sábado, 30 de noviembre de 2019

MIENTRAS CANGALLO DANZA, HUANTA AVANZA


    

Seguramente anteayer martes 26 y el miércoles 27 de noviembre de 2019, respectivamente, fueron dos de los días más tristes de mi vida, pero sobre todo ayer 27. Y no porque debía alegrarme el recuerdo de la victoria en Tarapacá del mariscal cangallino don Andrés Avelino Cáceres, la única obtenida en la llamada Guerra del Pacífico contra las fuerzas chilenas asistidas al disimulo por Inglaterra, sino porque las victorias de Pucará, Marcavalle, Concepción y Sangrar, obtenidas en la sierra por nuestros guerrilleros indios y el concurso de algunas unidades militares, dirigidas por El Brujo de los Andes, fueron solamente victorias pírricas de resistencia que postraron finalmente a los peruanos a los pies del invasor en la cita bélica de Huamachuco. El Perú había sido herido ya de muerte en la guerra costera y los combates marítimos, facilitados por la traición de los bolivianos, los delitos de lesa patria de Mariano Ignacio Prado y las torvas decisiones del dictador Nicolás de Piérola y el innombrable Miguel Iglesias, que aprovecharon la coyuntura de anarquía y crisis para dividir a los peruanos y capturar el poder, en lugar de buscar su unión y hacer frente a la invasión chilena premeditada desde años atrás, como la fémina que no quiere que nos vayamos, pero que tampoco quiere que nos quedemos.

    En resumen: los chilenos nos sometieron a su antojo, hurtaron nuestras riquezas, violaron a nuestras mujeres, se apoderaron de una parte importante de nuestro territorio, nos hicieron firmar a la fuerza –con la ayuda de sus conmilitones peruanos- un tratado que al final ni siquiera respetaron; nos hicieron pagar sus gastos de guerra y un siglo y medio después volvieron a invadirnos, pero esta vez ya no con cañones y acorazados de última tecnología, sino comprándonos estratégicamente algunos de nuestros puertos, transportes ferrocarrileros, aeropuertos para el uso de sus propios aviones, haciendas agrícolas, destinos turísticos, hoteles, áreas urbanas para instalar gigantescos emporios comerciales, invitando al Estado benefactor peruano a construirles un gran gaseoducto para llevarles hasta la puerta de su país el gas de Camisea,  y finalmente llevándose a centenas de miles de nuestros paisanos a realizar las tareas domésticas que ellos –como los gringos norteamericanos y europeos− ya no quieren desempeñar por estimarlos ser oficios de la plebe menesterosa (Claro, metiéndonos antes en la sesera la doctrina bobalicona de que todo trabajo, por más humilde que sea, y por más mendrugos que te ofrezcan, es dignificante).

     Pero aquí no queda la cosa: Después de las deshonras sufridas con Chile, la plutocracia peruana y sus mercenarios (que ahora sabemos sin asomos de duda −merced a los últimos escándalos de la Confiep, la banca nacional, el Club de los Constructores, todos en acuerdos mafiosos con Odebrecht− que ellos dictan a través de sus congresistas jornaleros las leyes peruanas y recuperan por estos medios sus inversiones elevadas al triple o al cuádruplo, y que también determinan los contenidos de la educación que brinda el Estado para preservar sus intereses y el statu quo social), nos han enseñado que debemos respetar sagradamente los códigos de la caballerosidad que implica la firma de los tratados internacionales, y aceptar que lo de Chile fue un accidente infausto, pero resultado lógico del derecho de conquista del invasor-vencedor. No nos dijeron que fue una obligación urgida por los intereses geopolíticos expansivos del Estado chileno que en ese momento codiciaba secretamente el salitre y el guano peruano-bolivianos que se encontraban botados en la zona desértica de Atacama, pero que poco después se revelaría como el territorio aparentemente paupérrimo que poseía en sus entrañas el más grande emporio minero de cobre de América (El Teniente, Chuquicamata y el Salvador, que producen hoy más del tercio de la riqueza cuprífera mundial). No nos dijeron que hasta la guerra de la independencia cuyo ciclo final fue financiado por ellos y la “chanchita” disimulada de los banqueros ingleses, más el concurso de sus soldados y los de los vecinos argentinos, fue un ardid para garantizar la independencia propia y por la que tuvimos que resarcirles más tarde una deuda onerosa honrando un tratado que no firmamos nunca y que ahora los historiadores-asalariados hacen aparecer como una prueba de la tesis de la independencia concebida, concedida y obtenida por los mapochos, a título de una explicación científica rigurosa y objetiva. Pisar el palito ingenuamente cuesta. Y lo hicieron nuestros diplomáticos que carecieron de talante triunfador.

     Si una invasión y sus efectos victoriosos generan un derecho, y consecuentemente también una ética del deber ¿por qué los peruanos no nos preparamos e invadimos, por ejemplo, el Estado Vaticano (apenas resguardado por la guardia suiza y un papa acalambrado de tanto arrodillarse), Liechtenstein, Mónaco, Andorra, Panamá y otros paraísos financieros (inmensas cornucopias que defecan dinero hasta por gusto) donde nuestros cleptócratas ocultan en clave cifrada los bienes dinerarios conseguidos a costa de nuestros sudores y la plusvalía de nuestro trabajo? Como nunca, deberíamos recordar desde hoy que la razón de la que hacen gala las sociedades humanas más civilizadas, surge de las entrañas de la violencia; que el derecho nace siempre por la vulva del poder económico o militar, es decir: es siempre una teoría y un  código dictados por los vencedores. ¡Entonces preparémonos para ser tales!

        Dije que los chilenos nos invadieron a su antojo. En efecto, los “rotos” llegaron también hasta Huanta y Cangallo. En la primera de las nombradas –exceptuando a los indios iquichanos que por fortuna habían sido convencidos por Cáceres a defender la Patria− sus ciudadanos y sus autoridades les dieron la bienvenida y colaboraron con el jefe mapochino Martiniano Urriola con la mayor predilección, tributándoles recursos y preciosa información de inteligencia militar. En Cangallo, llegaron hasta Chuymay, a orillas del río Pampas, pero no se enfrentaron con los indómitos morochucos que estaban combatiendo con el Brujo de los Andes en la campaña de la Breña, dejando de lado sus odios con sus rivales iquichanos. Patricio Lynch hacia algo parecido en la costa norte peruano, destruyéndola y saqueándola a más no poder con el aval frívolo del civilismo y un ejército peruano disminuido y domado. Ya en el epílogo de la guerra, los morochucos –exhortados por el coronel ayacuchano Francisco Mavila que brindó los recursos financieros y el coronel José Miota que colaboró con su instrucción militar− reunieron a sus guerreros y asistieron a defender a la Patria en San Juan de Miraflores el 13 de enero de 1881. De los cuatrocientos que fueron, retornaron apenas ocho, encabezados por el viejo guerrillero Diego Méndez, aunque cuando convocaron Mavila y Miota, se presentaron tantos que excedieron las posibilidades económicas del auspiciador ayacuchano, razón por la que tuvieron que prescindir de los no seleccionados al azar, quienes retornaron a sus lares cangallinos, prestos a combatir si se les llamaba. En agradecimiento a estos mártires y recordando también el heroísmo del niño Julito Gabroche que dio también su cuota de honor en esta desgraciada guerra a la que nos llevaron los miserables que la historia los tiene marcados, transcribiré en la parte final la descripción hecha por Carlos Mendívil Duarte, sobre la participación heroica de los morochucos en las infaustas batallas de San Juan y el reducto de Miraflores contra las huestes de Baquedano. Lo que no sabremos nunca es lo referente a la participación de los cangallinos en la campaña de la Breña, pues es sabido que el mariscal Cáceres tenía en sus filas preferentemente a guerrilleros morochucos e iquichanos; fue pues el San Martín de Porres cangallino que hizo comulgar del mismo cáliz a huantinos y morochucos.

         Empero, no solamente era este recuerdo somero de la victoria de Tarapacá y el marco histórico en que ocurrió, lo que deseaba transmitir a los cangallinos para que reflexionen; sino que quería además hacerles ver cómo las injusticias más graves pueden también ocurrir en pequeño como en el caso de las provincias de Cangallo y Huanta.  Intentaré precisar una de éstas en el breve espacio que me queda:

       Creo que nadie ignora ya, que la suprema adalid de las luchas independentistas del Perú en la intendencia de Huamanga fue la provincia de Cangallo y que, por el contrario, la provincia de Huanta fue la adversaria más tenaz de las mismas. Sin embargo, pocos saben que Huamanga y Huanta fueron las provincias más premiadas infraestructuralmente por el Estado peruano y otros países amigos, mientras que Cangallo fue la cenicienta de estos reconocimientos materiales, todo porque su altivez les impedía hincarse de rodillas y extender el tarrito de hojalata para recibir unas monedas (Ver mi artículo “Los bicentenarios de la independencia del Perú y la batalla de Ayacucho: Cangallo en la encrucijada de la ingratitud del estado peruano”, en mi blog “En busca del tiempo perdido” o en mi muro de Facebook “La voz de Santa Rosa de Cangallo”. También puede ser útil todavía, mi antiguo artículo publicado en el mismo blog: “Cangallo: Víctima de la ingratitud del Estado Peruano. El problema de nuestras vías de comunicación”).

      Últimamente, dos eventos de importancia cívica ocurrieron en nuestra ciudad; como anotamos: uno, anteayer, o sea el martes 26, y el otro, ayer miércoles 27. Muy pocos ignoran que los ayacuchanos estamos pendientes en torno a las medidas que se dictan en los tres niveles de gobierno para celebrar dignamente los bicentenarios de la independencia del Perú y la batalla de Ayacucho. Como dijimos, casi nadie desconoce ya que Cangallo fue la gran protagonista de las epopeyas guerreras de nuestra independencia; pero, paradójicamente, casi todos no saben que fue la provincia que jamás recibió un centavo en la repartija de los centenarios y los sesquicentenarios cuyos únicos beneficiarios fueron Huamanga, Huanta y Quinua. A la descripción de estos sucesos he dedicado ya muchos libros y un sinnúmero de artículos. Y sigo en la brega, investigando sin tregua y venciendo enormes dificultades de todo orden.

        Cuando el anterior gobierno regional  promulgó la ordenanza N° 023-2011-GRA/CR, que declaraba  el 7 de octubre como Día Jubilar de la Heroica Provincia de Cangallo y encargaba al mismo tiempo a la UGEL Cangallo, a través de su Art. Tercero,  que las instituciones educativas de la localidad efectúen las actividades conmemorativas del bicentenario de la jura cangallina (que implicaba  indirectamente incorporar en el currículo educativo la historia de Cangallo como uno de sus contenidos), abrigamos la esperanza de que se abría para nuestra provincia las primeras cortinas identitarias del progreso. Nos equivocamos, pues la contumacia de las autoridades educativas locales de entonces, jamás les permitió comprender su inspiración doctrinaria, y la norma no pasó de ser un saludo a la bandera por la desidia de aquéllas. Los miembros de la Comisión de entonces no denunciamos por desacato ni al director de la Ugel ni a los directores de los centros educativos, por estimar que la aprehensión de los valores cívicos debe seguir un curso pedagógico no represivo.

