EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
martes, 18 de septiembre
de 2018
LA
JURA DE LA INDEPENDENCIA DE CANGALLO: ¿MITO, TRADICIÓN INVENTADA, REALIDAD
HISTÓRICA INOBJETABLE?
Max
Aguirre Cárdenas
Existe una admonición atribuida,
creo injustamente, al Inca Garcilaso de la Vega, de haber dicho: “Cuzco,
madre de hijos ajenos y madrastra de sus propios hijos”. Ignoro dónde se
halla esta amonestación o cuándo y dónde lo expresó; pero si algún lector
tuviese la gentileza de ilustrarme le expreso anticipadamente
mis agradecimientos. Es probable –si él lo dijo− que haya sido un
impromptu a alguna desavenencia con sus paisanos de la época, pues es
verdad que, como todo mortal, tuvo gestos incompatibles con su amor al
Cuzco y sus incas manifestado en sus Comentarios Reales, y
cae también en comprensibles inconsistencias, al extremo
que una historiadora hispana desaconsejó utilizar la monumental
obra como fuente válida de los estudios históricos. Una de estas fue
presuntamente el no haber querido retornar a su tierra; otra fue el
haber soslayado la ayuda que le solicitó una rama de sus familiares para
hacer reconocer su genealogía real. Pero este es un tema debatible ad
infinitum.
Hago recuerdo de esta
presunta expresión garcilasiana, pues en un programa del canal del Estado
emitido hace pocos meses y antes a través de un libro compilado
por Scarlett O´Phelan titulado “La Junta de Gobierno del Cuzco”, el
historiador de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Ayacucho,
Nelson E. Pereyra Chávez, ha reiterado, suelto de huesos o quizás
escribiendo calamo currente, que la jura de la independencia
cangallina que inicialmente le había parecido un mito, ahora le parece
tratarse de una tradición inventada por los cangallinos para premunirse de
una identidad falsa y aprovecharse ilícitamente de las bondades que deben
acarrear las celebraciones del bicentenario de la independencia del Perú;
es decir, personificó a un ayacuchano dudando de una verdad confirmada por
muchos estudiosos, lo cual es bueno como método científico enaltecido
desde Descartes; pero, hacerlo gratuitamente de algo que hibernaba en la
memoria colectiva de la subregión cangallina, expuesto ahora por la
investigación científica más rigurosa para honra de la tierra ayacuchana,
sin formular sus razones ni refutarla documentalmente, es, por decir lo
mínimo, nada halagador, si no una injuria. Para aclarar mejor el entuerto,
transcribo la nota de pie de página de su trabajo “Los Campesinos de
Huamanga y la rebelión de 1814”.
“Refiere el historiador ayacuchano Max Aguirre −escribe− que
antes del encuentro de Matará un grupo de insurgentes, liderado por el
cura Valentín Munárriz y el criollo José Mariano Alvarado, se dirigió
al pueblo de Cangallo para jurar la independencia el 7 de octubre de 1814.
El citado autor muestra como prueba de sus afirmaciones el testimonio de
José Hipólito Herrera un capitán de caballería del Ejército republicano
que en 1862 publicó una compilación de documentos de la época de la independencia.
Sin embargo, Herrera no precisa los detalles y la misma coyuntura
histórica genera dudas sobre la veracidad del hecho. Parece tratarse
de una tradición inventada para construir una identidad republicana entre
los pobladores de la provincia de Cangallo, en el departamento
de Ayacucho,ahora que se acercan las celebraciones por el bicentenario de la
independencia (cf. http:griegomax.blogspot.com)”. (El subrayado es
mío).
Comprenderá el lector
que responder a cada afirmación del profesor sancristobalino me
demandaría una larga disquisición, desde la exposición de una teoría de la
prueba científica en historia llevada a sus extremos por el positivismo,
las bondades y las debilidades de la llamada “nueva historia peruana”, los
estereotipos ideológicos del quehacer histórico en nuestra patria, hasta
numerosos asuntos filosóficos y epistemológicos que comprometen a todas
las ciencias sociales y en especial a la investigación y al discurso
históricos. De tal modo que me referiré únicamente a la afirmación nuclear
del citado académico con una brevísima referencia al trabajo de Herrera y
–si tengo espacio− a otros temas que generan sus dudas como el asunto de
la coyuntura histórica que no la describe, pero que supongo se trate de
negar el escenario de crisis que algunos autores lo confirman.
No es
desconocida la sorda competencia en todos los campos entre huamanguinos
y huantinos que, a veces, ha terminado en diatribas y odios inmortales
como en el bochornoso caso del diputado por Huanta, Manuel Jesús Urbina
(conocido en sus épocas de estudiante en la Universidad del Cuzco como un
anarquista contestatario) contra el senador Pío Max Medina; o la
interesantísima polémica iniciada en la “Revista Andina” del Cuzco entre
la famosa descubridora de Caral, Ruth Shaydi, y su par el prestigioso
arqueólogo ayacuchano Luís Lumbreras, si mal no recuerdo, sobre si los
wari fueron únicamente un Estado regional o un auténtico imperio, y que
terminó abruptamente, creo que por falta de una dosis de tolerancia al
rival femenino que formulaba un nuevo modelo de explicación (la refutación
es usualmente una de las herramientas lógicas del progreso de la ciencia,
quizás la más importante). También me viene a la memoria el
debate frustrado que promovió Alfredo Alberdi (investigador huamanguino
especialista en Huamán Poma de Ayala, igual que Rolena Adorno) al criticar
con acritud al equipo de Jaime Urrutia y Enrique González Carré, todos
antropólogos cristobalinos, sobre los pocoras [poc-ras, según Garcilaso] y
la fundación de Huamanga. Lamentablemente no tengo a mano mi bitácora de
notas (pues estoy en Lima, la horrible, de Sebastián
Salazar Bondy, expectorando soledades y no en mi paraíso-fortín de
Cangallo), y por ello no reporto la crónica de otros debates históricos
que reflejaron no siempre una benevolente y civilizada confrontación, sino más bien un intercambio de flemas verdosas de intolerancia escupidas sotto voce al
rostro del rival. No pretendo presuntuosamente con esta
respuesta desplumar a nadie y comérmela crudo; no albergo en mi código
genómico el gen del canibalismo; sólo pretendo con humildad y
sindéresis poner los puntos sobre algunas íes con la esperanza de que la
hazaña cangallina sea leída mejor, con ecuanimidad, justicia y una pequeña
dosis de gratitud. El profesor Pereyra es un talentoso académico en
crecimiento y magnífico redactor científico, y dudo sinceramente que
su afirmación sobre Cangallo (e indirectamente contra el suscrito) sea
expresión de una misión subalterna destinada a frustrar un legítimo
reconocimiento al sacrificio de los cangallinos y sus morochucos, o
que sean las recidivas de una infección espiritual que en el pasado
esterilizó a iquichanos y morochucos que lucharon sin concesiones pisando
el rescoldo de la muerte, todo porque los primeros deseaban seguir siendo
vasallos de un rey ultramarino a quien ni siquiera conocían, pues
defenderlo devotamente implicaba mantener el statu quo económico que les
favorecía; y los segundos que deseaban fervientemente llenar sus pulmones
con el oxígeno grato de la libertad como lo habían hecho sus pares
indígenas desde el inicio del coloniaje, pero que entre finales del siglo
XVIII e inicios del siglo XIX, en una nueva coyuntura de crisis que los
hizo sentir más empobrecidos que nunca por causa de la extrema opresión generada por las medidas borbónicas, e
inquietados por el discurso liberador de los platenses y la difusión noticiaria de levantamientos y juntas de gobierno por toda Hispanoamérica, se encendió una
vez más la necesidad colectiva de liberarse (al menos esta es la
motivación fácilmente leíble del proceso que no ignora tampoco la herida latente dejada por la tragedia tupac-amarista, pues la chispa coyuntural o
quizás la chispa accidental que encendió nuevamente la pradera histórica
todavía yace relativamente inexplicada; se percibe también en las
dificultades del profesor Pereyra en identificarla, pues últimamente en dos trabajos suyos de títulos levemente diferentes pero que intentan dar respuesta al
mismo problema, las reduce a la convergencia de factores económicos y
