EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
EL CICLO INDEPENDENTISTA HUAMANGUINO
1814-1828
Max Aguirre Cárdenas.
Para la historia peruana oficial que ha
elaborado una teoría unilineal de nuestra independencia política, de enfoque limeño-céntrico
o si se quiere limeñófilo (es decir considerando a la ciudad de Lima como
protagonista privilegiada y núcleo de la gravedad histórica nacional, ignorando
o subalternando a otras que fueron también dignas forjadoras de nuestra
libertad)1, el 28 de
julio de 1821 se ha constituido en la magna fecha nacional que rememora el
ritual de la independencia del Perú del yugo español por haber ocurrido en la
capital del dominio virreinal y por su
cercanía temporal a la gloriosa Batalla de Ayacucho (estimada como el
acontecimiento que validó en última instancia la independencia del Perú con la
suscripción de un tratado, cuya bilateralidad superó a la unilateralidad de la
jura sanmartiniana y abonó su valor jurídico). Otras fechas que precedieron al
ceremonial independentista limeño, en las cuales se cumplieron también las
reglas básicas del debido proceso (consulta en cabildo y juramentación), como
en los casos acontecidos en Cangallo, Supe, Huaura y Jaén para mencionar
algunos ejemplos, fueron subestimadas y/o segregadas adrede. Sobre todo la de
Cangallo que no alcanzó la bendición de los aduaneros oficiales de la historia
y, recientemente, ni la atención protocolar del Jefe de Estado y sus
paniaguados, cuando el 7 de octubre de 2014 celebró el bicentenario de la jura
de su independencia (la primera ocurrida en el Perú, en el marco de la
revolución cuzqueña de 1814)2.
Que recordemos… a lo sumo mereció, en 1862, un pie de página que,
diligentemente José Hipólito Herrera en su “Álbum
de Ayacucho”, salvó para la posteridad la noticia de la hazaña cangallina,
explicitando lo testimoniado en un decreto del Congreso Constituyente de 1828
promulgado por el presidente La Mar. Sólo los ilustres historiadores Germán
Leguía y Virgilio Roel trataron de revertir tamaña mezquindad; pero tratándose
del primero, ni su autoridad ni su objetividad ni su prosa elocuente lograron
reparar la balanza axiológica usada por los divos del antedicho discurso histórico oficial y, a lo sumo, logró hacer
pasar la criba más rudimentaria (el casting
de prueba) para luego ser condenada por los inquisidores de la historia al apartheid científico, quienes,
adicionalmente, no satisfechos con el entuerto, extrapolaron su resolución a
toda las efemérides patrióticas huamanguinas, devaluándolas arbitrariamente e
instaurando la “verdad” de que la intendencia de Huamanga no cumplió sino
un papel modesto en el logro de la
independencia peruana. Historiadores como Manuel Pozo, Gervasio Álvarez, Pedro
Mañaricúa, José Ruiz Fowler, Pío Max Medina, Fidel Olivas Escudero, Milón
Bendezú, Carlos Mendívil Duarte y Hernán Vega Palomino, algunos de ellos
asiduos colaboradores de la famosa revista “Huamanga”
del primer Centro de Estudios Históricos Regionales, o Elías Prado Tello, Juan
José del Pino, Víctor Navarro del Águila, Narciso Gavilán, Moisés Bendezú, el
presbítero Salas Vitangurt, Edmundo Vidal y Manuel Beltroy, animadores de la
revista “Ayacucho” del Centro
Cultural Ayacucho, trataron de revertir esta suerte de apartheid, con mediana fortuna. Recientemente, teniendo a la vista
el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho una nueva generación de jóvenes
historiadores ayacuchanos, instigados por el ejemplo de investigadores como
Lorenzo Huertas, Pablo Macera, Gustavo Vergara, Ranulfo Cavero, Teodoro Hampe y
Domingo Tamariz, han emprendido la tarea
de reexaminar y/o revalorar el rol que le cupo cumplir a la región huamanguina
en las luchas independentistas del Perú que, para nosotros, fue de primerísimo
orden. Por ello, no pasan desapercibidos los trabajos de historiadores locales
como Gamaniel Ruiz, Virgilio Galdo, Nelson Pereyra, José Vásquez, Roberto Ayala
y el limeño José Igue, entre otros, a los que se suman los proyectos de la
nueva generación de historiadores egresados de la Universidad de Huamanga, aglutinados
en el nuevo Centro de Estudios Históricos Regionales (CEHRA) con su vocero: el
boletín “Huari”.
