jueves, 7 de mayo de 2015


EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO




EL CICLO INDEPENDENTISTA HUAMANGUINO
      1814-1828       
                                                                                                                          Max Aguirre Cárdenas.
                                                                                
Para la historia peruana oficial que ha elaborado una teoría unilineal de nuestra independencia política, de enfoque limeño-céntrico o si se quiere limeñófilo (es decir considerando a la ciudad de Lima como protagonista privilegiada y núcleo de la gravedad histórica nacional, ignorando o subalternando a otras que fueron también dignas forjadoras de nuestra libertad)1, el 28 de julio de 1821 se ha constituido en la magna fecha nacional que rememora el ritual de la independencia del Perú del yugo español por haber ocurrido en la capital del dominio virreinal  y por su cercanía temporal a la gloriosa Batalla de Ayacucho (estimada como el acontecimiento que validó en última instancia la independencia del Perú con la suscripción de un tratado, cuya bilateralidad superó a la unilateralidad de la jura sanmartiniana y abonó su valor jurídico). Otras fechas que precedieron al ceremonial independentista limeño, en las cuales se cumplieron también las reglas básicas del debido proceso (consulta en cabildo y juramentación), como en los casos acontecidos en Cangallo, Supe, Huaura y Jaén para mencionar algunos ejemplos, fueron subestimadas y/o segregadas adrede. Sobre todo la de Cangallo que no alcanzó la bendición de los aduaneros oficiales de la historia y, recientemente, ni la atención protocolar del Jefe de Estado y sus paniaguados, cuando el 7 de octubre de 2014 celebró el bicentenario de la jura de su independencia (la primera ocurrida en el Perú, en el marco de la revolución cuzqueña de 1814)2. Que recordemos… a lo sumo mereció, en 1862, un pie de página que, diligentemente José Hipólito Herrera en su “Álbum de Ayacucho”, salvó para la posteridad la noticia de la hazaña cangallina, explicitando lo testimoniado en un decreto del Congreso Constituyente de 1828 promulgado por el presidente La Mar. Sólo los ilustres historiadores Germán Leguía y Virgilio Roel trataron de revertir tamaña mezquindad; pero tratándose del primero, ni su autoridad ni su objetividad ni su prosa elocuente lograron reparar la balanza axiológica usada por los divos del antedicho discurso  histórico oficial y, a lo sumo, logró hacer pasar la criba más rudimentaria (el casting de prueba) para luego ser condenada por los inquisidores de la historia al apartheid científico, quienes, adicionalmente, no satisfechos con el entuerto, extrapolaron su resolución a toda las efemérides patrióticas huamanguinas, devaluándolas arbitrariamente e instaurando la “verdad” de que la intendencia de Huamanga no cumplió sino un  papel modesto en el logro de la independencia peruana. Historiadores como Manuel Pozo, Gervasio Álvarez, Pedro Mañaricúa, José Ruiz Fowler, Pío Max Medina, Fidel Olivas Escudero, Milón Bendezú, Carlos Mendívil Duarte y Hernán Vega Palomino, algunos de ellos asiduos colaboradores de la famosa revista “Huamanga” del primer Centro de Estudios Históricos Regionales, o Elías Prado Tello, Juan José del Pino, Víctor Navarro del Águila, Narciso Gavilán, Moisés Bendezú, el presbítero Salas Vitangurt, Edmundo Vidal y Manuel Beltroy, animadores de la revista “Ayacucho” del Centro Cultural Ayacucho, trataron de revertir esta suerte de apartheid, con mediana fortuna. Recientemente, teniendo a la vista el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho una nueva generación de jóvenes historiadores ayacuchanos, instigados por el ejemplo de investigadores como Lorenzo Huertas, Pablo Macera, Gustavo Vergara, Ranulfo Cavero, Teodoro Hampe y Domingo Tamariz, han emprendido  la tarea de reexaminar y/o revalorar el rol que le cupo cumplir a la región huamanguina en las luchas independentistas del Perú que, para nosotros, fue de primerísimo orden. Por ello, no pasan desapercibidos los trabajos de historiadores locales como Gamaniel Ruiz, Virgilio Galdo, Nelson Pereyra, José Vásquez, Roberto Ayala y el limeño José Igue, entre otros, a los que se suman los proyectos de la nueva generación de historiadores egresados de la Universidad de Huamanga, aglutinados en el nuevo Centro de Estudios Históricos Regionales (CEHRA) con su vocero: el boletín “Huari”. 
  
     Si reflexionamos contrafácticamente, es decir suponiendo metodológicamente, premisas capitales que contrarían los hechos históricos ocurridos en los escenarios peruano y europeo, con el propósito de facilitar un mejor análisis de nuestra historia nacional: ¿Qué hubiese ocurrido si los patriotas perdían la batalla de Ayacucho y se producían de prisa enmiendas sustantivas de las coyunturas que favorecieron a Latinoamérica y habían tornado inminente la independencia del Perú, si no inevitable?3; o ¿Qué hubiera sucedido si no se conseguía la Capitulación del Callao y Fernando VII hubiera dirigido su cacareada Armada (dizque se encontraba lista en Huelva o Cádiz, pese al desastre de Trafalgar)4 para aplastar la revolución independentista peruana, previa solución diplomática de sus conflictos con Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal, promoviendo una repartija territorial de América con ellos, y mitigar así la profunda crisis económica y política de España? Los partidarios del condicionamiento económico de la historia y los cambios en sus correlatos sociales, demográficos y mentales que se operan en el largo tiempo, estimarán no pertinentes estos supuestos contrafácticos, mientras que los que conciben la historia como el reino de la libertad y el predominio de lo contingente, aunque no exenta de estructuras que entretejen elementos sincrónicos y diacrónicos solidarios, no negarán que de haberse dado estos supuestos por una convergencia de azares, la independencia –pese a su inevitabilidad ontológica y la confluencia de factores ad-hoc que la tornaron inminente, si no necesaria- se hubiera postergado muchos años (¿Cuánto? ¿Un lustro? ¿Una década? ¿Cerca a las calendas griegas?)5; pero entonces la fecha limeña hubiera pasado de moda, si no al olvido, como un eslabón más de la cadena de intentos, más aún si -producida la Independencia- la Confederación Perú-Boliviana hubiera sido consolidada6, o el intento hispano de 1863-66 de reivindicar por lo menos parte de su colonia peruana hubiera prosperado. Ésta habría sido la razón por la que Sucre, al dar la orden de iniciación de la batalla, expresó con la mayor convicción la célebre arenga: “¡Soldados!; de los esfuerzos de hoy depende la libertad de América del Sur. Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia”. Recíprocamente, en el parte español –refiriéndose a los componentes indios y cholos peruanos que, en aplastante mayoría, integraban la tropa realista- se dice: Si se hubiera ganado la batalla de Ayacucho habrían sido los más ardientes sostenedores del partido español” (es decir, que el coloniaje hubiera subsistido muchos años más). Los que han estudiado la batalla en mención, reconocen que las fuerzas patriotas estaban en inferioridad de condiciones materiales (salvo la moral y la calidad bélica de sus componentes, destacadas por Sucre), agravada por la emboscada realista de Qollpawayqo que Trinidad Morán y los morochucos impidieron heroicamente llegasen al desastre. En el parte oficial que el general Sucre envió al Ministro de la Guerra, escribió: “Este desgraciado encuentro costó al ejército libertador mas de 300 hombres, todo nuestro parque que fue enteramente perdido, y una de nuestras dos piezas de artillería; pero el es el que valido al Perú su libertad”. Recordemos que Sucre llegó a la meseta de Choquipampa o Aya-kuchu (Quinua) con 5,780 hombres y una sola pieza de artillería, mientras que el virrey La Serna lo hizo con 9,310 efectivos y catorce piezas de artillería, según el mismo parte oficial. Y de acuerdo a la versión española: los patriotas con no menos de 7,000 hombres, y los realistas con 11 piezas de artillería y 9,500 combatientes, de los cuales 500 eran europeos y el resto peruanos, total que se redujo -con las escaramuzas libradas y las deserciones- a una cifra entre 7,000 y 8,000. Algo más: Si se tiene en cuenta que el ejército de Sucre ingresó desde antes de Qollpawayqo –atraído por los movimientos tácticos del ejército de La Serna- a una larga altiplanicie que simulaba una suerte de desfiladero o callejón sin salida, con muchas quebradas y barrancas, flanqueado por la cadena montañosa de Pumaqawanqa por la derecha y los despeñaderos esculpidos por los ríos Huatatas y Pongora por la izquierda, y tenemos en cuenta que al final del callejón esperaban: dos mil montoneros huantinos dispuestos a masacrar a los remanentes patriotas de la batalla, los puentes de Mayoc y Marca destruidos ex profesamente y, más allá, blindando el cerrojo, los indios realistas de Huando (adictos al asesinato gratuito) si acaso llegaban todavía por allí los dispersos y los heridos patriotas, se arriba a la conclusión de que el dios de Jacob apoyaba la causa hispanoamericana.

       Pero hay algo más para el análisis: la realidad económica, política y militar del Perú que atravesaba por una crisis descomunal y que impedía -pese a la coyuntura larga favorable- seguir sosteniendo una guerra costosísima que hasta hoy se refleja en la exangüe situación de las provincias huamanguinas, huancavelicanas y apurimeñas. Nos referimos a la extrema pobreza y la migración suicida que se han convertido en enfermedades crónicas de sus villorios y aldeas. El tema nos demandaría mucho espacio para exponerlo; por eso nos limitamos a transcribir -como garantía de objetividad- un diagnóstico del propio Bolívar formulado en una proclama suya de 13 de febrero de 1824, dirigida al Perú, muy fiel a su estilo, temerario y optimista en las más grandes adversidades:

Las circunstancias son horribles para nuestra patria: vosotros lo sabéis, pero no desesperéis de la República. Ella está expirando, pero no ha muerto aún. El ejército de Colombia está todavía intacto y es invencible. Esperamos diez mil bravos que vienen de la patria de los héroes de Colombia. ¿Queréis más esperanzas? Peruanos: en cinco meses hemos experimentado cinco traiciones y defecciones pero os quedan contra millón y medio de enemigos, catorce millones de americanos que os cubrirán con el escudo de sus armas” (Vargas, 1971: 325).

     En una carta reservada de 8 de diciembre de 1825, un huamanguino que peleó probablemente en la pampa de Quinua y exhibe ínfulas  de guardián celoso de la naciente república, denuncia una injusticia cometida en la Tesorería de Ayacucho y confirma al soslayo el diagnóstico bolivariano:

 “La Patria está sumamente pobre y de consiguiente no tiene entradas seguras para soportar sus inmensos gastos de guerra para garantir nuestra emancipación se van tomando arbitrios. […] ¿Qué servicios ha hecho este a la Patria para que coma ociosamente el pan de ella cuando los verdaderos patriotas y los mas que han sacrificado su vida en los campos de batalla, están en la calle sin destino y arrinconados llorando su infeliz suerte? […] Aquí se ha visto y experimentado todo al revés, los venemeritos y calificados sin recompensa, y los que nunca sirvieron a la nación y declarados godos premiados ¿esta es la patria?” (AGN, O.L.131-319).

     El ciudadano aquel protestaba por la creación de un puesto burocrático fantasma para favorecer a un español. Siguen frases ácidas, reveladoras de que la corrupción en el Perú es un viejo cáncer.