políticos de contexturas increíblemente diferentes ¿Cuál de los dos
trabajos reporta la verdad? (Ver el citado libro de O´Phelan y la Rev. "Bicentenario" N° 2 de los cangallinos). Sin embargo, sorprenden las afirmaciones del
profesor Pereyra que parecen piedras dirigidas a romper gratuitamente los
cristales de la vecindad ayacuchana o petardos chinos destinados a
despertar viejos rencores que parecían extinguidos. Y aludo al símil
sinófilo, porque también en el Parlamento Nacional, el fujimorismo de ojos
rasgados y piel amarilla, representado por las inefables matronas de
la sinrazón: Martha Chávez y Luz Salgado, frustró hace cuatro años, con
argumentos onomatopéyicos cantados en abominable dúo, la aprobación del
proyecto de ley N° 1729/2012-CR presentado por el ex congresista José
Urquizo para declarar el 7 de octubre de cada año como el DÍA DE LA
PROVINCIA DE CANGALLO, consagrada preliminarmente por normas como
la Ordenanza Regional N° 023-211-GRA/CA de 6 de octubre de 2011 y por
la Ordenanza Municipal N° 013-211-MPC de 29 de junio de 2011. La justificación
de esta inocencia infantil, fue que en el proyecto no se había indicado si
dicho día debía ser o no feriado, por lo que debía retornar a la Comisión
de Educación, Cultura y Deportes, donde duerme el sueño de los justos
ahíto de vergüenza ajena. Así frustraron, procaz y malévolamente,
la celebración digna del Bicentenario de la jura cangallina en octubre de
2014. En el Perú se han aprobado sin dificultades hasta el día de los
emolienteros, del pisco sauer y del pollo a la brasa, entre otras
perplejidades bárbaras, pero cuando se trata de compartir pedagógicamente
el justo premio de la gloria cívica de haber luchado y contribuido a
lograr la independencia política del Perú, se escatima con celos gaseosos,
o los peticionarios son denostados con el escorbuto racista de la choledad
o la indianidad. Cuando se habla de los forjadores de la Independencia del
Perú, la vieja Gestapo intelectual y sus mercenarios secuestran la verdad,
la visten con sambenitos de estiércol, la silencian, la banalizan y la
remiten a las galeras de la antimemoria, olvidando adrede que
la independencia fue gestada y protagonizada en y por el Perú profundo, y
cuando no se es miembro de las “cooperativas o mutuales académicas de
elogios” en que consisten algunas instituciones del saber, quien pretenda
liberarla es condenado por hereje a la cadena perpetua y vigilado desde el
panóptico por los aduaneros de la ciencia histórica. El centralismo es el
decrépito agujero negro que fagocita toda iniciativa progresista que no
despierta las simpatías de sus temibles buldogs. Aúllan omnipotentes que
el Perú es Lima y Lima es el Perú. Lo risible del sainete es que no se dan
cuenta que la urbe metropolitana es ahora la hacienda de los
despectivamente llamados serranos.
Hasta hace
unas décadas se minimizaba la importancia de la Revolución del gran
Tupaq Amaru. Basta revisar para verificar esta opinión los primeros
manuales de Historia del Perú (los de Nemesio Vargas, Mariano Felipe Paz
Soldán, Luis Antonio Eguiguren, Sebastian Lorente, José María Valega y la
literatura primigenia dirigida al consumo estudiantil). Tupaq Amaru fue
catalogado como tantos un mero precursor de la independencia del Perú y no
como el forjador de un Perú posible, aun cuando todavía emanaba de su
proyecto político aromas incásicos. Tuvo que arribar no un intelectual de
la metrópoli, sino un militar provinciano para corregir el lente óptico de
nuestra herramienta de lectura histórica. Fue Juan Velasco Alvarado
que convirtió el movimiento indígena cuzqueño en ícono simbólico
e inspirador de su revolución. Bajo el lema indianófilo de “el patrón
no comerá más de tu pobreza”, modificó sustantivamente la estructura
de la propiedad de la tierra, vale decir los medios y las relaciones de
producción de la tierra; cambió las bases de la superestructura política,
educativa y cultural, y, finalmente –a través de conferencias, congresos
científicos, leyes, etc.-- invitó a leer de otro modo la historia del
Perú: de izquierda a derecha y no de derecha a izquierda. La ciencia de
Clío dejó parcialmente de ser groseramente hispanófila, limacéntrica,
trofeo manipulable de los vencedores, pesadamente detallista, y facilitó
incluso la difusión de nuevos enfoques epistemológicos y metodológicos.
Para mí, los logros adicionales más importante de estos cambios en la
historia nacional fue que el campesino sintiéndose de pronto propietario
de la tierra elevó su autoestima y se sintió dueño de un poder que al
principio le generó incertidumbre que, sumado a su carencia de instrucción
y medios tecnológicos complementarios, más la incapacidad de los marxistas
de café que no sabían qué hacer con la guitarra en la mano, generó la baja
sustantiva de la producción agropecuaria, la que desacreditó el proceso de
la revolución velasquista y preparó el caldo de cultivo para la traición de
Morales Bermúdez. Otro logro fue el “boom” de la búsqueda de la
identidad histórica auténtica de casi todos los pueblos como efecto
inmediato del incremento de su autoestima, afirmación que no significa que
antes no se hayan preocupado por satisfacer esta necesidad (lo demuestra
en el ámbito de Ayacucho la famosa revista “Huamanga”, la revista “Sierra”
en el Cuzco, y en la Lima colonial “El Mercurio Peruano”, para poner unos
ejemplos). Estos, o sea los pueblos, ya no se conformaban con narrar
oralmente sus mitos de origen, exhibir sus tradiciones o relatar sus
costumbres; deseaban una narración escrita suya que dé razón de sus
microcosmos, relatos que −aunque lejos de los enfoques y tecnicismos
sembrados por las distintas escuelas historiográficas o metahistóricas−
den razón del todo de su existencia social a través del tiempo o por lo
menos partes de él, diseñen con el pasado y el presente juntos
sus esperanzas e ilusiones. Se dieron cuenta que sus identidades no eran
una mera recomposición insular de un archipiélago vecinal, como una suerte
de mero rompecabezas; la identidad peruana asumía creadoramente todas las
identidades en una fusión sinérgica de lo preinca, inca, colonial y
republicana; empero en distintas proporciones como lo exigía cada región y
cada pueblo: eran al mismo tiempo peruanos por donde se les mire pero
diversos entre sí; ya no eran tahuantinsuyanos, ni mitmas ni criollos ni
súbditos de un monarca; eran indios, mestizos o negros iguales ante la
ley, ya no eran yanacones ni servidores de un patrón por lo menos
teóricamente. Y por esto se multiplicó por una decena o una veintena los
libritos históricos de consumo popular, muy diferentes a los exigidos por
los historiadores de la Academia que predicaban al aire una narrativa
hecha al amparo de nuevos paradigmas epistemológicos, pero que poquísimos
la leían. Estas historias populares que respondieron a la necesidad
predicha y no satisfecha por historiadores profesionales en el común de
las veces, surgieron espontáneamente –por lo menos para beneplácito mío−
como hongos comestibles, a diferencia de los otros que producía la
Academia que parecían tóxicos y cosechados sólo para el consumo de
privilegiados gastrónomos. Las hicieron con fervor y generalmente sin
intereses crematísticos, porque hasta hace poco el historiador nunca
había sido visto como un profesional que exigiese un salario o una
compensación económica por sus servicios. Y por eso fueron hechas
adventiciamente por los miembros ilustrados de lo que, prestándonos del ruso
un vocablo ad hoc, llamaríamos el estrato social de la “intelligentzia”
popular; fueron hechas por honor y por liderazgo, aunque haciendo a
fortiori apologías y por tales exigencias renunciando a la crítica,
generalmente ocultando lo feo y lo malo de sus pueblos, porque quien
asumía el reto, automáticamente era visto como un prohombre y su discurso
casi sacralizado. Por ello es que la casi totalidad de libritos de
historias locales o regionales fue hecha por maestros de
escuela, ingenieros, abogados, médicos, antropólogos, matemáticos y hasta
por simples ciudadanos sin “cartón”, al mismo tiempo que estimuló la
disminución del analfabetismo como efecto retroalimentador o feed back.
