lunes, 22 de julio de 2019

LA JURA DE LA INDEPENDENCIA DE CANGALLO. ¿MITO, TRADICIÓN INVENTADA, REALIDAD HISTÓRICA?



EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO


martes, 18 de septiembre de 2018

LA JURA DE LA INDEPENDENCIA DE CANGALLO: ¿MITO, TRADICIÓN INVENTADA, REALIDAD HISTÓRICA INOBJETABLE?


                                                                              Max Aguirre Cárdenas

Existe una admonición atribuida, creo injustamente, al Inca Garcilaso de la Vega, de haber dicho: “Cuzco, madre de hijos ajenos y madrastra de sus propios hijos”. Ignoro dónde se halla esta amonestación o cuándo y dónde lo expresó; pero si algún lector tuviese la gentileza de ilustrarme le expreso anticipadamente mis agradecimientos. Es probable –si él lo dijo− que haya sido un impromptu a alguna desavenencia con sus paisanos de la época, pues es verdad que, como todo mortal, tuvo gestos incompatibles con su amor al Cuzco y sus incas manifestado en sus Comentarios Reales, y cae también en comprensibles inconsistencias, al extremo que  una historiadora hispana desaconsejó utilizar la monumental obra como fuente válida de los estudios históricos. Una de estas fue presuntamente el no haber querido retornar a su tierra; otra fue el haber soslayado la ayuda que le solicitó una rama de sus familiares para hacer reconocer su genealogía real. Pero este es un tema debatible ad infinitum.

Hago recuerdo de esta presunta expresión garcilasiana, pues en un programa del canal del Estado emitido hace pocos meses y antes a través de un libro compilado por Scarlett O´Phelan titulado “La Junta de Gobierno del Cuzco”, el historiador de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Ayacucho, Nelson E. Pereyra Chávez, ha reiterado, suelto de huesos o quizás escribiendo calamo currente, que la jura de la independencia cangallina que inicialmente le había parecido un mito, ahora le parece tratarse de una tradición inventada por los cangallinos para premunirse de una identidad falsa y aprovecharse ilícitamente de las bondades que deben acarrear las celebraciones del bicentenario de la independencia del Perú; es decir, personificó a un ayacuchano dudando de una verdad confirmada por muchos estudiosos, lo cual es bueno como método científico enaltecido desde Descartes; pero, hacerlo gratuitamente de algo que hibernaba en la memoria colectiva de la subregión cangallina, expuesto ahora por la investigación científica más rigurosa para honra de la tierra ayacuchana, sin formular sus razones ni refutarla documentalmente, es, por decir lo mínimo, nada halagador, si no una injuria. Para aclarar mejor el entuerto, transcribo la nota de pie de página de su trabajo “Los Campesinos de Huamanga y la rebelión de 1814”.

            “Refiere el historiador ayacuchano Max Aguirre −escribe− que antes del encuentro de Matará un grupo de insurgentes, liderado por el cura Valentín Munárriz y el criollo José Mariano Alvarado, se dirigió al pueblo de Cangallo para jurar la independencia el 7 de octubre de 1814. El citado autor muestra como prueba de sus afirmaciones el testimonio de José Hipólito Herrera un capitán de caballería del Ejército republicano que en 1862 publicó una compilación de documentos de la época de la independencia. Sin embargo, Herrera no precisa los detalles y la misma coyuntura histórica genera dudas sobre la veracidad del hecho. Parece tratarse de una tradición inventada para construir una identidad republicana entre los pobladores de la provincia de Cangalloen el departamento de Ayacucho,ahora que se acercan las celebraciones por el bicentenario de la independencia (cf. http:griegomax.blogspot.com)”. (El subrayado es mío).

Comprenderá el lector que responder a cada afirmación del profesor  sancristobalino me demandaría una larga disquisición, desde la exposición de una teoría de la prueba científica en historia llevada a sus extremos por el positivismo, las bondades y las debilidades de la llamada “nueva historia peruana”, los estereotipos ideológicos del quehacer histórico en nuestra patria, hasta numerosos asuntos filosóficos y epistemológicos que comprometen a todas las ciencias sociales y en especial a la investigación y al discurso históricos. De tal modo que me referiré únicamente a la afirmación nuclear del citado académico con una brevísima referencia al trabajo de Herrera y –si tengo espacio− a otros temas que generan sus dudas como el asunto de la coyuntura histórica que no la describe, pero que supongo se trate de negar el escenario de crisis que algunos autores lo confirman.