        El martes 26 de noviembre  arribó a nuestra ciudad-capital de provincia, un equipo de funcionarios del Ministerio de Cultura para evaluar si la titulación obtenida de Patrimonio Cultural de la Nación de la fiesta denominada popularmente como la Bajada de Reyes, está siendo cumplida en todo lo que la norma puso como condición para su periódica revalidación. Muchos ciudadanos pensábamos que el equipo venía a poner las bases para que por fin la ciudad tenga la parafernalia mínima para fomentar una vida cultural plausible como por ejemplo una biblioteca pública equipada con Internet, un centro cívico para la práctica de actividades artísticas, clubes juveniles, publicación de libros y revistas, formación musical de los educandos, formación de coros infantiles y juveniles, difusión de la rica tradición musical huamanguina, cursos y talleres de proyección social, recopilación y mejoramiento del acervo gastronómico, mantenimiento de la diversidad identitaria de la vestimenta de sus diversos pueblos, etc., pero sobre todo a informarnos en torno a las actividades y obras que Cangallo merece como protagonista fundamental para el logro de la independencia nacional y el triunfo del Perú en la batalla de Ayacucho, pero que fue privada injustificadamente en las celebraciones de los centenarios y los sesquicentenarios, ya que la autoridad ministerial de Cultura, por mandato del Decreto Supremo N° 004-2018-MC es la encargada oficial a nivel nacional para formular la agenda de conmemoración del bicentenario de la independencia, encargada de ejecutar, articular  y dar seguimiento a las acciones requeridas para dicha conmemoración, además de formular la política de acciones y obras que deben  ejecutarse. La reunión acabó en un sainete interminable de que la fiesta de los reyes magos debe ser así o asá, que el primer promotor de la fiesta fue tal o cual, que su vestimenta debe ser diferente al de allá y/o acullá, que su lugar de origen fue Qotoray y no Yuraqyaku, que sus modificaciones, que los cargontes, que lo belenes, que los danzantes, que los músicos, que las canciones, que las máscaras, que los zapatos bicolores, etc. etc., pero, en resumen, nada sustantivo si se tiene en cuenta que, como los carnavales,  las fiestas navideñas que se celebran en muchas decenas de pueblos del territorio nacional son totalmente de origen europeo traído por los conquistadores, y que, de ser una fiesta religiosa se ha convertido en una bacanal pagana, donde el alcohol y hasta las groserías de los clown (o “machus”), se han convertido en costumbre de apariencia civilizada. Alguien pidió que la danza navideña cangallina sea declarada patrimonio inmaterial de la humanidad  ¿Y de la urgente necesidad de contar con una comisión cívica de celebración de los bicentenarios, y las precauciones que deben tomarse para que Cangallo no sea nuevamente ignorada en las atenciones del gobierno que ha prometido gastar la enorme suma de 35 mil millones de soles estos últimos cuatro años en obras de infraestructura?, ¡Absolutamente nada! Mientras tanto, la provincia sigue hundiéndose más y más danzando en el lodazal de la decadencia.

       La segunda reunión del día miércoles 27 de noviembre realizada para llevar a cabo una sesión ordinaria descentralizada del Consejo Regional, fue asimismo, un sainete deficientemente estructurado, pues se inició con una estación de pedidos de los asistentes que degeneró en una demanda de obras interminable: primero lo hicieron los alcaldes distritales, luego los funcionarios de los distintos pliegos, los dos subprefectos que tiene Cangallo que olvidaron cantar en dúo, los secretarios de las distintas organizaciones sociales, y finalmente la ciudadanía toda que se entregó, como subrayé,  a un festival de solicitudes de obras, pese a que la presidenta del Consejo (la más destacable por su solvencia) había recalcado que ellos únicamente legislaban  y/o fiscalizaban. Después de un receso de una hora para que los consejeros ingieran sus alimentos, prosiguió el embate verbal inocuo ya con escasos oyentes y felizmente con la presencia del alcalde provincial que arribó con su acostumbrada solemnidad cuando estaba por concluir el certamen, razón por la cual se limitó a saludar protocolarmente a los presentes. De las obras que deben ejecutarse con motivo de los bicentenarios, no dijeron ni pío; la absoluta nadería fue interrumpida por el regalo de suculentos quesos que los consejeros recibieron alborozados por la generosidad de alguna ignorada comunidad que también querría obras. Los dos consejeros que representan a Cangallo, lamentablemente parecieron haber nacido en Paita; uno solo de ellos prometió ayudar a la mediocre institución local forjadora de educadores, para que tenga un mejor local y así enfrentar con posibilidades de éxito la nueva calificación evaluativa que se anuncia. Para despertar nuestra indignación amodorrada por el cacofónico bla bla bla, se hizo el anuncio de que para las obras de Cangallo para el ejercicio presupuestal del 2020 se había destinado la cantidad monumental de 19 millones con setecientos mil soles; es decir una mísera limosna, un mendrugo de piedad  para una provincia que exhibe en todos los órdenes cifras al extremo lamentables. La lógica justificatoria que escuché fue que si un gobernador regional cangallino no hizo nada durante dos períodos de gestión, excepto honrarnos con sus hazañas cacolátricas, por qué el ahora gobernador regional huantino debía resarcirnos en obras de infraestructura que ayuden a romper el círculo vicioso de la enorme pobreza subregional, por más que Cangallo haya sido la provincia que más contribuyó en el logro de nuestra independencia y por más que ella derramó hectolitros de sangre de sus hijos y perdió también todo su patrimonio en aras de nuestra libertad? Por ello, no dijeron nada sobre las obras que se ejecutan por el bicentenario en las localidades de Ayacucho y Huanta, es decir informarnos los costos del Gran Parque del Bicentenario de Acuchimay en la ciudad de Ayacucho y los locales en Huanta del Colegio Mayor, el colegio María Auxiliadora y el nuevo Hospital que, según algunas fuentes informadas, sobrepasan en conjunto más de mil millones de soles. Esperamos que la autoridad competente nos informe en armonía a la Ley de Transparencia para mitigar el dolor de la nueva bofetada.

    El clima de malestar social después de los anuncios hechos, hizo juego con los nubarrones negros que pronto aparecieron en el horizonte norte cangallino. Según parece, la indignación que ha generado esta inminente nueva postergación de la provincia, similar o con más saña a las realizadas con motivo de los dos centenarios y los dos bicentenarios de la independencia del Perú y la batalla de Ayacucho, está alimentando con combustible de acto octanaje los planes para la realización de una GRAN MARCHA DE LOS MOROCHUCOS que, según noticias divulgadas sotto voce superará a la MARCHA DE LOS CUATRO SUYOS del apu cabaneño Toledo, que hizo humo en un santiamén la donación del multimillonario Soros. La ciudadanía debe conocer que la burocracia ministerial y los paniaguados alanistas incumplieron flagrantemente la ley N° 24995, por la cual se ordenaba la construcción de la carretera pavimentada de Ica, Quimsacruz, Huancasancos, Huancapi, Cangallo, Ayacucho. El gobernador regional, Sr. Rúa, tuvo recientemente conocimiento del asunto, pero como no asistió al evento de marras, no sabemos positivamente si tiene voluntad política de cumplir dicho mandato legal. Algo más: Para el bicentenario de 1821, deberá editarse mi libro “El CICLO INDEPENDENTISTA HUAMANGUINO”, donde describiré las más de veinte batallas y escaramuzas sostenidas por los morochucos en aras de la libertad peruana; los mandatos incumplidos por el Estado Peruano a favor de Cangallo, principalmente el decreto del Libertador San Martín de 27 de marzo de 1822, publicado en la Gaceta de Gobierno de la misma fecha,  que mandaba reconstruir la Plaza Mayor de Cangallo y erigir un Monumento a la Libertad en el que se inscriban los nombres de los mártires de la libertad peruana. También se valorarán los siete premios simbólicos obtenidos como reconocimiento de los libertadores y presidentes extranjeros a las proezas  de los cangallinos, en contraposición a los mandatarios peruanos que jamás entendieron el valor pedagógico de los símbolos generadores de identidad bienhechora y su correlato magnético para la industria turística. 

      Retornando al tema de la Gran Marcha de los Morochucos, personalmente, y teniendo en cuenta las debilidades espirituales de la nueva generación de cangallinos, no creo en la pamplina de su realización en razón de que nuestros gobernantes están inmunizados contra los valores patrióticos y tienen una epidermis de cuero a prueba de pellizcos morales; no creo que ahora hayan  nuevos “verde llaqes”(*) que tengan el cariotipo de los míticos huallinos de Milley, tampoco cangallinos con el ADN heroico de nuestros abuelos, dispuestos a jugarse la vida por dicha causa.  Si  este rumor fuera cierto y esté  equivocado en mis juicios; yo, que todavía siento tener las fibras guerreras de los antiguos manes morochucos y no he perdido la virtud de la indignación, estoy dispuesto a insurgir por una nueva sociedad, por un nuevo contrato social, empero sin declararme necesariamente revolucionario fundamentalista ni hacer apologías extremistas ni asumir poses iconoclastas. Los numerosos acontecimientos políticos y policiales en el país de estos ocho últimos años: presidentes cleptócratas, magistrados del poder judicial infectados con el mal de chagas espiritual, congresistas doctorados en artes de alcantarilla, alcaldes, funcionarios y ciudadanos que respiran como cosa natural el monóxido de la corrupción, el crimen y el irrespeto a los derechos humanos, la fragilidad de la conciencia ética de nuestras propias mujeres que antes nos sobornaban besándonos no la billetera, policías recolectores de peajes ilícitos, etc. … me han convencido de que vivimos en una República falaz, que la democracia de la que me sentía orgulloso es el cacumen de la fetidez y la descomposición social; y hasta estoy aprendiendo a tener vergüenza de identificarme con la otrora gallarda nacionalidad peruana que antes lo declaraba con orgullo y altivez, disminuido en mi ser como en aquellas épocas en que humillado debía demostrar que no  era portador de las bacterias del cólera ni era senderista ni narcotraficante, y me veía obligado a decir casi entre sollozos que era peruano de los buenos, que era descendiente de los valientes abuelos de la heroica Cangallo del Perú, pues así les recordaba que había también una pequeña villa llamada Cangallo en la provincia de Buenos Aires (Argentina); otra en plena ciudad de Buenos Aires conformando una de sus más grandes avenidas y albergando la casa de la extinta esposa del Libertador don José de San Martín donde tuvo que hospedarse al despedirse del Congreso Peruano que él había instalado y antes de marcharse al exilio con su adorada hija Mercedita a Boulogne sur Mer; otra Cangallo era el palacio de los masones argentinos; otra se hallaba en Arequipa, lugar donde se realizaron dos grandes batallas, una de las cuales la narra Flora Tristán; otra, en la altipampa collavina, cerca a Ayaviri; otra en el camino colonial a la ciudad de Ayacucho, entre Pumaqawanwa y Matara; y otra en el Sagrario de mi corazón donde vive mi madre.