Ello no había sucedido en el coloniaje ni en las primeras décadas de la
República, ya que esta misión con timbre político sólo la emprendían los
cronistas autorizados del reino y los frailes de convento asimismo
autorizados expresamente con el sello de los vencedores (estos constituían
la Academia). Por supuesto, este fenómeno social no se verificó ni se
verificará en las ciencias naturales o nomográficas que buscan
leyes universales, por tener éstas una naturaleza totalmente distinta a
las ciencias idiográficas que se interesan por las
singularidades como los hechos históricos, pero con arreglo a la lógica
que le otorga a su discurso la garantía de verdad, como
señalaba Guillermo Windelband, notable pensador de la escuela neokantiana
de Baden preocupada por fundamentar filosóficamente las ciencias de la
cultura. Yo me sentí muy apenado, como si me hubiesen descalcificado el
espíritu, cuando me enteré a través de la radio que, en una reunión
reciente de historiadores profesionales, alguien propuso que los trabajos
de historia debían ser hechos solamente por miembros del gremio y que se
presentase un proyecto de ley en ese sentido; algo similar a la ley
que obliga que las prospecciones arqueológicas en lugares que despiertan
sospechas de haber sido sedes de actividad cultural, deben ser
necesariamente dirigidos por profesionales colegiados del ramo. Faltó poco
para penalizar a los historiadores de vocación que carecían de un título y
se atreviesen a escribir algo sobre el pasado de sus alma-mater, a los
émulos provinciales y/o distritales de los grandes historiadores sin
diploma universitario específico, como Basadre, Vargas, Valega, Pons Muzo,
Mariátegui, Riva Agúero, Carlos Wiesse, el chileno Vicuña Mackenna y el
séquito de intelectuales que citamos páginas antes y otros que se han
dormido embriagados en mi memoria.
¿Cuáles son los
documentos que prueban que en el pueblo de Cangallo se realizó la jura de la
independencia del Perú antes del 28 de julio de 1821 como una decena
de pueblos más; y no únicamente cualquier jura, si no que fue la primera
realizada en el Perú, primacía que le otorgó un plusvalor hasta
transmutarse en una idea-fuerza de las acciones liberadoras de la región
como la realizada en Lampa por el protagonista de la jura cangallina, José
Mariano Alvarado?
Esta pregunta encubre
muchas cuestiones y muchas preguntas más. Lo relativo a Cangallo, nosotros
hemos dado respuesta en un conjunto plural de libros, revistas y
periódicos. También lo han hecho un sinnúmero de historiadores
y escritores como el “prototípico” José Hipólito Herrera,
Andrés García Camba, Teodoro Hampe Martínez, Germán Leguía y Martínez, Pío
Max Medina, Héctor Luján, Mario Zapata Tejerino, Domingo Tamariz
Lúcar, Ranulfo Cavero Carrasco, Hernán Vega Palomino, Virgilio Galdo
Gutiérrez, Julio Pereyra, Jorge Cárdenas (que preparó y distribuyó todo un
vídeo después de documentarse convenientemente) y recientemente también
muchos tesistas, publicistas y editores de enciclopedias como
Mejía Baca, Alberto Tauro del Pino, entre muchos que mi memoria los ha
convertido en panacea de recuerdos gratos; todos en alguna medida valorando
la fuente primigenia escrita del capitán de caballería José Hipólito
Herrera y alguno transcribiendo la tradición oral terruñera que exigía ser
trasladada al libro desde la memoria colectiva donde corría el riesgo de
extinguirse lentamente o hasta mutarse obligadas por las leyes de la
entropía. Es cierto que –con algunas excepciones− lo hicieron
epidérmicamente o tangencialmente, porque lo de Cangallo se trata de un
tema específico no investigado todavía en sus arcanos y oscurecido por: el
marco brillante de la revolución cuzqueña de 1814, la ideología
independentista destinada a justificar las necesidades fácticas de la
liberación y transmitida oral y clandestinamente por sus remitentes
platenses por la vía de las agencias universitarias de Córdoba, Chuquisaca,
San Antonio Abad del Cuzco y San Cristóbal de Huamanga, y, adicionalmente,
la pérdida de documentos claves (Recuérdese el estimado de Pablo Macera en
sus Trabajos de Historia donde calcula que sólo nos queda en
los repositorios documentales alrededor del 4% de lo producido en el
Perú). Pero el factor más importante que debe ser estudiado con mayor
detenimiento, y todavía es una tarea pendiente a la emprendida
preliminarmente por el suscrito, es la expresa voluntad de silenciamiento
total, tergiversación, banalización y difamación si el silenciamiento
fallaba, que las autoridades españolas emprendieron desde el
principio mismo de la revolución de los morochucos contra sus actores,
teniendo a la vista lo sucedido con Túpac Amaru que estuvo a punto de
encender toda la pradera latinoamericana. Sin embargo, enfocado desde la
perspectiva del quehacer independentista del departamento de Huamanga y
valorada su contribución al logro de la independencia nacional, el
acontecimiento (que en realidad simboliza a todo un proceso complejo que
todavía no está suficientemente estudiado, y que denomino el Ciclo
Independentista Huamanguino) adquiere el valor de una idea-fuerza que
estimuló y sirvió de aglutinante de las masas para dirigirse a un único objetivo
deseado: la independencia del Perú; idea-fuerza que paradójicamente echó
raíces y fructificó en una subregión que constituyó en el coloniaje todo
un mosaico de pequeñas nacionalidades mitmas controladas por sus opresores
de turno, con un grado de complejidad que no se vislumbra en otros
escenarios del territorio andino; cada una con su cosmovisión, su lengua,
sus costumbres y hábitos distintivos, su vestimenta de identidad, en suma
con su patrimonio cultural vario y seguramente con esperanzas distintas;
idea-fuerza que unificó la variedad de etnias y las hizo
relativamente homogéneas al nivel de la aspiraciones libertarias y que
permite ahora, explicar y revalorar el papel de la vieja Huamanga en el logro de la independencia nacional que poco antes de Pío Max Medina y Manuel Jesús Pozo, era estimado como secundario y
poco significativo. Es posible que los descendientes mitmas de la
sub-región hayan estado ya alcanzando un espíritu de cuerpo más o menos
homogéneo, merced al runasimi que funcionó como una “lingua franca” que
reemplazó a las hablas hawasimis y al aimara primordial, merced también a
las migraciones más tolerantes con los forasteros, a la difusión del
cristianismo y la extirpación de las idolatrías, el comercio entre los
indios que habitaban diversos pisos ecológicos, la causa libertaria común
internalizada por la opresión extrema de curas simoníacos y corregidores
corruptos, rebaja o eliminación de tributos, etc. Pero, como es natural,
habrían estado pensando en liberarse de sus opresores hispanos, como sus
tatarabuelos lo habrían hecho con sus conquistadores waris e incas. Está,
per se, en la naturaleza espiritual** del hombre la exigencia ética de ser
libre, aunque la historia nos muestra al ser humano omnipresente en alguna
medida como eslabón componente de la dialéctica amo-esclavo, obligado por
fuerzas externas a su mismidad. En algunos círculos se siguen pensando que
la idea de la independencia vino de afuera y, por tanto,
ella fue convencida y concedida, pero no concebida ni
conseguida por los peruanos, muy parecido a pensar que el garrotillo ya
lo sufrían milenariamente los peruanos pero que la idea de su cura vino desde
fuera. ¿Ignoran que el cuerpo humano dispone de un sistema inmunitario
natural y que tarde o temprano es este sistema el que vencerá, aunque ello
suponga muertes parciales de la población preparatorias? ¡No hay mal que
dure cien años ni cuerpo que lo resista!, reza un adagio popular, como
queriéndonos auxiliar en la explicación. No es la idea la que nos
independizó, es la propia condición factual o existencial que la promovió
en un proceso que se inició desde el principio mismo de la invasión
española, incluso ignorando totalmente los credos del liberalismo. El
nombre “independencia” si bien fue una noción que, como tantas otras, se
decantó en la filosofía política de la Ilustración, no fue este nombre o
esta idea la que generó la necesidad de lograr ella (esto sería más que el
idealismo platónico puro), sino al revés, ella fue solamente el fermento
que la apuró. Si no aceptamos esta justificación encallaremos en
el razonamiento circular del huevo y la gallina: pensamos en la
independencia, luego nos liberamos; pensamos en el garrotillo, luego
enfermamos de difteria.