No es desconocida la sorda competencia en todos los campos entre huamanguinos y huantinos que, a veces, ha terminado en diatribas y odios inmortales como en el bochornoso caso del diputado por Huanta, Manuel Jesús Urbina (conocido en sus épocas de estudiante en la Universidad del Cuzco como un anarquista contestatario) contra el senador Pío Max Medina; o la interesantísima polémica iniciada en la “Revista Andina” del Cuzco entre la famosa descubridora de Caral, Ruth Shaydi, y su par el prestigioso arqueólogo ayacuchano Luís Lumbreras, si mal no recuerdo, sobre si los wari fueron únicamente un Estado regional o un auténtico imperio, y que terminó abruptamente, creo que por falta de una dosis de tolerancia al rival femenino que formulaba un nuevo modelo de explicación (la refutación es usualmente una de las herramientas lógicas del progreso de la ciencia, quizás la más importante). También me viene a la memoria el debate frustrado que promovió Alfredo Alberdi (investigador huamanguino especialista en Huamán Poma de Ayala, igual que Rolena Adorno) al criticar con acritud al equipo de Jaime Urrutia y Enrique González Carré, todos antropólogos cristobalinos, sobre los pocoras [poc-ras, según Garcilaso] y la fundación de Huamanga. Lamentablemente no tengo a mano mi bitácora de notas (pues estoy en Lima, la horrible, de Sebastián Salazar Bondy, expectorando soledades y no en mi paraíso-fortín de Cangallo), y por ello no reporto la crónica de otros debates históricos que reflejaron no siempre una benevolente y civilizada confrontación, sino más bien un intercambio de flemas verdosas de intolerancia escupidas sotto voce al rostro del rival. No pretendo presuntuosamente con esta respuesta desplumar a nadie y comérmela crudo; no albergo en mi código genómico el gen del canibalismo; sólo pretendo con humildad y sindéresis poner los puntos sobre algunas íes con la esperanza de que la hazaña cangallina sea leída mejor, con ecuanimidad, justicia y una pequeña dosis de gratitud. El profesor Pereyra es un talentoso académico en crecimiento y magnífico redactor científico, y dudo sinceramente que su afirmación sobre Cangallo (e indirectamente contra el suscrito) sea expresión de una misión subalterna destinada a frustrar un legítimo reconocimiento al sacrificio de los cangallinos y sus morochucos, o que sean las recidivas de una infección espiritual que en el pasado esterilizó a iquichanos y morochucos que lucharon sin concesiones pisando el rescoldo de la muerte, todo porque los primeros deseaban seguir siendo vasallos de un rey ultramarino a quien ni siquiera conocían, pues defenderlo devotamente implicaba mantener el statu quo económico que les favorecía; y los segundos que deseaban fervientemente llenar sus pulmones con el oxígeno grato de la libertad como lo habían hecho sus pares indígenas desde el inicio del coloniaje, pero que entre finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, en una nueva coyuntura de crisis que los hizo sentir más empobrecidos que nunca por causa de la extrema opresión generada por las medidas borbónicas, e inquietados por el discurso liberador de los platenses y la difusión noticiaria de levantamientos y juntas de gobierno por toda Hispanoamérica, se encendió una vez más la necesidad colectiva de liberarse (al menos esta es la motivación fácilmente leíble del proceso que no ignora tampoco la herida latente dejada por la tragedia tupac-amarista, pues la chispa coyuntural o quizás la chispa accidental que encendió nuevamente la pradera histórica todavía yace relativamente inexplicada; se percibe también en las dificultades del profesor Pereyra en identificarla, pues últimamente en dos trabajos suyos de títulos levemente diferentes pero que intentan dar respuesta al mismo problema, las reduce a la convergencia de factores económicos y políticos de contexturas increíblemente diferentes ¿Cuál de los dos trabajos reporta la verdad? (Ver el citado libro de O´Phelan y la Rev. "Bicentenario" N° 2 de los cangallinos). Sin embargo, sorprenden las afirmaciones del profesor Pereyra que parecen piedras dirigidas a romper gratuitamente los cristales de la vecindad ayacuchana o petardos chinos destinados a despertar viejos rencores que parecían extinguidos. Y aludo al símil sinófilo, porque también en el Parlamento Nacional, el fujimorismo de ojos rasgados y piel amarilla, representado por las inefables matronas de la sinrazón: Martha Chávez y Luz Salgado, frustró hace cuatro años, con argumentos onomatopéyicos cantados en abominable dúo, la aprobación del proyecto de ley N° 1729/2012-CR presentado por el ex congresista José Urquizo para declarar el 7 de octubre de cada año como el DÍA DE LA PROVINCIA DE CANGALLO, consagrada preliminarmente por normas como la Ordenanza Regional N° 023-211-GRA/CA de 6 de octubre de 2011 y por la Ordenanza Municipal N° 013-211-MPC de 29 de junio de 2011. La justificación de esta inocencia infantil, fue que en el proyecto no se había indicado si dicho día debía ser o no feriado, por lo que debía retornar a la Comisión de Educación, Cultura y Deportes, donde duerme el sueño de los justos ahíto de vergüenza ajena. Así frustraron, procaz y malévolamente, la celebración digna del Bicentenario de la jura cangallina en octubre de 2014. En el Perú se han aprobado sin dificultades hasta el día de los emolienteros, del pisco sauer y del pollo a la brasa, entre otras perplejidades bárbaras, pero cuando se trata de compartir pedagógicamente el justo premio de la gloria cívica de haber luchado y contribuido a lograr la independencia política del Perú, se escatima con celos gaseosos, o los peticionarios son denostados con el escorbuto racista de la choledad o la indianidad. Cuando se habla de los forjadores de la Independencia del Perú, la vieja Gestapo intelectual y sus mercenarios secuestran la verdad, la visten con sambenitos de estiércol, la silencian, la banalizan y la remiten a las galeras de la antimemoria, olvidando adrede que la independencia fue gestada y protagonizada en y por el Perú profundo, y cuando no se es miembro de las “cooperativas o mutuales académicas de elogios” en que consisten algunas instituciones del saber, quien pretenda liberarla es condenado por hereje a la cadena perpetua y vigilado desde el panóptico por los aduaneros de la ciencia histórica. El centralismo es el decrépito agujero negro que fagocita toda iniciativa progresista que no despierta las simpatías de sus temibles buldogs. Aúllan omnipotentes que el Perú es Lima y Lima es el Perú. Lo risible del sainete es que no se dan cuenta que la urbe metropolitana es ahora la hacienda de los despectivamente llamados serranos.

Hasta hace unas décadas se minimizaba la importancia de la Revolución del gran Tupaq Amaru. Basta revisar para verificar esta opinión los primeros manuales de Historia del Perú (los de Nemesio Vargas, Mariano Felipe Paz Soldán, Luis Antonio Eguiguren, Sebastian Lorente, José María Valega y la literatura primigenia dirigida al consumo estudiantil). Tupaq Amaru fue catalogado como tantos un mero precursor de la independencia del Perú y no como el forjador de un Perú posible, aun cuando todavía emanaba de su proyecto político aromas incásicos. Tuvo que arribar no un intelectual de la metrópoli, sino un militar provinciano para corregir el lente óptico de nuestra herramienta de lectura histórica. Fue Juan Velasco Alvarado que  convirtió el movimiento indígena cuzqueño en ícono simbólico e inspirador de su revolución. Bajo el lema indianófilo de “el patrón no comerá más de tu pobreza”, modificó sustantivamente la estructura de la propiedad de la tierra, vale decir los medios y las relaciones de producción de la tierra; cambió las bases de la superestructura política, educativa y cultural, y, finalmente –a través de conferencias, congresos científicos, leyes, etc.-- invitó a leer de otro modo la historia del Perú: de izquierda a derecha y no de derecha a izquierda. La ciencia de Clío dejó parcialmente de ser groseramente hispanófila, limacéntrica, trofeo manipulable de los vencedores, pesadamente detallista, y facilitó incluso la difusión de nuevos enfoques epistemológicos y metodológicos. Para mí, los logros adicionales más importante de estos cambios en la historia nacional fue que el campesino sintiéndose de pronto propietario de la tierra elevó su autoestima y se sintió dueño de un poder que al principio le generó incertidumbre que, sumado a su carencia de instrucción y medios tecnológicos complementarios, más la incapacidad de los marxistas de café que no sabían qué hacer con la guitarra en la mano, generó la baja sustantiva de la producción agropecuaria, la que desacreditó el proceso de la revolución velasquista y preparó el caldo de cultivo para la traición de Morales Bermúdez. Otro logro fue  el “boom” de la búsqueda de la identidad histórica auténtica de casi todos los pueblos como efecto inmediato del incremento de su autoestima, afirmación que no significa que antes no se hayan preocupado por satisfacer esta necesidad (lo demuestra en el ámbito de Ayacucho la famosa revista “Huamanga”, la revista “Sierra” en el Cuzco, y en la Lima colonial “El Mercurio Peruano”, para poner unos ejemplos). Estos, o sea los pueblos, ya no se conformaban con narrar oralmente sus mitos de origen, exhibir sus tradiciones o relatar sus costumbres; deseaban una narración escrita suya que dé razón de sus microcosmos, relatos que −aunque lejos de los enfoques y tecnicismos sembrados por las distintas escuelas historiográficas o metahistóricas− den razón del todo de su existencia social a través del tiempo o por lo menos partes de él, diseñen con el pasado y el presente juntos sus esperanzas e ilusiones. Se dieron cuenta que sus identidades no eran una mera recomposición insular de un archipiélago vecinal, como una suerte de mero rompecabezas; la identidad peruana asumía creadoramente todas las identidades en una fusión sinérgica de lo preinca, inca, colonial y republicana; empero en distintas proporciones como lo exigía cada región y cada pueblo: eran al mismo tiempo peruanos por donde se les mire pero diversos entre sí; ya no eran tahuantinsuyanos, ni mitmas ni criollos ni súbditos de un monarca; eran indios, mestizos o negros iguales ante la ley, ya no eran yanacones ni servidores de un patrón por lo menos teóricamente. Y por esto se multiplicó por una decena o una veintena los libritos históricos de consumo popular, muy diferentes a los exigidos por los historiadores de la Academia que predicaban al aire una narrativa hecha al amparo de nuevos paradigmas epistemológicos, pero que poquísimos la leían. Estas historias populares que respondieron a la necesidad predicha y no satisfecha por historiadores profesionales en el común de las veces, surgieron espontáneamente –por lo menos para beneplácito mío− como hongos comestibles, a diferencia de los otros que producía la Academia que parecían tóxicos y cosechados sólo para el consumo de privilegiados gastrónomos. Las hicieron con fervor y generalmente sin intereses crematísticos, porque hasta hace poco el historiador nunca había sido visto como un profesional que exigiese un salario o una compensación económica por sus servicios. Y por eso fueron hechas adventiciamente por los miembros ilustrados de lo que, prestándonos del ruso un vocablo ad hoc, llamaríamos el estrato social de la “intelligentzia” popular; fueron hechas por honor y por liderazgo, aunque haciendo a fortiori apologías y por tales exigencias renunciando a la crítica, generalmente ocultando lo feo y lo malo de sus pueblos, porque quien asumía el reto, automáticamente era visto como un prohombre y su discurso casi sacralizado. Por ello es que la casi totalidad de libritos de historias locales o regionales fue hecha por maestros de escuela, ingenieros, abogados, médicos, antropólogos, matemáticos y hasta por simples ciudadanos sin “cartón”, al mismo tiempo que estimuló la disminución del analfabetismo como efecto retroalimentador o feed back. Ello no había sucedido en el coloniaje ni en las primeras décadas de la República, ya que esta misión con timbre político sólo la emprendían los cronistas autorizados del reino y los frailes de convento asimismo autorizados expresamente con el sello de los vencedores (estos constituían la Academia). Por supuesto, este fenómeno social no se verificó ni se verificará en las ciencias naturales o nomográficas que buscan leyes universales, por tener éstas una naturaleza totalmente distinta a las ciencias idiográficas que se interesan por las singularidades como los hechos históricos, pero con arreglo a la lógica que le otorga a su discurso la garantía de verdad, como señalaba Guillermo Windelband, notable pensador de la escuela neokantiana de Baden preocupada por fundamentar filosóficamente las ciencias de la cultura. Yo me sentí muy apenado, como si me hubiesen descalcificado el espíritu, cuando me enteré a través de la radio que, en una reunión reciente de historiadores profesionales, alguien propuso que los trabajos de historia debían ser hechos solamente por miembros del gremio y que se presentase un proyecto de ley en ese sentido; algo similar a la ley que obliga que las prospecciones arqueológicas en lugares que despiertan sospechas de haber sido sedes de actividad cultural, deben ser necesariamente dirigidos por profesionales colegiados del ramo. Faltó poco para penalizar a los historiadores de vocación que carecían de un título y se atreviesen a escribir algo sobre el pasado de sus alma-mater, a los émulos provinciales y/o distritales de los grandes historiadores sin diploma universitario específico, como Basadre, Vargas, Valega, Pons Muzo, Mariátegui, Riva Agúero, Carlos Wiesse, el chileno Vicuña Mackenna y el séquito de intelectuales que citamos páginas antes y otros que se han dormido embriagados en mi memoria.