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(*)  Se autonominaban “verde llaqes” (“hojas verdes” en español), los habitantes del Benemérito distrito de San Pedro de Hualla, de la antigua provincia de Cangallo, hoy Fajardo,  que en la guerra de la independencia peruana contra los recluteros hispanos y sus conmilitones iquichanos, se sentían poseídos por el espíritu de sus antecesores míticos para generar fuerzas renovadas para combatir contra sus enemigos, en forma análoga a los pimpollos que brotan desde los troncos viejos de los árboles para dar origen a uno nuevo.  Eran pues los redivivos “taqui onqoy” de la emancipación: guerreros energizados espiritualmente con el poder heroico de sus antepasados.

 
                                                                              Cangallo, 28 de noviembre de 2019.




                                                           A N E X O

       SAN JUAN DE MIRAFLORES Y LOS MOROCHUCOS
                                                             
                                                13 de Enero de 1881
                                                                            Por Carlos Mendívil Duarte
                                                                 
         En la guerra con Chile la suerte no fue tan pródiga para los morochucos como en la campaña Libertadora. La victoria escatimó sus laureles para con los que supieron escribir una página gloriosa de nuestra historia al rendir sus vidas en su totalidad, episodio tal vez ignorado para la gran mayoría. Estos pampinos, fieles a su tradición prefirieron morir como verdaderos héroes, en la ofensiva, antes que ceder una pulgada de terreno en el cumplimiento de su deber, legando así un recuerdo imperecedero de honor y abnegación a toda su raza.

           El que fue mi estimado amigo, señor Elías Mujica Carassa, recuerda haber oído hablar sobre la actuación de los morochucos en Chorrillos, fue el primero que me proporcionara algunos informes que me interesaron grandemente.

Comencé a recopilar datos en fuentes de toda veracidad, como deben ser considerados los sobrevivientes de aquellas recias jornadas, a saber: los Coroneles J. L. Meneses, Juan Nieto; los Comandantes Rodolfo Acevedo, José M. Román, Lizardo Luque y los Sres. Octavio Ayulo y Carlos Romero, Director de la Biblioteca Nacional; así como de los residentes de la ciudad de Ayacucho. Todos ellos confirmarán, lo que recibí de labios del propio morochuco Diego Méndez, uno de los ocho que quedaron con vida de todo un regimiento. No obstante su avanzada edad, era admirable ver el entusiasmo y la energía  con que me contaba los incidentes anteriores y posteriores a este día, así como también la forma como iban cayendo sus compañeros fulminados por el plomo enemigo, pudiendo mi imaginación reconstruir en todo su horror aquel panorama tétrico, del cual fueron protagonistas aquellos soldados que llevaban en sus corazones sólo generosidad puesta a prueba en toda la campaña.

         He hilvanado dichos relatos para rendir admiración a estos jinetes que en todo momento en que la Patria reclamara su concurso, supieron cumplir y que hasta hoy viven y siguen desarrollándose tal como antes, en un ambiente de pujanza y virilidad. Así como para estos veteranos que, cual reliquias sagradas, el tiempo los guarda con vida, aunque cargados con el peso de los años y que fueron víctimas de nuestra falta de previsión, organización y de bastardas ambiciones políticas.

        Conservamos los nombres de estos sobrevivientes, en el nacarado estuche de nuestra admiración y gratitud, lo mismo que el del morochuco Méndez quien hasta hace poco vivía, en la pampa sembrando para los de mañana la semilla del honor y amor patrio que heredara de sus antepasados y tanto más admirable si se tiene en cuenta que no obstante el derecho que le asiste, jamás recurrió ante los Poderes del Estado en demanda de una prebenda, contentándose, una vez cumplido su deber, con retornar al lado de los suyos portando el manojo de laureles de los que vendieron caras sus vidas, y que a modo de leyenda, bulle en la mente de los morochucos jóvenes al ritmo de su existencia llena de peligros.

       El coronel Francisco Mavila, ayacuchano de nacimiento, hombre ponderado, valiente y por demás generoso, respondió al requerimiento de la nación, no sólo con su persona, sino también con su patrimonio sin pensar en el mañana, ayudado eficazmente por el coronel Pedro José Miota, de origen cuzqueño, costearon la formación de un cuerpo de infantería con el nombre de Batallón Ayacucho y otro de caballería con los morochucos.

          Para formar este último cuerpo, buscaron campo propicio en Pampa Cangallo, residencia de los eximios caballistas, por quienes el coronel Mavila profesaba verdadera admiración. El llamamiento fue excesivamente halagador para el orgullo de ambos militares por el crecido número de voluntarios que se hicieron presentes, portando sus caballos, lanzas y arreos.

         El entusiasmo para formar este primer cuerpo fue tal, que ambos Coroneles se vieron precisados a mandar ejecutar el concebido paso adelante y como todos sin distinción de edades lo hicieran, hubo necesidad de escoger a los más jóvenes y entre estos se sorteó el número que los recursos de ambos los limitara.

       Llevados a la ciudad de Ayacucho, fueron recibidos con un entusiasmo indescriptible y se bautizó el Regimiento con el nombre de “Los Morochucos de la Muerte”, las insignias que eran una calavera entre dos canillas, a iniciativa de su alegre Coronel Miota. Fue mandada hacer en “badana”  blanca para las banderolas rojas, y negra, para las blancas, que llevaban en la punta de sus lanzas.

         Como Primer Jefe del Regimiento de los “Morochucos de la Muerte” fue reconocido el Coronel Miota, que paseó por las calles de Lima su uniforme de paño negro con un Sol bordado en oro en el dorso de su dorman, y como Oficiales numerosos jóvenes de la ciudad de Ayacucho. Los uniformes del Batallón Ayacucho y el de los morochucos fueron confeccionados por todas las ayacuchanas sin distinción de clases, con una tela que en esos lugares la llaman “jerga” que es una trama de hilos de color gris y negro, tejidos en los telares rústicos de madera que suelen usar en toda la Sierra para esta manufactura. Los morochucos en lugar de kepíes llevaban gorras de pieles de distintos animales, como alpacas, vicuñas, pumas, etc., en forma muy parecida a la que usan los cosacos, con el distintivo del cuerpo.

         Después de un mes de adiestramiento en Ayacucho, partieron estas tropas rumbo a la capital el 12 de Octubre de 1880, para llegar a su destino, veinte días después de un penoso viaje por la inclemencia del tiempo en épocas en que las aguas se adelantan.

         La entrada a Lima la hicieron por el lado de Maravillas, a las 7 p.m., y su llegada constituyó una verdadera novedad en la capital. Su paso por las calles fue festejado con gran júbilo y en su recorrido llegaron hasta la Plaza de Armas, Jirón de la Unión, para luego dirigirse por la Avenida Grau, camino a su campo de concentración, sito en unos potreros de la hacienda Manzanilla, donde acamparon a su manera, formando sus carpas con los ponchos que a modo de caronas traían en sus cabalgaduras. Lo que más llamó la atención en la ciudad, fueron los uniformes, su alta talla, al igual que el de su Jefe el Coronel Miota, siendo casi todos blancos que montaban en típicos caballitos e ignoraban el idioma castellano, motivo por el cual tuvieron que buscar jefes instructores que conocieran el quechua.

       A los dos días de su llegada, los morochucos fueron revistados por el Jefe Supremo don Nicolás de Piérola, quien arengó a estos valientes que venían a luchar al igual que todos sus hermanos, mientras lo Coroneles Mavila y Miota recibían las felicitaciones por haber alistado con sus propios recursos el Batallón Ayacucho, así como a los legendarios guerrilleros de Pampa Cangallo.

       En la madrugada del 13 de Enero de 1881, los chilenos avanzaron sobre la línea de la vanguardia peruana, presionando el ala izquierda y el centro, obligándolos a retirarse en dirección a Barranco y Miraflores. Las tropas chilenas de la División Linch avanzan comprometiendo el ala derecha, comandada por el coronel Iglesias, es en este momento que el coronel Miota recibe órdenes de cargar con sus morochucos y sostener la retirada del ejército. La orden fue cumplida hasta el sacrificio; estas tropas lanza en ristre, cargaron con tal ímpetu y valor que el saldo fue pavoroso. Unos cuantos morochucos, muertas sus cabalgaduras, se retiraron hacia Chorrillos para seguir combatiendo.

       Fue designado instructor de este cuerpo el Coronel Napoleón Valdez y varios Oficiales en calidad de destacados a los morochucos de la Muerte.

      Distribuido el armamento por demás deficiente, pues eran rifles de fulminante marca “Minie” que se cargaban por la boca a modo de escopetas para los del Batallón Ayacucho, y los de este tipo recortado a modo de carabinas, para los morochucos, también fueron dotados de algunos sables, mientras el resto tenía que utilizar las lanzas traídas desde Ayacucho.

      Antes de que las tropas salieran a combatir, se organizó un desfile que partiendo de la Alameda de los Descalzos, siguió por los jirones centrales. A la cabeza de estas tropas marchaba un pelotón de morochucos batidores. Terminado este acto regresaron a su campo de concentración y tras un descanso, entrada la noche, partieron por el camino de San Borja, Canto Grande hasta llegar a Villa.

      En este punto le fue señalado al Coronel Mavila, Jefe del Batallón Ayacucho su zona defensa y los morochucos situáronse en la retaguardia para sostener por su movilidad, cualquier situación imprevista en algún punto de la línea. Sus cabalgaduras se hallaban a cubierto por las totoras que abundan en dichos pantanos. Por una orden posterior, tuvieron que ocupar las trincheras construidas en el pico de los mamelones, que domina Villa hacia San Juan. Estas trincheras fueron pésimas por su construcción, pues se utilizaron piedras con escasa arena, motivo por el cual los proyectiles  enemigos que caían en ellas destrozaban los cantos que al salir despedidos producían grandes bajas.

Del regimiento pampino compuesto de cuatrocientas plazas, sólo ocho regresaron con vida a disfrutar del calor de sus hogares y al paso del tiempo, seguir contemplando llenos de melancólica tristeza, los pobres ranchos de los compañeros que jamás volvieron.

         Según cuenta el morochuco Méndez, siguió combatiendo valientemente en Chorrillos hasta las cinco de la tarde en que, completamente rodeado y presintiendo su fin al ver a los soldados de Baquedano avanzar repasando a los heridos, se resguardó en una trinchera, muy cerca de la población, sin más compañía que la de un herido de gravedad y varios cadáveres. A Unos treinta metros del sitio en que se encontraban, hacia el lado izquierdo, yacía un oficial de alta graduación víctima del combate. Pudo presenciar Méndez que los chilenos que se dirigían a la trinchera en que se encontraba, desviaron su ruta a la vista del cadáver del oficial. El morochuco Méndez salvó de perecer ante la superioridad numérica, porque los soldados se enfrascaron en una disputa y avanzaron discutiendo, dejando atrás la trinchera desde la cual Méndez esperaba su último combate.

