del archipiélago cognoscitivo, salvo los análisis de coyunturas para el caso ayacuchano que han hecho conocidos investigadores como Husson, Igue, Méndez, Salas y algunos historiadores locales como Urrutia, Pereyra, Rojas, Quichua y otros no evocados por la pereza de mi memoria declinante. Y de aquí las conclusiones antagónicas o de una diversidad extrema, que a veces nos hacen sentir de que hemos sido víctimas de un fiasco, más cuando son estudios que manejan para el mismo tema las mismas premisas y la misma metodología. Lo nuestro, lo confesamos, no aspira sino a servir como una narrativa de reflexión dirigida al lector mayoritario, más motivadora del debate popular que un dixit magisterial, dejando los análisis más técnicos a los pontífices de la Academia y a sus lectores ultraespecializados.
Decíamos que habíamos avanzado ya bastante en la explicación del papel que le cupo cumplir al protagonista fundamental de la jura cangallina. Nos referimos a Valentín Munárriz Molina, estimado como un héroe por los mismos Bolívar y Pardo de Zela, sustrayéndolo de su entorno familiar igualmente valioso por su élan patriótico sin ambages. ¿Qué podemos decir de la familia Munárriz y otros de sus miembros epónimos como José María Munárriz Molina?
Hasta donde hemos averiguado, los Munarriz (que es así como aparecen en las comunicaciones oficiales del virrey La Serna: con “z” final y sin la tilde grave o llana en la penúltima sílaba), tuvieron un interés religioso acendrado que hizo que por lo menos tres de los miembros más destacados del matrimonio Munárriz Molina eligiesen la profesión religiosa, empero sin ejercerlos a dedicación exclusiva. No sabemos si estas elecciones profesionales se debieron a una acendrada vocación o porque era la estimada social y económicamente. Lo cierto es que la profesión cívica libertaria los atrapó espiritualmente a través de su formación recibida en la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, y prefirieron renunciar a su vida acomodada de familia de suficientes recursos materiales y dedicarse a la lucha sostenida por la independencia nacional. Lo hicieron los hermanos José María, probablemente el primogénito de la pareja matrimonial, Valentín Munárriz que fue seguramente el segundogénito; un tercero llamado Pedro Mariano Munárriz y un cuarto llamado José Mariano Munárriz, este último, seguramente también hijo o al menos sobrino de la pareja primordial Munárriz-Molina, y también presbítero de profesión. Pero la vocación cívica independentista también la exhibieron algunos sobrinos de Valentín como Evaristo Munárriz y Mariano Munárriz (¿Pedro Mariano o José Mariano?; todavía no lo sabemos): Evaristo que murió fusilado por los españoles por orden de Aguilera en una batalla contra los iquichanos y Mariano que murió asesinado también por los iquichanos. Es muy probable que el famoso negociador de los morochucos, que se reunió en Soras con Carratalá cuando éste retornaba del Sur quemando pueblos y ya había anunciado hacerlo desaparecer a Cangallo del catálogo de los pueblos, fuese también un miembro del clan familiar de los Munárriz, si no un hermano o primo de los nombrados. El que lo menciona; José Ruiz Fowler en su popular libro “Monografía Histórico-Biográfica del Departamento de Ayacucho”, no lo precisa. Este Antonio Munárriz estuvo presente también en muchas de las correrías guerreras de los morochucos por la altipampa y coordinando en otras con el gran Cayetano Quiróz ¿Presencia facilitada por la cercanía de las propiedades hacendarias de Valentín en Chiara y Chupas: Ataquiswar y Mutuy?.