¿Cuáles son los documentos que prueban que en el pueblo de Cangallo se realizó la jura de la independencia del Perú antes del 28 de julio de 1821 como una decena de pueblos más; y no únicamente cualquier jura, si no que fue la primera realizada en el Perú, primacía que le otorgó un plusvalor hasta transmutarse en una idea-fuerza de las acciones liberadoras de la región como la realizada en Lampa por el protagonista de la jura cangallina, José Mariano Alvarado?

Esta pregunta encubre muchas cuestiones y muchas preguntas más. Lo relativo a Cangallo, nosotros hemos dado respuesta en un conjunto plural de libros, revistas y periódicos. También lo han hecho un sinnúmero de historiadores y escritores  como el “prototípico” José Hipólito Herrera, Andrés García Camba, Teodoro Hampe Martínez, Germán Leguía y Martínez, Pío Max Medina, Héctor Luján, Mario Zapata Tejerino,  Domingo Tamariz Lúcar, Ranulfo Cavero Carrasco, Hernán Vega Palomino, Virgilio Galdo Gutiérrez, Julio Pereyra, Jorge Cárdenas (que preparó y distribuyó todo un vídeo después de documentarse convenientemente) y recientemente también muchos tesistas, publicistas y editores de enciclopedias  como Mejía Baca, Alberto Tauro del Pino, entre muchos que mi memoria los ha convertido en panacea de recuerdos gratos; todos en alguna medida valorando la fuente primigenia escrita del capitán de caballería José Hipólito Herrera y alguno transcribiendo la tradición oral terruñera que exigía ser trasladada al libro desde la memoria colectiva donde corría el riesgo de extinguirse lentamente o hasta mutarse obligadas por las leyes de la entropía. Es cierto que –con algunas excepciones− lo hicieron epidérmicamente o tangencialmente, porque lo de Cangallo se trata de un tema específico no investigado todavía en sus arcanos y oscurecido por: el marco brillante de la revolución cuzqueña de 1814, la ideología independentista destinada a justificar las necesidades fácticas de la liberación y transmitida oral y clandestinamente por sus remitentes platenses por la vía de las agencias universitarias de Córdoba, Chuquisaca, San Antonio Abad del Cuzco y San Cristóbal de Huamanga, y, adicionalmente, la pérdida de documentos claves (Recuérdese el estimado de Pablo Macera en sus Trabajos de Historia donde calcula que sólo nos queda en los repositorios documentales alrededor del 4% de lo producido en el Perú). Pero el factor más importante que debe ser estudiado con mayor detenimiento, y todavía es una tarea pendiente a la emprendida preliminarmente por el suscrito, es la expresa voluntad de silenciamiento total, tergiversación, banalización y difamación si el silenciamiento fallaba, que las autoridades  españolas emprendieron desde el principio mismo de la revolución de los morochucos contra sus actores, teniendo a la vista lo sucedido con Túpac Amaru que estuvo a punto de encender toda la pradera latinoamericana. Sin embargo, enfocado desde la perspectiva del quehacer independentista del departamento de Huamanga y valorada su contribución al logro de la independencia nacional, el acontecimiento (que en realidad simboliza a todo un proceso complejo que todavía no está suficientemente estudiado, y que denomino el Ciclo Independentista Huamanguino) adquiere el valor de una idea-fuerza que estimuló y sirvió de aglutinante de las masas para dirigirse a un único objetivo deseado: la independencia del Perú; idea-fuerza que paradójicamente echó raíces y fructificó en una subregión que constituyó en el coloniaje todo un mosaico de pequeñas nacionalidades mitmas controladas por sus opresores de turno, con un grado de complejidad que no se vislumbra en otros escenarios del territorio andino; cada una con su cosmovisión, su lengua, sus costumbres y hábitos distintivos, su vestimenta de identidad, en suma con su patrimonio cultural vario y seguramente con esperanzas distintas; idea-fuerza que unificó la variedad de etnias y las hizo relativamente homogéneas al nivel de la aspiraciones libertarias y que permite ahora, explicar y revalorar el papel de la vieja Huamanga en el logro de la independencia nacional que poco antes de Pío Max Medina y Manuel Jesús Pozo, era estimado como secundario y poco significativo. Es posible que los descendientes mitmas de la sub-región hayan estado ya alcanzando un espíritu de cuerpo más o menos homogéneo, merced al runasimi que funcionó como una “lingua franca” que reemplazó a las hablas hawasimis y al aimara primordial, merced también a las migraciones más tolerantes con los forasteros, a la difusión del cristianismo y la extirpación de las idolatrías, el comercio entre los indios que habitaban diversos pisos ecológicos, la causa libertaria común internalizada por la opresión extrema de curas simoníacos y corregidores corruptos, rebaja o eliminación de tributos, etc. Pero, como es natural, habrían estado pensando en liberarse de sus opresores hispanos, como sus tatarabuelos lo habrían hecho con sus conquistadores waris e incas. Está, per se, en la naturaleza espiritual** del hombre la exigencia ética de ser libre, aunque la historia nos muestra al ser humano omnipresente en alguna medida como eslabón componente de la dialéctica amo-esclavo, obligado por fuerzas externas a su mismidad. En algunos círculos se siguen pensando que la idea de la  independencia vino de afuera y, por tanto, ella fue convencida y concedida,  pero no concebida ni conseguida por los peruanos, muy parecido a pensar que el garrotillo ya lo sufrían milenariamente los peruanos pero que la idea de su cura vino desde fuera. ¿Ignoran que el cuerpo humano dispone de un sistema inmunitario natural y que tarde o temprano es este sistema el que vencerá, aunque ello suponga muertes parciales de la población preparatorias? ¡No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista!, reza un adagio popular, como queriéndonos auxiliar en la explicación. No es la idea la que nos independizó, es la propia condición factual o existencial que la promovió en un proceso que se inició desde el principio mismo de la invasión española, incluso ignorando totalmente los credos del liberalismo. El nombre “independencia” si bien fue una noción que, como tantas otras, se decantó en la filosofía política de la Ilustración, no fue este nombre o esta idea la que generó la necesidad de lograr ella (esto sería más que el idealismo platónico puro), sino al revés, ella fue solamente el fermento que la apuró. Si no aceptamos esta justificación encallaremos en el razonamiento circular del huevo y la gallina: pensamos en la independencia, luego nos liberamos; pensamos en el garrotillo, luego enfermamos de difteria.