         Cuando se perdieron de vista camino a la ciudad de Chorrillos, el morochuco permaneció entre el hoyo de la trinchera auxiliando al herido y esperando llegara la noche para retirarse hacia Lima con su compañero a cuestas. No pudo cumplir su noble propósito, porque momentos después, éste fallecía. Con la claridad de la noche, contemplando los resplandores de los grandes incendios de Chorrillos y Barranco, Méndez siguió el camino que su instinto de orientación de morochuco le guiara, alcanzando las primeras líneas peruanas, donde se le dio el alto y se le pidió el santo y seña. Como lo ignorase, se limitó a decir….¡Perú!…¡Perú!.

       Una patrulla de soldados peruanos salió a su encuentro y lo llevaron ante el jefe a quien refirió su odisea. Fue conducido a la retaguardia para que descansara hasta el día siguiente, que se le incluyó en uno de los batallones, con el que luchó el día 15 en Miraflores hasta la retirada a Lima.

       Este morochuco en compañía de varios soldados y de un Alférez Molina de quien guarda gratos recuerdos, antes de someterse al desarme se retiraron hacia el centro. En la ciudad de Huancayo tuvo conocimiento del avance de una División del Ejército Chileno e inmediatamente se constituyó en la ciudad de Ayacucho para unirse a sus compañeros y oponer resistencia al invasor unos como montoneros y otros a órdenes del entonces coronel Andrés Avelino Cáceres, de quien llegara a ser su Edecán como Ayudante de campo, durante la campaña de la Breña.

     Cuando la expedición del Coronel Martiniano Urriola entró a la ciudad de Ayacucho, los huamanguinos se organizaron para luchar hasta el último y las bajas del ejército expedicionario en sus constantes luchas con los montoneros, eran cada día  más y más alarmantes. Las mujeres ayacuchanas también tomaron parte importante, pues invitaban a las chicherías a los soldados y cuando se hallaban saturados de licor, procedían en complicidad con otros patriotas a degollarlos, enterrando en secreto los cadáveres, hasta que un buen día fueron observados por un tipo popular a quien llamaban “El Mudo”, quien enteró al jefe Urriola de lo que pasaba. Este ordenó que se tomasen presos indistintamente a los habitantes del barrio donde se producían estos crímenes, haciéndolos quintar para luego fusilarlos en el Panteón.

         Mientras esto sucedía, los morochucos cercaban por las alturas la ciudad, y cuando sólo faltaba al lado de Marcas fue noticiado el Jefe de las fuerzas chilenas, quien inmediatamente y sin que nadie lo maliciara, tomó sus precauciones para abandonar la ciudad de Ayacucho a las dos de la madrugada. No obstante esta intempestiva salida los morochucos hostilizaron sin descanso la retaguardia enemiga hasta su llegada a Huancayo.

         Si alguna causa oscura preside la vida, resulta significativa que estos morochucos encontraron la muerte en los pantanos de Villa, al igual que los realistas quienes sucumbieron en los pantanos artificiales que los sublevados del rebelde Basilio Auqui, prepararon durante la campaña libertadora en Succha.

          ¡Ironías de la vida que escapan a la lógica, al presentarnos estas raras coincidencias!

(Transcripción hecha  del libro “Los Morochucos  Cap. II, pp. 56 a 60 de Carlos Mendívil).

sábado, 26 de octubre de 2019

¿AGRESIÓN A LOS CANGALLINOS O CACOSMIA NARCISISTA?


Fue el pasado año 2018: Obligado por mis deberes de seguir fisgoneando las tarjetas de mi ser hecho para la muerte, viajé a Lima para aceitar mis tornillos cardíacos que empezaban a chirriar de viejos, o quizás por estar acosados por la herrumbre de mis nostalgias. Por esos azares del destino, tropecé en la Biblioteca  Nacional del Perú con una voluminosa antología que la Dra. Scarlet O´Phelan había editado. Grande fue mi sorpresa al percibir, a vuelo de pájaro, que se trataba de una colección de artículos dedicados a cavilar en torno a la típica Junta Gobernadora del Cuzco con motivo de la Revolución de 1814 y no de una personal producción de la académica con la gala de calidad a la que nos tiene acostumbrados. Aún más, mi interés se incrementó cuando en el índice se anunciaba la incorporación de dos trabajos, de igual número de profesores de la universidad de San Cristóbal de Huamanga, que considero, jubiloso de querencias provincianas, casi mi Alma Mater. Ni corto ni perezoso fui a comprarlo a la Pontificia Universidad Católica, empero sin lograr mi propósito, pues estaba agotada la edición; de tal modo que me conformé con algunas copias fotostáticas elegidas al apuro y proporcionadas diligentemente por la mencionada entidad estatal.

        Abstraído en el retorno a casa, mascullaba el infortunio de no tener el ejemplar, pero al mismo tiempo mostraba mi regocijo de que, por fin, dicha revolución había merecido el genuino interés de los historiadores al igual que la revolución del gran Tupac Amaru. Y así abrigué la esperanza de que en algún intersticio de la voluminosa antología también habría una obligatoria referencia a los morochucos de Cangallo. Así era. Al arribar a mi destino, grande fue también mi sorpresa al leer el artículo del profesor Nelson Pereyra Chávez, en donde se resaltaba una agresión gratuita contra los cangallinos envuelta esnobista y malintencionadamente con el léxico de Eric Hobsbawm (estocada que ya se había ensayado con los huamanguinos en la obra colectiva "Historia y Cultura de Ayacucho", al parecer, inspirado por él y pese a que a través de ella se aspiraba a elevar la autoestima de sus pueblos construyendo, o ayudando a construir, una imagen positiva de los mismos (2008:151)). Si algo aprendí en mis estudios de filosofía medieval es reconocer el valor de la virtud denominada: sindéresis(1) y ponerla en práctica, y por ello, sin poner mis pelos en punta ni advertir la urgente necesidad de redactar una respuesta a mi relativamente desconocido detractor, un día en que las musarañas rondaban entre mis neuronas y el tictac perezoso de mi anacrónico reloj de péndulo me adormilaba, empecé a teclear mi vieja computadora, por momentos sintiéndome como la cucaracha de Kafka metamorfoseada en guerrero samuray de mil sables. Sin embargo, no me dejé tentar por los ogros del odio, y muy respetuoso, como un monje puritano que cuenta el número de arcángeles que caben en el corazón de Dios, completé mi alegato, y lo “colgué” en mi muro de Facebook: La Voz de Santa Rosa de Cangallo y en mi blog “En busca del tiempo perdido”. (El texto íntegro lo hallará el lector bajo el título de “La jura de Cangallo: ¿Mito, tradición inventada, realidad histórica inobjetable?).

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(1) Aun cuando los diccionarios, como el pequeño Larousse,  definen a la sindéresis como “el buen juicio  y la aptitud  para juzgar rectamente y con acierto”, para los pensadores medievales, era   una virtud por la cual conservamos en nuestra conciencia el conocimiento de la ley moral que como una centella nos permite distinguir lo bueno de lo malo y nos obliga a actuar rectamente incluso cuando las situaciones se vuelven amenazantes, como habría sucedido, por ejemplo,  con María Parado de Bellido. Por supuesto que el delincuente avezado, el amoral ni el orate, disponen de esta capacidad. Por tanto, ese algo que nos instiga a obrar o juzgar rectamente, nos permite comprender que su opuesto es el mal. Para el Aquinatense (Santo Tomás de Aquino) es un hábito que nos dirige a la práctica de los principios superiores como una regla de la parte superior de nuestra razón.
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En el interludio que puso a prueba mi tolerancia de hombre civilizado, apareció el libro de otro profesor (también de la citada universidad) que se identificaba con el nombre de David Quichua Chaico y me mordía a mansalva, en tándem con el  docente referido líneas antes.

 Si el Mg. Pereyra afirmó:

Refiere el historiador ayacuchano Max Aguirre que antes del encuentro de Matará un grupo de insurgentes, liderado por el cura Valentín Munárriz y el criollo José Mariano Alvarado, se dirigió al pueblo de Cangallo para jurar la independencia el 7 de octubre de 1814. El citado autor muestra como prueba de sus afirmaciones el testimonio de José Hipólito Herrera un capitán de caballería del Ejército republicano que en 1862 publicó una compilación de documentos de la época de la independencia. Sin embargo, Herrera no precisa los detalles y la misma coyuntura histórica genera dudas sobre la veracidad del hecho. Parece tratarse de una tradición inventada para construir una identidad republicana entre los pobladores de la provincia de Cangallo, en el departamento de Ayacucho, ahora que se acercan las celebraciones por el bicentenario de la independencia (cf. http:griegomax.blogspot.com)”.

; el otro, también magister en historia, en un libro patrocinado por el rectorado de la Universidad de San Cristóbal, con cierto tufillo de factótum del saber histórico total y confundiendo crítica científica con difamación, escribía otra suerte de catilinaria:

“En los últimos años, sin mayores investigaciones y cargado de un sentido patriotero, hasta han determinado que la primera Jura de la Independencia se produjo en Cangallo el 7 de octubre de 1814 (Aguirre, 2014) y, anualmente, desarrollan diversas actividades festivas en homenaje a quienes lucharon contra la administración virreinal. Adicionalmente, tanto en los centros educativos y las instituciones políticas, en las celebraciones patrióticas, se han ocupado de difundir la participación de las heroínas y los héroes: María Parado de Bellido, Ventura Ccalamaqui y Basilio Auqui Huaytalla, presentando como base las investigaciones de Manuel Pozo (1961). Sin embargo, en la actualidad recientes investigaciones históricas sobre la identidad de María Parado de Bellido y la participación de Ventura Ccalamaqui consideran que tienen una característica más mítica que realidad. Asimismo, se ha enfatizado la participación de los indígenas en condición de montoneras, que han jugado un papel fundamental en la lucha independentista” (“La Independencia en la Región”, 2017: 88).