Conocida es la residencia permanente de los Munárriz en la ciudad de Huamanga, alternada con estadas en las propiedades antes dicha y otras de Chiara, hechos que sumados a los mandatos de la época para ser curas, nos hacen deducir que los Munárriz fueron de clase criolla o mestiza alta o quizás, por lo menos, el padre genitor. Sobre su madre no tenemos noticias excepto su nombre estampado en la partida de bautismo de Valentín que hemos hallado en el Sagrario huamanguino. Es posible que una buena parte del barrio de Santa Rosa o la contigua Munaypata de la Huamanga de finales del siglo XVIII y comienzo del XIX haya sido propiedad de los Munárriz. Valentín vivía –como ya lo hemos revelado en un trabajo anterior− en la manzana 5°, cuartel 8° de la Buena Muerte del barrio de Santa Rosa (hoy Pampacalle); mientras que el presbítero José María Munárriz vivía en una casona ubicada entre la pileta de la Merced y la Glorieta. Hasta hace unas siete u ocho décadas, la Glorieta era una propiedad urbana poblada de eucaliptos, cipreses y frutales, más una quinta cómoda en el lado oeste de la propiedad. Por el Este colindaba con el puente colonial de San Sebastián y una calleja empedrada llamada hoy Glorieta que conducía al famoso Pericowayqo (hogar de los gentiles según la tradición vigente todavía por los años 50 del siglo pasado); y por el Norte con Munaypata y la calle de acceso al barrio de La Amargura. Por el Sur colindaba con el riachuelo de La Tenería y la vaquería y alfalfar de un tal Sr. Lindo; y por el Oeste con la capilla de San Agustín, en Pampacalle, donde se venera al Señor de la Parra. La Glorieta constituía uno de los pulmones de la Huamanga colonial y republicana, pero desatendido por sus propietarios, al extremo de que se convirtió en un echadero de basura de la zona sur-este de la ciudad de Ayacucho. No sabemos todavía si esta propiedad que estuvo abandonada muchísimo tiempo llegó a pertenecer a alguno de los Munárriz o fue siempre, como presumo, del aristócrata Gaspar Carrillo de Albornoz, marqués de Valdelirios (Ver “Planta de la Ciudad de Guamanga”. PARES: AGI).
Nos interesa ahora hablar algo de la vida de José María Munárriz
Presuntamente, hermano mayor de Valentín. Si éste se incorporó −siendo todavía recién egresado de la universidad cristobalina− a la expedición de los revolucionarios cuzqueños encabezados por el santafecino Mariano Hurtado de Mendoza, Mariano Angulo y el cura José Gabriel Béjar, en Andahuaylas y cuando tenía apenas 25 años, se colige que José María, que era ya presbítero graduado en la misma universidad o después de haber estudiado en el Real Seminario y Colegio de San Carlos, tendría a lo sumo unos 30 años. Cuando Valentín, después de la jura de Cangallo se había refugiado en su escondite del curato de Tambo atendido por el presbítero Casimiro Servantes, amigo del licenciado y presbítero Pedro Mariano Munarriz, hermano de Valentín como hemos dicho. José María, igual que el obispo paucartambino José Pérez de Armendáriz, arzobispo del Cuzco, no se había comprometido públicamente con los cabecillas de revolucionarios de 1814. Es célebre el patriotismo nacionalista del obispo Pérez que hasta puso en juego su alto cargo eclesiástico y de quien se dice que apoyó tanto a los revolucionarios de 1814 que hasta habría expresado algo como: “Si Dios puso una mano por las otras cosas buenas, por la revolución del Cuzco puso las dos manos”. José María Munárriz, fue también como el octogenario prelado del Cuzco un revolucionario profundamente discreto en su actuar público, pero que estaba al tanto de las andanzas de sus hermanos; sobre todo de las de Valentín que se había incorporado con entusiasmo a las filas revolucionarias de los cuzqueños,recibiendo el despacho de Teniente de Infantería firmado por José Angulo y seguramente participando en la batalla de Huanta, y, lo que es más importante, sirvió de nexo entre San Martín y los revolucionarios huamanguinos, quizás más valioso que el nexo entre San Martín y los morochucos que fue cumplida por Juan de Alarcón y Juan Boza. Esta importancia se explicita por el hecho de que al abandonar Lima y pasar el virrey La Serna por Ayacucho con destino a la ciudad del Cuzco, a la que convirtió en la capital efímera del virreinato por invitación de la Audiencia del Cuzco, ordenó la captura de José María, en ese momento capellán del coro de la catedral de Huamanga, para responder ante su autoridad en torno a los cargos de subversión que anónimos enemigos suyos denunciaron a él mismo. En efecto, el virrey había recibido acusaciones de algunos huamanguinos comunicándole las sospechas que se tenían acerca de él, sobre todo cuando llegó a Huamanga el general Álvarez de Arenales. Cuando los esbirros del virrey se dedicaron a cumplir la orden constataron que el presbítero se había enterado de la orden y puesto los pies en polvorosa esa misma noche con destino a la ciudad de Ica. Pero al parecer, la fuga a Ica donde encontraría protección de San Martín, fue un fiasco debido a que inmediatamente se ordenó su persecución; o también pudo ser una estratagema de José María, pues, días después, fue capturado en Huancavelica y remitido a Huamanga por el Jefe Político, junto con otros prisioneros. Su propia convicción revolucionaria e ideológica que se enriqueció al haber sostenido encuentros memorables con el Libertador San Martín en sus campamentos del norte de Lima, probablemente hizo que apurase la libertad que concedió a su esclava Alfonsa, una negra criolla; y al año siguiente vendiese a través de su hermano Valentín, (en ese momento teniente de milicias de Huamanga), a otra negra criolla, esclava suya, llamada María, en 432 pesos.