Esbocé en mi último libro sobre los Morochucos y la Batalla de Ayacucho, la tesis de que en Huamanga se dio el escenario ideal para las luchas independentistas en razón a su ubicación geopolítica estratégica entre Buenos Aires, el Alto Perú y la sede del poder político español: Lima, descubierta casualmente en la coyuntura de las luchas de liberación emprendidas por Manco Inca, o para ser más exactos: conocida por los incas probablemente desde Pachacuteq quienes bautizaron algunos lugares de la ruta de salida desde la floresta amazónica, con algunos topónimos quechuas como Huamanga, Ayacucho, Luriqocha (Lurinqocha), Ayawarkuna, Qenñua, Onqoy, Anku, etc. que compitieron con otros de la toponimia aimara heredada de los waris. Huamanga era pues la frontera perfecta que sirvió para fundar el fortín de Villaviciosa de Huamanga en 1536, refundada en Quinua precisamente como San Juan de la Frontera de Huamanga en 1539 y, a su vez, refundada por traslado a Pucaray en 1540 (más precisamente a la cabecera sur de los dominios de los Andamarcas migrados o conducidos como mitmas), manteniendo el mismo nombre, reajustado poco después de la batalla de Chupas con San Juan de la Victoria.

Las llanuras de Cangallo o Pampas de Cangallo se integraron poco más tarde a la estructura geopolítica dicha y sirvió sobre todo para ofender al poder español que lo tenían como vías obligatorias para vertebrar la ruta entre los virreinatos del río de la Plata y el virreinato del Perú. De esto se dieron cuenta los habitantes del Pampas cangallino (sede de las grandes concentraciones de mitimaes waris, incas y españolas) e idearon, como uno de los efectos del levantamiento de Tupac Amaru y la crisis económica concomitante, la organización de un gran movimiento campesino que he denominado “La revolución de los Morochucos” que, a su vez, exhibió como uno de sus acontecimientos centrales, la Jura de la Independencia del Perú celebrada en el pueblo de Cangallo encausada simbólicamente como leit motiv ideológico de las luchas eslabonadas que caracterizaron al ciclo revolucionario huamanguino, hasta su extinción en 1827 con la derrota final de los iquichanos. Así leído, el ciclo independentista huamanguino se habría iniciado como una operación refleja de la revolución tupacamarista, quizás por 1810 o 1812, y cerrado en 1827 con los epígonos guerreros de Huanta contra los iquichanos, siendo la jura cangallina un entreacto simbólico de la revolución cuzqueña y la batalla de Ayacucho: sus acontecimientos más relevantes y decisivos. ¿Por qué las juras de la independencia del 1° ó 7 de noviembre de 1820 en Huamanga y la presunta jura de Huanta del 6 de noviembre del mismo año, o quizás el 31 de octubre, no alcanzaron el mismo nivel estimativo que la jura de Cangallo? Responder a esta pregunta me llevaría a invadir más espacio de lo que me permite el muro de Facebook. Bastará por ahora decir que ambos sucesos no conmovieron la crisis económica de la región (todavía en debate en cuanto a su magnitud, las regiones comprometidas, la diversidad de rubros económicos afectados y los pequeños ciclos de la misma), que fueron meras réplicas de entusiasmo cívico de las ocurridas en Changuillo, Ica, Supe, Huaura y todo el norte y noreste peruanos. Yo sí dudo legítimamente de la jura huantina que según afirma Gamaniel Ruiz ocurrió el 6 de noviembre de 1820 dicho y según Ranulfo Cavero el 31 de octubre del mismo año. He publicado en uno de los artículos de mi blog ("Valentín Munárriz: el héroe y el hombre") el documento en el que se registra que el 7 de noviembre de 1820 Juan Antonio Álvarez de Arenales también le otorgaba en la ciudad de Huamanga al citado Munárriz el despacho de primer teniente de la compañía de artilleros (Hurtado de Mendoza le había concedido en 1814, en Andahuaylas, el despacho de teniente de infantería de caballería, el que fue extraviado en la batalla de Chupaskunka); y el 9 de noviembre del mismo año recibía la orden de trasladarse a Tambo y San Miguel para reclutar más combatientes, mientras su avanzada se dirigía a Izcuchaca. Arenales tenía urgencia de recuperar un puente estratégico sobre el Mantaro en manos enemigas, desbaratar a Ricafort y O´Reilly, y me temo que ir a Huanta a presidir la jura y luego retornar a Huamanga para otorgar a Munárriz el despacho mencionado y encomendarle la comisión de reclutamiento en la provincia de Anco, hubiera sido un despropósito; Arenales no podía gozar del don de la ubicuidad. Sin embargo, admito por lógica (aunque no exista un documento oficial que la confirme) que pudo realizarse sin su presencia por acción cívica de su avanzada y porque tuvo que realizarse en razón de que era una de las misiones encomendadas a Álvarez de Arenales: hacer jurar la independencia pueblo tras pueblo como habían propuesto todavía Castelli y Belgrano, razón que explica, a su vez, por qué ocurrió la jura de Cangallo. Lamentablemente el autor de la tesis, el extinto Gamaniel Ruiz; no pudo exhibir por lo menos sus razones, menos proporcionarnos sus signos, aunque el primero que la formuló fue su coterráneo Juan José Del Pino ¿Entonces, por qué no asume el reto el profesor Pereyra? Abonaría su mérito de haber hallado un documento que confirma la estada en Huamanga del célebre cronista indio Guamán Poma. Me niego a pensar que la jura de Huanta en 1820 sea un plan inventado para borrar a cualquier precio el estigma de la oposición huantina al anhelo mayoritario de los ayacuchanos de la época de ver libre al Perú. Pero este es un tema que abordaré en mi próximo libro, ya que según creen algunos estudiosos, si huantinos y morochucos hubieran establecido una alianza patriótica –como consiguió alguna vez el mariscal Cáceres para defender a la patria contra el invasor chileno— es probable que la revolución cuzqueña de 1814 hubiera tenido otro resultado ¿quizás su independencia como persuade Basadre en su libro “El azar en la historia y sus límites”?.