Hegemonía de la historia centralista y desmedro de las historias regionales


     Pero no se trata sólo de fechas ni de la devaluación del protagonismo cangallino: Como hemos dicho poco antes, la historia tradicional limeño-céntrica (que supervive en simbiosis con la vieja lectura hispanófila), ha evitado como secuela reconocerle activismos decisivos en las luchas independentistas al pueblo de toda la intendencia de Huamanga, honrando a lo sumo su suelo -no sin cierta dosis de fariseísmo, con loas a lo Chocano u odas a lo Olmedo- de haber sido sólo el escenario, impuesto por el azar, de la batalla final liberacionista del Perú a manos de un ejército patriota hispanoamericano, comandado en lo principal por extranjeros y pocos peruanos, y tropa compuesta por grancolombianos, muchos yungas y serranos integrando la gallarda Legión Peruana, pero no por huamanguinos o casi nada de ellos (¿?)… Los 80 jinetes de la caballería guerrillera morochucana de 800 miembros que comandaba el alférez Felipe Rosel y murieron en la refriega de Qollpawayqo7, ¿no fueron huamanguinos?; los numerosos cargadores de la impedimenta que también fueron morochucos, o Martín Auqui que peleó indómitamente emulando a su abuelo Basilio Auqui, o el teniente Juan de Alarcón: tesonero organizador de la revolución de 1814 en Huamanga e intermediario directo de las instrucciones de Manuel Belgrano, José Angulo, San Martín, Álvarez de Arenales, Bolívar, y de Sucre y Miller en la batalla en mención en su calidad de ser edecán del jefe inglés, ¿acaso no fueron huamanguinos?. Valentín Munárriz, uno de los héroes que lideró la independencia de Cangallo y que tuvo como función principal -antes y después de la épica batalla- el aprovisionamiento de víveres, la protección de los dispersos y heridos de Qollpawayqo y Quinua desde su ubicación estratégica en el pueblo de Tambo, y adicionalmente miembro fundamental del servicio de inteligencia patriota, ¿acaso no fue huamanguino, igual que sus émulos Manuel Galindo, Julián Morales y Pedro Palomino que también lucharon por la justa causa desde 1814? ¿Habrán olvidado los condotieros de la vieja historia secesionista que la provincia de Cangallo y sus morochucos y sus “verde llaqes” de Hualla, formaban parte de Huamanga cuando ésta fue sucesivamente corregimiento, intendencia, departamento y ahora región?8 ¿No se les ocurrió pensar que la vieja historia de la independencia –preocupada por derramar loores a los caudillos ahítos de charreteras y medallas áureas- fue habitualmente mezquina con los héroes anónimos que ponían el pecho para recibir el plomo de la muerte; historia avezada en desdeñar las funciones de los guerrilleros morochucos (incansables combatientes, cargadores de los bagajes, espías a favor de la Patria, recolectores de víveres, obreros de las maestranzas, etc.), de sus “rabonas” que acompañaban leales a sus hombres de tropa y se dedicaban a cocinar el rancho, oficiar de enfermeras, levantar la moral de los desfallecientes y hasta a veces blandir la waraka o la espada contra el enemigo y, por añadidura, no eran retribuidas ni con media peseta de cobre? (Un general era remunerado mensualmente con 666 duros de plata, un soldado de tropa con 10 duros, y los montoneros morochucos sólo con el duro palo de la ingratitud nacional. Después de la batalla de Ayacucho los protagonistas fueron premiados así: un general de división: 20,000 pesos; un general de brigada: 15,000 pesos; un soldado: 100 pesos. Sucre recibió suculentísimos premios especiales como algunos jefes extranjeros que se dividieron un millón y medio de pesos obtenidos por un empréstito londinense. Que sepamos: ningún cangallino recibió un premio pecuniario, excepto algunas pensiones que se otorgaron años después a las viudas de algunos jefes de guerrillas como Landeo). Existen descripciones minuciosas de la célebre batalla y exaltadas creaciones poéticas, sin embargo, en muchas de ellas no se les menciona ni por elemental gratitud. En una de las placas del desaparecido Monumento a la Libertad, inaugurado en 1897 en el escenario de la batalla (declarado ahora Santuario Histórico), después de los nombres augustos de los jefes protagonistas, al menos se les decía de refilón un loor: “Aquí, al pie del altivo Condorcunca, se decidió la terrible contienda entre la libertad y la servidumbre […] y cinco mil héroes de la América del Sur, nos dieron patria y hogar, rompieron las cadenas de trescientos años de esclavitud”. Ellos fueron tan vencedores como los Sucre, La Mar, Gamarra, Córdova, Miller, Santa Cruz, Lara, Burdett, O´Connor, Figueredo, Necochea, Estomba, Castilla, Morán, San Román, Nieto, Tudela, Vivanco, Salaverry y algunas centenas más de jefes y oficiales americanos y europeos. Si se suman los efectivos del ejército patriota –exceptuando a los colombianos- los soldados, o como lo llaman criollamente: “la carne de cañón”, fueron en su mayoría cuzqueños, huamanguinos y cangallinos.

      Dejamos para el final, incluir a José Mariano Alvarado, el líder triunviro que hizo jurar la Independencia del Perú en Cangallo. Él, también participó como capitán de caballería en las batallas de Junín y Ayacucho y por ella fue premiado por ley del Congreso como los demás jefes y oficiales. Infortunadamente, ignoramos todavía si nació en Huamanga pese a su alta probabilidad. Cuánta razón tuvo Lorenzo Huertas, cuando en las Actas del Primer Simposium Nacional de Historia de la Independencia, realizado en Ayacucho entre el 25 y el 30 de noviembre de 1974, escribió: “… allí donde aparecen vocablos semejantes a rebelde, disociador, insurgente, faccioso, se esconde, casi siempre, un olvidado o anónimo héroe de la libertad” (Huertas, 1975: 5)
 
        Lamentablemente, la ley N° 14733, promulgada en 1963 por el presidente Belaúnde, por la que se declaraba el 9 de diciembre de cada año como Fiesta Nacional y Día de la Libertad y Confraternidad Americana, en homenaje a la batalla que selló la independencia del Perú y de América del Sur (día de gratitud y reflexión, destacada en rojo en los almanaques de antaño con igual  importancia que el 28 de julio), fue refutada por la ceguera axiológica de un inocente diputado que hizo aprobar la ley N° 24682 por el Congreso, por la que se reducía su vigencia únicamente para el ámbito del departamento de Ayacucho, y en un acto de inconsecuencia cívica –hilarante hasta el pecado- hizo declarar a la ciudad de Ayacucho como Capital de la Emancipación Hispanoamericana. Por supuesto, el presidente que promulgó la norma, el doctor Alan García Pérez, la firmó sin anteojos en un alarde de palaciega productividad. Lástima que no se mencionara para nada a la heroica provincia de Santa Rosa de Cangallo que gozaba al soslayo de dicho honor, en razón a que al llevar el nombre de la santa limeña que había sido declarada por el Congreso de Tucumán como Patrona de la Emancipación Hispanoamericana, ella también se hacía acreedora simbólicamente de dicho mérito como reconocimiento a sus luchas y padecimientos por la libertad del Perú. El Congreso Constituyente de 1828 así lo interpretó. En la colonia, Cangallo había sido advocada con el patronímico San Pedro; pero, desde 1828 fue honrada –añadiendo a su nombre tradicional- el de la santa limeña, apareciendo oficialmente desde entonces con el de Santa Rosa de Cangallo como símbolo republicano de la libertad hispanoamericana (Aguirre, 2014: 87, o ver las Actas del citado Congreso y el decreto del presidente La Mar de 28 de mayo de 1828). En el Perú se tiene fobia a los símbolos cívicos que invitan al reencuentro espiritual con los forjadores de la Patria y se prefiere resaltar -con vocación fenicia y pancista- los días de ocio prolongados, dizque –como sucede hoy- para promover el turismo interno. ¡Y pensar que el Libertador Simón Bolívar había expresado contrito: ¡Peruanos, no olvidéis jamás, os ruego, que a los ínclitos vencedores de Ayacucho lo debéis todo”! ¡Y pensar que Cangallo –cuna de los heroicos morochucos- sigue esperando para su plaza un Monumento a la Libertad, ordenado todavía por el Libertador San Martín el 27 de marzo de 1822, y que un mandatario que no entiende que hay símbolos cívicos que elevan el espíritu humano a su suprema dignidad y que la sacralidad de ellos es constitutiva per se, objetó su cumplimiento con motivo del Bicentenario de la Jura cangallina, expresando a tú por tú “que no hay plata para monumentos ya que aquello no se come”! ¡Ah, la simonía de algunos peruanastros que enmugrecen el glorioso currículo de la Patria, serán absueltos por la historia?

         Nosotros discrepamos con las amarras epistemológicas, prejuicios y/o errores de la historia oficial que se divisan en los párrafos expuestos; sobre todo porque la visión limeño-céntrica ha conducido inevitablemente a poner las bases de la tesis de la independencia concedida y no conseguida, por el hecho sobredimensionado de reconocer erróneamente a la Jura de Lima del 28 de julio de 1821 como la primera ocurrida en el Perú siguiendo el ritual jurídico vigente y organizada por una expedición extranjera liderada por el general San Martín. En principio, pensamos que puede ser más útil para la teoría de la independencia peruana una perspectiva multilineal de análisis e interpretación de los acontecimientos, o una de visión cíclica que supone inclusiones, exclusiones, interferencias, polivalencias, equivalencias, etc. Como fundamentar esta propuesta excede nuestros límites de espacio, nos conformamos con mostrar que el escenario huamanguino de los años finales del siglo XVIII y décadas iniciales del XIX, fue sede de acontecimientos que en conjunto configuran un ciclo independentista de singular importancia para la historia peruana; ¡un ciclo!, es decir, un período cronológico de duración limitada que estructura en un continuum un conjunto de acontecimientos pertinentes al fin que persiguen, o, que exhibiendo un inicio y un desenlace en cuanto a su temporalidad, conjunta en un todo acontecimientos correlacionados entre sí haciendo inteligible un propósito dirigido al logro de un objetivo político, social o económico. Y claro, susceptible a repetirse en el mismo espacio o en otro. En el caso de Huamanga, la amalgama de los hechos correlacionados fue el thélos de la independencia peruana, pero realizado localmente a través de la jura de la independencia de Cangallo, de Ayacucho y Huanta y finalmente la gran batalla de Ayacucho. Un ejemplo de ciclo independentista extranjero puede ser el de la revolución argentina que empieza con la invasión inglesa de Montevideo y Buenos Aires en 1806 y concluye con el derrocamiento de Carlos Alvear en 1815, período en el que se suprimen los mayorazgos, se eliminan los títulos nobiliarios, decretan la libertad de los hijos de los esclavos, aunque no se proclamó la independencia como en Lima, pues impusieron directamente una Junta de Gobierno en 1810. Ello para mostrar que la revolución independentista latinoamericana no fue necesariamente producto de la crisis de sucesión española, ni de la invasión napoleónica, ni de la constitución de la Junta Central de Madrid y las Juntas provinciales. En conjunto, estos hechos fueron los elementos favorables de la coyuntura que la facilitó y apuró, pero no la determinó ineludiblemente; las causas fueron más profundas y estuvieron decantándose paulatinamente en los matraces de la opresión y la dominación. Ya en la época de Bolívar en Francia, allá por 1804-1805, cuando el Libertador frisaba apenas los 22 años, Humboldt le decía a éste de que Latinoamérica ya había alcanzado la madurez para hacer posible su independencia y que faltaba sólo el hombre preparado para una guerra de tal magnitud (Blanco, 1941: 127). En efecto, el deseo de los americanos por la independencia, era una suerte de aroma floral de primavera que se respiraba en el ambiente del Nuevo Mundo, a diferencia de los miedos nocturnales que carcomían el alma de los opresores.

Huamanga, cuna de la Independencia peruana.


 Para malestar de los corifeos de la visión centralista de la historia peruana que desean para Lima todo el cúmulo de honores, sostenemos que la intendencia de Huamanga fue otra gran protagonista que promovió decisiva y sostenidamente la obtención de la independencia peruana, pero es hidalgo también reconocer que su capital, la ciudad de Huamanga, fue la primera en jurar solemnemente el reconocimiento como Rey de España a Fernando VII, el 2 de octubre de 1808 (es decir, antes que la propia Lima, que lo hizo el 13 de octubre del mismo año), evidentemente por decisión e influjo de su patriciado9. Así como fue la primera en honrar su fidelismo a la monarquía hispana, vale decir a su opresora, cuando aquélla cayó prisionera de los franceses, al punto de sollozar y erogar suculentas sumas para su liberación, del mismo modo, una provincia suya como Cangallo, fue la primera en jurar su independencia el 7 de octubre de 1814, casi siete años antes que en la capital del virreinato (vale decir antes de la Independencia de Lima declarada y jurada el 28 de julio de 1821, gesta que significó oficialmente también la Independencia del Perú); pero también fue la única que se negó a jurar jamás la Constitución Vitalicia de 1826, fiel a la Patria y enemiga de toda monocracia.

        Y, para hacer posible el desiderátum anotado, es decir, el deseo que se mostró inicialmente como un rechazo a los invasores desde el mismo momento en que éstos pusieron los pies en Vilcashuamán cuando se dirigían al Cuzco, encabezados por Hernando de Soto, para apoderarse de sus riquezas,  Huamanga fue la primera en usar la estratagema de la resistencia cultural como alternativa a la estrategia militar tecnológicamente atrasada comparada con la del enemigo (nos referimos al movimiento subversivo del taqui onqoy). Y frente al fracaso de este recurso, fue una de las primeras en cambiar de estrategia y tomar nuevamente las armas cuando la ocasión lo exigió. No fue pues una mera espectadora del drama, indiferente y amante obtusa del statu quo. Para demostrarlo haremos adelante una cronología de los principales acontecimientos que justifiquen el subtítulo asignado al parágrafo, esto es, que Huamanga puede ser considerada -sin tremendismo- la cuna de la independencia peruana. En un trabajo precedente ya demostramos que la provincia de Cangallo fue la cuna  de la primera jura de la independencia; ergo, no es imposible que Huamanga sea vista como la nodriza que atendió el nacimiento de la libertad peruana.