          El profesor Pereyra, que dos años antes había disimulado su encono a los cangallinos usando la palabra “parece” (Cf. el primer texto transcrito), en un reciente evento celebrado en la ciudad de Cangallo (cuyas consideraciones teóricas las evaluaré apenas se publiquen el audio o el vídeo íntegros, para  acallar sus amenazas de llevarme al presidio a través de una querella por difamación), lejos de disculparse caballerosamente con los cangallinos por las ofensas inferidas, no sólo decapitó de un tajo el retrato heroico de Basilio Auqui y “redujo al absurdo” la totalidad de mis pruebas des-cubiertas sobre la jura de la independencia ocurrida en Cangallo, sino que desató su furia contra el suscrito, exclamando a viva voz que no debatiría con un  “mentiroso”, adjetivo que repitió -como una metralleta vomitando odio y pólvora hepática-- hasta en cuatro o cinco momentos, asustando a los escolares presentes a quienes miraba con pupilas avernícolas a punto de salir de sus órbitas. Las bendiciones del director de debates, traído expresamente por la Comisión del Bicentenario huamanguino,  que ignoró el tiempo que duplicó con creces al que se me concedió, fueron evidentes. Y todo, porque yo había expresado mi desacuerdo con el lesivo párrafo de marras, copiado al inicio de este artículo, añadiendo al final la frase “faltó poco para que nos mente a la madre”. Rato antes del “coloquio”, había invitado cordialmente al Sr. Pereyra a dar una rápida inspección a la colección de documentos que exhibíamos como preámbulo motivador; pero él, miró tres o cuatro paquetillos etiquetados por el suscrito, e ignorando mis explicaciones pertinentes, optó por retirarse al patio a charlar con su patrocinador en una actitud grotesca de cacosmia narcisista (es decir aparentando sentir desagradable olor en donde hay incluso fragancia de niños o aroma popular de estudiantes que hojeaban y tomaban fotografías a las muestras, derramando aires de superstar mundial haciendo casting magisterial de superioridad, o sintiéndose una copia retocada de la belleza de Narciso de la mitología griega; dicho en pocas palabras: levitando muecas de que le apestaba todo). Pero este primer desaire, que puede insertarse en las crónicas de accidentes domésticos o en las historietas narradas en las comilonas de comadres arponeras, no es el quid del asunto. Es algo más serio, pues, la estela de supremo señor del Mg. Pereyra y sus rictus de desdén, descubrieron, con lo ocurrido rato después, una voluntad de generar un clima adverso a la heroica provincia de Santa Rosa de Cangallo, que está haciendo esfuerzos enormes por salir del foso de la decadencia al que lo ha arrastrado su participación en la guerra de la Independencia, agravada por las últimas gestiones edilicias ahítas de corrupción, y reclama ahora del Estado Peruano una justa reivindicación que no la tuvo ni en el centenario ni en el sesquicentenario de la Independencia nacional (Ver en este mismo medio mis artículos “Cangallo: Víctima de la Ingratitud del Estado Peruano” y “Los bicentenarios de la independencia del Perú y la batalla de Ayacucho: Cangallo en la encrucijada de la ingratitud del estado peruano”). Pero perdóneseme hacer una digresión previa, antes de fundamentar la denuncia:

        ¿Qué quiere decir mentar a la madre? o ¿qué denota dicha frase?  Le invito a que el profesor Pereyra me ilustre si estoy equivocado; pues, stricto sensu, no significa sino “mencionar a la madre” y figuradamente “despreciar su origen”. (El verbo “mentar” forma parte imprescindible del acervo léxico del método fenomenológico de Edmundo Husserl y designa el acto de describir y/o mostrar los contenidos puros de la conciencia, evitando toda contaminación psicológica; es decir no es una grosería como supuso él). Es cierto que en el lenguaje del lumpeng o la canalla, sustituido por el término que alude a los genitales femeninos, connota una  ofensa;  pero aun así, es una voz equívoca, como la palabra “mandatario” que se aplica a veces al presidente de la república, creyendo que significa “el que manda” (Ver “El Habla Culta” de Martha Hildebrandt”). Por mí, no me arrepiento haber pronunciado inintencionadamente la frase, pues, siempre he pensado que ella es equivalente a decir “de origen malo”, “de origen detestable”, y en el caso de la alusión al discurso transcrito, como “de origen social despreciable”, “de origen social abominable, execrable, infame, pésimo, etc.”. Si a un recién nacido abandonado por su madre en la inclusa de un monasterio, o en la puerta de la residencia de una familia adinerada o apergaminada con títulos nobiliarios, como sucedía frecuentemente en la colonia, se le motejaba despectivamente como un “expósito”, a un pueblo que carece o inventa su identidad, o peor, a un pueblo que se autodefine adrede con una identidad falsa para aprovecharse de un beneficio que no le corresponde ¿cómo se le llama?  Yo no he encontrado en los diccionarios la palabra exacta, y por ello apelé a la infortunada metáfora, similar al circunloquio que  define a la leche “como el líquido perlático de la consorte del toro”. Se me dirá que el discurso transcrito del profesor Pereyra se redactó en aplicación rigurosa de las tesis de Eric Hobsbawm en torno al asunto o que el cascarón doctrinario del sabio británico se rellenó accidentalmente con material inflamable, y mil triquiñuelas maquiavélicas más. No debe olvidarse que su libro “La Invención de la Tradición”, editado ya hace casi 40 años, fue al principio un mero ensayo teórico que poco más tarde se convirtió -por la presión de los esnobistas (de los que viven copiando ideas ajenas para presentarlas como suyas, de los cazadores de apellidos extranjeros nuevos para  edulcorar sus miserias teoréticas)- en doctrina productiva que ayudó, y sigue ayudando, a explicar muchos procesos sociales e históricos abstrusos. Pero no; en este artículo mostraré que el “chirle de Cangallo” no fue un inocente malentendido académico, sino que fue una vulgar trampa de picantería aldeana para desacreditar a Cangallo y excluirla paulatinamente de las justas atenciones que el Estado la adeuda, exactamente como lo hicieron en los centenarios y los sesquicentenarios de la independencia nacional y la batalla de Ayacucho, la misma que comprendería varias medidas, pero todas encaminadas al mismo objetivo: desprestigiar su historia y reivindicar la propia; en otras palabras ver la paja en ojo ajeno e ignorar el tronco clavado en el suyo. Me referiré a una de estas medidas; esta es: usar a dos historiadores dispuestos a envenenar el agua bendita que bebemos los cangallinos como alternativa para supervivir dignamente en el futuro.

       Iniciaré con el primero  que nos agredió a mansalva con un jab de derecha con guantes de marca  HOBSBAWM, pero falsificada. Y lo haré brevemente, iniciando con un tema del que sí puedo probar objetivamente de que también su vocación inquisitorial la mostró con María Parado de Bellido. Liquidados Auqui, la Parado de Bellido, la historicidad de la jura de Cangallo, las pruebas de la revolución de los morochucos, el concurso  de éstos en el triunfo final de Ayacucho, ¿qué queda? Sólo la conclusión general de que los huantinos y sus iquichanos fueron los  auténticos patriotas, los únicos dechados de hombría para derribar el poder español; más los escolios grabados en placas áureas de que Ayacucho fue el último bastión del realismo godo, de que la independencia fue concedida, y finalmente de que el Estado Peruano debe ofrecerle los mejores homenajes y los máximos premios a la fidelísima provincia con motivo de los Bicentenarios de la Independencia Nacional y la Batalla de Ayacucho, es decir repetir la impostura de los centenarios y los sesquicentenarios. Ya poco antes, la egregia figura del mariscal Cáceres había sido objeto de similar manipulación y que, para ufanarse de que es huamanguino, “ayudaron” a los naturales de Ocros a integrarse como distrito de aquella provincia ¿No había escrito Germán Leguía en 1972, indignado por la ceguera espiritual de los peruanos, que “los hechos de los cangallinos corroboran su abnegación y su heroísmo, y despiertan en el espíritu una admiración y una gratitud que en todos los años transcurridos, los gobiernos y congresos de la República no han sabido o no han querido exteriorizar en grado congruente con el mérito contraído y con sus altas proyecciones y enseñanzas; o Juan Pardo de Zela, español por añadidura, que exclamó refiriéndose esta vez a Cangallo, que “la Patria jamás olvidará este heroísmo de sus hijos y le dará un lugar muy distinguido  en los fastos de la historia de su gloriosa revolución”?, o Domingo Tristán que reconoció a los morochucos como los nobles fundadores de la libertad del Perú?. ¿A quién le creemos?: ¿A un autor cultivado en los rigores de las fuentes documentales, a dos excelsos protagonistas de la guerra de liberación, o a los dos angelitos que están aprendiendo a volar con las alas de sus homólogos Ícaro y Dédalo para intentar comprender el ABC de la hermenéutica histórica y su mensaje de que esta disciplina metafáctica jamás puede prescindir de la guía axiológica, aunque se reduzca a una matemática de lo humano como quería Levi Strauss?

           
Demolición de la figura heroica de María Parado de Bellido

Comprenderá el lector que en tan breve espacio no puedo referirme al todo del trabajo del profesor Pereyra sobre la heroína cangallina aludida en el título del parágrafo. La razón es muy simple: En mi largo peregrinar en el escenario diacrónico de la historia regional ayacuchana, todavía no he podido disponer de un  período de tiempo apropiado para investigar en sus arcanos el tema biográfico de esta colosal mujer y el de otros prohombres como Basilio Auqui que han tenido un protagonismo fundamental en las luchas independentistas de la región huamanguina. En el caso de María Parado, aparte de conocer incidentalmente los trabajos de Juan José del Pino, Carlos Cárdenas, Germán Leguía, Pedro Mañaricúa, Leoncio Jerí, Dionisio Miranda y Ulises Chanhualla, entre otros que han preferido únicamente divulgar los progresos alcanzados por estos historiadores, sólo me referiré al trabajo del profesor Pereyra publicado en la web que lleva por título “María Parado de Bellido y la Independencia en la Región de Huamanga: Representaciones de una Heroína Popular”, que es, hasta donde conozco, el único en discrepar radicalmente con los resultados capitales obtenidos hasta ahora por la investigación histórica nacional.

Para mayor objetividad y no abundar en demasía, iniciaré transcribiendo las conclusiones más relevantes de su investigación presentadas en el Epílogo de su trabajo mencionado, siguiendo su propio orden: primero la más general y luego dos específicas elegidas casi al azar, entendiendo que el resto del trabajo científico (el cuerpo de la tesis) es un conjunto de discusiones encaminadas a falsar o verificar las premisas que, por inferencia generalizadora o por especificación, conducen a las conclusiones. Veamos:

► “Se puede concluir el presente escrito señalando que en los tiempos actuales la heroína ayacuchana María Parado de Bellido se ha transformado en un ícono que condensa y proyecta los valores de fidelidad conyugal, maternidad abnegada y patriotismo intrépido. No obstante, dicha representación es distante a la realidad”.
 La mujer que fue fusilada el 1 de mayo de 1822 por los españoles en los extramuros de la ciudad de Huamanga fue de origen campesino; formó con su cónyuge Mariano Bellido una familia con residencia rural, dedicada a la agricultura, la ganadería, el arrieraje y la fianza en la licitación de impuestos.
 Como pobladora de una zona sacudida por la guerra de la independencia, apostó junto con su esposo por la emancipación tal vez con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida; pero, como madre estuvo preocupada por la suerte del amado hijo que se involucró en la guerra e hizo todo lo posible para protegerlo. Se trata de dos dimensiones que no pueden ser ignoradas.