¿Por qué precisamente ocurrió la jura en el pueblo de Cangallo y no en otro lugar de la provincia de más fácil acceso? Aventuro una respuesta: Porque este no era solamente capital del partido de Vilcashuaman, sino que era el núcleo del poder político provincial donde se encontraban –igual que los casi cien de sus corregidores del pasado colonial- los subdelegados, las milicias hispanas y el poder eclesiástico provincial representados por el curato y el vicariato de Cangallo: cabezas de la parroquia de Cangallo. Sin embargo, este pueblo nunca fue el núcleo subregional del poder económico, ni siquiera sede de un pequeño mercado agropecuario, pese a que sirvió de residencia pasajera, si no de hospedaje, de los más destacados propietarios de haciendas y obrajes; esta función la asumió directamente la ciudad de Huamanga. Después de la infausta derrota en Huanta de los 4,000 o 5,000 montoneros del Cuzco, Cangallo, pueblos aledaños y artesanos de Huamanga, a manos de un pequeño ejército de criminales denominado “los talaverinos”, comandado por el coronel Vicente González y secundado por los Lazón de Huanta y el otro González (Juan José), comandante de la plaza de Huamanga, el único escenario respetable donde el componente morochuco podía refugiarse y recomponerse eran las Pampas de Cangallo, del mismo modo que el escenario lógico de retirada y rearme de los cuzqueños tuvo que ser Andahuaylas y Abancay. Recuérdese –lo confirma el mismo Nelson Pereyra— Hurtado de Mendoza salió con 40 hombres, mientras que en Luricocha y Huanta sumaban algo de 4,000 combatientes o algo más. No existía la actual ciudad de Pampa Cangallo; la masa de trabajadores de haciendas que en la revolución de los morochucos se transformaron en combatientes habitaban en las estancias de Uriwana, Walchanqa, Pantín, Cancalla, Pallqakancha, y en los pueblos de Putica y Cangallo (todos,  quemados por Ricafort y Carratalá en diciembre de 1820 y 1821, respectivamente). Inkaraqay, la cuna del célebre Basilio Auqui, se llamaba Inkawasi y no tenía sino la categoría de ser integrante de una toponimia de la altipampa, un lugar donde existía una casita atribuida a los inkas (origen del nombre), convertida luego en “raqay” o ruina de una casa y finalmente desaparecida, según un testigo oral. Sospecho que la casita inca era un tambo, tan necesario en las rudas condiciones climatológicas de la extensa altipampa. En consecuencia el único lugar dónde se podía celebrar cumpliendo los rituales del caso, era el pueblo de Cangallo. En él funcionaba un cabildo de indios, era sede de la parroquia y debía estar presente el cura, tenía una plaza adecuada para el ritual del cabildo abierto, en él se podía convocar a la población a través de un bando, difundir panfletos, celebrar una misa de acción de gracias y quizás hasta cantar “el apu yaya Jesucristo”, pero fundamentalmente tenía protección natural estratégica contra los ataques sorpresivos y vías de escape en caso de que las milicias o el ejército español decidiesen atacar desde los exteriores del pueblo.

PRUEBAS DOCUMENTALES QUE SUSTENTAN LA JURA DE CANGALLO.

Comprenderá el lector que en un escenario como el pueblo de Cangallo que sufrió dos dantescos incendios, las periódicas riadas catastróficas del Macro, la vigencia del  delito de lesa majestad (castigado con pena de muerte y confiscación de todos los bienes de los acusados), autoridades siempre extrañas al lugar, criminalización extrema de todo intento de movimiento insurreccional, el carácter estrictamente clandestino del movimiento revolucionario, la voluntad española de reducir Cangallo a cenizas (si no devaluarlo, difamarlo y silenciarlo), no podría  haber permitido y/o facilitado la preservación del Acta de la Jura de la Independencia que, según la tradición y el testimonio de José Hipólito Herrera, fue suscrita por los cabildantes con su propia sangre como parte de un ritual previsto en las leyes españolas para otorgarle legitimidad. Ella habría sido entonces la prueba primaria tangible que eliminaría directamente cualquier duda del profesor Pereyra, a menos de que su verdadera intención sea  extracientífica como la sugerida en la conocida frase irónica “tienes razón, pero vas preso”.

Pero, como tal fuente primaria se ha perdido por el mismo hecho de que era la prueba del grave delito de lesa majestad, además que el movimiento subversivo era de un acusado carácter clandestino aunque todavía evocada en la memoria colectiva de la subregión cangallina por mucho tiempo(***), nos vemos obligados a presentar cuatro testimonios históricos, todos sometidos a críticas externas e internas; de ellos destacan los dos últimos por su valor veritativo: uno oficial del Estado peruano y otro de un autor cuya obra está dedicada a publicar documentos oficiales publicados desde la independencia del Perú de 1821 hasta 1826, fecha de edición de su obra. Estas pruebas y otras complementarias las hemos publicado en múltiples trabajos nuestros, tanto en libros y revistas existentes para el público en la Biblioteca Nacional del Perú y difundidas en la web a través de mi blog “En busca del tiempo perdido” y hasta en tres muros de Facebook: uno personal mío, otro el del periódico virtual LA VOZ DE SANTA ROSA DE CANGALLO y uno tercero del CENTRO CULTURAL CANGALLO. Además se han pronunciado un sinnúmero de conferencias en las ciudades de Lima, Ayacucho y Cangallo. De ahí que nos sorprende que el profesor Pereyra haya sólo mencionado como prueba de su crítica las razones esgrimidas en el blog citado, procedimiento que nos invita a dudar de su imparcialidad: no manejando siquiera  un solo trabajo en su integridad, sino eligiendo alguno que otro fragmento leído seguramente al soslayo con sus conocidos gestos de desdén a los provincianos como él, que damos puntapiés de amateur al balón de la historia. Invito a los lectores a verificar lo dicho en este párrafo. No pretendo sugerir que deba leer obligatoriamente mis libros ni someterlo a la falsación popperiana todos mis trabajos referidos al asunto (estoy lejos de abrigar vanidades fatuas y egocentrismos megalómanos), únicamente intento decir que si alguien quiere formular una crítica sana sobre cualquier tema, debe, por respeto al criticado, por lo menos leer el íntegro de UNO de los artículos dedicados a él; de otro modo hasta podría pensar que su objetivo está dirigido no a develar la verdad (objetivo supremo de toda ciencia), sino solamente a difamar gratuitamente al pueblo de Cangallo o a despertar las viejas rencillas entre huantinos y huamanguinos, o entre huantinos y cangallinos. En este sentido sus últimas expresiones del  pie de página transcrito que dice: …“parece tratarse de una tradición inventada para construir una identidad republicana entre los pobladores de la provincia de Cangallo, en el departamento de Ayacucho, ahora que se acercan las celebraciones por el bicentenario de la independencia”, invitan a confirmar la sospecha (Ver en el muro de LA VOZ DE SANTA ROSA DE CANGALLO, mi artículo titulado, “Los bicentenarios de la independencia del perú y la batalla de Ayacucho: Cangallo en la encrucijada de la ingratitud del estado peruano”, que demuestra las injusticias de los funcionarios de Lima con el pueblo de Cangallo, con ocasión del Centenario y Sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho y que ahora se pretende repetir por presión de una retórica falaz de algunos enemigos gratuitos de Cangallo que lamentablemente conocen poco de los últimos avances de la historiografía regional).