         El inventario de los movimientos sociales depende indudablemente del marco conceptual o la semántica que sobre ellos y sus medios se adopte. La historiografía regional ayacuchana había registrado, hasta hace muchas decenas de años, algo de cuarenta movimientos sociales entre protestas, asonadas y motines anti-españoles ocurridos en su circunscripción desde 1539. Nosotros hemos registrado hasta ahora algo más de 87, sin considerar todos los hechos pasibles a ser calificados como pertenecientes a la resistencia pasiva. No hay duda que parecido incremento observaríamos si nuestro inventario abarcase todo el espacio peruano colonial. Por ejemplo, según Jorge Tovar, sólo en los 29 años que transcurrieron entre 1730 y 1759 se registraron 26 levantamientos de descontento, mientras que en el período de 19 años, entre 1760 y 1779, se sumaron 86. O sea, 112 movimientos en apenas 48 años, todos en el siglo XVIII y 50 años antes de la gran revolución de Túpac Amaru (Cit. Urrutia, 1985: 175). Ahora sabemos, gracias a Carlos Dávila, que incluso entre los habitantes de la floresta peruana hubo 17 levantamientos desde 1579 hasta 1866 (Ver Macera, 2009). Y, ¡oh sorpresa!, Manuel de Odriozola, en uno de sus clásicos trabajos indica que en 1565 ocurrió una “primera tentativa de Independencia” promovida por los indios huancas en coordinación con los caciques y principales indios de este reino, quienes pagaron con sus vidas el intento, es decir, apenas a los 30 años después de la conquista. Afirma que dicho testimonio lo halló en una carta del cura Felipe de Luján Briceño de Balderabano, dirigida al virrey Lope García de Castro y atestiguado por el escribano Francisco López en 1566. (Odriozola, i872, Tomo III: 3).

       Hasta donde se tienen noticias, merced a los trabajos de Huertas, Vargas Ugarte, Golte y otros, la mayor parte de los movimientos indígenas en la región fue provocada por los abusos de los corregidores, encomenderos,  curas, escribanos y otros zánganos de la burocracia colonial. Los programas de protestas comprendían rebajas de tributos: de tasas por servicios religiosos, gabelas y sisas;  eliminación de mitas, capellanías, servicios personales gratuitos, primicias, repartimientos, el monopolio comercial, etc. Algunos movimientos indígenas tuvieron un mayor alcance contestatario al convertirse en auténticos alzamientos locales contra la autoridad virreinal representada  en provincias por el corregidor de indios. Pero el grueso de ellos estuvo constituido por protestas tumultuarias, reuniones clandestinas, mítines violentos, motines, alzamientos menores, bandolerismo político, difusión de pasquines, demandas judiciales, etc. y sólo se convirtieron en una verdadera guerra independentista cuando los morochucos emprendieron la lucha armada desde 1814, hasta 1828.

        Evidentemente, no todos los movimientos fueron independentistas, pero en la nervadura de ellos siempre circuló -consciente o subliminalmente- la vocación de poner en cuestión al invasor y/o separarse de España, incluso en los movimientos puramente antifiscales o anticlericales, autonomistas o reformistas, y aun cuando en los casos más graves, se invocaba la lealtad al soberano de turno, como fue en el caso de Fernando VII en el ciclo de las juntas gubernativas, e incluso en las primeras luchas de Huanta antes de naufragar en los delirios fidelistas del iquichano Navala Huachaca. A continuación, presentamos los casos conocidos, suficientes para mostrar la fortaleza de nuestra tesis: Que en la patria huamanguina se produjo -desde el mismo arribo de los invasores hispanos a su suelo o, si se desea, desde la toma de Cajamarca, hasta 1828- enfrentamientos bélicos con ellos, dirigidos a expulsarlos del territorio peruano, del que Huamanga y Vilcashuamán eran dos de sus asientos estratégicos más importantes. Primero fue el ser teatro de las luchas entre los bandos incas de Chalkuchima y Quisquis, al que se sumó las incursiones de Manco Inca desde la floresta cuzqueña creando zozobra entre los primeros conquistadores que se vieron obligados a fundar Huamanga. Cuando se consolidó la invasión y se instituyó el virreinato, una retahíla de hechos subversivos fue la respuesta de sus habitantes a la infame dominación, aunque debemos admitir que en momentos críticos la  aristocracia que controlaba las instituciones claves como el Cabildo y el Episcopado, se constituyeron en opositoras de la independencia nacional (por ejemplo, en vísperas de la batalla de Ayacucho, los cabildos de Huamanga y de Huanta expresaron su apoyo al Rey y sus fuerzas realistas; y en 1819 el obispo Pedro Gutiérrez declaraba oficialmente su oposición a la independencia). Aún más, cuando se dieron las condiciones propicias para conseguir este fin, confluyeron en el escenario huamanguino, entre 1812 y 1828, un conjunto de acontecimientos correlacionados por los intereses de la liberación en un lapso diacrónico limitado y exigido por la lógica de las condiciones materiales y mentales que gobernaron el proceso, y que lo hemos denominado el Ciclo Independentista Huamanguino, cuyos eventos sobresalientes fueron la independencia de Cangallo y el sello de la independencia del Perú representado por la batalla de Ayacucho. He aquí, pues, nuestro inventario:

1533    Choque armado de los vilcaínos y las fuerzas de Quisquis contra la embajada de Hernando de Soto que marchaba al Cuzco.

1536     Alzamiento de los indios de Vilcashuamán como parte de la rebelión generalizada de los indios del reino. Pizarro envía para su sofocamiento a Juan Mogrovejo de Quiñones y 20 jinetes. Pero antes que llegaran a Vilcas estuvieron rodeados dos días por “mucho número de indios de guerra” en Huamanga matando a uno. Al volver de Vilcas, nuevamente fueron atacados por los indios de Huamanga muriendo 6 españoles, 17 caballos y un negro. Después de esto, los godos soportaron dos o tres guasábaras y ataques repentinos al día, conforme huían. Al decir de un testigo, llegaron a Lima “descalabrados”.

1536    Cuando Manco Inca sitiaba al Cuzco, la expedición de apoyo a los españoles dirigida por Gonzalo de Tapia, es destrozada por Tito Yupanqui y los anqaras cerca del río Pampas (subiendo desde la actual Huaytará en Huancavelica).

1536   Una expedición similar a la anterior encabezada por Diego Pizarro, compuesta por 150 jinetes y miles de indios predominantemente huancas, es derrotada en Parcos por las fuerzas de Tito Yupanqui y los anqaras.

1536    Alonso de Alvarado, al frente  de 500 jinetes y más de 500 infantes derrotan en Rumichaca a los coaligados. Antes de esta derrota habían vencido a tres expediciones españolas más, pero en otros escenarios no vinculados a Huamanga.

1539-1571  Repercusiones de la rebelión de Manco Inca en la región Huamanga.

1565     Aparición y difusión del movimiento de resistencia cultural del Taqui Onqoy en el centro-sur huamanguino.

1588     Conjura de los Anqaras (Angaraes) para dar muerte a los españoles.

1600    Guamán Poma de Ayala es sentenciado por la justicia colonial a ser extraditado   de su patria huamanguina y a ser humillado recibiendo 200 azotes públicamente. Él libraba la gran batalla ideológica escribiendo para el Rey y la posteridad su alegato la “Nueva Corónica y Buen Gobierno”, desnudando la naturaleza etnocida de la dominación española y postulando una República de indios.

1601     Decapitación del corregidor García de Solís por sospechas de subversión.
   
1611   Se registra denuncias de los curacas huamanguinos contra los abusos de    los corregidores que dio lugar a un informe pedido por la autoridad real.

1612     Se otorga una ordenanza a favor de los indios Cañaris de Vilcashuamán para no pagar mitas ni tributos.

1616    Se formula una lista extensa de los indios de Huamanquiquia, Carapo, Sancos, Huambo y Mirata, de la provincia de Cangallo, muertos en las mitas de Huancavelica.

1621     Se formula en Huamanga una denuncia del Protector Natural de Indios, Mateo de Vivanco, sobre los abusos de los que eran víctimas los indios de Lucanas y Vilcashuamán y que estaba originando el despoblamiento de estas provincias.

1662    Los curacas de Huamanga Juan Crisóstomo Chilingano Atagualpa, Tomás Atauge y Venito Ramos, presentan un memorial al Rey solicitando que remedie la situación de suma pobreza y agravios a los indios, acompañando una carta del curaca de la parroquia de la María  Magdalena, Juan Chilingano Atagualpa.

1662     Cristóbal Yamque, cacique principal de Huamanquiquia, Carapo y Huambo de la provincia de Vilcashuamán acusa, en una carta al Rey, al cura D.D. Juan González Duran por agravios, granjerías, tasas elevadas por servicios religiosos y otros abusos.

1667    Conspiración de los mitayos de la Villa Rica de Oropesa (Huancavelica). Aunque Ayacucho y Huancavelica se habían desligado en 1591, desde 1612, al crearse la diócesis de Ayacucho, Huancavelica cae nuevamente en su red, hasta que en 1825 Bolívar los integra nuevamente.

1703-1704   Los indios parroquianos de Santa María Magdalena y Santa Ana (ayllus Chilqe y Andamarca), protestan por el encarcelamiento de sus caciques y alcaldes por indebidas deudas tributarias, y exigen la libertad de los mismos.

1712   Denuncia del cacique de Santiago de Chupamarca y otros contra el cura Bernardo Moscoso por inconductas graves. 
 
1720     Revuelta contra la mita y los tributos de la mita de coca en Muyunmarca, La Mar.

1723-1726   Rebelión de Castrovirreyna en tiempos del virrey José de Armendáriz.

1724     Protesta de los nativos de la selva alta huantina contra los tributos elevados.

1726     Revuelta contra el corregidor Gregorio Hortiz en Andahuaylas.

1730   Resistencia contra los curas de las comunidades de Chipao, Aucará y Cabana, en la provincia de Lucanas.

1730    Revuelta contra el corregidor Esteban Manuel de Yurre dirigido por el ex alcalde de indios Gregorio Liclla, en Lucanas.

1730     Ajusticiamiento del corregidor de Castrovirreyna, Juan Bautista Flaudiño.

1732     Levantamiento de los indios por abusos de los hermanos Azores-Hernández.
  
1734      Protestas en Anco contra los tributos, pidiendo su eliminación.

1734     Levantamiento contra los hacendados Vásquez  y prisión de los mismos, en la provincia   de La  Mar.

1736     Levantamiento indígena en contra de Andrés Díaz de Palazuelos, en Lucanas.

1736    Levantamiento contra el cobrador de impuestos y el enterrador de mitas don  Joseph de Villanueva, en Atunsulla (Castrovirreyna).

1732   Los indios dan muerte al corregidor Eusebio Joaquín de Azores y al cura  jesuita Rafael Hernández por los abusos cometidos por el primero, también en Castrovirreyna. El miedo a que se convierta en una rebelión generalizada el virrey Castelfuerte se vio obligado a premiar al alcalde que los ejecutó.

1737    Zozobra social provocada por el alcalde de Huamanga don Nicolás de Boza y el cura Juan Gutiérrez.

1744    Conspiración indígena de Huanta, muy parecida en sus proyectos a la sedición del Corpus Christi de 1812, aunque sin consecuencias visibles.

1745   Levantamientos populares de los indios de las dos parroquias: Santa María Magdalena y Santa Ana, protestando por abusos de los españoles.

1746     Protestas de los artesanos oponiéndose a imposiciones injustas, en Huamanga
1746-1751  Movimientos de apoyo en Huamanga a Juan Santos Atahuallpa.

1749-1751  Movimientos anti-hacendados de los nativos selváticos de La Mar.

1756   Levantamiento indígena en defensa de las tierras comunales que pretendían apoderarse unos españoles y mestizos que, además, los mantenían impagos; en Angaraes.

1763   Protestas tumultuosas en Vilcashuamán contra el corregidor José Manuel de la Vega Cruzatt por el tema de los tributos y los repartos.

1764    Levantamiento de los indios contra don Juan Carrillo y Albornóz, en Huancapi, protestando por el cobro de tributos elevados.