            En la conclusión general, admite que María Parado fue una heroína ayacuchana, pero que en realidad, como ícono falsamente representado por los  demás biógrafos, no debe atribuírsela valores como la fidelidad conyugal, la maternidad abnegada ni el patriotismo intrépido (como si hubiera una taxonomía de distintas clases de patriotismo), pues ella, en la realidad, está muy lejos de ser identificada con tales valores; en buen romance: no debe ser reconocida tampoco como una heroína. Para mí: … todo un galimatías irresponsable, una gravísima difamación sancionable legítimamente por el Art. 138 de la ley penal, aunque en este caso, mitigada por el Art. 133. ¿Heroína, transformada en ícono irreal? ¿Heroína, pero sin patriotismo? ¿Heroína que careció de los valores básicos como la fidelidad conyugal y la maternidad abnegada? ¿Heroína que llegó a ser tal con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida? ¡Si es una heroína de la independencia del Perú, pero que carece de patriotismo, entonces no es una heroína! ¿Por esto aseveró en la pág. 6 de su trabajo la cantilena ebria de  que María Parado “ascendió al panteón de los héroes de la patria, al ser reconocida como mártir de la independencia" […] y que “pese a no ser una mártir de la emancipación, apareció en las primeras narraciones historiográficas sobre la independencia”? (¿?, ¿?) ¿Sigue pensando como los historiadores clásicos en el dogma de que los períodos de la emancipación y de la independencia son muy distintos y que las voces que pueden designar dos instancias de un mismo proceso en el largo tiempo braudeliano son de sinonimia imposible? ¡Confieso que he sido atrapado en la tromba de un intríngulis lógico insoluble, porque me es difícil codificar la expresión de que la Parado fue mártir de la independencia, pero no mártir de la emancipación¡. Sin embargo, respeto su posición en la medida de que la  primera puede significar solamente una toma de conciencia dirigida a obtener la independencia, y la segunda al espejismo de que nuestra patria ya no está sometida a una autoridad política extranjera.
           
En verdad, por razones de filosofía profiláctica que proteja mi salud mental, y porque me urge responder a las animosidades del Sr. Quichua, abreviaré más mi defensa preguntando al señor Pereyra, una o dos cuestiones: La primera, referida a la fecha del martirologio de la Parado: ¿Por qué está muy seguro que la fecha revelada por el albacea de Valentín Munárriz, padre José María Montaño (de 1 de mayo de 1822 y ser testimonio de una sola persona) es la verdadera y no la aseverada en el acta dirigida desde Pillpichaca al prefecto de Huancavelica donde se dice que ella murió a manos de Carratalá el once de mayo de 1822, en la plaza de Huamanga y fedatada por las firmas de un número considerable de vecinos y todas sus autoridades? ¿Nunca imaginó que el “documento Montaño”, descubierto por Aurelio Miró Quesada, por haber estado expuesto a los accidentes de conservación o debido a la calidad de la tinta o el papel, pudo haber sufrido el borrado de una de las cifras, en este caso el segundo número 1? ¿Es más creíble el testimonio escrito de Montaño que la copia del acta en las manos de Sixta Uribe (nieta de Mariano Bellido) descubierta por el padre Carlos Cárdenas? ¿Realizó un despistaje químico o grafológico, o cedió solamente a sus simpatías o quizás al propósito de levantar una Torre de Babel desde donde estrellar la imagen de la heroína y de paso cortarles la lengua a los cangallinos si el plan de declararla huamanguina fallaba?

La segunda: ¿Está realmente convencido de que María Parado de Bellido no fue una digna heroína y que toda su conducta, aparentemente patriótica, estuvo motivada por el deseo o la esperanza de cambiar materialmente su vida? ¿Fue la campesina mestiza, realmente una mujer privada de recursos y que casi se codeaba con la mendicidad o con la desesperación de una multípara que no disponía de recursos suficientes para mantener a sus hijos? ¿Es un mito el dinero que ofreció a Quirós que se dice fue de 600 pesos, suma muy abultada para la época en términos de su poder adquisitivo? ¿Por qué la tradición terruñera de Paras, Totos y Viscapalca, predica de que ella disponía de recursos materiales más que suficientes para una existencia holgada de su familia?

Por el acaso, afirmamos que la fecha oficial de la muerte de la heroína (de 1 de mayo de 1822) era ya muy conocida, y no es conquista heurística del profesor Pereyra, pues, hasta en el Diccionario Escolar Histórico - Geográfico del Perú, escrito al alimón por Juan Castillo y Margot Muga, editado en 1959, ya se difundía la citada fecha incluida su muerte que dice se efectuó en la Plaza de Armas de Ayacucho. Del Pino, que habló al respecto con su nieta Bartola, sostuvo que fue el 22 de marzo de 1822. Y hago está digresión, porque Pereyra, para demostrar la “verdad” de que la jura de la independencia de Huamanga fue el 8 de noviembre de 1820, se dio la licencia de añadir a los “Apuntes Póstumos” de José Segundo Roca que decía: “Posesionados de la ciudad de Huamanga, capital del departamento del mismo nombre, el general tomó informes del estado y posiciones del enemigo, al sud que queda el Cuzco y al norte el valle de Jauja. Dispuso también que el pueblo jurase la independencia, ceremonia que se verificó con la mayor pompa y lucimiento, con misa de gracias, Te Deum”, formación de nuestras tropas, etc., etc.”, la frase “el día 8” (es decir, puso “el día 8” en lugar del “etc., etc”. precedente, resaltada también en negrita) (Cf. CDIP, tomo XXVI, vol. 3°, pág. 231 y  Artículo-Entrevista  del Historiador Nelson Pereyra, aparecido en un diario de Ayacucho leído el 24 de diciembre de 2018 y re-publicado en Internet). Si el lector revisa el Libro de Actas del Cabildo Huamanguino de 1817-1822, advertirá que en el acta de 7 de noviembre apenas se escribe en el margen la palabra “Juramento” y a continuación la frase “En la ciudad de Guamanga en siete de noviembre de”…, seguida de media página del folio en blanco. Sin embargo, Pereyra tuvo las agallas de escribir para los medios la siguiente exhortación: “A partir de estas dos importantes fuentes podemos entonces  señalar que la fecha exacta de la jura de la independencia en Huamanga es el 8 de noviembre y no el 1° de noviembre. O sea la afición del Mg. Pereyra para realizar inferencias arbitrarias no es reciente; lo grave del asunto es que parece también ceder intencionalmente a la tentación de acomodar los documentos a su gusto para conseguir sus propósitos extra-científicos que más parecen delirios de grandeza o, dicho mejor, ataques febriles de megalomanía.

Un familiar de María Parado, Dionicio Miranda, escribió una extensa biografía de ella, pero, extrañamente, omitió decir dónde nació. Ello se explica porque todavía desde esa vez los huamanguinos, al no tener héroes, deseaban que la ejemplar patriota sea declarada como ayacuchana de la ciudad-capital, y por esta razón no le habría revelado tampoco el dato a Juan José del Pino, otro de sus biógrafos. Hoy deben saber los ayacuchanos de la provincia de Huamanga que tienen en su Sagrario muchos héroes de fuste y deben renunciar a sus sueños de “huamanguinizar” héroes ajenos. Hasta pienso, forzado por mi entusiasmo (no porque sea devoto de Thomas Carlyle), que deben ampliar el Panteón de los Héroes de Lima para albergar en señal de justicia cívica a José Mariano Alvarado, Valentín Munárriz, Juan de Alarcón y quizás también a José María Munárriz (Ver mi trabajo “Los primeros héroes huamanguinos de la independencia del Perú: los hermanos Munárriz”; en mi blog “En busca del tiempo perdido” o en Facebook: La Voz de Santa Rosa de Cangallo).

        He tenido que realizar este apunte, porque es totalmente cierto y constituye una suerte de axioma de la ciencia histórica, que una historiografía falaz tiene que generar también con la mayor probabilidad una hermenéutica falaz y/o distorsionada. Ahora bien ¿Cómo confiamos si el poder suasorio de la verdad histórica es evanescente y depende de la voluntad de un autor adicto a acomodar los datos a sus intereses mega-personales o ideológicos de grupo? El problema es muy serio: O volvemos a la historia-ficción y construimos una identidad histórica falsa de nuestros pueblos, o fumigamos los hospedajes del gremio para luchar también contra esta suerte de corrupción que corroe la inteligencia nacional y que, al parecer, ha infectado hasta el estilo de hacer ciencia. Está nuevamente puesta en debate el qué es y el para qué sirve la historia, pero fundamentalmente el problema de sus relaciones con la Ética.
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Hace bien en formular muchas conjeturas, pero evitar procesar -no sé si por negligencia o por mala fe− los documentos más importantes del corpus biográfico de María Parado de Bellido hallados también por el sacerdote Carlos Cárdenas es, por decir lo menos, censurable al extremo. En ellos se afirma, con la claridad y contundencia del caso, que ella fue natural de Paras. Me refiero, entre otros, a la partida de bautismo de Tomás Bellido y a un contrato de compraventa de una casa. El primero dice: “Tomás Bellido Español. En el pueblo de San Juan de Paras, en nueve días del mes de abril de mil ochocientos i dos años: Yo el doctor don Tomás de Ubilluz, cura propio de esta Doctrina, bauticé, puse óleo i crisma a Tomás, de dos días; hijo legítimo de Mariano Bellido i de María Parado; españoles de este mismo pueblo; fue su padrino don Manuel Ascencio del Pino, a quien le advertí el parentesco espiritual que contrajo, i la obligación que tiene que enseñar la doctrina Cristiana a su ahijado; siendo testigos Romualdo Cusipoma; y para que conste lo firmé en dicho día, mes i año.-Doctor Tomás Ubilluz”. El segundo es, como se dijo, una escritura de compraventa de una casa en Paras (Cuchquima) heredada por María Parado de su abuelo Anselmo Ccayo y celebrada en Huamanga a favor de José Licas, que inicia así: “En la ciudad de Huamanga  en los 5 días del mes de setiembre  de 1814, nosotros los esposos Mariano Bellido i María Parado naturales i vecinos del pueblo de Paras residentes en esta ciudad […], etc. (Cf. Rev. “Huamanga” 1940, N° 34 y 35, o Max Aguirre, 2008: 501). Por supuesto que el señor Pereyra los ha omitido olímpicamente transcribirlos y procesarlos.

¿Adivina mi paciente lector, qué órgano mediático difundió estas novedades científicas donde afirma de que María Parado fue y no fue heroína al mismo tiempo, y quién es el prestigioso investigador que se derritió en delicados ditirambos aplaudiendo estas tesis? Pues, la revista “Historia de las Mujeres” de Lima, Año XX, No. 181, de setiembre 2018, y nada menos ni nada más que el señor David Quichua (miembro único del conjunto de admiradores del Mg. Pereyra), respectivamente; es decir, un “X”, miembro de un conjunto casi vacío.

Espero sinceramente estar equivocado y admitir que son expresiones de errores accidentales del que nadie está libre, sobre todo en el dominio complejo de las Ciencias Sociales. A mí me ha pasado y seguro seguiré siendo víctima de sus amenazas. Buscar la verdad, acercarse a ella, comporta riesgos severos. Pero, los cantos de la sirena cognoscitiva son irresistibles. Por ella, por una hembra que tiene cola de pez, tendré cada vez, más enemigos que amigos. Ojalá no sea así.