Dicho esto, presento el texto de dichas pruebas en orden cronológico:

a)    Un primer testimonio lo da Juan Pardo de Zela el 30 de diciembre de 1821, cuando responde a una carta del gobernador de Vilcashuaman, don José Bellido donde le transmite la noticia de la quema de Cangallo y una escaramuza que libra con la fuerzas de Carratalá que se marchaba a Huamanga, después de cometer el latrocinio. Dice:

Cangallo destruido por las voraces llamas de las manos sacrílegas que no perdonaron el santuario de su templo, inmortalizará su nombre y honrará la memoria de sus habitantes que la abandonaron por CONSERVAR SU LIBERTAD Y SOSTENER SU INDEPENDENCIA DEL GOBIERNO ESPAÑOL Y DE TODA OTRA POTENCIA EXTRANJERALA PATRIA JAMÁS OLVIDARÁ ESTE HEROÍSMO DE SUS HIJOS, Y LE DARÁ UN LUGAR MUY DISTINGUIDO EN LOS FASTOS DE LA HISTORIA DE SU GLORIOSA REVOLUCIÓN” (AGN. Hacienda Sta. 0406).

A quién le creemos: ¿a un actor mediato y testigo del proceso o al académico Nelson Pereyra que lo niega desde la aduana de sus prejuicios que no la aplica, por ejemplo, con la jura de Huamanga ni con la presunta jura de Huanta?. Si Pardo de Zela en su calidad de español al servicio de la flamante República del Perú, no hubiese sido testigo por lo menos indirecto de los hechos ocurridos en Cangallo y en la región (ya que fue prefecto de Ayacucho en buena parte de su gestión), o no tenía la convicción de que los cangallinos habían decidido a través de un juramento separarse de España ¿qué razón tenía para exhortar a los cangallinos conserven su libertad y sostengan su independencia del gobierno español? ¿Por qué califica los hechos ocurridos en Cangallo −como el preferir abandonar sus hogares con tal de conservar su libertad y sostener su independencia del gobierno español− como un hecho heroico que será memorado entre los fastos de la historia de su gloriosa revolución? ¡Por favor, exijo una respuesta lógica! Es verdad que al principio los pueblos del Perú no le otorgaron la expectativa ni el peso valorativo y/o simbólico que merecía la gesta porque era un hecho insólito; pero luego esta conducta social  se convirtió en efervescencia popular cuando aprehendieron su valor simbólico de idea-fuerza con la llegada de San Martín y no siempre impulsados por sus órdenes, sino espontáneamente como se registra en un oficio del jefe guerrillero Manuel Ramírez de Arellano al mismo Pardo de Zela que ejercía la jefatura de la Comandancia General de la Costa Sur, donde le informa que todos los pueblos claman e instan con acalorada porfía la jura de su independencia. Se refería a los pueblos de Lampa, Pampachiri, Puquio, Parinacochas, Pauza, Caravelí, Acarí y otros, donde José Mariano de Alvarado (el mismo que presidió con Valentín Munárriz la jura de Cangallo en 1814) abandonando su ostracismo de seguridad, y motivado con la llegada de San Martín, reinició su misión revolucionaria (Ver el documento N° 455 publicado por Dumbar en CEDIP, 1971, Tomo V, Vol. 1°). Hasta hace poco ignorábamos donde había nacido el famoso capitán de caballería José Mariano de Alvarado. Ahora sabemos que fue ayacuchano de Huamanga.

b)  Un segundo testimonio atisba las ocurrencias de la Revolución de los Morochucos y probablemente la jura libertaria realizada en Cangallo. Es del mismísimo Libertador San Martín, quien habría exhortado a su delegado supremo Torre Tagle que suscriba  el decreto de 27 de marzo de 1822, que dice:

“Nuevos documentos publicados en la Gaceta del Gobierno harán célebres la memoria de los virtuosos naturales de Cangallo. La sangre y las cenizas de los que allí han padecido por la Patria a manos de los verdugos españoles, fertilizarán aquella tierra y la harán producir héroes cuando desaparezcan los que han destruido sus inocentes hogares. Vendrá luego un día en que se reedifique, porque el poder exterminador sucumbirá bien presto, ante el que tiene por objeto levantar; sobre las ruinas antiguas, MONUMENTOS DIGNOS DE UN PUEBLO LIBRE empleando la actividad y los recursos que el tiempo y la naturaleza le proporcionan con abundancia” (Germán Leguía, 1972: Tomo V: 571).