Esbocé en mi último
libro sobre los Morochucos y la Batalla de Ayacucho, la tesis
de que en Huamanga se dio el escenario ideal para las luchas
independentistas en razón a su ubicación geopolítica estratégica entre Buenos
Aires, el Alto Perú y la sede del poder político español: Lima,
descubierta casualmente en la coyuntura de las luchas de liberación emprendidas
por Manco Inca, o para ser más exactos: conocida por los
incas probablemente desde Pachacuteq quienes bautizaron algunos lugares de
la ruta de salida desde la floresta amazónica, con algunos topónimos
quechuas como Huamanga, Ayacucho, Luriqocha (Lurinqocha), Ayawarkuna,
Qenñua, Onqoy, Anku, etc. que compitieron con otros de la toponimia aimara
heredada de los waris. Huamanga era pues la frontera perfecta que sirvió
para fundar el fortín de Villaviciosa de Huamanga en 1536, refundada en
Quinua precisamente como San Juan de la Frontera de Huamanga en 1539 y, a
su vez, refundada por traslado a Pucaray en 1540 (más precisamente a la
cabecera sur de los dominios de los Andamarcas migrados o conducidos como
mitmas), manteniendo el mismo nombre, reajustado poco después de la
batalla de Chupas con San Juan de la Victoria.
Las llanuras de
Cangallo o Pampas de Cangallo se integraron poco más tarde a la estructura
geopolítica dicha y sirvió sobre todo para ofender al poder español que lo
tenían como vías obligatorias para vertebrar la ruta entre los virreinatos
del río de la Plata y el virreinato del Perú. De esto se dieron cuenta los
habitantes del Pampas cangallino (sede de las grandes concentraciones de
mitimaes waris, incas y españolas) e idearon, como uno de los efectos del
levantamiento de Tupac Amaru y la crisis económica concomitante, la
organización de un gran movimiento campesino que he denominado “La
revolución de los Morochucos” que, a su vez, exhibió como uno de sus
acontecimientos centrales, la Jura de la Independencia del Perú celebrada
en el pueblo de Cangallo encausada simbólicamente como leit motiv ideológico
de las luchas eslabonadas que caracterizaron al ciclo revolucionario
huamanguino, hasta su extinción en 1827 con la derrota final de los
iquichanos. Así leído, el ciclo independentista huamanguino se habría
iniciado como una operación refleja de la revolución tupacamarista, quizás
por 1810 o 1812, y cerrado en 1827 con los epígonos guerreros de Huanta
contra los iquichanos, siendo la jura cangallina un entreacto simbólico de
la revolución cuzqueña y la batalla de Ayacucho: sus acontecimientos más
relevantes y decisivos. ¿Por qué las juras de la independencia del 1° ó 7 de noviembre de 1820 en Huamanga y la presunta jura de Huanta del 6 de
noviembre del mismo año, o quizás el 31 de octubre, no alcanzaron el mismo
nivel estimativo que la jura de Cangallo? Responder a esta pregunta me
llevaría a invadir más espacio de lo que me permite el muro de Facebook.
Bastará por ahora decir que ambos sucesos no conmovieron la
crisis económica de la región (todavía en debate en cuanto a su magnitud,
las regiones comprometidas, la diversidad de rubros económicos afectados y
los pequeños ciclos de la misma), que fueron meras réplicas de entusiasmo
cívico de las ocurridas en Changuillo, Ica, Supe, Huaura y todo el norte y
noreste peruanos. Yo sí dudo legítimamente de la jura huantina que según
afirma Gamaniel Ruiz ocurrió el 6 de noviembre de 1820 dicho y según
Ranulfo Cavero el 31 de octubre del mismo año. He publicado en uno de los artículos de mi blog ("Valentín Munárriz: el héroe y el hombre") el documento en el que se registra que el 7 de noviembre de 1820
Juan Antonio Álvarez de Arenales también le otorgaba en la ciudad de Huamanga al citado Munárriz el despacho de primer teniente de la compañía de
artilleros (Hurtado de Mendoza le había concedido en 1814, en Andahuaylas,
el despacho de teniente de infantería de caballería, el que fue extraviado
en la batalla de Chupaskunka); y el 9 de noviembre del mismo año
recibía la orden de trasladarse a Tambo y San Miguel para reclutar
más combatientes, mientras su avanzada se dirigía a Izcuchaca. Arenales
tenía urgencia de recuperar un puente estratégico sobre el Mantaro en
manos enemigas, desbaratar a Ricafort y O´Reilly, y me temo que ir a
Huanta a presidir la jura y luego retornar a Huamanga para otorgar a
Munárriz el despacho mencionado y encomendarle la comisión de reclutamiento
en la provincia de Anco, hubiera sido un despropósito; Arenales no podía
gozar del don de la ubicuidad. Sin embargo, admito por lógica (aunque no
exista un documento oficial que la confirme) que pudo realizarse sin su
presencia por acción cívica de su avanzada y porque tuvo que realizarse en
razón de que era una de las misiones encomendadas a Álvarez de Arenales:
hacer jurar la independencia pueblo tras pueblo como habían
propuesto todavía Castelli y Belgrano, razón que explica, a su vez, por
qué ocurrió la jura de Cangallo. Lamentablemente el autor de la
tesis, el extinto Gamaniel Ruiz; no pudo exhibir por lo menos sus razones, menos proporcionarnos sus signos, aunque el primero que la formuló fue su coterráneo
Juan José Del Pino ¿Entonces, por qué no asume el reto el profesor
Pereyra? Abonaría su mérito de haber hallado un documento que confirma la
estada en Huamanga del célebre cronista indio Guamán Poma. Me niego a
pensar que la jura de Huanta en 1820 sea un plan inventado para borrar a
cualquier precio el estigma de la oposición huantina al anhelo mayoritario
de los ayacuchanos de la época de ver libre al Perú. Pero este es un tema
que abordaré en mi próximo libro, ya que según creen algunos estudiosos,
si huantinos y morochucos hubieran establecido una alianza patriótica
–como consiguió alguna vez el mariscal Cáceres para defender a la patria
contra el invasor chileno— es probable que la revolución cuzqueña de 1814
hubiera tenido otro resultado ¿quizás su independencia como
persuade Basadre en su libro “El azar en la historia y sus
límites”?.
¿Por qué precisamente
ocurrió la jura en el pueblo de Cangallo y no en otro lugar de la
provincia de más fácil acceso? Aventuro una respuesta: Porque este no
era solamente capital del partido de Vilcashuaman, sino que era el núcleo
del poder político provincial donde se encontraban –igual que los casi
cien de sus corregidores del pasado colonial- los subdelegados,
las milicias hispanas y el poder eclesiástico provincial representados por
el curato y el vicariato de Cangallo: cabezas de la parroquia de Cangallo.