Huanta: la nueva lumbrera de las luchas por la independencia del Perú. ¿Invención o manipulación de la memoria histórica?

El 21 de septiembre de 2018, el Club Social Huanta y el Club distrital Huamanguilla en un publicitado díptico que todavía sigue circulando en la red, invitaba a la ciudadanía de todo el país a la celebración del  204 aniversario de la gesta independentista de Huanta y Huamanguilla .El acto cívico se efectuaría el domingo 30 de setiembre del 2018, a hrs. 9.30, en la Plaza de la Bandera de Pueblo Libre.

     El mencionado díptico titulado “Homenaje al 204 Aniversario de la Gesta Independentista de Huanta y Huamanguilla 1814-2018”, decía: “Durante el desarrollo de la Revolución Independentista iniciada por Mateo García Pumacahua, en el Cusco, los huantinos, se plegaron a las fuerzas patriotas comandadas por el argentino Manuel Hurtado de Mendoza y lucharon denodadamente desde el 28 de setiembre en Huamanguilla hasta el 3 de octubre de ese año en Huanta; acción de armas que fue desfavorable  a los patriotas con más de 600 muertos y el héroe huantino Mariano Ruiz López, hecho prisionero, fue fusilado juntamente con 40 patriotas, entre los que se encontraban huamanguinos, sanmiguelinos, cangallinos, huancapinos, lucaninos, parinacochanos, andahuaylinos, abanquinos y cuzqueños, en la Plaza de Armas de Huanta.
En su retirada los patriotas hacia el Cusco, el 7 de octubre de 1814 declaran la Independencia de Cangallo
.
En una Nota de Prensa que circuló también profusamente, se decía adicionalmente:

De otro lado nos complace hacerles conocer que en esta importante Ceremonia, se contará con la presencia de embajadores, congresistas, autoridades de la región Ayacucho, alcaldes, autoridades educativas, civiles y militares. Así mismo escolares, instituciones regionales, colonia ayacuchana residente en Lima y simpatizantes”. Luego del cual se anunciaba también un gran desfile cívico-escolar-militar.

En efecto, el presidente del Club Distrital Huamanguilla pronunció un discurso apoteósico, seguido de otro protocolar pronunciado por el presidente del Club Ayacucho. En dicho primer discurso que también circuló por la red, se amplió los conceptos vertidos en la Invitación poniendo énfasis en la intervención predominante de Huanta en el proceso revolucionario de 1814 y minimizando el concurso de los cangallinos y otras provincias. Se exageró comprensiblemente algunos hechos ocurridos en dicha fecha, como el afirmar  que fueron los adalides y los dechados de patriotismo en las luchas independentistas de la región. Dado el clima amical de esta celebración, a los cangallinos nos pareció el discurso, razonable y nada dañina, aun cuando habían asistido muchos escolares a quienes siempre debe educárseles en el apego a la verdad. Probablemente, lo mismo ocurrió con los huamanguinos, pues, posteriormente, nadie se atrevió a poner los puntos sobre las íes históricas, y así transcurrió todo en paz, alegrándonos incluso que Huanta, la “Bella Esmeralda de los Andes”, siga en su empeño de emular a Huamanga en todo lo que significa progreso(2) Los cangallinos no podíamos aspirar a terciar en el logro de dicho desiderátum por las condiciones profundamente desventajosas con que iniciamos nuestra vida republicana como efecto mediato de la explotación inmisericorde de los colonialistas y 

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(2) Tengo que declarar con humildad que conozco el tema de la revolución cuzqueña de 1814, sobre todo el de su filial huamanguina, con cierta amplitud; pero, para evitar entuertos en mi propia producción científica futura, por el acaso de que mi entusiasta dedicación al estudio de  la Revolución de los Morochucos me haya impedido ver las vertientes históricas más significativas de la contribución huantina o de uno de sus estratos sociales, como la vertiente iquichana, volví a revisar, a vuelo de pájaro, los manuscritos y las fuentes bibliográficas más confiables existentes en nuestro medio. Y con franqueza, tengo que declarar que no he hallado nada que confirme la exaltación cívico-patriótica de los huantinos  exhibida el pasado año en la Plaza de la Bandera, excepto la suerte de maquillaje generoso de Gamaniel  Ruiz que le dedica en su libro “La Intendencia de Huamanga”: un razonable manojo de renglones donde cita los pasquines de 1812, el martirologio de Mariano Ruiz López, los milicianos que se sumaron en Huamanguilla, y la proclamación de la independencia de Huanta que asegura ocurrió el 6 de noviembre de 1820. Referencias más discretas he percibido también en los libros de autores huantinos como Pozo, Del Pino y Cavero. Pero, en fin, soy uno de los que confirman que nadie tiene en Historia la última palabra, excepto la verdad misma.
Reitero, que no abrigo ningún sentimiento de animadversión a los ciudadanos huantinos, menos al autor de la esquela mencionada o al que pronunció el discurso central ante las personalidades que asistieron a la Plaza de la Bandera. Sin embargo, quiero subrayar que nuestra misión debe ser buscar la verdad y transmitirla respetuosamente a las nuevas generaciones. Por ella, me permito transcribir los fragmentos más relevantes del famoso Parte que elevaron al virrey Fernando de Abascal, el intendente de Huamanga don Narciso Basagoitia y el coronel Vicente Gonzales, informando -desde la óptica de ellos mismos- quiénes fueron los genuinos patriotas y quiénes los defensores del realismo hispano. Hasta esta fecha, ya habían ocurrido las infaustas batallas de Huanta, Tambo, Matará y la jura de Cangallo, y los patriotas cuzqueños y ayacuchanos se aprestaban a jugar sus últimas cartas, ya que también el general Juan Ramírez había batido a sus homólogos en Umachiri. Ya el lector formulará su propia crítica; esperamos con probidad y sindéresis.

“EXCMO SEÑOR:
V.E. sabe mejor que nosotros, que el mundo es un contraste de satisfacciones y cuidados: hace  pocos días dijimos a V. E. con harto sentimiento, lo amenazada que estaba esta plaza […]
Por noticias positivas sabemos que los insurgentes intentaban atacar a esta ciudad con ochocientas bocas de fuego entre fusiles y escopetas, diez y ocho cañones de campaña, y dos culebrinas o cañones largos de a ocho, fundidos en Abancay, cuarenta cargas de municiones, además de las armas y pertrechos que tenían en estas inmediaciones; lo que confirma D. Alejandro Abarca, vecino de Parinacochas, que salió de Andahuaylas, y presenció las disposiciones.
        A tres leguas de esta ciudad, y mando de José Manuel Romano, conocido por el Pucatoso (sic) había como 5,000 indios montados y armados de rejón, lazos y bolas, y otra multitud de a pie con hondas: éste escribió pidiéndole indulto […]
         A pesar de anuncios los más favorables se siguieron las obras de circunvalación de contrafosos y parapetos a una cuadra de la plaza, a que contribuyeron los vecinos honrados.
         En el punto y cerro de la Picota y el Acuchimay se han hecho dos reductos con sus fosos, el uno capaz de cien hombres y cuatro cañones de campaña, y el 2. de sesenta hombres y dos cañones: todo está concluido y para auxilio de esta dispuesta defensa vinieron de Huanta, Luricocha y Huamanguilla, quinientos indios lanceros, dignos de recomendación y más D. Tadeo Lazón Alcalde de Huanta, y el cura de Luricocha D. Eduardo de la Piedra, quienes los reunieron y trajeron a su costa a esta ciudad en donde están a sueldo, y al mando del teniente coronel D.   Antonio Barreda, sin que debamos omitir el mérito del doctor D. Manuel Navarro, que entró al frente de sus feligreses de Huamanguilla. El cura de Quinua nos ofrece algunos de su doctrina, pues los demás están con los insurgentes; repitiendo igual oferta el Dr. D. Pedro Tello, cura de Tambillo con los indios de los Neques, que no hemos aceptado, dándoles las gracias porque no hay con qué mantenerlos.
         Acabamos de recibir la correspondencia de Parinacochas y S. Juan de Lucanas; este partido está tranquilo, y su subdelegado interino D.  Francisco Ramón del Villar y García, remite dos mil setecientos setenta y nueve pesos medio real, producto de varios ramos y cincuenta de donativo voluntario por el D. D. José Mavila, cura de Aucará. […]
           El estado de los negocios públicos toma otro aspecto, a pesar de que en estas inmediaciones no faltan grupos  de tres mil, cuatro mil, y más indios que acompañados de soldados armados, y mandados por el Santafecino Mendoza, incomodan e impiden el comercio y entrada de los vestimentos necesarios a esta ciudad, pero ya parece no se acercarán tanto.
          No cesaremos de recomendar a V. E. las doctrinas de Huanta y Lauricocha en primer lugar; con el cura de ésta y alcalde aquélla; en segundo a Huamanguilla y los Neques, con sus curas el D. D. Pedro Tello y D. Manuel Navarro, y un tercero al cura de Quinua, con algunos de sus indios.
          La total escasez de plata tiene en cuidado a esta intendencia, que no duda el reintegro  de lo que espera de esas cajas, realizando las legales medidas tomadas al efecto, después de que combinada esta tropa con la del Sr. Ramírez, y tomados entre dos fuegos los enemigos, se formen partidas volantes, que espumando los pueblos, y castigando la tenacidad de los indios, se entable el tributo y demás ramos.
        Se presentan varios en solicitud de indulto, y si V. E. la tiene por oportuno, puede enviarle general con las excepciones que tenga por conveniente.
Dios guarde a V. E. muchos años. Guamanga y abril 4 de 1815.- Excmo. Señor,- Narciso Bazagoitia.- Vicente Gonzales.
Excmo. Sr.  marqués de la Concordia. Virrey y Capitán General del Bajo y Alto Perú".

Fuente: (Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima. Jueves 13 de abril de 1815. Ver también CDIP: “Conspiraciones y Rebeliones en el siglo XIX. Tomo III, Vol. 7°, 1974: 585).
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la consecuencia inmediata de su participación en la guerra independentista de nuestra patria, a los que se sumó la constante inestabilidad demográfica generada por el mencionado río Macro cuya sima  alcanzó (en un año trágico del que no queremos acordarnos), a poco más de 90 habitantes, más otras calamidades meteorológicas adicionales que nos impulsó a creer en el mito de la “Maldición de Carratalá” y salir con nuestras matracas pidiendo a nuestros wamanis tutelares el conocido cántico “parayquita apachiway”, convencidos de que los dioses se habían dedicado en ronda a la “dolce vita” celestial, olvidándose de los inquilinos de la región del Pampas. La ciudad de Cangallo, otrora pujante  residencia de corregidores y aristócratas como las familias Sánchez de Bustamante y los Vega Cruzatt (una de los ramas del marquesado de Feria), que había sido destruida repetidas veces por los españoles y el terrible río Macro, ocupaba los últimos lugares en el ranking nacional educativo, en el de salubridad, en infraestructura, en lo cultural y hasta en lo político (no se olvide que a través de toda su historia republicana apenas tuvo dos diputados propios y en estos últimos decenios no podemos elegir siquiera un alcalde propio por las inconsistencias severas de la legislación electoral peruana). Cangallo fue la provincia que más premios honoríficos obtuvo del Estado Peruano por sus hazañas en las guerras de la independencia: títulos, declaratorias, promesas, reconocimientos y leyes que anunciaban obras de infraestructura que jamás se cumplieron. Ahora que ha llegado la oportunidad de su justa reivindicación, con motivo de los bicentenarios de la Independencia Nacional y la batalla de Ayacucho, después de cosechar ilusiones con el premier César Villanueva y su ministra de cultura, hemos sido nuevamente excluidos de toda comisión y por añadidura hemos empezado a ser víctimas de la agresión de algunos huantinos que ven gratuitamente en Cangallo un peligro para sus ambiciones oportunistas.