Si
reflexionamos contrafácticamente, es decir suponiendo metodológicamente,
premisas capitales que contrarían los
hechos históricos ocurridos en los escenarios peruano y europeo, con el
propósito de facilitar un mejor análisis de nuestra historia nacional: ¿Qué
hubiese ocurrido si los patriotas perdían la batalla de Ayacucho y se producían
de prisa enmiendas sustantivas de las coyunturas que favorecieron a
Latinoamérica y habían tornado inminente la independencia del Perú, si no
inevitable?3; o ¿Qué
hubiera sucedido si no se conseguía la Capitulación del Callao y Fernando VII
hubiera dirigido su cacareada Armada (dizque se encontraba lista en Huelva o
Cádiz, pese al desastre de Trafalgar)4
para aplastar la revolución independentista peruana, previa solución
diplomática de sus conflictos con Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal,
promoviendo una repartija territorial de América con ellos, y mitigar así la
profunda crisis económica y política de España? Los partidarios del condicionamiento
económico de la historia y los cambios en sus correlatos sociales, demográficos
y mentales que se operan en el largo tiempo, estimarán no pertinentes estos supuestos
contrafácticos, mientras que los que conciben la historia como el reino de la
libertad y el predominio de lo contingente, aunque no exenta de estructuras que
entretejen elementos sincrónicos y diacrónicos solidarios, no negarán que de
haberse dado estos supuestos por una convergencia de azares, la independencia –pese
a su inevitabilidad ontológica y la confluencia de factores ad-hoc
que la tornaron inminente, si no necesaria- se hubiera postergado muchos años
(¿Cuánto? ¿Un lustro? ¿Una década? ¿Cerca a las calendas griegas?)5; pero entonces la fecha
limeña hubiera pasado de moda, si no al olvido, como un eslabón más de la
cadena de intentos, más aún si -producida la Independencia- la Confederación
Perú-Boliviana hubiera sido consolidada6,
o el intento hispano de 1863-66 de reivindicar por lo menos parte de su colonia
peruana hubiera prosperado. Ésta habría sido la razón por la que Sucre, al dar
la orden de iniciación de la batalla, expresó con la mayor convicción la
célebre arenga: “¡Soldados!; de los
esfuerzos de hoy depende la libertad de América del Sur. Otro día de gloria va
a coronar vuestra admirable constancia”. Recíprocamente, en el parte
español –refiriéndose a los componentes indios y cholos peruanos que, en
aplastante mayoría, integraban la tropa realista- se dice: “Si se hubiera ganado la
batalla de Ayacucho habrían sido los más ardientes sostenedores del partido
español” (es decir, que el coloniaje hubiera subsistido muchos años más).
Los que han estudiado la batalla en mención, reconocen que las fuerzas
patriotas estaban en inferioridad de condiciones materiales (salvo la moral y
la calidad bélica de sus componentes, destacadas por Sucre), agravada por la
emboscada realista de Qollpawayqo que Trinidad Morán y los morochucos
impidieron heroicamente llegasen al desastre. En el parte oficial que el
general Sucre envió al Ministro de la Guerra, escribió: “Este desgraciado encuentro costó al ejército libertador mas de 300
hombres, todo nuestro parque que fue enteramente perdido, y una de nuestras dos
piezas de artillería; pero el es el que
valido al Perú su libertad”. Recordemos que Sucre llegó a la meseta de
Choquipampa o Aya-kuchu (Quinua) con 5,780 hombres y una sola pieza de
artillería, mientras que el virrey La Serna lo hizo con 9,310 efectivos y
catorce piezas de artillería, según el mismo parte oficial. Y de acuerdo a la
versión española: los patriotas con no menos de 7,000 hombres, y los realistas
con 11 piezas de artillería y 9,500 combatientes, de los cuales 500 eran
europeos y el resto peruanos, total que se redujo -con las escaramuzas libradas
y las deserciones- a una cifra entre 7,000 y 8,000. Algo más: Si se tiene en
cuenta que el ejército de Sucre ingresó desde antes de Qollpawayqo –atraído por
los movimientos tácticos del ejército de La Serna- a una larga altiplanicie que
simulaba una suerte de desfiladero o callejón sin salida, con muchas quebradas
y barrancas, flanqueado por la cadena montañosa de Pumaqawanqa por la derecha y
los despeñaderos esculpidos por los ríos Huatatas y Pongora por la izquierda, y
tenemos en cuenta que al final del callejón esperaban: dos mil montoneros
huantinos dispuestos a masacrar a los remanentes patriotas de la batalla, los
puentes de Mayoc y Marca destruidos ex profesamente y, más allá, blindando el cerrojo,
los indios realistas de Huando (adictos al asesinato gratuito) si acaso
llegaban todavía por allí los dispersos y los heridos patriotas, se arriba a la
conclusión de que el dios de Jacob apoyaba la causa hispanoamericana.