Sin embargo, este pueblo nunca fue el núcleo subregional del
poder económico, ni siquiera sede de un pequeño mercado agropecuario, pese
a que sirvió de residencia pasajera, si no de hospedaje, de los más
destacados propietarios de haciendas y obrajes; esta función la asumió
directamente la ciudad de Huamanga. Después de la infausta derrota en
Huanta de los 4,000 o 5,000 montoneros del Cuzco, Cangallo, pueblos
aledaños y artesanos de Huamanga, a manos de un pequeño ejército de criminales
denominado “los talaverinos”, comandado por el coronel Vicente González y
secundado por los Lazón de Huanta y el otro González (Juan José),
comandante de la plaza de Huamanga, el único escenario respetable donde el
componente morochuco podía refugiarse y recomponerse eran las Pampas
de Cangallo, del mismo modo que el escenario lógico de retirada y rearme
de los cuzqueños tuvo que ser Andahuaylas y Abancay. Recuérdese –lo
confirma el mismo Nelson Pereyra— Hurtado de Mendoza salió con 40 hombres,
mientras que en Luricocha y Huanta sumaban algo de 4,000 combatientes o
algo más. No existía la actual ciudad de Pampa Cangallo; la masa de
trabajadores de haciendas que en la revolución de los morochucos se
transformaron en combatientes habitaban en las estancias de Uriwana,
Walchanqa, Pantín, Cancalla, Pallqakancha, y en los pueblos de Putica y
Cangallo (todos, quemados por Ricafort y Carratalá en
diciembre de 1820 y 1821, respectivamente). Inkaraqay, la cuna del célebre
Basilio Auqui, se llamaba Inkawasi y no tenía sino la categoría de
ser integrante de una toponimia de la altipampa, un lugar donde existía
una casita atribuida a los inkas (origen del nombre), convertida luego en
“raqay” o ruina de una casa y finalmente desaparecida, según un testigo
oral. Sospecho que la casita inca era un tambo, tan necesario en las rudas
condiciones climatológicas de la extensa altipampa. En consecuencia el
único lugar dónde se podía celebrar cumpliendo los rituales del caso, era
el pueblo de Cangallo. En él funcionaba un cabildo de indios, era sede de
la parroquia y debía estar presente el cura, tenía una plaza adecuada para
el ritual del cabildo abierto, en él se podía convocar a la población a
través de un bando, difundir panfletos, celebrar una misa de acción de
gracias y quizás hasta cantar “el apu yaya Jesucristo”, pero fundamentalmente tenía protección
natural estratégica contra los ataques sorpresivos y vías de escape en
caso de que las milicias o el ejército español decidiesen atacar desde los
exteriores del pueblo.
PRUEBAS DOCUMENTALES QUE
SUSTENTAN LA JURA DE CANGALLO.
Comprenderá el lector que en un
escenario como el pueblo de Cangallo que sufrió dos dantescos incendios,
las periódicas riadas catastróficas del Macro, la vigencia
del delito de lesa majestad (castigado con pena de muerte y
confiscación de todos los bienes de los acusados), autoridades siempre
extrañas al lugar, criminalización extrema de todo intento de movimiento
insurreccional, el carácter estrictamente clandestino del movimiento revolucionario,
la voluntad española de reducir Cangallo a cenizas (si no devaluarlo,
difamarlo y silenciarlo), no podría haber permitido y/o facilitado
la preservación del Acta de la Jura de la Independencia que, según la
tradición y el testimonio de José Hipólito Herrera, fue suscrita por los
cabildantes con su propia sangre como parte de un ritual previsto en las
leyes españolas para otorgarle legitimidad. Ella habría sido entonces la
prueba primaria tangible que eliminaría directamente cualquier duda del profesor
Pereyra, a menos de que su verdadera intención
sea extracientífica como la sugerida en la conocida frase
irónica “tienes razón, pero vas preso”.
Pero, como tal fuente
primaria se ha perdido por el mismo hecho de que era la prueba del grave
delito de lesa majestad, además que el movimiento subversivo era de un
acusado carácter clandestino aunque todavía evocada en la memoria
colectiva de la subregión cangallina por mucho tiempo(***), nos vemos obligados
a presentar cuatro testimonios históricos, todos sometidos a críticas
externas e internas; de ellos destacan los dos últimos por su valor
veritativo: uno oficial del Estado peruano y otro de un autor cuya obra
está dedicada a publicar documentos oficiales publicados desde la
independencia del Perú de 1821 hasta 1826, fecha de edición de su obra.
Estas pruebas y otras complementarias las hemos publicado en múltiples
trabajos nuestros, tanto en libros y revistas existentes para el público
en la Biblioteca Nacional del Perú y difundidas en la web a través de mi
blog “En busca del tiempo perdido” y hasta en tres muros de Facebook: uno
personal mío, otro el del periódico virtual LA VOZ DE SANTA ROSA DE
CANGALLO y uno tercero del CENTRO CULTURAL CANGALLO. Además se
han pronunciado un sinnúmero de conferencias en las ciudades de Lima,
Ayacucho y Cangallo. De ahí que nos sorprende que el profesor Pereyra haya
sólo mencionado como prueba de su crítica las razones esgrimidas en el
blog citado, procedimiento que nos invita a dudar de su imparcialidad: no
manejando siquiera un solo trabajo en su integridad, sino
eligiendo alguno que otro fragmento leído seguramente al soslayo con sus
conocidos gestos de desdén a los provincianos como él, que damos puntapiés
de amateur al balón de la historia. Invito a los lectores a verificar lo
dicho en este párrafo. No pretendo sugerir que deba leer obligatoriamente
mis libros ni someterlo a la falsación popperiana todos mis trabajos
referidos al asunto (estoy lejos de abrigar vanidades fatuas y
egocentrismos megalómanos), únicamente intento decir que si alguien quiere
formular una crítica sana sobre cualquier tema, debe, por respeto al
criticado, por lo menos leer el íntegro de UNO de los artículos dedicados
a él; de otro modo hasta podría pensar que su objetivo está dirigido no a
develar la verdad (objetivo supremo de toda ciencia), sino solamente
a difamar gratuitamente al pueblo de Cangallo o a despertar las viejas
rencillas entre huantinos y huamanguinos, o entre huantinos y cangallinos.
En este sentido sus últimas expresiones del pie de página
transcrito que dice: …“parece tratarse de una tradición
inventada para construir una identidad republicana entre los
pobladores de la provincia de Cangallo, en el departamento
de Ayacucho, ahora que se acercan las celebraciones por el bicentenario
de la independencia”, invitan a confirmar la
sospecha (Ver en el muro de LA VOZ DE SANTA ROSA DE CANGALLO, mi artículo
titulado, “Los bicentenarios de la independencia del perú y la
batalla de Ayacucho: Cangallo en la encrucijada de la ingratitud del
estado peruano”, que demuestra las injusticias de los funcionarios
de Lima con el pueblo de Cangallo, con ocasión del Centenario
y Sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho y que ahora se pretende
repetir por presión de una retórica falaz de algunos enemigos gratuitos de
Cangallo que lamentablemente conocen poco de los últimos avances de la
historiografía regional).
Dicho esto, presento
el texto de dichas pruebas en orden cronológico:
a) Un primer testimonio
lo da Juan Pardo de Zela el 30 de diciembre de 1821, cuando responde a una
carta del gobernador de Vilcashuaman, don José Bellido donde le transmite
la noticia de la quema de Cangallo y una escaramuza que libra con
la fuerzas de Carratalá que se marchaba a Huamanga, después de cometer
el latrocinio. Dice:
“Cangallo
destruido por las voraces llamas de las manos sacrílegas que no perdonaron
el santuario de su templo, inmortalizará su nombre y honrará la memoria de
sus habitantes que la abandonaron por CONSERVAR SU
LIBERTAD Y SOSTENER SU INDEPENDENCIA DEL GOBIERNO ESPAÑOL Y
DE TODA OTRA POTENCIA EXTRANJERA. LA PATRIA
JAMÁS OLVIDARÁ ESTE HEROÍSMO DE SUS HIJOS, Y LE DARÁ UN LUGAR
MUY DISTINGUIDO EN LOS FASTOS DE LA HISTORIA DE SU GLORIOSA
REVOLUCIÓN” (AGN.
Hacienda Sta. 0406).