¿Qué había sucedido con Munárriz después de su captura en Huancavelica? Pues, Herboso lo había remitido al Cuzco para que el virrey decida su suerte. Ignoramos los pormenores del proceso conducido personalmente por el virrey. Solamente sabemos que fue remitido preso a la cárcel frígida de Oruro y más tarde a la cárcel de Potosí y probablemente de nuevo a Oruro. El lector adivinará los sufrimientos del religioso revolucionario derivados de negar sus delitos de subversión, los cambios violentos de cárceles y las incomodidades derivadas de su fuga y captura, sin los recursos personales y sin ninguna asistencia.
José María intentó a través de varios recursos obtener su libertad. El virrey, obligado por la falta de pruebas para acusarlo, buscaba el medio legal para condenarlo a las penas que se aplicaban por el delito de lesa majestad: la pena de muerte y la confiscación de todos sus bienes para rematarlos. Es entonces que recibe un recurso del acusado desde Potosí pidiendo el testimonio de “personas condecoradas para que patenticen su inocencia”, y entonces opta por ordenar a que el jefe político y militar de Huamanga (intendente interino en la práctica), Gabriel Herboso, reúna las pruebas del caso sobre la conducta asumida por Munárriz en la revolución (que no podía ser sino la revolución de la independencia que, en el caso de Huamanga representaba la revolución de los morochucos)
La orden dada el 6 de junio de 1823 por el virrey La Serna a Herboso al enterarse de la captura de Munárriz, decía: “
Por lo que respecta al presbítero D. José María Munarriz dispondrá VS. se haga una información sumaria sobre su conducta desde el principio de la rebolucion hasta la presente, la cual me la pasará con su informe respectivo espresandome los motivos por los que a mi transito por esa ciudad demandé prenderlo lo que no tubo efecto por haber fugado a Ica” (BNP Mss. N 13. Las negritas y el subrayado son nuestros).
Herboso, que en ese momento se hallaba enfermo, encomendó la tarea de cumplir la orden del virrey al Teniente Coronel José Vello. Para el efecto, este militar convocó para el 13 de junio de 1823 a los personajes más destacados del medio como Pedro Zorraquín (Ministro Valanzario de las Cajas Nacionales de Huamanga); Juan de Dios Muñoz (Teniente de Milicias y Regidor del Ayuntamiento Constitucional), Jacinto Infanzón (Teniente retirado de caballería y vecino notable de Huamanga), don José Paredes (oficial mayor interino de las Cajas Nacionales), y finalmente a Francisco Fuentes (capitán retirado de las milicias de Andahuaylas y vecino notable de Huamanga). Todos testimoniaron que José María Munárriz, desde el principio de la revolución hasta la fecha del testimonio, tuvo una buena conducta y nada tenían que decir contra él. Una semana después, el 20 de junio, Herboso en su condición de Jefe Político y Militar de la Provincia evacuaba el informe solicitado por el virrey.
La recepción del informe de Herboso por parte del virrey habría coincidido con el arribo a manos del virrey de una tercera solicitud de libertad pedida por Munárriz desde Potosí y donde planteaba su traslado al Cuzco o Huamanga; preferentemente a la segunda de las ciudades nombradas para probar que él nada tuvo que ver en la marcha de Arenales y que todo era un rumor difamatorio difundido por sus adversarios; pero además le decía que en caso de ser ciertas las acusaciones, él tendría el derecho de acogerse al indulto que el mismo virrey La Serna había decretado hace un año, o sea, en 1822.