1764      Protestas contra los elevados tributos, en San Luis de Huancapi (Cangallo).

1765      Insurrección de los indios de Moya, en Huancavelica, develada rápidamente.

1771     Acusación de conspiración y levantamiento del cura Cayetano Montenegro y Alvísuri por el corregidor Joseph Ordoñez y Nattera, en el santuario de la Vírgen de Cocharcas en Andahuaylas.

1771    Disputas por tierras entre los caciques y principales de Chipao y Sondondo, en        Lucanas.

1771      Revueltas contra el corregidor Joseph Ordoñez y sus repartos, en Andahuaylas.

1771      Tumultos en el santuario de Cocharcas (Andahuaylas).

1772       Protestas en Sondondo la tierra natal de Guamán Poma de Ayala.

177 ¿?    Alzamiento contra el corregidor Quiñones en Lucanas.

1774       Revuelta en el obraje de Qaqamarca de Vilcashuamán en contra de su   administrador.

1776    Protestas en Parinacochas. Tres levantamientos indios contra el general Sugategui y Toronda.

1777      Revuelta contra el corregidor marqués de Feria por abusos en el reparto y huída    del mismo.

1777     Se pegan nuevamente pasquines subversivos en Huamanga y en Huancavelica  mostrando protestas pro-independentistas.
 
1778-1780   Repercusiones contestatarias en apoyo a Tupac Amaru II. Sublevación en Huamanga.

1780       Adhesión tumultuosa de Huancavelica a la revolución de Tupac Amaru II.

  1780  Revuelta organizada por el cura Dr. Alberto Capetillo en contra del corregidor, en Huamanga.

1781      Levantamiento de Pablo Challco en Chungui, en apoyo de Tupac Amaru II.

1781      Revuelta en Vischongo (Cangallo) en apoyo de Tupac Amaru II.

1782    Revuelta de los mestizos Martín Gutiérrez y Gregorio Gutiérrez en contra del    Justicia Mayor,  Gregorio Talavera, en la ciudad de Huamanga.

1787  Tumulto e intento de homicidio del Teniente Visitador de Cangallo que acaece en Vischongo.

1792- 1816  Ciclo de alzamientos indígenas contra las acciones de curas que olvidaron su misión fundamental: la evangelización y la liberación espiritual y terrenal para acceder al reino de Dios, en Cangallo.

1792     La Revolución Francesa de 1789 se deja sentir en Huamanga. El clero a través de su cabeza, el obispo don Bartolomé Bernardo Fabre de Palacios es objeto de agresiones por la vía de los pasquines. Uno de éstos decía: ”viva la libertad francesa y fuera la tiranía.

1792      Revueltas en Huambalpa (Cangallo) contra el cura Eusebio Gutiérrez.

1793      Querella de los indios de Pomacocha contra don Bernardo Mendoza por abusos.

1795      Pegado cotidiano de pasquines infamatorios en las puertas de la catedral huamanguina.

1802-1803   Los indios de Chuschi piden la separación del cura Dr. Diego de Silva al intendente O´Higgins, acusándolo de corrupción y reincidente, dado que en 1793 había sido acusado de lo mismo.  Los curas que en esta misma época habían sido mal vistos por los indios fueron: D. Ignacio, Joaquín García, D. Pablo y Juan Bautista León, los mismos que fueron también denunciados por O´Higgins.

1804     Protestas contra el cura José Antonio del Risco por faltas graves, en Chuschi (Cangallo).

1805     Motín de Tiquihua contra el cura Balmaceda e hijos, en Hualla (Cangallo).

1805     Los abucheos de Chupamarca, en Huancavelica, por el cobro de capellanías.

1806     Levantamiento contra el cura Diego Silva en Chuschi (Cangallo).

1807     Levantamiento contra el cura Calixto Cárdenas y Berrocal en Huambalpa (Cangallo).

1808     Tumultos contra el cura José Pérez en Tambo (San Miguel).

1809     Trifulcas graves en Huancasancos (Cangallo) por el cobro de mitas.

1809    Manifestaciones populares anti-españolas, en Huamanga. Coincidiendo con los  sucesos revolucionarios de La Paz, se inician a difundir amenazas de exterminio contra los españoles, en una suerte de terrorismo blanco.

1810-1811   El bandolerismo de huamanguinos y huantinos.

1811    Conjura contra el intendente Demetrio O´Higgins. La noche del 28 ó 29 de junio estuvo destinada  al exterminio de españoles y patricios realistas a la señal de un cohetecillo que debía reventar en un Tambo. Uno de los planes era colocar como intendente al diputado Ruiz de la Vega a través del alcalde José Matías Cabrera.

1811-1812   Prosiguen las manifestaciones anti-españolas en Huamanga.

1812      Sedición del Corpus Christi (Cangallo-Huamanga).

1813      Protestas campesinas en Huanta.

1814     Expedición revolucionaria de Mariano Angulo, Manuel Hurtado de Mendoza y Gabriel Béjar a Huamanga. Batallas de Huanta y Matará.

1814    Se sublevan en Huancavelica las milicias para integrarse en Huamanga a la expedición revolucionaria cuzqueña. Pelean en la batalla de Huanta.

1814   Nuevas protestas contra el cura José Antonio del Risco en Chuschi (Cangallo), por extorsiones y hostigamiento, impulsadas por las ideas liberales en plena boga.

1814-1822  Jura de la independencia cangallina. Se dan muchas batallas contra los realistas, quema de pueblos y estancias en las provincias de Cangallo, Lucanas y Parinacochas.

1815   En un informe de 27 de enero, en Madrid, el diputado por Huamanga Martín José de Mujica, informa sobre “Lealtad constante de Huamanga a sus reyes”.

1815    Sucesos revoltosos en Ongoy (Andahuaylas) en la hacienda del marqués de Mozobamba, dando vivas a la Patria. Fueron acusados de insurgentes Pedro José Landa y su hijo Santiago Landa, y otro reincidente de alta traición.

1817-1818   Prosiguen las manifestaciones antirrealistas en Huamanga.

1819  El obispo de Huamanga Dr. D. Pedro Gutiérrez  se declara adversario de la causa independentista.

1820    Manifestaciones anticoloniales y el arribo de Juan Antonio Álvarez de Arenales. Juras de la independencia en Huamanga y Huanta. No se duplicó en Cangallo pese a que Arenales entró en contacto temprano con los morochucos, porque Cangallo ya había jurado su independencia el 7 de octubre de 1814.

1820    Un grupo numeroso de mujeres de Putica (Cangallo) al no disponer de armas, excepto sus palos y warakas, se enfrentan verbalmente al ejército de Ricafort, insultándolos y sufriendo arrestos. Ello sucedió en el primer holocausto de Cangallo de 2 de diciembre de 1820. Así lo denunció el vicario D. Venancio.

1821-1824  La guerra independentista sanmartiniana y bolivariana en Huamanga. Batalla de Ayacucho.

1826-1828   Guerra contra los iquichanos realistas.

Por descuido, no registré la fecha de la denuncia que hace el intendente de Lucanas Juan Corpus Santa Cruz al cura D.Juan Vizente Elizes, a nombre de las comunidades de Collana, Chaupi, Pichqachuri, Chillques y Cayau, por incumplimiento en lo corporal y lo espiritual. Los indios lo acusan de extorsión y piden su cambio, arguyendo además la opresión que padecen.
(Ver Rubén Vargas Ugarte, 1956; Luis Durand Flores: 1984: 424 y 425); Lorenzo Huertas Vallejo, 1975; Scarlett O´Phelan, 2012: 329 a 337; Max Aguirre, 2008: 422 y 423; José María Vásquez, 2011: 196 a 200; Tulio Carrasco, 2003; Jaime Urrutia, 1985: 175, y Raúl Oré Carhuas, 2012)
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¿Subversión permanente o aparentes silencios subversivos?


Los períodos dilatados de silencio que aparentemente se advierten en el coloniaje huamanguino10, por ejemplo entre 1621 y 1662, pueden deberse a nuestro desconocimiento derivado de la carencia de fuentes escritas, ya sea por destrucción o extravío de éstas, o porque no todos los hechos de valor histórico han sido registrados. Sin embargo, en las sociedades orales de Huamanga, por la agrafía de ellas, muchos hechos quedaron grabados en la memoria colectiva en forma de tradición, algunos de los cuales -al impulso de la función fabuladora del cerebro humano- fueron convertidos en relatos míticos codificados por el subconsciente como en el caso del origen de los morochucos y el retorno de inkarri, para poner unos ejemplos. Además –como hemos afirmado- la valoración de los acontecimientos que caracterizan los movimientos sociales independentistas depende mucho del mapa conceptual  semántico que se adopte para el marco teórico de una investigación. Si proponemos que el constructo “movimientos sociales independentistas” se objetiva  sólo en protestas, motines, batallas y revoluciones, es decir sólo como resistencia violenta a la dominación opresiva, evidentemente, en el proceso huamanguino y en general en el peruano, hubo períodos de silencio; pero si en el constructo incluimos expresiones colectivas de resistencia pasiva que en ciertos momentos resultaron más eficaces que las luchas en las que la violencia corporal y el uso de las armas predominaban, como el apelar al uso de memoriales, demandas ante la audiencia y la autoridad eclesiástica, cartas al rey, libros, panfletos, pasquines, etc., nuestra lectura del proceso independentista huamanguino cambiará significativamente. Pero si además incluimos la generación y difusión de las ideologías que las motivaron y albergan los valores que actuaron como causas finales, y supletoriamente añadimos el examen del complejo de conductas que codificaron las subversiones o las revoluciones  y se procesaron en silencio  en la mente del pueblo otorgándole distintivos a su utillaje mental como descubrimos -por ejemplo- en la ideología del movimiento del Taqui Onqoy, en el de Juan Santos Atahuallpa, en las protestas anticuras de las etnias del valle del Pampas y seguramente en algunos pueblos de la floresta andina como asegura Carlos Dávila, la evidencia se reduce casi a cero, obligándonos de paso a repensarlos históricamente. Pero, si pese a lo dicho, se insiste en la existencia de tales espacios neutros de silencio, éstos deben calificarse perfectamente como períodos de tregua y/o agotamiento naturales, generados –a nuestro juicio- por cinco factores predominantes que actuaron sinérgicamente: 1.- Por la presencia cercana de la fortaleza principal del poder español: Lima, que permitía el auxilio rápido de las tropas represoras con gente y bastimentos. 2.- Por la superior tecnología guerrera de los invasores traducida en armas desequilibrantes y mejor preparación militar de sus hombres, ambas intimidantes, si no paralizantes. 3.-, Por la vigencia de una jurisprudencia penal que castigaba la subversión contra el Rey (que personificaba la nación y el Estado españoles y cuya fuente de su poder absoluto emanaba de Dios) con penas extremas como el etnocidio, consistente en la quema y el arrasamiento brutal de los pueblos, la muerte de los reos y su parentela, la confiscación total de sus bienes, la repatriación hacia cárceles muy lejanas, etc. La infidelidad al rey se consideraba como traición a la patria, mientras que el indulto era utilizado como un arma para sofocar levantamientos, y las medallas de oro para premiar a los caciques fieles al rey. 4.- Por la política ideológica represora de la Iglesia desplegada como un través en la extirpación de las idolatrías (a nivel de la casta indígena) y el empleo del poder suasorio antisubversivo de la Inquisición que legitimó para sí el uso psicosocial de  la violencia no-bélica (para las demás castas), aunque no actuase directamente en Huamanga sino a través de un Comisario. Otras herramientas efectivas para el control ideológico y social era la pena de excomunión y el Index que impedía la comercialización y lectura de libros potencialmente subversivos. 5.- Por la bárbara debacle etnocida de los indios que siguió al período de la conquista, traducida en la explotación inicua de las fuerzas productivas, descalabro demográfico, pérdida de los medios de producción, declinación severa de la producción y la productividad agropecuarias, desestructuración de la sociedad nativa y su cultura, falsificación de instituciones sociales como la mita, la minka y el ayni, e introducción de otras como el compadrazgo, el padrinazgo, el mayorazgo, el almojarifazgo, etc.; pobreza extrema, desesperanza, malestar depresivo latente, aflicción social y la cuasi parálisis espiritual expresada muy bien por el indio huamanguino Guamán Poma de Ayala a través de su dramático lamento “¡Y no hay remedio…!” que, como un estribillo quejumbroso, epiloga sus escritos.   ¡Claro!, ¡hasta que la conciencia del orden perdido y su éthos dionisíaco recuperado reclamó uno nuevo  a través de la inauguración de ciclos renovados de luchas libertarias en distintos espacios, unos alimentados por la nostalgia del incario y buscando su retorno a él, otros –conscientes de la imposibilidad de restaurar el pasado- alentando gobiernos constitucionales! Ello se habría alimentado en Cangallo, por ejemplo,  con la difusión de la Constitución gaditana a través de los sermones de los curas Felipe Velasco y Joseph Echaveguren. Por algo, el hermano del primero, Pascual (apodado “el indio Velasco”) fue fusilado inmisericordemente por Carratalá, y él mismo, fue apresado por éste y conducido a Huamanga, después del incendio de Cangallo el 17 de diciembre de 1821.