A
quién le creemos: ¿a un actor mediato y testigo del proceso o al académico
Nelson Pereyra que lo niega desde la aduana de sus prejuicios que no la aplica, por ejemplo, con la jura de Huamanga ni con la presunta jura de Huanta?. Si
Pardo de Zela en su calidad de español al servicio de la flamante
República del Perú, no hubiese sido testigo por lo menos indirecto de los
hechos ocurridos en Cangallo y en la región (ya que fue prefecto de
Ayacucho en buena parte de su gestión), o no tenía la convicción de que
los cangallinos habían decidido a través de un juramento separarse
de España ¿qué razón tenía para exhortar a los cangallinos conserven su
libertad y sostengan su independencia del gobierno español? ¿Por qué
califica los hechos ocurridos en Cangallo −como el preferir abandonar sus
hogares con tal de conservar su libertad y sostener su independencia del
gobierno español− como un hecho heroico que será memorado entre los fastos
de la historia de su gloriosa revolución? ¡Por favor, exijo una respuesta
lógica! Es verdad que al principio los pueblos del Perú no le otorgaron la
expectativa ni el peso valorativo y/o simbólico que merecía la gesta
porque era un hecho insólito; pero luego esta
conducta social se convirtió en efervescencia popular
cuando aprehendieron su valor simbólico de idea-fuerza con la llegada de
San Martín y no siempre impulsados por sus órdenes, sino
espontáneamente como se registra en un oficio del jefe guerrillero Manuel
Ramírez de Arellano al mismo Pardo de Zela que ejercía la jefatura de la
Comandancia General de la Costa Sur, donde le informa que todos los
pueblos claman e instan con acalorada porfía la jura de su independencia. Se refería
a los pueblos de Lampa, Pampachiri, Puquio, Parinacochas, Pauza, Caravelí,
Acarí y otros, donde José Mariano de Alvarado (el mismo que presidió con
Valentín Munárriz la jura de Cangallo en 1814) abandonando su ostracismo
de seguridad, y motivado con la llegada de San Martín, reinició su
misión revolucionaria (Ver el documento N° 455 publicado por Dumbar en
CEDIP, 1971, Tomo V, Vol. 1°). Hasta hace poco ignorábamos donde había
nacido el famoso capitán de caballería José Mariano de Alvarado. Ahora
sabemos que fue ayacuchano de Huamanga.
b) Un segundo testimonio atisba las ocurrencias de la Revolución de los Morochucos y probablemente la jura libertaria realizada en Cangallo. Es del mismísimo Libertador San Martín, quien habría exhortado a su delegado supremo Torre Tagle que suscriba el decreto de 27 de marzo de 1822, que dice:
“Nuevos
documentos publicados en la Gaceta del Gobierno harán célebres la memoria
de los virtuosos naturales de Cangallo. La sangre y las cenizas de los que
allí han padecido por la Patria a manos de los verdugos españoles,
fertilizarán aquella tierra y la harán producir héroes cuando desaparezcan
los que han destruido sus inocentes hogares. Vendrá luego un día en que se
reedifique, porque el poder exterminador sucumbirá bien presto, ante el
que tiene por objeto levantar; sobre las ruinas antiguas, MONUMENTOS
DIGNOS DE UN PUEBLO LIBRE empleando la actividad y los recursos
que el tiempo y la naturaleza le proporcionan con abundancia” (Germán Leguía,
1972: Tomo V: 571).
c) Un tercer testimonio lo da en 1862 el capitán de caballería don José Hipólito Herrera en un pie de página. El historiador Pereyra se queja de que el militar de marras “no precisa los detalles”. Quien ha leído atentamente el “Álbum de Ayacucho”, observará que el libro está inicialmente dedicado a transcribir cronológicamente los documentos producidos únicamente desde la llegada de San Martín en 1820 hasta la Batalla de Ayacucho ocurrida en 1824, La adición de algunas muestras documentales de la revolución tupac-amarista, de la cuzqueña de 1814 y otras, delata que ella fue una decisión tardía que coincidió con la publicación de la parte final del libro que probablemente le parecía famélica, y por ella la habría,completado incluso con composiciones poéticas inspiradas en los grandes hechos de este período heroico. SU INTENCIÓN NO FUE HACER UNA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA STRICTU SENSU, sino solamente mostrar documentos. La anotación que hace de la jura de Cangallo, comparada con la que hace de la ocurrida en Huánuco y Moquegua es incluso abundante dado el título que le da a ese segmento de su libro y su carácter meramente enumerativo. El cómo obtuvo la noticia yace todavía en el limbo de las especulaciones históricas, pero es posible que le haya transmitido su camarada José Mariano Alvarado (uno de los líderes de la jura cangallina) cuando ambos iniciaban la carrera militar que se había inaugurado en el Perú, o, en su defecto, habríase nutrido del noticiario oral de la época que rápidamente se convirtió en tradición, sobre todo en las localidades sureñas del departamento de Ayacucho y en las del noroeste de Arequipa, donde se realizaron otras juras de la independencia después de Cangallo y fueron promovidas por el mismo José Mariano Alvarado, lamentablemente no registradas con el élan crítico que las mismas exigían. Insisto: Como no eran hechos de armas ni procuraron sustantivos cambios en lo material o en la práctica social, no pasaron de ser vistos como acontecimientos pasajeros; y ello porque la población (léase la plebe mayoritaria) no estaba suficientemente instruida para valorar intelectualmente los discursos ideológicos y la importancia de los rituales independentistas en términos del debido proceso legitimador, salvo algunas élites provinciales que tenían acceso a la educación privada al no existir oficialmente instituciones educativas. Mi tesis al respecto es que el citado Alvarado fue un estudiante de leyes huamanguino que se asimiló oficialmente a la vida militar, igual que José Herrera, Althaus y otros, recibiendo el despacho de capitán graduado de caballería de manos del presidente Bernardo de Tagle el 23 de enero de 1824 (La naciente escuela militar de Bellavista recién abría sus puertas en 1825), En esa coyuntura efímera de formación castrense y aprovechando el espíritu de camaradería reinante le habría revelado también sus andanzas revolucionarias independentistas en Lampa, Pauza, Parinacochas, Yauca, Caravelí y Acarí, y el haber dirigido las juras por lo menos en Acarí y Lampa, después de las cuales lo encontramos participando en la batalla de Ayacucho (Ver AGN: O.L. 111-11). Mostremos ahora el texto de Herrera que dice:
c) Un tercer testimonio lo da en 1862 el capitán de caballería don José Hipólito Herrera en un pie de página. El historiador Pereyra se queja de que el militar de marras “no precisa los detalles”. Quien ha leído atentamente el “Álbum de Ayacucho”, observará que el libro está inicialmente dedicado a transcribir cronológicamente los documentos producidos únicamente desde la llegada de San Martín en 1820 hasta la Batalla de Ayacucho ocurrida en 1824, La adición de algunas muestras documentales de la revolución tupac-amarista, de la cuzqueña de 1814 y otras, delata que ella fue una decisión tardía que coincidió con la publicación de la parte final del libro que probablemente le parecía famélica, y por ella la habría,completado incluso con composiciones poéticas inspiradas en los grandes hechos de este período heroico. SU INTENCIÓN NO FUE HACER UNA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA STRICTU SENSU, sino solamente mostrar documentos. La anotación que hace de la jura de Cangallo, comparada con la que hace de la ocurrida en Huánuco y Moquegua es incluso abundante dado el título que le da a ese segmento de su libro y su carácter meramente enumerativo. El cómo obtuvo la noticia yace todavía en el limbo de las especulaciones históricas, pero es posible que le haya transmitido su camarada José Mariano Alvarado (uno de los líderes de la jura cangallina) cuando ambos iniciaban la carrera militar que se había inaugurado en el Perú, o, en su defecto, habríase nutrido del noticiario oral de la época que rápidamente se convirtió en tradición, sobre todo en las localidades sureñas del departamento de Ayacucho y en las del noroeste de Arequipa, donde se realizaron otras juras de la independencia después de Cangallo y fueron promovidas por el mismo José Mariano Alvarado, lamentablemente no registradas con el élan crítico que las mismas exigían. Insisto: Como no eran hechos de armas ni procuraron sustantivos cambios en lo material o en la práctica social, no pasaron de ser vistos como acontecimientos pasajeros; y ello porque la población (léase la plebe mayoritaria) no estaba suficientemente instruida para valorar intelectualmente los discursos ideológicos y la importancia de los rituales independentistas en términos del debido proceso legitimador, salvo algunas élites provinciales que tenían acceso a la educación privada al no existir oficialmente instituciones educativas. Mi tesis al respecto es que el citado Alvarado fue un estudiante de leyes huamanguino que se asimiló oficialmente a la vida militar, igual que José Herrera, Althaus y otros, recibiendo el despacho de capitán graduado de caballería de manos del presidente Bernardo de Tagle el 23 de enero de 1824 (La naciente escuela militar de Bellavista recién abría sus puertas en 1825), En esa coyuntura efímera de formación castrense y aprovechando el espíritu de camaradería reinante le habría revelado también sus andanzas revolucionarias independentistas en Lampa, Pauza, Parinacochas, Yauca, Caravelí y Acarí, y el haber dirigido las juras por lo menos en Acarí y Lampa, después de las cuales lo encontramos participando en la batalla de Ayacucho (Ver AGN: O.L. 111-11). Mostremos ahora el texto de Herrera que dice:
“A consecuencia
de la derrota que en Huanta sufrió la división independiente mandada por
D. Mariano Angulo y el Santafesino el año de 1814, los jóvenes
de Ayacucho, comprometidos en la causa santa de la Libertad, se refugiaron
en la provincia de Cangallo apoyados por los famosos Morochucos, decididos
cual otros Pelayos á pertenecer en el país haciendo la guerra a sus
dominadores. En efecto, capitaneados por D. José Mariano Alvarado y el Dr.