Por ello, este artículo se limita solamente a defender a los cangallinos de las últimas zancadillas que sus enemigos gratuitos los han propinado. Hace doce años, otro historiador huantino que  produjo la vieja Universidad de Huamanga, puso a prueba la capacidad de tolerancia de los inquilinos del Pampas, afirmando sin rubor (dice que después de haber buscado infructuosamente en el Archivo Regional de Ayacucho la evidencia directa que demuestre si los morochucos tuvieron conciencia de patria) la conclusión de que carecían de ella; y que su hostilidad a los españoles, vistos como enemigos del momento independentista, se explica porque estos perturbaron sus tradiciones e intereses económicos como la obligación de abastecer caballos a los realistas. Entre las muchas conclusiones a la que arriba, a nuestro juicio, ésta es la más congruente con sus hipótesis: leídas como la obstaculización.colonial de sus intereses y la negación a priori de su patriotismo. El autor mismo confiesa: “… el aporte que se hace con la presente investigación es analizar, explicar y comprender el supuesto patriotismo de los morochucos a lo largo del proceso independentista”. (Cf. Tulio Ramiro Buitrón Berrocal: “Identidades campesinas por la independencia”, 2007: 79). Huelgan comentarios.


Quichua: el Catón redivivo de Huamanga.

Apenas lo conozco personalmente al Sr. Quichua Chaico. Sin embargo, admito que he leído buena parte de su producción pese a los severos puntapiés que le propina al idioma confundiéndolo con un balón de futbol. No lo censuro; debe ser, pensaba, porque  en cierta forma el balompié que se practica en nuestro medio no es inmune al foul artero ni al insulto al rival; y él -como lo revelan las fotos de su carpeta deportiva de Facebook a la que apelé para conocerlo por lo menos indiciariamente− no siempre exhibe sus virtudes deportivas en un césped decente. Y probablemente por ello, no supera su talante amateur ni en la historia ni en el fútbol. Únicamente así –sin conocer ni las costras de mi labor intelectual− me puede espetar censuras como la que no investigo bien, que soy patriotero, que engaño a los educandos difundiendo mitos, y casi plagio a Manuel Pozo. Lo más artero: sin exhibir prueba alguna. Es cierto que lo dice en plural, pero sería una ingenuidad pensar que  el conjunto de cangallinos sea el responsable de las faltas, más aún cuando cita mi nombre con ex profesa intención. Voy al grano:

           Se escandaliza el profesor (que al parecer carece de formación pedagógica, e ignora las disciplinas gnoseológica, epistemológica, metodológica y lógica (herramientas auxiliares del buen científico)), que el suscrito, “sin mayores investigaciones y cargado de un sentido patriotero, hasta han [sic] determinado que la primera Jura de la Independencia se produjo en Cangallo el 7 de octubre de 1814 (Aguirre, 2014)” ... etc. Y digo “que carece de formación pedagógica”, porque hoy, para ejercer eficientemente la docencia universitaria, no basta ser especialista en un determinado dominio del conocimiento; es menester conocer, por lo menos, pedagogía y didáctica universitarias, en razón a que la educación no concluye en el nivel de la secundaria y porque la obtención de capacidades y/o competencias superiores así lo demandan. Pero complementariamente, exige poseer el élan de maestro, es decir ser aprehensor y realizador de valores; y uno de estos valores es la probidad (que incluye a la veracidad, el respeto, la solidaridad, y otros valores más). Y tratándose de las materias que un profesor imparte en la universidad, es obligatorio que no deba conocer solamente su ciencia, sino que es menester que entienda que los estudiantes deben continuar aprendiendo a aprender y todo lo que implica este principio pedagógico moderno, como el aprender a producir nuevos conocimientos (que supone a su vez conocer el valor instrumental de las cuatro disciplinas arriba mencionadas). Con sus arranques de inmodestia e irrespeto, sobre todo con una persona que no conoce y probablemente le dobla en años y experiencia, invita a pensar que el Sr. Quichua no es precisamente la persona que honra el prestigio ganado por la institución cristobalina.

           El Sr. Quichua, afirma que he determinado o que hemos determinado, que la primera Jura de la Independencia se produjo en Cangallo el 7 de octubre de 1814. Y sin embargo, quiero recordarle que hace muy poco, y en varios artículos suyos publicados en algunas revistas virtuales, difundía él mismo la verdad de que Cangallo había jurado su independencia en dicha fecha ¿Saqueó, entonces el dato de mis libros o mis numerosos trabajos, sin querer queriendo, o fue un resultado de sus investigaciones cuidadosas, pero cuyas pruebas documentales no desea exhibirlas? Pruebo mi aseveración mostrando el siguiente fragmento:

El asesor intendente don Francisco Pruna Aguilar y sus colaboradores tenían alborotada la ciudad y escandalizados a sus habitantes con las ideas independentistas; el 7 de octubre de 1814 Cangallo juró la Independencia del Perú (Ver, su artículo “Génesis y Causas de la Independencia. Huamanga 1786-1800”, “Summa Humanitatis”, vol. 9, N° 2 (2017), pág. 83).

          Si no da crédito a mi muestra o no recuerda lo que ha escrito o plagiado, le presento otra, todavía calientita, del 7 de junio de 2017, de paso, haciendo gala  de su maestría bárbara en la redacción:

De otro lado, en el contexto de las primeras expresiones armadas entre 1813 y 1819, en la [sic] cual se produjo la toma de Andahuaylas por un grupo de 40 sediciosos que terminó con la deposición del  Subdelegado, la toma de la ciudad de Huamanga por un brazo de la rebelión cusqueña en 1814 y la insurgencia de los Morochucos. La participación de los estudiantes sancristobalinos Valentín Munarriz y José Alvarado fue muy comprometida y el 7 de octubre de 1814 participaron en la primera jura de Independencia del Perú en Cangallo (Ver en noticias SER.com, su artículo “Huamanga: La Universidad en la Independencia”).

         Pero para que el lector pondere la catadura de algunos de nuestros historiadores locales, voy a transcribir un texto de 2015, donde no solamente el señor Quichua califica al Gran Mariscal de Ayacucho de “héroe corrupto” e instala por doquier horcas para martirizar al idioma español, sino que refiriéndose a la participación de los estudiantes y autoridades principales de la universidad de San Cristóbal en el proceso de la independencia de la región huamanguina, escribe::

Los documentos indican que algunos ex alumnos, como: don José Mariano Alvarado y el cura Valentín Munarriz, con el apoyo de los indígenas de Lucanas y los Morochucos de Pampa Cangallo participaron activamente en las luchas de la Independencia y juraron la Independencia peruana en el cabildo abierto desarrollado el 7 de julio de 1814 en Cangallo” (Cf. “Huamanga, Sociedad, Haciendas e Instituciones” (1825-1830), 2015: 112).

           Lo anecdótico del asunto es que su afirmación de que la jura cangallina fue el 7 de julio de 1814, y no en octubre del mismo año, se fundamenta en fuentes escritas coloniales, pues inicia su faena de tauromaquia histórica con: “Los documentos indican que …"  y, sin embargo, en pie de página menciona a los historiadores José María  Vásquez y Virgilio Galdo, como sus fedatarios. ¡O sea, todo un relato de vicisitudes agónicas de la verdad¡. La pregunta que habríamos de formularle tendría que ser obligatoriamente:¿Cuál documentos? Por supuesto que jamás obtendremos su respuesta, a no ser la confesión de que se equivocó “sin querer queriendo” como el insulso Chavo del 8.

          Casi compungido con lo que le sucede a nuestra universidad huamanguina, añado este otro párrafo surrealista de su último libro, que parece ser un collage historiográfico redactado para representar el martirologio de la verdad con voluntad sadomasoquista:

“El germen de la lucha independentista –más que por un sentido patriótico− fue motivado por mantener los intereses económicos y los privilegios de un sector social liderado por el doctor Francisco Pruna Aguilar. Aquello fue continuado por José Mariano Alvarado y Valentín Munarriz, quienes dirigieron las principales campañas militares y proclamaron la Independencia de Huamanga, en 1820, y el triunfo en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824” (Cf.“La Independencia en la Región”, 2017: 180).

         ¿Quiere convencernos ahora que los Munárriz y los Alvarado no sólo no estuvieron en la jura de Cangallo de 1814, sino que se emborracharon tempranamente con la idea de hacerse más ricos hasta que, en 1820, proclamaron la independencia de Huamanga dando un empellón a José Antonio Álvarez de Arenales, y que, casi cuatro años después, fingiendo asimismo ser patriotas, hicieron lo mismo con Sucre, Córdoba, La Mar y Miller, proclamando la victoria en la batalla de Ayacucho?  

          Me hubiera encantado aclarar otras imposturas más del tándem sancristobalino, como el referido al plagio de Manuel del Pozo, la trivialización  de las tesis de Eric Hobsbawm, etc., pero corro el riesgo de que mis lectores no hallen asistencia en los consultorios ambulantes de los loqueros de mi pueblo. Ellos, que tienen gran demanda desde los sucesos del 4 de octubre de este año, son expertos en curar los desvaríos psiquiátricos con un caldo de cabeza de perro negro, adicionado de una “jayapa” y un “triste” cantado en silbotenorio. Pero antes de concluir este alegato, deseo declarar que no estoy en contra de los debates o las refutaciones. Al contrario, estoy convencido de que la investigación histórica se enriquece con la crítica sana de los expertos y la periódica revisión de nuestras conquistas gnoseológicas; y es que, como predica Popper, también podemos aprender de nuestros errores, sin ignorar de que la ciencia se equivoca a menudo y que la pseudociencia descubre a veces una verdad. Ojalá todos podamos emular el modelo de la célebre polémica entre dos grandes como Manuel de la Rosa y José de la Riva Agüero y Osma, sobre el Inca Garcilaso de la Vega, sin desdeñar el rigor científico ni apelar a las invectivas.

                                                                                        Max Aguirre Cárdenas.
                                                                                            Cangallo 25 de octubre de 2019.