Epígonos e hitos históricos del ciclo independentista huamanguino


      Por ello, después de la gran gesta tupac-amarista de 1780 y como epígonos preparatorios del ciclo independentista huamanguino, se cuentan: el levantamiento en Chungui del indio andahuaylino Pablo Challco, sito en la actual provincia de La Mar, en 1781. También en 1781, el tumulto en la feria  de Cocharcas (Andahuaylas) en apoyo a Tupac Amaru II y el tumulto de feriantes e indios en Vischongo (Cangallo) dando vivas a Tupac Amaru al retorno de la fiesta patronal de la Virgen de Cocharcas. En 1787, el tumulto e intento de homicidio del Teniente Visitador de Cangallo que acaece asimismo en Vischongo. Entre 1792-1816, movimientos sociales contra algunos curas doctrineros, que ocurren en Hualla, Huambalpa, Chuschi y Chupamarca, de los cuales destaca, en 1805, el motín de Tiquihua, pueblo de la doctrina de Hualla11, contra los abusos del párroco Balmaceda y sus hijos, y en1795 los pasquines infamatorios cotidianos pegados en las puertas de la catedral huamanguina. Podemos también incluir las trifulcas en Huancasancos por el cobro de mitas en 1809, el mismo año en que los artesanos, campesinos y comerciantes huamanguinos amagan contra el colonialismo  después de haber sabido los sucesos revolucionarios de La Paz. En 1810 y en 1811, se tiene noticia de los bandoleros huantinos conocidos como los “Alzados de la Paz” que pretendían combatir a los españoles por las vías del delito.
  
    En realidad, como dijimos, los eventos subversivos habrían sido muchos más; lamentablemente las noticias en torno a ellos se han perdido junto con los testimonios documentales; sin embargo, de vez en cuando, se descubren todavía novedades en la medida de cómo se van catalogando archivos relativamente vírgenes como el de Huancavelica y el mismo archivo de la arquidiócesis ayacuchana. Por ello, es probable que los acontecimientos registrados en nuestro trabajo no incluyan todos los eventos ocurridos en Angaraes, Castrovirreyna y Huancavelica, provincias integradas en gran parte del coloniaje al corregimiento o a la diócesis de Huamanga.

      El ciclo independentista que se desarrolló en Huamanga entre 1812 y 1828, se inició propiamente con la organización de la gran sedición antihispana señalada para el Corpus Christi de 1812. Probablemente ésta abortó por delación ingenua, en Huancaraylla, de un fiel ante el inquisitivo confesor y futuro patriota Ángel Pacheco. Prosigue con el ingreso en escena de las luchas cangallinas por nuestra independencia del yugo hispano y que se expresó en la primera jura de la independencia ocurrida en el Perú liderada por Valentín Munárriz, José Mariano Alvarado y seguramente Basilio Auqui; luego su acoplamiento con el ciclo libertario hispanoamericano de San Martín y Bolívar y que tiene su desenlace en la batalla de Ayacucho y la firma del tratado de la independencia real en Quinua; y finalmente, ya cerrando el ciclo, las luchas de reforzamiento de la independencia contra los defensores iquichanos de la causa realista supérstite ocurridos hasta 1828. Recíprocamente, para ser justos, siguiendo a Eguiguren, podríamos dilatar el inicio del ciclo hasta setiembre de 1811, mes y año en que José Matías Cabrera (coronel de milicias de Huanta) y Miguel Ruiz de la Vega (el mismo que poco antes había sido electo a las Cortes de Cádiz como diputado por Huamanga, pero que nunca llegó a incorporarse) conjuraron contra el intendente Demetrio O´Higgins para deponerlo, fracasando en el intento. Pero, porque la conjura, revelada en un Cabildo, no pasó de ser una amenaza también anónima y porque su objetivo que al parecer fue más golpista que independentista, creemos que la extensión cronológica del ciclo no tendría mayor significación, salvo si también incorporamos las trifulcas anti-mitas de Huancasancos (Cangallo) ocurridas en 1809, las manifestaciones antirrealistas organizadas en Huamanga con difusión de pasquines separatistas, el bandolerismo subversivo de huamanguinos y huantinos de 1810 y 1811, la aparición de más pasquines anónimos en este mismo año, las protestas campesinas de Huanta en 1813, y la adhesión tumultuosa huancavelicana a la Revolución de 1814. Lamentablemente sabemos todavía muy poco acerca de estos acontecimientos que nos permitiría demarcar mejor el ciclo.

    U   Olvidábamos el papel de las mujeres ayacuchanas, no ya como “fogosas montoneras”, sino como prístinas lideresas de la revolución independentista huamanguina, funciones en las que destacan las audaces Buenaventura Fernández de la Cueva (Ventura “Qalamaqui”), Eulalia López (campesina de Qochapata-Cangallo que con harawis reunió a sus pares de Putica, Huancarucma y Pampa Cruz  en Iskayraka wayqo y enfrentó a Carratalá cuando este pirómano incendiaba Cangallo. Por sus méritos recibía todavía en 1828 una pensión de viudez, como también lo hacia la viuda de Juan José Landeo en 1839), Trinidad Celis Loncida de Cavero que llevaba rifles entre sus faldas para entregar a los patriotas, y la mítica María, esta última, fiel compañera del “bravo entre los bravos” Cayetano Quirós que murió combatiendo, espada en mano, en las punas de Paras contra los esbirros de Carratalá. María Parado de Bellido, si exactamente no fue una lideresa que empuñó con la diestra el sable vengador, fue una de las mujeres que ofrendó su vida a la Patria, honrando el silencio no delator que evitó la muerte de muchos huamanguinos. Los antiguos historiadores de Huamanga hablan también de las heroínas Melchora Balandra, María Natividad Tarazona y Lucía Hernando, empero sin proporcionar justificaciones. La emergencia de estas mujeres y sus acciones subversivas que rompieron los tabús sociales y marcaron una nueva imagen en la mentalidad colonial, nos advierte que también serían útiles para la mejor comprensión del discurso de la emancipación peruana las consideraciones de género.

          En resumen, Huamanga fue el sujeto histórico y el gran escenario de uno de los principales ciclos de lucha libertaria en el Perú, entendiendo que la liberación como objetivo fue buscado desde el inicio mismo en que los españoles pusieron sus pies en suelo peruano (lo testifican las batallas remotas libradas contra los invasores en Vilcashuamán-Cangallo y el mencionado gran movimiento de resistencia cultural antiespañola del Taqui Onqoy que se gestó y desarrolló en su jurisdicción, y de gran significado para la teoría de la independencia)12.  Por ello, son  totalmente falsos los versos del Himno Nacional Peruano compuesto por José Bernardo Alcedo, quien afirma en la séptima y segunda estrofas que el Perú; “humillada tres siglos gimió”, hasta que “por doquier San Martín inflamado Libertad, Libertad pronunció”. Huamanga, por lo menos, no gimió en silencio escuchando durante tres siglos de horror “el estruendo de broncas cadenas” hasta el 28 de julio de 1821. Huamanga sí luchó por la independencia, no se resignó a ella; sí ayudó a conseguirla, no se la concedieron, aunque ahora sintamos que ha sido un fiasco por culpa de nosotros mismos y no porque la modernidad sea en sí misma un ouroboro o una  serpiente que se autoaniquila engulléndose a partir de su propia cola. La libertad es constitutiva de la esencia del hombre, pero lo es también la finitud. La liberación es cuestión de tiempo, no de dinero ni ideología, éstos la facilitan, pero no la determinan ab aeterno. El hombre ha nacido para ser libre; pues si esta afirmación es falsa, entonces todos los esfuerzos desplegados hasta ahora serían una farsa montada perversamente para extraviarnos en los laberintos del nihilismo. Es cierto que la libertad social tiene su componente utópico en la medida de que en la sociedad siempre habrá división de clases generada por la necesaria división del trabajo; pero, la búsqueda de esa utopía que sabemos acompaña a la libertad como su sombra le da sentido dionisíaco al esfuerzo humano y a su historia. Finalmente, los padres de la patria peruana no sólo fueron los Tupac Amaru, los Angulo, San Martín, Bolívar, Sucre, La Mar, Gamarra y decenas de ilustres precursores más. Lo fueron también ayacuchanos como Valentín Munárriz, Basilio Auqui, Juan de Alarcón, José María Munárriz y probablemente José Mariano Alvarado y Cayetano Quirós, todos, grandes forjadores de esta patria que nos duele y nos regocija tanto.

                                                               N O T A S
                                                                                                                                        
1   En la contratapa de mi último libro “Cangallo y la primera jura de la independencia del Perú”. Dircetur, Ayacucho 2014, afirmo que la sola lectura longitudinal o lineal de la historia de la independencia del Perú, invita sutilmente a caer en las asechanzas heurísticas del causalismo (reducción de la física social del proceso a una sucesión mecánica de causas y efectos); el hegemonismo (sobrevaloración del protagonismo del centro de poder limeño, convertido en el summum bonum de la explicación histórica) y el exclusionismo (segregación o minimización del valor protagónico de otros agentes o sujetos históricos). Finalmente, que las tres, conducen sinérgicamente a formular una hermenéutica sesgada y/o falaz del proceso. Ver también mi trabajo el Bicentenario de la independencia de la heroica provincia de Santa Rosa de Cangallo: Reflexiones post facto”, en mi blog “En busca del tiempo perdido” que puede accederse a través de la dirección: griegomax.blogspot.

2   Se suma a éstas, la incomprensible conducta del Congreso de la República, cuya mayoría misérrima optó por derivar a Comisiones el proyecto de Ley del dilecto congresista José Urquizo Maggia que declara el 7 de octubre -fecha de la jura cangallina- como Día Jubilar de la provincia de Cangallo, honor simbólico justo que premia sus desvelos y sufrimientos por la libertad del Perú y que había sido reconocido ya por ordenanzas de los gobiernos local de Cangallo y la regional de Ayacucho. Un centro de poder pretérito como el del Cuzco, que diseñó a su turno una historia “cuzco-céntrica”, obtuvo del presidente Manuel Prado Ugarteche, en 1945 y por la ley N° 10196, una aprobación inmediata de una demanda similar cuando estableció la Semana del Cuzco -con el 24 de junio como su día jubilar central- sin la mínima observación, acatando respetuoso la voluntad de su pueblo y sin apelar al arte de birlibirloque de los devaluados “padres de la patria” del actual poder legislativo. Y para otorgarle mayor solemnidad, el presidente Prado tuvo la inteligencia cívica de asistir en persona al primer Inti Raymi cuzqueño. El proyecto Urquizo, en cambio, ha sido derivado  para el dictamen  de la Comisión de Educación, Deportes y Cultura del Congreso presidida por el  general Daniel Mora, todavía el 2013, quien, farfullando su oposición haciendo corro a dos o tres ignaros congresistas que en el pleno eructaron triviales argumentos, y seguro de que Cangallo olvidará la afrenta, lo ha redirigido al Centro de Estudios Histórico Militares del Ejército para que duerma el sueño de los justos.