D. Valentín Munárriz, juraron la Independencia solemnemente, suscribiendo
la acta con la sangre de sus venas, que tuvieron la heroicidad de
estraerse; por cuyos hechos, irritado el virey (sic), decretó el incendio
de Cangallo, que se arrojasen sus cenizas al Pampas, que se borrase aquel
nombre del catálogo de los pueblos, que se exterminasen á sus habitantes,
y que sus tierras se arasen con sal” (Herrera, 1862:186).
d) El reconocimiento internacional
consagratorio de las hazañas cangallinas y sus morochucos lo dieron los
patriotas argentinos. El espacio es tan estrecho que me limito a
enunciarlo: Sabedores los promotores ideológicos argentinos de las hazañas de
Cangallo y sus morochucos, y también sus sufrimientos por la quema de la
ciudad capital de Cangallo y sus pueblos como Putica, Soras, Umaro, Ocros,
Canaria; estancias como Uriwana, Walchanqa, Pantín, Pallqacancha, Zancas,
entre otros, el presidente argentino Bernardino Rivadavia decretó poner el
nombre Cangallo a la mejor avenida de Buenos Aires de entonces.
Los caprichos, a veces incomprensibles de Clío, la musa de la historia,
hizo que el general San Martín tuviese su residencia en dicha calle,
herencia de su esposa doña Remedios de Encalada, y allí residió efímeramente
cuando se retiró del Perú antes de tomar la decisión de marcharse al
ostracismo de la ingratitud en Francia. Hoy dicha avenida, por la
ignorancia de los justicialistas argentinos, fue cambiada por el de Juan
Domingo Perón. Las protestas de los ciudadanos del Plata, hicieron que se
enmiende parcialmente la decisión, haciendo que únicamente uno o dos de
sus cuadras finales mantengan el sagrado nombre de Cangallo. En
reciprocidad, los cangallinos también pusieron el nombre de Argentina a
su principal avenida y rebautizaron la Alameda colonial con el nombre
de Bernardino Rivadavia. Como los onagros se ambientan en todo lugar,
un burgomaestre equino no-cangallino lo cambió −hace unos años e
irrespetuoso al valor de la reciprocidad cívica− con el de Faustino
Sánchez Carrión (El Solitario de Sayán).
Pero no está dicho
todo: Los argentinos promovidos por los grandes ideólogos vinculados a las
hazañas cangallina: Moreno, Castelli y Belgrano, declaran a Santa Rosa
de Lima, como patrona de la Revolución Hispanoamericana.
e) Finalmente, para que
la duda no le quebrante la salud espiritual de nuestro amable inquisidor,
me permito transcribir, esta vez, dos fragmentos esclarecedores de
un mandato emanado del Congreso Constituyente de 1828. Lo suscribió el
presidente don José de La Mar promulgándolo el 28 de mayo de 1828:
“Considerando
I.- Que los
naturales de la Provincia de Cangallo desde el año 1814, SE DECIDIERON POR
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ, y que por sacudir el yugo opresor pelearon
con varias divisiones del ejército español, hasta quedar casi consumidos,
sin que por esto dejasen de contribuir y hacer otros sacrificios para el
sostén de la tropa”
IV.- Que
posteriormente han contraído el distinguido
servicio de haber combatido contra los rebeldes de Yquicha, con
la mayor gloria, según consta del parte oficial de aquel
Prefecto” (Justino Tarazona, 1968, Vol. I: 654).
Como consecuencia, el
Congreso premió a los indígenas y vecinos cangallinos radicados antes de
1815 y que contribuían al Estado, concediéndoles una rebaja anual de
4 reales; y a la provincia le otorgó el título de HEROICA PROVINCIA DE
SANTA ROSA DE CANGALLO.
Espero haber
satisfecho la curiosidad de mis lectores como a la observación crítica del
profesor cristobalino referida a sospechar que lo de Cangallo es
una tradición inventada de sus habitantes para construir una identidad
republicana. ¿Inventada por quién? ¿Por el suscrito como ejemplo aleatorio
de mi membrecía al conjunto de los cangallinos? ¿Por los mencionados
autores a quienes cité, empezando con José Hipólito Herrera y el español
Andrés García Camba? ¿Por el pueblo cangallino de hoy? La tercera pregunta
invalida y/o refuta automáticamente a la segunda y a la primera, porque los Herrera, y los numerosos autores que la confirman no son cangallinos, ni yo vivía allende
en 1862, menos en 1828. Por tanto, y por las pruebas mostradas, no es
válida tampoco la acusación de Nelson Pereyra de que la restauración y
revaloración de la jura cangallina de octubre de 1814 que estaba hibernando en
la memoria colectiva de la subregión es una tradición inventada por
los CANGALLINOS DE HOY QUE DESEAN CONSTRUIR UNA
IDENTIDAD REPUBLICANA, AHORA QUE SE ACERCAN LAS CELEBRACIONES POR EL
BICENTENARIO.
¿Qué no tenemos identidad republicana
y sí los huantinos? ¿Qué identidad republicana más nítida puede exhibir un
pueblo como Cangallo que luchó y juró por la independencia del Perú
y FUE EL ÚNICO PUEBLO QUE SE OPUSO Y NO JURÓ en gesto consecuente con su
conducta cívica la Constitución Vitalicia que Bolívar implantó en el Perú,
desacatando el juramento que había ordenado presten todos los pueblos del
Perú, intuyendo que podía facilitar el zarpazo para convertirse de
dictador en emperador? (Ver el testimonio del célebre cura Ángel Pacheco,
diputado por Cangallo, publicado en la suerte de felicitación titulada “A
los Ciudadanos de la benemérita provincia de Cangallo”, dirigida a sus
representados, que en un párrafo dice: “Así fue que viendo esta sabia
Asamblea, que después del feliz cambiamiento del 26 de enero el Gobierno
era únicamente tolerado como indistinto del absoluto dictatorial, dio el
primer paso necesario nombrando en propiedad un Presidente para la República,
y no del Consejo, invención de aquella Carta Boliviana, reconocida y jurada
por todas las provincias, única excepto la de Cangallo, siempre singular
en sus empresas liberales” (Ver “Cangallo y la Primera jura de
la independencia del Perú”, del suscrito, 2014: 140) ¿Hicieron ustedes
los huantinos algo más significativo que los cangallinos en el logro
y mantenimiento de la independencia nacional a través de sus dos
expresiones relevantes del proceso: la declaración del 28 de julio de
1821, la batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824 y poco después sus
triunfos en comandita contra los monarquistas iquichanos en las batallas
del Arco y Mallauchapampa? ¿Desean los huantinos, quinuinos y
huamanguinos disfrutar solos la torta del honor, como ocurrió en
las celebraciones de los centenarios y los sesquicentenarios de dichos
eventos? Espero profesor Pereyra sus respuestas honestas si tiene a bien
hacerlas para seguir debatiendo civilizadamente y ojalá al final podamos
coincidir y abrazarnos por el bien y la gloria de Ayacucho, y por tanto,
enriquecer nuestra historia regional, y más ergo: enaltecerla más. Digo
coincidir, porque en la ciencia no puede haber al mismo tiempo dos
verdades antagónicas sobre lo mismo que condenen inevitablemente a los
discursos históricos a la inconsistencia y, por lo tanto, en narrativas
falaces o por lo menos en narrativas no confiables. Y si encubriendo el
escepticismo que niega nuestra capacidad de conocer la historia,
defendemos el relativismo gnoseológico afirmando que hay verdades históricas,
pero son relativas al punto de vista del cognoscente que incluso puede
tolerar dialécticamente que algo sea y no sea al mismo tiempo como sucedió
con las conclusiones de sus últimos dos trabajos sobre lo mismo, entonces
podemos inferir que esta proposición, contradictoria en sí misma, puede
legitimar que en historia para A es verdadera y para B es falsa al
mismo tiempo, generando en última instancia la convicción de que no hay
verdad histórica. Por tanto, si no hay verdad histórica, el enunciado que
afirma lo contrario, es falso, y así arribamos a la total incertidumbre y a la negación de la historia como ciencia cultural.