Al verse el virrey acorralado por los argumentos lógicos de Munárriz, y contando ya con el informe de Herboso, no tuvo más alternativa que prestar oídos al dictamen de libertad del fiscal del crimen Sr. Mugica y firmó la orden de libertad del patriota huamanguino el 27 de abril de 1824 y lo remitió para su cumplimiento al gobernador de Oruro. La firma de libertad la estampó en su residencia de Yucay y casi ad portas de la batalla final de Ayacucho que selló la independencia del Perú.
Por supuesto que todas las funciones que ejerció José María Munárriz en la revolución independentista, no se revelaron en este sumario proceso ni eran conocidas por el virrey, pues, de saberlas es seguro que hubiera sido condenado a una prisión de larga data. Ahora sabemos que la principal fue el servir de nexo entre San Martín y los revolucionarios huamanguinos encabezados clandestinamente por sus hermanos, incluso desde antes de su arribo al Perú. Él se entrevistó reiteradas veces con El Libertador para discutir distintos asuntos relativos al proceso revolucionario y estuvo entre los hombres que le transmitió datos valiosos a fin de que planeara el desembarco y Álvarez de Arenales realizara su incursión a la sierra central del Perú, ambos exitosos. Una carta de San Martín al marqués de Torre Tagle lo revela en bloque:

“…este sugeto −escribe− es uno de los que há mantenido correspondencia conmigo, y ha trabajado incesantemente en comunicarme cuantas noticias me podrían dar una idea de aquellos lugares. Espero mi amigo me lo atienda con la mayor eficacia como si fuera yo mismo” (Archivo General de la Nación Argentina. “Corrrespondencia entre el general San Martín y Torre Tagle, 1820”).

Pero aparte de esta función valiosísima, Munárriz cumplió la labor de difusión ideológica en toda la zona huamanguina. La hizo junto con el cura vicario de Parinacochas, Melchor Cáceres, que estaba involucrado también en la empresa libertadora huamanguina, reforzando a las hechas por Juan de Alarcón y Juan Boza con quienes repartía profusamente pasquines independentistas. Alternativamente, también dirigió la labor del otro gran prócer huamanguino Julián Morales.
Son destacables también otras funciones cumplidas en la revolución: Fue nombrado por Torre Tagle como capellán de los Cívicos de Huamanga, donde hizo propaganda ideológica de la causa independentista (Ver AGN: O.L. 159-232). Finalmente, fue premiado con su nombramiento como prebendado de la catedral de Ayacucho, en 1825 (Ver "Gaceta del Gobierno de Lima" N° 19, tomo 8).
Un séquito de curas tuvieron entonces destacada labor en la revolución independentista huamanguina: los presbíteros de la familia Munárriz: José María, Valentín, Pedro Mariano, José Mariano, el parinacochano Melchor Cáceres, el cura de Cangallo Felipe Velasco, José Gabriel Béjar, Ángel Pacheco y otros más que seguiremos develando con un poco de suerte.

Fuentes:
⦁ Testamentos de Valentín Munárriz, registrados en las notarías de Mauricio Ochoa y Mariano Tueros. ARAy (Ver Índices de los respectivos libros).
⦁ “Sumaria información actuada de superior orden del excelentísimo Señor Virrey del Reyno, sobre la conducta del Presbítero Don José María Munarriz cometida por el Señor Coronel, Jefe Político y Militar de esta Provincia Don Gabriel Herboso, al Teniente Coronel y Sargento mayor de la Plaza Don José Vello”
⦁ “Los Esclavos negros en Ayacucho. Fuentes del siglo XIX”. Por Teresa Carrasco Cavero” (Rev. Historia y Cultura 2001, N° 24).
⦁ “Planta de la Ciudad de Huamanga”. s/f. CERES. AGI.
⦁ “AGNA Correspondencia entre el general San Martín y Torre Tagle- 1820”


Max Aguirre Cárdenas.
Lima, 6 de octubre de 2018.                                                                                   ...

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