3   Para que el lector construya críticamente un juicio histórico que le permita una mejor comprensión o hermenéutica del proceso libertario, ensayando predicciones contrafácticas, (es decir, afirmando cuál o cuáles hubieran sido las consecuencias más probables si variaban las causas o se configuraban otras coyunturas que no se dieron como hechos, pero que eran inminentes en la física social histórica del momento), transcribimos fragmentos de una misiva del general Juan Ramírez Orozco al Ministro de Guerra, suscrita en el Cuartel General de Puno el 1° de enero de 1821, para que responda si pese a las condiciones profundamente adversas del escenario socio-político del Perú (pero que no dice absolutamente nada de España ni Europa), descritas por el citado jefe realista, podía evitarse la Independencia del Perú. En la nota N° 12, reseñamos también una descripción parecida del virrey Pezuela. Invitamos al lector a ejercitarse, pero no especulando con las barajas de un pitoniso charlatán, sino con la lógica rigurosa de un futurólogo.
      Como sabemos, Ramírez fue el jefe realista que adquirió fama desde que venció en un santiamén a los revolucionarios de 1814 e hizo ultimar sumariamente a Pumacahua, Mariano Melgar, Vicente Angulo y demás líderes, y evitó la conquista de la independencia por un esfuerzo netamente peruano. “Es un deber mío –le dice al ministro- manifestar a V.E. el estado actual de esta parte de Sud-América y el inminente peligro que se divisa con visos de certeza, si con la velocidad del rayo no se acude al pronto remedio [….]; pero como de día van creciendo nuestros cuidados y recelos, al paso que desaparecen los recursos por la preponderancia que adquiere el enemigo en la fuerza física y mucho más en la moral, es doble el apoyo que da mi pulso a mi débil pluma, para manifestar a V.E. aunque en bosquejo, la crítica y terrible situación del Perú […]. San Martín hizo sus correrías en Pisco con la conocida idea de aumentar sus fuerzas, ganar la voluntad de los pueblos, proporcionarse recursos de toda especie […].  Arenales…, alcanzó sin embargo a revolucionar  los partidos de San Juan de Lucanas y Cangallo, de que resultó una reunión  de 3 a 4 mil indios acaudillados por Terres y Morera [Barrera], que fue deshecha y batida por las fuerzas que mandaba el brigadier Ricafort”. La pérdida del batallón Numancia, la nave Esmeralda y la toma de Guayaquil, “han influido en los habitantes fieles de la América  un descontento  general, un vivo disgusto y una desconfianza de perder para siempre las esperanzas  del buen éxito de las armas nacionales. Agrégase a esto la fuerza moral que San Martín  ha conseguido con tamañas ventajas y lo predispuesto que está el espíritu público a oponerse a todo esfuerzo, ya por el temor que a muchos les asiste, ya por la propensión de la mayor parte al sistema revolucionario, y ya por el recelo que todos casi generalmente  tienen de considerar infructuoso todo sacrificio  que parta de la posibilidad de nuestros actuales recursos. No son Excmo. Sres. a San Martín y sus satélites los únicos enemigos a que tememos; son mayores y demás consideración los que por desgracia de esta guerra  abundan ya en todas las capitales, pueblos, y aun en las más pequeñas aldeas”.
     Después de hacer una evaluación militar y política que incluye el Alto Perú, con una franqueza que se halla en muy pocos testimonios, Ramírez concluye: “ nada en grande podemos hacer con utilidad, y que por el contrario nos vamos debilitando cada día, faltos de recursos, y llegamos por pasos cabales al término de la ruina”.[…].
      “Por lo expuesto formará V.E. un concepto bastante exacto de la crítica, lastimosa y peligrosa situación del Perú; los progresos de los enemigos y decadencia de nuestros medios para contrarrestarlos, especialmente por falta de fuerza sutiles: que el estado actual de cosas no tiene remedio si luego, luego y cuanto más antes no se envían auxilios peninsulares, y entre estos seis buques de guerra [] todo esto …si se ha de poner  término a esta desastrosa  y desoladora  guerra, que ya se abomina hasta el nombre. Esto es Excmo. Sr. el estado del Perú; y aunque no puedo dudar que el Excmo. Sr. Virrey lo haya manifestado a V.E. con más datos y fundamentos, he creído sin embargo  hacer a V.E. las observaciones indicadas, a fin de que se sirva  elevarlas al conocimiento de S.M.  para que se remitan con la mayor exigencia  y prontitud  los auxilios que se necesitan, sin los cuales se pierde irremisiblemente la América. Los enemigos están muy decididos y muy obstinados en llevar adelante el sistema de sus inicuas ideas. No quieren ni apetecen  más que su independencia: rehúsan toda otra ventaja; comprueban sus miras la oposición y negativa  que han manifestado a las propuestas de transacción racional que hizo a San Martín el Excmo. Sr. Virrey en cumplimiento de las benéficas y piadosas intenciones  de S.M. Así pues repito que sólo el inmediato envío de auxilios es la salvaguardia de la conservación de estos países(Transcrito por  Paz-Soldán, 1971: 137, sq.) (Las negritas son nuestras).
     Como se advierte, el general Ramírez abunda solamente en la “crítica, lastimosa y peligrosa situación del Perú”, es decir, en la atmósfera socio-política adversa a los intereses españoles y en la falta de recursos que estaba debilitando la capacidad ofensiva del ejército realista y haciendo irremisible la pérdida de América; empero sin incidir en la cuestión estructural de la crisis económica de la Corona ni en la coyuntura política europea aún más crítica. Se limita a lo castrense, reduciendo la complejidad del problema a una cuestión de auxilio o envío urgente de la parafernalia militar necesaria, incluida en ésta una pequeña armada de seis buques de guerra. Por ello, a continuación transcribimos el juicio del historiador caraqueño don Rufino Blanco-Fombona (vinculado genealógicamente por la rama materna al Libertador), sobre la bancarrota española, quien -comentando una frase irónica del joven Bolívar que había dicho que aquel Estado “no podía hacer la felicidad  de una sola aldea del Universo”- exclama mondo lirondo, sin tapujos ni hipocresías:
     “En efecto, ¡qué espectáculo tan triste! Un rey cornudo e imbécil, una Mesalina por reina, la nación en poder de la bragueta, de un parásito [se refiere a Manuel Godoy, el amante de la reina María Luisa de Parma]; el gobierno sin marina, el país sin comercio; el comercio sin crédito; la ignorancia de un clero fanático y libertino gobernando las conciencias; los monopolios a la orden del día; las absurdas, continuas y mal dirigidas guerras contra Francia e Inglaterra, desangrando, depauperando el país. El servilismo, la incapacidad y la rapiña repartiéndose  los despojos del Nuevo Mundo.
    Ese era el cuadro
    ¡Pobre España! ¡Adónde la habían conducido el clero romano y la monarquía austríaca y borbónica! Es decir, tres poderes extraños: un clero que obedece a una organización extranjera y una monarquía no nacional” (Blanco-Fombona, 1941: 124).
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4   En la proclama de Carratalá a los habitantes de las provincias de Lucanas y Parinacochas desde el Cuartel General de Soras y pocos días después del holocausto de Cangallo de 17 de diciembre de 1821, se lee: “Es preciso desengañarse de una vez y procurar el exterminio de estos terribles enemigos de la verdadera felicidad del país. Decídanse a esta empresa desde luego los hombres (de) bien de toda población interior: nuestros ejércitos  aprovechando circunstancias y la próxima venida de fuerzas de todas clases de la Península, acabará para siempre con las tropas enemigas, y volverán al Perú la tranquilidad que gozaban en días más felices”. Y el mismo marqués de la Concordía, el virrey Fernando de Abascal, le aseguraba a José Angulo, el 20 de agosto de 1814, que 200,000 soldados libres de la guerra con Francia vendrían a América. Esta fue la bravata que se difundió ingenua y reiteradamente en estos años críticos, incluso hasta el levantamiento de Soregui y sus capitulados, y Huachaca y sus iquichanos.

5   Con esta expresión queremos decir que la Independencia del Perú y de toda América hubiera sufrido una dolorosa prórroga, pues, España nunca quiso liberar a sus colonias de ultramar, especialmente al Perú: su despensa milagrosa, así fuese obligada por una norma del derecho internacional. La prueba es que pese a su derrota en Quinua y haber subscripto el tratado o Capitulación de Ayacucho, por el que entregaba al Perú territorios, tropas, cuarteles y la fortaleza del Callao, hubo jefes españoles que se negaron a capitular, y capitulados como el oscuro Nicolás Soregui (que era francés) que echó el tratado al albañal y comprometió la vida de cientos de iquichanos y morochucos, menos la suya. Entre aquellos jefes díscolos que se negaron a capitular mencionaremos a  Pío Tristán (Arequipa), Antonio María Álvarez (Cuzco), Pedro Antonio Olañeta (Alto Perú), José Ramón Rodil (Callao), Antonio de la Quintanilla (Chiloe) (Bacacorzo, 1984: 754). Algo más: España, 42 años después, se resistía todavía a reconocer oficialmente nuestra independencia, alegando irónicamente no haber sido indemnizada por el Perú pagando la deuda contemplada en el acuerdo 8° del tratado celebrado el 9 de diciembre de 1824, pero no aprobada por el Congreso peruano como condicionaba el mismo documento legal. Y con el pretexto de emprender programas de investigación científica en la costa sudamericana y de paso cobrar la deuda, aprovechando el pleito de la hacienda Talambo que lo provocó adrede, ocupó en abril de 1864 -con su escuadra naval que se había sumado a los barcos de investigación- las riquísimas islas guaneras de Chincha (el oro de estiércol para la época).  Con ese propósito había nombrado un Comisario Regio (Eusebio Salazar y Mazarredo) para las tratativas con el gobierno de Juan Pezet como si el Perú siguiese siendo una colonia. Pezet que reconoció la deuda millonaria que reclamaban los hispanos, fue derrocado por Mariano Ignacio Prado quien declaró nulo el tratado Vivanco-Pareja que había sancionado aquel pago.  Ello nos condujo a una nueva guerra con España que concluyó con la batalla naval del 2 de mayo de 1866 librada en el Callao, y cuyo desenlace adverso a los invasores, obligó a España a marcharse para siempre del Pacífico. El combate del 2 de mayo se estimó entonces como un evento que consolidaba nuevamente la independencia del Perú. Este sentir propició a que en la ciudad de Ayacucho se erigiese en 1866 un Arco del Triunfo que, restaurado para el centenario de la batalla de Ayacucho, embellece hasta ahora su principal arteria denominada precisamente “Jirón 28 de julio”. ¡Un Arco cuya ubicación abona simbólicamente la tesis de la final consolidación posterior a la batalla de Ayacucho, sobredimensionando un propósito más bien crematístico, y devaluando ingenuamente el significado del 9 de diciembre de 1824 y su entorno histórico!
      Retornando a la controversia inicial, vale la pena transcribir el juicio del general Guillermo Miller, uno de los protagonistas de la suprema jornada guerrera de la pampa de Quinua, que haciendo también una reflexión contrafáctica, avala en gran medida nuestra opinión “La batalla de Ayacucho fue la más brillante que se dió en la América del Sur; las tropas de ambas partes se hallaban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor á los mejores ejércitos europeos; los generales y jefes más hábiles de cada partido se hallaban presentes; ambos ejércitos ansiaban el combate, y todo el mundo, de uno y otro partido, se batió no sólo bizarramente, sino á la desesperada. Lo que en número faltaba a los patriotas, lo suplía su entusiasmo y el íntimo convencimiento de que si eran batidos era imposible retirarse. Así, pues, no fué una victoria debida al azar, sino el resultado del arrojo, y un ataque irresistible concebido y ejecutado al propio tiempo” […].
      “De las importantes consecuencias de la batalla de Ayacucho, pudiera imaginarse que si la victoria se hubiese decidido por los españoles, su triunfo habría sido tan completo como el de los patriotas, pero tal suposición fuera absolutamente absurda. El ejército libertador podría haber sido destruido, y todos los  jefes que lo mandaban perecer; pero, aun en tal caso, aunque los españoles habrían arrollado por algún tiempo cuanto se les hubiese puesto por delante, al fin habrían tenido que sucumbir. Con efecto, los realistas tenían muy pocas probabilidades de recibir auxilios de España, y los repetidos y continuos esfuerzos de otros jefes y de otros ejércitos patriotas, que sucesiva ó simultáneamente se habrían formado, los habrían hostilizado perpetuamente y los habrían consumido; por lo tanto, aunque el país se hubiese reducido á escombros y la miseria se hubiese hecho sentir hasta en los puntos más remotos, la causa de la independencia habría triunfado infaliblemente (John Miller, 1975: 143, 149).