c)   Un tercer testimonio lo da en 1862 el capitán de caballería don José Hipólito Herrera en un pie de página. El historiador Pereyra se queja de que el militar de marras “no precisa los detalles”. Quien ha leído atentamente el “Álbum de Ayacucho”, observará que el libro está inicialmente dedicado a transcribir cronológicamente los documentos producidos únicamente desde la llegada de San Martín en 1820 hasta la Batalla de Ayacucho ocurrida en 1824, La adición de algunas muestras documentales de la revolución tupac-amarista, de la cuzqueña de 1814 y otras, delata que ella fue una decisión tardía que coincidió con la publicación de la parte final del libro que probablemente le parecía famélica, y por ella la habría,completado incluso con composiciones poéticas inspiradas en los grandes hechos de este período heroico. SU INTENCIÓN NO FUE HACER UNA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA STRICTU SENSU, sino solamente mostrar documentos. La anotación que hace de la jura de Cangallo, comparada con la que hace de la ocurrida en Huánuco y Moquegua es incluso abundante dado el título que le da a ese segmento de su libro y su carácter meramente enumerativo. El cómo obtuvo la noticia yace todavía en el limbo de las especulaciones históricas, pero es posible que le haya transmitido su camarada José Mariano Alvarado (uno de los líderes de la jura cangallina) cuando ambos iniciaban la carrera militar que se había inaugurado en el Perú, o, en su defecto, habríase nutrido del noticiario oral de la época que rápidamente se convirtió en tradición, sobre todo en las localidades sureñas del departamento de Ayacucho y en las del noroeste de Arequipa, donde se realizaron otras juras de la independencia después de Cangallo y fueron promovidas por el mismo José Mariano Alvarado, lamentablemente no registradas con el élan crítico que las mismas exigían. Insisto: Como no eran hechos de armas ni procuraron sustantivos cambios en lo material o en la práctica social, no pasaron de ser vistos como acontecimientos pasajeros; y ello porque la población (léase la plebe mayoritaria) no estaba suficientemente instruida para valorar intelectualmente los discursos ideológicos y la importancia de los rituales independentistas en términos del debido proceso legitimador, salvo algunas élites provinciales que tenían acceso a la educación privada al no existir oficialmente instituciones educativas. Mi tesis al respecto es que el citado Alvarado fue un estudiante de leyes huamanguino que se asimiló oficialmente a la vida militar, igual que José Herrera, Althaus y otros, recibiendo el despacho de capitán graduado de caballería de manos del presidente Bernardo de Tagle el 23 de enero de 1824 (La naciente escuela militar de Bellavista recién abría sus puertas en 1825), En esa coyuntura efímera de formación castrense y aprovechando el espíritu de camaradería reinante le habría revelado también sus andanzas revolucionarias independentistas en Lampa, Pauza, Parinacochas, Yauca, Caravelí y Acarí, y el haber dirigido las juras por lo menos en Acarí y Lampa, después de las cuales lo encontramos participando en la batalla de Ayacucho (Ver AGN: O.L. 111-11). Mostremos ahora el texto de Herrera que dice:

  A consecuencia de la derrota que en Huanta sufrió la división independiente mandada por D. Mariano Angulo y el Santafesino el año de 1814, los jóvenes de Ayacucho, comprometidos en la causa santa de la Libertad, se refugiaron en la provincia de Cangallo apoyados por los famosos Morochucos, decididos cual otros Pelayos á pertenecer en el país haciendo la guerra a sus dominadores. En efecto, capitaneados por D. José Mariano Alvarado y el Dr. D. Valentín Munárriz, juraron la Independencia solemnemente, suscribiendo la acta con la sangre de sus venas, que tuvieron la heroicidad de estraerse; por cuyos hechos, irritado el virey (sic), decretó el incendio de Cangallo, que se arrojasen sus cenizas al Pampas, que se borrase aquel nombre del catálogo de los pueblos, que se exterminasen á sus habitantes, y que sus tierras se arasen con sal” (Herrera, 1862:186).

d)   El reconocimiento internacional consagratorio de las hazañas cangallinas y sus morochucos lo dieron los patriotas argentinos. El espacio es tan estrecho que me limito a enunciarlo: Sabedores los promotores ideológicos argentinos de las hazañas de Cangallo y sus morochucos, y también sus sufrimientos por la quema de la ciudad capital de Cangallo y sus pueblos como Putica, Soras, Umaro, Ocros, Canaria; estancias como Uriwana, Walchanqa, Pantín, Pallqacancha, Zancas, entre otros, el presidente argentino Bernardino Rivadavia decretó poner el nombre Cangallo a la mejor avenida de Buenos Aires de entonces. Los caprichos, a veces incomprensibles de Clío, la musa de la historia, hizo que el general San Martín tuviese su residencia en dicha calle, herencia de su esposa doña Remedios de Encalada, y allí residió efímeramente cuando se retiró del Perú antes de tomar la decisión de marcharse al ostracismo de la ingratitud en Francia. Hoy dicha avenida, por la ignorancia de los justicialistas argentinos, fue cambiada por el de Juan Domingo Perón. Las protestas de los ciudadanos del Plata, hicieron que se enmiende parcialmente la decisión, haciendo que únicamente uno o dos de sus cuadras finales mantengan el sagrado nombre de Cangallo. En reciprocidad, los cangallinos también pusieron el nombre de Argentina a su principal avenida y rebautizaron la Alameda colonial con el nombre de Bernardino Rivadavia. Como los onagros se ambientan en todo lugar, un burgomaestre equino no-cangallino lo cambió −hace unos años e irrespetuoso al valor de la reciprocidad cívica− con el de Faustino Sánchez Carrión (El Solitario de Sayán).

Pero no está dicho todo: Los argentinos promovidos por los grandes ideólogos vinculados a las hazañas cangallina: Moreno, Castelli y Belgrano, declaran a Santa Rosa de Lima, como patrona de la Revolución Hispanoamericana.

e)    Finalmente, para que la duda no le quebrante la salud espiritual de nuestro amable inquisidor, me permito transcribir, esta vez, dos fragmentos esclarecedores de un mandato emanado del Congreso Constituyente de 1828. Lo suscribió el presidente don José de La Mar promulgándolo el 28 de mayo de 1828:

Considerando
I.- Que los naturales de la Provincia de Cangallo desde el año 1814, SE DECIDIERON POR LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ, y que por sacudir el yugo opresor pelearon con varias divisiones del ejército español, hasta quedar casi consumidos, sin que por esto dejasen de contribuir y hacer otros sacrificios para el sostén de la tropa”
IV.- Que posteriormente han contraído el distinguido servicio  de haber combatido contra los rebeldes de Yquicha, con la mayor gloria, según consta del parte oficial de aquel Prefecto” (Justino Tarazona, 1968, Vol. I: 654).

Como consecuencia, el Congreso premió a los indígenas y vecinos cangallinos radicados antes de 1815 y que contribuían al Estado, concediéndoles una rebaja anual de 4 reales; y a la provincia le otorgó el título de HEROICA PROVINCIA DE SANTA ROSA DE CANGALLO.

Espero haber satisfecho la curiosidad de mis lectores como a la observación crítica del profesor cristobalino referida a sospechar que lo de Cangallo es una tradición inventada de sus habitantes para construir una identidad republicana. ¿Inventada por quién? ¿Por el suscrito como ejemplo aleatorio de mi membrecía al conjunto de los cangallinos? ¿Por los mencionados autores a quienes cité, empezando con José Hipólito Herrera y el español Andrés García Camba? ¿Por el pueblo cangallino de hoy? La tercera pregunta invalida y/o refuta automáticamente a la segunda y a la primera, porque los Herrera, y los numerosos autores que la confirman no son cangallinos, ni yo vivía allende en 1862, menos en 1828. Por tanto, y por las pruebas mostradas, no es válida tampoco la acusación de Nelson Pereyra de que la restauración y revaloración de la jura cangallina de octubre de 1814 que estaba hibernando en la memoria colectiva de la subregión es una tradición inventada por los CANGALLINOS DE HOY QUE DESEAN CONSTRUIR UNA IDENTIDAD REPUBLICANA, AHORA QUE SE ACERCAN LAS CELEBRACIONES POR EL BICENTENARIO.