Popper refutó ya el historicismo allende los años con una contundencia
admirable, como lo habían intentado todavía los griegos. O presentado el
problema de otro modo: Si sostenemos que “no hay verdades históricas”
entonces el enunciado es en sí mismo falso; en consecuencia, hay verdades
históricas; es decir encallamos en la célebre paradoja insoluble de
Epiménides o del mentiroso, sobre todo si el historiador no distingue adrede
en su ciencia el nivel de los enunciados lógicos de los metalógicos para
probar una tesis con solvencia.
___________
(*) Véase la valiosísima revista Huamanga,
vigente entre 1934 y 1965, que ha escapado extrañamente
al interés de Pereyra. Véase los aportes sobre la Revolución de los
Morochucos de Milón Bendezú, José María Hernando, Gustavo Castro Pantoja,
Carlos Cárdenas, Juan José del Pino, Narciso Gavilán, Flora Gotzch de
Donayre, César Prado y otros.
(**): el plus de la animalidad logrado por la
evolución en términos de la racionalidad y la intuición de los valores
alcanzada progresivamente por el homo sapiens sapiens.
(***) El lector comprobará cómo la aristocracia y la plutocracia huamanguinas, realistas al extremo, pero con dignas excepciones, pretendieron escamotear para la posteridad la noticia de la jura de la independencia de Huamanga promovida por Alvarez de Arenales, al no registrar clara y valientemente el evento en el Libro de Actas de Cabildos de aquella ciudad, donde, en el folio cronológicamente concomitante, estamparon únicamente, al inicio de una media página en blanco, la palabra marginal "Juramento" y el texto "En la ciudad de Huamanga en siete de noviembre" que, según Pereyra, constituiría la prueba inequívoca de que aquella jura se efectuó en dicha fecha, y que la inscripción de la Alameda Valdelirios alusiva al ritual es errónea. Para conseguir asombro mediático hace decir a José Segunda Roca en su "Relación histórica de la primera campaña del General Arenales" algo que el militar argentino jamás escribió por lo menos en la fuente que indicamos abajo. Por ello, sigue siendo verosímil que la jura huamanguina se haya realizado el 1° de noviembre de 1820, pues, el texto de Roca dice: "Posesionados de la ciudad Huamanga [...] el general tomó informes del estado y posiciones del enemigo [...]. Dispuso también que el pueblo jurase la independencia, ceremonia que se verificó con la mayor pompa y lucimiento, con misa de gracias, "Te Deum", formación de nuestras tropas, etc. etc.", sin "el día 8" que le agrega Pereyra, en lugar del "etc. etc.". Sin embargo, el autor huantino, afirma que lo del 1° es una fecha que carece de fundamento alguno y que la verdadera es el 8 y no ya el 7 como reza en el Libro de Cabildos; por ello, refuerza su conclusión y escribe: "Y el 8 de noviembre, después del acto de proclamación, nuevamente se reunió el Cabildo, con la presencia del gobernador e intendente Pedro José González y acordó ofrecer dinero a Arenales para el auxilio de sus tropas" (¿?) (¿?) (Ver los diarios ayacuchanos de 24 de diciembre de 2018 y CEDIP, tomo XXVI, Vol. 3°, pág. 231). ¿Esta lógica se pretende aplicar en el caso de la jura de Cangallo y exigir como prueba suprema: las actas de cabildo, sabiendo, aparte de las razones esgrimidas, que en esta localidad habrían sido destruidas las mismas por acción de los españoles que desearon "borrarla del catálogo de los pueblos", las riadas brutales y reiteradas del Macro, e ignorando la mentalidad de las colectividades oprimidas vigente en esa época: de que las actas eran testimonios prescindibles, en razón a la agrafía de sus miembros y tener la convicción de que tenerlas eran pruebas suficientes para los implicados para condenarlos a muerte y rematar sus bienes? Recuérdese que las actas de Cabildo de la mismísima Huamanga. que manejaban criollos y mestizos instruidos y no indios, se hallaron, parte en los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y otra complementaria en un archivo de la República argentina, cuyas copias nos han sido proporcionadas por munificencia y solidaridad con el Perú. Por supuesto, la disciplina histórica debe cultivar recursos metodológicos alternativos para des-cubrir la verdad y valorarla a ella más allá del discurso, la lectura, o el relato, para construir una hermenéutica crítica que supere lo meramente factual y le impida ahogarse en el pantanal de los acontecimientos o en el cesto de retazos del historiador-sastre.
(***) El lector comprobará cómo la aristocracia y la plutocracia huamanguinas, realistas al extremo, pero con dignas excepciones, pretendieron escamotear para la posteridad la noticia de la jura de la independencia de Huamanga promovida por Alvarez de Arenales, al no registrar clara y valientemente el evento en el Libro de Actas de Cabildos de aquella ciudad, donde, en el folio cronológicamente concomitante, estamparon únicamente, al inicio de una media página en blanco, la palabra marginal "Juramento" y el texto "En la ciudad de Huamanga en siete de noviembre" que, según Pereyra, constituiría la prueba inequívoca de que aquella jura se efectuó en dicha fecha, y que la inscripción de la Alameda Valdelirios alusiva al ritual es errónea. Para conseguir asombro mediático hace decir a José Segunda Roca en su "Relación histórica de la primera campaña del General Arenales" algo que el militar argentino jamás escribió por lo menos en la fuente que indicamos abajo. Por ello, sigue siendo verosímil que la jura huamanguina se haya realizado el 1° de noviembre de 1820, pues, el texto de Roca dice: "Posesionados de la ciudad Huamanga [...] el general tomó informes del estado y posiciones del enemigo [...]. Dispuso también que el pueblo jurase la independencia, ceremonia que se verificó con la mayor pompa y lucimiento, con misa de gracias, "Te Deum", formación de nuestras tropas, etc. etc.", sin "el día 8" que le agrega Pereyra, en lugar del "etc. etc.". Sin embargo, el autor huantino, afirma que lo del 1° es una fecha que carece de fundamento alguno y que la verdadera es el 8 y no ya el 7 como reza en el Libro de Cabildos; por ello, refuerza su conclusión y escribe: "Y el 8 de noviembre, después del acto de proclamación, nuevamente se reunió el Cabildo, con la presencia del gobernador e intendente Pedro José González y acordó ofrecer dinero a Arenales para el auxilio de sus tropas" (¿?) (¿?) (Ver los diarios ayacuchanos de 24 de diciembre de 2018 y CEDIP, tomo XXVI, Vol. 3°, pág. 231). ¿Esta lógica se pretende aplicar en el caso de la jura de Cangallo y exigir como prueba suprema: las actas de cabildo, sabiendo, aparte de las razones esgrimidas, que en esta localidad habrían sido destruidas las mismas por acción de los españoles que desearon "borrarla del catálogo de los pueblos", las riadas brutales y reiteradas del Macro, e ignorando la mentalidad de las colectividades oprimidas vigente en esa época: de que las actas eran testimonios prescindibles, en razón a la agrafía de sus miembros y tener la convicción de que tenerlas eran pruebas suficientes para los implicados para condenarlos a muerte y rematar sus bienes? Recuérdese que las actas de Cabildo de la mismísima Huamanga. que manejaban criollos y mestizos instruidos y no indios, se hallaron, parte en los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y otra complementaria en un archivo de la República argentina, cuyas copias nos han sido proporcionadas por munificencia y solidaridad con el Perú. Por supuesto, la disciplina histórica debe cultivar recursos metodológicos alternativos para des-cubrir la verdad y valorarla a ella más allá del discurso, la lectura, o el relato, para construir una hermenéutica crítica que supere lo meramente factual y le impida ahogarse en el pantanal de los acontecimientos o en el cesto de retazos del historiador-sastre.
Lima, 16 de setiembre de 2018.