6   Recuérdese que  la expresión “Independencia de Lima” que se grabó en la medalla conmemorativa de la jura limeña de 28 de julio de 1821, tenía algo de premonición peligrosa que casi se cumple cuando el Perú -al confederarse con Bolivia en 1836- se dividió en dos estados libres e independientes, cada uno con sus banderas, escudos y monedas distintivas. Arequipa, Ayacucho, Cuzco y Puno conformaron el Estado Sud-Peruano con su capital Cuzco; mientras que Amazonas, Junín, La Libertad y Lima se integraron en el Estado Nor-Peruano con su capital Lima. Y entonces el Día Jubilar del Estado Sud-Peruano hubiera sido no el 28 de julio, sino el 17 de marzo, fecha que recuerda la Declaratoria Solemne de la Independencia de esta nueva república, realizada en el Palacio de Gobierno de Sicuani; el 6 de agosto hubiera sido el del Estado Nor-Peruano porque así lo decidió la Asamblea deliberante de Huaura que declaró su calidad de estado libre e independiente en dicha fecha; y el de la Confederación Perú-Boliviana, el 1° de mayo o el 28 de octubre; la primera: fecha del tratado de Constitución hecho en Tacna en 1837, y la segunda: fecha en que Santa Cruz la estableció oficialmente a través de un decreto expedido en Lima, también en 1837. En otras palabras, el 28 de julio de 1821, se hubiese convertido en una fecha inane para las repúblicas confederadas si Gamarra no hubiera declarado nulos todos los instrumentos legales relativos a la Confederación, en Huancayo, el 25 de setiembre de 1839. Para que se recuerde, en el Congreso Constituyente de 1827, donde en prolongados debates se planteó determinar el Día Nacional del Perú, el 28 de julio estuvo a punto de ser derrotado por el 4 de junio, fecha ésta que memoraba la instalación del Congreso en mención y celebraba subliminalmente la marcha definitiva del Libertador Bolívar a su patria, quien, ungido por la Constitución de 1826 como presidente vitalicio, fue visto por sus detractores como un colonialista absoluto que le faltaba sólo llamarse rey. También el 9 de diciembre había sido propuesto, y de haber tenido defensores con credenciales jurídicos inobjetables y oratoria exquisita, pudo haber sido seleccionado. El reputado diputado por Cangallo, Dr. Ángel Pacheco, que al término de su mandato fue electo por sus colegas como senador de la República, desaprovechó la oportunidad para enaltecer la efeméride decembrina, igual que los demás diputados ayacuchanos.

Refiriéndose a los protagonistas indios de la batalla de Ayacucho, (predominantemente patriotas morochucos y realistas huantinos), y a las víctimas heroicas de la emboscada de Qollpawayqo, el padre Rubén Vargas anota: Por fortuna no todos los indios eran realistas. La mayoría miraba con simpatía a los independientes y no hacía mucho  que éstos lo habían experimentado. Entre ellos se señalaron siempre los indomables morochucos. Escribiendo el 4 de Diciembre, desde Tambo Cangallo, al general Sucre, el mayor Domingo J. Grados, le decía: “No sé qué admirar más en estos sufridos jinetes morochucos, si su valor en el momento de la lucha, conscientes de la causa que defienden, o la habilidad en el manejo de sus lanzas, algunos de ellos sus sables de combate y otros, temerariamente sus lazos. Entre las bajas de la parte alta los hay jóvenes y viejos en número de ochenta y la mayoría de los muertos por impedimenta son Morochucos. Lo que comunico a Ud. mi General, en fe a la verdad y a la abnegación de esos fieles Morochucos, que merecen la admiración de vuestro noble corazón” (Vargas, 1971, Tomo VI:  358, 359). Una versión más genuina del parte de Grados la encontrará el lector en la obra de Carlos Mendívil, 1968:53).

8   Para evitar errores de apreciación de la demarcación territorial huamanguina, y precisar los ámbitos del topónimo Huamanga como capital y como provincia, y el porqué del cambio al de Ayacucho, transcribimos el mandato del Libertador Bolívar:

SIMON BOLIVAR, Libertador, Presidente de la República de Colombia y Encargado del Supremo Mando del Perú:
Considerando:
  1°  Que la Victoria de Ayacucho ha afirmado para siempre la Independencia total de la República.
  2°  Que obtenida la victoria en el Departamento de Huamanga, debe marcarse su nombre, de una manera  que perennemente recuerde a aquellos habitantes el origen de su libertad
He venido en decretar y decreto:
Art.  1°  El Departamento de Huamanga será denominado en adelante, Departamento de Ayacucho.
Art. 2° La ciudad de Huamanga capital de este Departamento llevará la denominación de Ciudad de   Ayacucho.
Art. 3°   La Provincia de Huamanga conservará su antiguo nombre de Provincia de Huamanga.
Art. 4°  El Ministro de Estado en el Departamento de Gobierno y Relaciones Exteriores queda encargado de hacer ejecutar este decreto.
Imprímase, publíquese y circúlese.
Dado en el Palacio del Supremo Gobierno, a 15 de febrero de 1825 - 4° de la República.
SIMON BOLÍVAR.- Por orden de S.E.-José Sánchez Carrión”.

9     A veces, la utilización del toponimo Huamanga,  que no discrimina espacialmente sus ámbitos urbanos de los rurales, la ciudad-capital de las provincias; y tampoco distingue en cada lugar sus estratos sociales, nos obliga a caer en la ambigüedad, pues, no es que ella como circunscripción o totalidad demográfica haya asumido homogéneamente tal o cual papel histórico en relación a la independencia del Perú. Por el contrario,  lo que realmente  muestra el análisis es que los estratos sociales de su ciudad-capital adoptaron conductas distintivas en orden a sus intereses, como que los criollos y los patricios fueron fidelistas o a lo sumo reformistas, o que las castas populares (la plebe) fueron separatistas o independentistas. Esto no sucedió en España cuando se produjo la invasión francesa. Todas sus clases sociales reaccionaron unánimemente por la liberación inmediata, tanto del Rey como del territorio (“como un solo puño”, diríamos metafóricamente). Es que en España la noción de nación española –pese a que también incluía conciencias regionalistas (sedimentos de sus antiguos reinos y/o de sus nacionalidades menores como vascos y catalanes, judíos y gitanos), y además ser una monarquía en la cual gobernaban los Borbones, de origen extranjero- ya se había internalizada profundamente en el alma hispana, emergiendo en los momentos claves como un sprit de corps. Precisamente, el gran error de Napoléon fue percibir a España sólo como un Estado, fácil de ponerlo de rodillas; no la percibió como una nación capaz de romper el grillete más poderoso, como en efecto sucedió.

10   Creemos que la percepción de que en el coloniaje peruano hubo silencios prolongados como en la segunda mitad del siglo XVI y el primer tercio del siglo XVII, generando la ficción de que fue un período de aculturación indolora y aceptación resignada  de la dominación, se debe al erróneo marco conceptual de la inicial Teoría de la Independencia del Perú, al que se sumó la suposición de que se había agotado aparentemente el examen de todas las fuentes documentales existentes al respecto. Plausiblemente, esta visión no fue convalidada por los trabajos pioneros de Benjamín Vicuña Mackenna, Raúl Porras y John Rowe, ni por investigadores menos recientes como Edmundo Guillén, Luis Durand, Jürgen Golte y Scarlett O´Phelan. En principio, no puede formularse una teoría de la independencia peruana desligada del horizonte temporal y espacial latinoamericano y, recíprocamente, ninguna  teoría de la independencia de un país latinoamericano puede fundamentarse válidamente prescindiendo del proceso peruano y su referencia a Lima que se constituyó, después de Madrid y por encima de México, en el núcleo gravitacional histórico del poderío de la dominación española en Hispanoamérica (la hegemón y la contralora del poder total, por lo menos hasta la creación de los virreinatos del Río de la Plata en 1776 y Nueva Granada en 1736)  y, por eso mismo, el último bastión al que tenían que converger solidaria y coordinadamente los países que habían declarado fácticamente sus independencias políticas o conseguido las mismas en los campos de batalla, pero que sentían la precariedad de sus conquistas.  En efecto, si trascendemos el espacio meramente peruano y evaluamos el escenario histórico americano de los procesos independentistas como una unidad estructurada solidariamente, constatamos que no hubo tales silencios  y que los movimientos subversivos nacionalistas o independentistas –pletóricos de ciclos que se repiten en uno y otro escenario y exhiben duraciones distintas y especificidades que las caracterizan- tuvieron más bien una constancia razonable dado el poderío de España y su gran imperio que abarcó –aparte de los dominios continentales de América- islas como Puerto Rico, Santo Domingo (hoy República Dominicana) Cuba y Filipinas. El emperador Carlos V de España decía orgulloso: “El sol nunca se pone en mis dominios”; pero, para fortuna nuestra, aquel poderío fue declinando irremisiblemente obligado por la ley que hasta ahora los humanos no hemos podido controlarla: de que las sociedades y las culturas cambian inevitablemente. ¡Gloria entonces para Ayacucho: En la Pampa de Quinua se puso por primera vez el sol!
     Otro componente discutible de la citada historia –pensamos hasta la reiteración- es que ingresan en el rango de movimientos subversivos únicamente los motines, asonadas y revoluciones que han estallado e implicado armas, bagajes, guerrilleros, milicianos, soldados, líderes revolucionarios, muertos, heridos, deportados, presos, y sus consecuencias políticas, dando la impresión de que la historia de la liberación peruana es un relato épico de batallas y generales divinizados (Chocano llamó a Bolívar el Hombre-Sol), pero lo fundamental –el “para qué, el thélos o causa final” que genera respuestas sociales diversas con sello subversivo, que jala al ser del hombre en situación de dominación a la rebeldía, causa última que invita al historiador a repensar su naturaleza y su valor instrumental desde los estereotipos sociales de su tiempo- es relegado a un segundo plano y, a veces olvidado, siendo –como ya insinuamos- el que desata el mecanismo social de las acciones conspiradoras, aunque éstas no tengan éxito. Creemos por eso que la teoría debe redimensionar el acervo ideológico producido por la intelligentsia o capa ilustrada de la sociedad  que sirvió de justificación a aquellas respuestas fácticas (acerbo difundido  mediáticamente a través de gacetas, revistas, proclamas escritas, conferencias académicas y libros, o a través del accionar embozado de algunas universidades y colegios, acerbo del cual,  obras como la “Carta a los Españoles Americanos” de Viscardo, “El Mercurio Peruano” y las de Baquíjano y Carrillo, Rodríguez de Mendoza y Unanue son consideradas prototípicas y estelares), e incluir también los movimientos ideológicos que se procesaron en silencio en el escenario mental popular o en el imaginario colectivo, y decantaron aquel “para qué”, haciéndolo circular a través de vehículos como los sermones del ritual cristiano, demandas judiciales colectivas, representaciones teatrales, registros pictóricos y/o fotográficos, organizaciones populares, aventuras electorales, uso de medios psicosociales como el rumor, las tertulias secretas, etc. Ello, para distinguirlos de la lenidad existencial, la neutralidad sosa e indolente, la cotidianidad del buen vivir, la molicie del conservador a ultranza, del émulo del asceta mendicante cuya languidez no alienta ningún cambio dirigido a mejorar la condición humana superando la alteridad alienante e inicua que impone la dominación despótica y opresiva, y promueve la desigualdad ontológica entre los hombres.  Esta dinámica ideológica que se procesó en el alma popular y tuvo su propia lógica y sus propios mecanismos de acciones comunicativas, caracterizó los movimientos subversivos preparatorios del ciclo independentista huamanguino, sobre todo los ocurridos en el partido de Cangallo y sus pueblos preponderantemente ágrafos y privados de instituciones educativas y recursos mediáticos de uso en las metrópolis. Pero, en el caso de la citadina Huamanga, teniendo en cuenta que es muy difícil que la Enciclopedia, el Racionalismo y el Iluminismo hayan llegado a los estratos populares a través de sus fuentes de primera mano, es de importancia revisar críticamente el inmenso arsenal de periódicos que se publicaron en el siglo XIX en la pacata ciudad, tanto laicos como religiosos, que fue de 97, los cuales habrían permitido popularizar aquello que oficialmente no captó el interés ni del Seminario ni de la Universidad Nacional y Pontificia de San Cristóbal, sino subrepticiamente a través de muchos de sus estudiantes. En todo caso, este es un tema que demanda urgentemente un estudio detenido. El impacto de la libertad de imprenta consagrada por la Constitución Monárquica y la instalación en la ciudad de las primeras máquinas de impresión, se traduce en el elevado número de órganos de expresión, pero ello no significa que hayan tenido la calidad deseable, pues, lo que sabemos es que algunos de estos órganos sirvieron a los propósitos políticos de los caudillos de la época o a los fines sociales de clubes y asociaciones. Virgilio Galdo, uno de los pocos historiadores que ha mostrado interés en el tema emulando a los animadores de las revistas “Huamanga” y “Ayacucho”, nos asegura que muchos de ellos sirvieron para el debate ideológico, empero, infortunadamente, no nos dice más (Para un inventario de estos periódicos, ver del autor, 1992: 206 a 212). Pero hay algo más: Necesitamos investigar si la vida conventual y reposada de las tres principales órdenes religiosas ( jesuitas, franciscanos y dominicos), se combinaba con el ejercicio intelectual de repensar -para el pueblo y con el pueblo- las ideas políticas escolásticas a través de los Victoria, Mariana, Occam, Suárez, Cano y otros, porque sorprende vivamente que tantos clérigos hayan participado en los eventos independentistas y que muchos movimientos de apariencia desmedida de violencia como los proyectos de asesinato masivo de los españoles, que se difundieron sotto voce en Cangallo, Huamanga y otros lugares haya sido solamente recursos psicosociales (que ahora calificaríamos de terrorismo blanco) producidos espontáneamente por la mente de los dirigentes revolucionarios ¿No fueron más bien lógicas aplicaciones de las doctrinas políticas en boga, como el suarismo que consideraba el regicidio y la rebelión respuestas naturales, ética y jurídicamente justificables, si la autoridad rompía el pacto de gobierno entre el rey y la sociedad? ¿No se vislumbra este trasfondo ideológico también en las protestas de Guamán Poma de Ayala en su “Nueva Corónica y Buen Gobierno” y las demandas reconciliatorias de algunos curacas huamanguinos como Juan Crisóstomo Chilingano Atahualpa Inga, que desearon hacer oír sus quejas directamente al Rey, pensando que éste ignoraba los abusos en contra de sus vasallos?