¿Qué no tenemos identidad republicana y sí los huantinos? ¿Qué identidad republicana más nítida puede exhibir un pueblo como Cangallo que luchó y  juró por la independencia del Perú y FUE EL ÚNICO PUEBLO QUE SE OPUSO Y NO JURÓ en gesto consecuente con su conducta cívica la Constitución Vitalicia que Bolívar implantó en el Perú, desacatando el juramento que había ordenado presten todos los pueblos del Perú, intuyendo que podía facilitar el zarpazo para convertirse de dictador en emperador? (Ver el testimonio del célebre cura Ángel Pacheco, diputado por Cangallo, publicado en la suerte de felicitación titulada “A los Ciudadanos de la benemérita provincia de Cangallo”, dirigida a sus representados, que en un párrafo dice: “Así fue que viendo esta sabia Asamblea, que después del feliz cambiamiento del 26 de enero el Gobierno era únicamente tolerado como indistinto del absoluto dictatorial, dio el primer paso necesario nombrando en propiedad un Presidente para la República, y no del Consejo, invención de aquella Carta Boliviana, reconocida y jurada por todas las provincias, única excepto la de Cangallo, siempre singular en sus empresas liberales” (Ver “Cangallo y la Primera jura de la independencia del Perú”, del suscrito, 2014: 140) ¿Hicieron ustedes los huantinos algo más significativo que los cangallinos en el logro y mantenimiento de la independencia nacional a través de sus dos expresiones relevantes del proceso: la declaración del 28 de julio de 1821, la batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824 y poco después sus triunfos en comandita contra los monarquistas iquichanos en las batallas del Arco y  Mallauchapampa? ¿Desean los huantinos, quinuinos y huamanguinos disfrutar solos la torta del honor, como ocurrió en las celebraciones de los centenarios y los sesquicentenarios de dichos eventos? Espero profesor Pereyra sus respuestas honestas si tiene a bien hacerlas para seguir debatiendo civilizadamente y ojalá al final podamos coincidir y abrazarnos por el bien y la gloria de Ayacucho, y por tanto, enriquecer nuestra historia regional, y más ergo: enaltecerla más. Digo coincidir, porque en la ciencia no puede haber al mismo tiempo dos verdades antagónicas sobre lo mismo que condenen inevitablemente a los discursos históricos a la inconsistencia y, por lo tanto, en narrativas falaces o por lo menos en narrativas no confiables. Y si encubriendo el escepticismo que niega nuestra capacidad de conocer la historia, defendemos el relativismo gnoseológico afirmando que hay verdades históricas, pero son relativas al punto de vista del cognoscente que incluso puede tolerar dialécticamente que algo sea y no sea al mismo tiempo como sucedió con las conclusiones de sus últimos dos trabajos sobre lo mismo, entonces podemos inferir que esta proposición, contradictoria en sí misma, puede legitimar que en historia para A es verdadera y para B es falsa al mismo tiempo, generando en última instancia la convicción de que no hay verdad histórica. Por tanto, si no hay verdad histórica, el enunciado que afirma lo contrario, es falso, y así arribamos a la total incertidumbre y a la negación de la  historia como ciencia cultural. Popper refutó ya el historicismo allende los años con una contundencia admirable, como lo habían intentado todavía los griegos. O presentado el problema de otro modo: Si sostenemos que “no hay verdades históricas” entonces el enunciado es en sí mismo falso; en consecuencia, hay verdades históricas; es decir encallamos en la célebre paradoja insoluble de Epiménides o del mentiroso, sobre todo si el historiador no distingue adrede en su ciencia el nivel de los enunciados lógicos de los metalógicos para probar una tesis con solvencia.   

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(*) Véase la valiosísima revista Huamanga, vigente entre 1934  y 1965, que ha escapado extrañamente al interés de Pereyra. Véase los aportes sobre la Revolución de los Morochucos de Milón Bendezú, José María Hernando, Gustavo Castro Pantoja, Carlos Cárdenas, Juan José del Pino, Narciso Gavilán, Flora Gotzch de Donayre, César Prado y otros.

(**): el plus de la animalidad logrado por la evolución en términos de la racionalidad y la intuición de los valores alcanzada progresivamente por el homo sapiens sapiens.

(***) El lector comprobará cómo la aristocracia y la plutocracia huamanguinas, realistas al extremo, pero con dignas excepciones, pretendieron escamotear para la posteridad la noticia de la jura de la independencia de Huamanga promovida por Alvarez de Arenales, al no registrar clara y valientemente el evento en el Libro de Actas de Cabildos de aquella ciudad, donde, en el folio cronológicamente concomitante, estamparon únicamente, al inicio de una media página en blanco,  la palabra marginal "Juramento" y el texto "En la ciudad de Huamanga en siete de noviembre" que, según Pereyra, constituiría la prueba inequívoca de que aquella jura se efectuó en dicha fecha, y que la inscripción de la Alameda Valdelirios alusiva al ritual es errónea. Para conseguir asombro mediático hace decir a José Segunda Roca en su "Relación histórica de la primera campaña del General Arenales" algo que el militar argentino jamás escribió por lo menos en la fuente que indicamos abajo. Por ello, sigue siendo verosímil que la jura huamanguina se haya realizado el 1° de noviembre de 1820, pues, el texto de Roca dice: "Posesionados de la ciudad Huamanga [...] el general tomó informes del estado y posiciones del enemigo [...]. Dispuso también que el pueblo jurase la independencia, ceremonia que se verificó con la mayor pompa y lucimiento, con misa de gracias, "Te Deum", formación de nuestras tropas, etc. etc.",  sin "el día 8" que le agrega Pereyra, en lugar del "etc. etc.". Sin embargo, el autor huantino, afirma que lo del 1° es una fecha que carece de fundamento alguno y que la verdadera es el 8 y no ya el 7 como reza en el Libro de Cabildos; por ello, refuerza su conclusión y escribe: "Y el 8 de noviembre, después del acto de proclamación, nuevamente se reunió el Cabildo, con la presencia del gobernador e intendente Pedro José González y acordó ofrecer dinero a Arenales para el auxilio de sus tropas" (¿?) (¿?) (Ver los diarios ayacuchanos de 24 de diciembre de 2018 y CEDIP, tomo XXVI, Vol. 3°, pág. 231). ¿Esta lógica se pretende aplicar en el caso de la jura de Cangallo y exigir como prueba suprema: las actas de cabildo, sabiendo, aparte de las razones esgrimidas, que en esta localidad habrían sido destruidas las mismas por acción de los españoles que desearon "borrarla del catálogo de los pueblos", las riadas brutales y reiteradas del Macro, e ignorando la mentalidad de las colectividades oprimidas vigente en esa época: de que las actas eran testimonios prescindibles,  en razón a la agrafía de sus miembros y tener la convicción de que tenerlas eran pruebas suficientes para los implicados para condenarlos a muerte y rematar sus bienes? Recuérdese que las actas de Cabildo de la mismísima Huamanga. que manejaban criollos y mestizos instruidos y no indios, se hallaron, parte en los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y otra complementaria en un archivo de la República argentina, cuyas copias nos han sido proporcionadas por munificencia y solidaridad con el Perú. Por supuesto, la disciplina histórica debe cultivar recursos metodológicos alternativos para des-cubrir la verdad y valorarla a ella más allá del discurso, la lectura, o el relato, para construir una hermenéutica crítica que supere lo meramente factual y le impida ahogarse en el pantanal de los acontecimientos o en el cesto de retazos del historiador-sastre. 


                                                                      Lima, 16 de setiembre de 2018.

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