11   Este período subversivo contra el clero que se desarrolló en la antigua provincia de Cangallo, ha sido estudiado precursoramente por Raúl Oré Carhuas. Algo parecido sucedió en 1730 en Lucanas con los curas de Aucará, Cabana y Chipao. Ignoramos si estos hechos generaron emulaciones en otros partidos de la Intendencia de Huamanga. Nuestra conjetura es que el conjunto de acontecimientos tumultuosos que caracterizaron este período, parece que fue algo más que un movimiento dirigido contra algunos curas canallas y que hizo que justos pagaran por pecadores. Si bien es cierto que se inició como abucheos y litigios contra los abusos de ciertos presbíteros, la presunta llegada a los lares del Pampas de las proclamas y admoniciones de Castelli y Belgrano, de la Constitución gaditana, o quizás de la propia “Carta a los españoles americanos” de Viscardo, que habrían sido difundidas en sermones quechuas por curas patriotas como Felipe Velasco de Cangallo y Joseph Echaveguren de Huambalpa, o por emisarios como Juan de Alarcón, sumados a lo dicho en la nota N° 10, pudieron haber exacerbado los ánimos colectivos hasta convertirlos en auténticos movimientos reivindicadores separatistas o por lo menos reformadores. Una vozarra de 1811 contra el subdelegado de Vilcashuamán, Cosme Echevarría, emitida en Cangallo en la fiesta del Cuasimodo, que anecdotiza Igue en boca de un ladrón y “cuchillista” beodo, lo des-cubre: “tan Sonsos como son estos Yndios que sin tener Rey, ni a quien obedecer están pagando Tributos injustamente”. La conjetura se basa en que aquél habría tenido una organización manejada por  staffs de indios que incluso habrían comprometido a comuneros de Sarhua, Tomanga, Huamanquiquia, Carampa, Carapo, Quispillaqta, Choqehuarcaya por un lado, y por otro, a indios de Huancapi, Hualla, Huambalpa y aledaños. Y sobre todo, porque este ambiente agitado pudo haber sido el caldo de cultivo para la subversión sostenida de los morochucos, o el facilitador que desató el vórtice revolucionario del ciclo independentista huamanguino. El telón de fondo habría sido la atmósfera económica y social de crisis de la monarquía española y el virreinato peruano (muy acusada en la región del Pampas y bien condensada por José Igue). De haber sido así, el límite cronológico del ciclo independentista que hemos demarcado podría extenderse a unos años antes. Nosotros hemos intentado hallar pruebas indiciarias en el archivo de la arquidiócesis ayacuchana sin obtener mayores luces, pues, es obvio que de haber existido estos staffs, tuvieron que haber sido protegidos por la discreción y el secreto. Por fortuna, José Luis Igue que ha llegado a barruntar lo mismo ha prometido estudiarlo pronto (Ver Igue, 2013: 14-15. Y también el mismo Raúl Oré, declarándolo en la conclusión N° 2 de su trabajo “Cangallo: Cuna de resistencia y férvidos alzamientos de indígenas: 1792-1816; Ver  2012: 112).

                       Inicialmente pensábamos (por algunos hechos concretos como la lectura y explicación de la Constitución de la Monarquía Española por curas como Josef Mariano y Espinoza en Huambalpa y Felipe Velasco en Cangallo) que el asunto de la transmisión de información ideológica lo cumplían en su integridad los curas doctrineros y los emisarios que los líderes de la revolución argentina habían sembrado estratégicamente en la provincia-objetivo (o excepcionalmente por los propios jefes de la subversión como Hurtado de Mendoza “El santafecino” que personalmente adoctrinaba a sus milicianos en su tienda de campaña), quienes al tener acceso a las fuentes de la Enciclopedia y conocer de primera mano los documentos como la aludida Constitución de la Monarquía y los administrativos emanados de la autoridad real y virreynal, podían pedagógicamente -haciendo uso de las lenguas mater, el quechua o el aimara, y a través de la prédica del púlpito en el caso de los curas- verter lo fundamental de los mensajes a los moldes cognoscitivos del pensar predominantemente concreto de los indios. Estos mensajes poco tendrían que ver con las abstracciones del pensamiento filosófico, político o jurídico, y  se habrían reducido principalmente a enjuiciar problemas cotidianos como la opresión, los abusos de los poderes civil y eclesiástico, la rebaja de tributos, y accesoriamente las ideas de nación, estado, democracia, culminando con el cómo hacer memoriales, cartas y demás adminículos de gestión ante las autoridades, etc.; lo harían con las técnicas de la evangelización o la catequesis, haciendo uso de parábolas, imágenes, representaciones teatrales, diálogos, sermones, repeticiones en coro, etc., que los teóricos de la Historia Cultural, la Historia Social, la Historia de las Ideas, la Historia de las Mentalidades y otras subdisciplinas de la historia intentan poner en claro. No debe olvidar el lector que las sociedades andinas eran sociedades orales y ágrafas, con una plebe colonial cuyo acceso a los servicios educativos era prácticamente nulo. Además, en el caso del Pampas, algunos grupos étnicos como los chillqes todavía hablaban el aimara y ciertos dialectos denominados genéricamente hawasimis, pese a la cuzqueñización forzosa de su lengua oficial operada desde los incas, problema que enfrentaron a su turno el extirpador de idolatrías Cristóbal de Albornóz, Guamán Poma de Ayala, Francisco de Ávila, y hoy los pedagogos de la Educación Intercultural Bilingüe. La hipótesis de la existencia de estos staffs indígenas nos proporciona alivio efímero; pero quizás pronto advirtamos que los problemas concomitantes, que por ahora no es nuestro por razones de espacio, se compliquen, porque necesitamos dar respuestas a un complejo de preguntas que, no disponiendo de las fuentes suficientes, no sabemos si podremos lograrlas positivamente. En efecto, necesitamos explicar el problema, por ejemplo, de cómo las sociedades étnicas o paraétnicas de Huamanga produjeron y difundieron las ideas que ahora sabemos lo siguen haciendo autónomamente sin necesidad de aculturarse ni alfabetizarse en el español, o más precisamente, aclarar enigmas de cómo procesaron mentalmente el discurso de la modernidad sin intermediarios, como los morochucos que al principio asumieron las luchas libertarias por cuenta propia. De otro modo no podremos obtener luces sobre temas como el nacionalismo inca, la construcción de identidades, la intelligentsia indígena, la modernidad en los Andes, etc. y,  por lo tanto, comprender satisfactoriamente el proceso independentista político que se desarrolló en los Andes que, hasta hace poco, creíamos era obra tan solamente de los criollos, convertido en un estereotipo. Hoy es el tiempo en que se habla de plebes ilustradas, de la historiografía de las ideas revolucionarias o del cambio social, el impacto de la modernidad y la postmodernidad en los Andes, la participación política de las antes excluidas capas sociales, empoderamiento de las mismas, los discursos políticos de la nueva plebe, la cultura popular y su inclusión real en la cultura nacional, etc. En ese sentido, los aportes de Henrique Urbano, Charles Walker, Steve Stern, Miguel Giusti, Alberto Flores, Juan Carlos Estenssoro, Aníbal Quijano, José Ignacio López Soria, Cecilia Méndez  y otros que mi ignorancia los excluye por ahora, han sido y deben ser cruciales en el Perú. En el caso nuestro, no es lo prioritario; nuestro propósito es más bien modesto, es rescatar el interés por la historia independentista huamanguina como una manera de contribuir en la reconstrucción de nuestra identidad en proceso de erosión y trasladar la nueva imagen al patrimonio de las nuevas generaciones para que sirva de motor en el logro de nuestra independencia económica y cultural cuya inequidad nos hace percibir todavía –con pérdida de nuestra autoestima social- que hasta ahora la República ha sido un fiasco y que los San Martín, los Bolívar y los verdaderos padres de la patria, han sido traicionados. ¿Cuándo se jodió el Perú? sigue siendo la pregunta vergonzante.

 12   El virrey Joaquín de la Pezuela le escribía al Ministro de la Guerra, el 5 de noviembre de 1818, así:
      Los Indios, en especial aquellos que se han levantado contra la causa y derechos del Rey, manifiestan bastante repugnancia para sujetarse a la contribución, sustituída al tributo y ha sido preciso la fuerza armada para restablecerla en muchos: son naturalmente inclinados a toda clase de maldades; la religión católica, en mi concepto, no la conocen; su aversión a la autoridad del Rey y la adhesión a sus Incas, son indelebles y tan arraigadas como en los primeros años de su conquista; por eso es que están siempre dispuestos a oir y seguir las sugestiones de los perversos, que los inducen a la rebelión y que tan ferozmente odian a los Españoles que se oponen a sus ideas. Los cholos (que son una casta mixta) son algo menos malos que los Indios puros y no se llevan generalmente entre sí, aunque se reúnen  con frecuencia contra los Españoles, esperanzados unos y otros, en que si logran destruir  a éstos, conseguirán hacer lo mismo con sus precarios compañeros. De cholos se componen la mayor parte  de los regimientos de milicia, que siendo muchos de alguna instrucción  y disciplina, son otras tantas reuniones  formales y permanentemente  prontas a obrar siempre que sus jefes  los induzcan a un levantamiento. De este principio se han originado en muchas partes las explosiones de la insurrección, casi simultáneas, a las mayores distancias y el riesgo será mayor  en adelante  porque todos, ya en nuestros ejércitos  o ya entre los rebeldes, han recibido una enseñanza militar  más completa, que puede ser fatalísima  al Estado. Me parece pues conveniente reducir el número de estos cuerpos de milicias y se hace preciso para  conservar la paz restituida  a los pueblos [….], etc. Todo lo que digo, está ajustado a exactísima verdad, menos en la idea de confianza que aparento tener  en los habitantes y en las tropas que están a mis órdenes, No puede haberla en la generalidad de los primeros, porque los buenos son apáticos, la opinión de los Cholos e indios, especialmente, no es favorable al Rey y la de a multitud de esclavos, sin excepción, está abiertamente decidida por los rebeldes, de cuya mano esperan la libertad. Tampoco puedo contar con las tropas del país que tengo reunidas, no tanto por muy recientes reclutas, como porque temo su deserción antes de este caso, a vista de la escandalosa continua e inextinguible que se experimenta en todos los cuerpos de esta Capital y de los que guarnecen la costa, la que es tan monstruosa, que a la vuelta de poquísimos días causa en ellos bajas enormes, que es preciso estar perpetuamente  reponiendo, con indecibles dificultades, fatigas y costos, por lo que he llegado a presumir que pueden haber seductores ocultos que las promuevan (Transcrito por Mariano Felipe Paz-Soldán en su “Historia del Perú Independiente”; 1er Período 1819-182l,Lima 1868: 66 y 67. En “El Perú y su Independencia”. Antología, Vol II. Lima 1971. Similar percepción lo tuvo el destructor de la idolatría del taqui onqoy) don Cristóbal de Albornoz, en 1560, cuando escribió: “Estos ingas siempre desearon volver a recuperar estos reinos por los medios posibles, y los han intentado…” (Ver su “Instrucción para descubrir todas las guacas del Perú y sus camayos y haciendas”. en Rev. Andina, Año 2, N° 1. Centro Bartolomé de las Casas. Cuzco).
                                                                                                                                                                             maxaguirrec@gmail.com

                                                                Cangallo, 22 de abril de 2015.


                                     

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