Pero hay algo más para el análisis: la
realidad económica, política y militar del Perú que atravesaba por una crisis
descomunal y que impedía -pese a la coyuntura larga favorable- seguir
sosteniendo una guerra costosísima que hasta hoy se refleja en la exangüe
situación de las provincias huamanguinas, huancavelicanas y apurimeñas. Nos
referimos a la extrema pobreza y la migración suicida que se han convertido en
enfermedades crónicas de sus villorios y aldeas. El tema nos demandaría mucho
espacio para exponerlo; por eso nos limitamos a transcribir -como garantía de
objetividad- un diagnóstico del propio Bolívar formulado en una proclama suya
de 13 de febrero de 1824, dirigida al Perú, muy fiel a su estilo, temerario y
optimista en las más grandes adversidades:
“Las
circunstancias son horribles para nuestra patria: vosotros lo sabéis, pero no
desesperéis de la República. Ella está expirando, pero no ha muerto aún. El
ejército de Colombia está todavía intacto y es invencible. Esperamos diez mil
bravos que vienen de la patria de los héroes de Colombia. ¿Queréis más
esperanzas? Peruanos: en cinco meses hemos experimentado cinco traiciones y
defecciones pero os quedan contra millón y medio de enemigos, catorce millones
de americanos que os cubrirán con el escudo de sus armas” (Vargas, 1971:
325).
En
una carta reservada de 8 de diciembre de 1825, un huamanguino que peleó
probablemente en la pampa de Quinua y exhibe ínfulas de guardián celoso de la naciente república,
denuncia una injusticia cometida en la Tesorería de Ayacucho y confirma al
soslayo el diagnóstico bolivariano:
“La Patria está sumamente pobre y de
consiguiente no tiene entradas seguras para soportar sus inmensos gastos de
guerra para garantir nuestra emancipación se van tomando arbitrios. […] ¿Qué
servicios ha hecho este a la Patria para que coma ociosamente el pan de ella
cuando los verdaderos patriotas y los mas que han sacrificado su vida en los
campos de batalla, están en la calle sin destino y arrinconados llorando su
infeliz suerte? […] Aquí se ha visto y experimentado todo al revés, los
venemeritos y calificados sin recompensa, y los que nunca sirvieron a la nación
y declarados godos premiados ¿esta es la patria?” (AGN, O.L.131-319).
El
ciudadano aquel protestaba por la creación de un puesto burocrático fantasma
para favorecer a un español. Siguen frases ácidas, reveladoras de que la
corrupción en el Perú es un viejo cáncer.
Hegemonía de la historia centralista y desmedro de las historias regionales
Pero
no se trata sólo de fechas ni de la devaluación del protagonismo cangallino: Como
hemos dicho poco antes, la historia tradicional limeño-céntrica (que supervive
en simbiosis con la vieja lectura hispanófila), ha evitado como secuela
reconocerle activismos decisivos en las luchas independentistas al pueblo de
toda la intendencia de Huamanga, honrando a lo sumo su suelo -no sin cierta
dosis de fariseísmo, con loas a lo Chocano u odas a lo Olmedo- de haber sido
sólo el escenario, impuesto por el azar, de la batalla final liberacionista del
Perú a manos de un ejército patriota hispanoamericano, comandado en lo
principal por extranjeros y pocos peruanos, y tropa compuesta por
grancolombianos, muchos yungas y serranos integrando la gallarda Legión
Peruana, pero no por huamanguinos o casi
nada de ellos (¿?)… Los 80 jinetes de la caballería guerrillera morochucana
de 800 miembros que comandaba el alférez Felipe Rosel y murieron en la refriega
de Qollpawayqo7, ¿no fueron huamanguinos?; los
numerosos cargadores de la impedimenta que también fueron morochucos, o Martín
Auqui que peleó indómitamente emulando a su abuelo Basilio Auqui, o el teniente
Juan de Alarcón: tesonero organizador de la revolución de 1814 en Huamanga e
intermediario directo de las instrucciones de Manuel Belgrano, José Angulo, San
Martín, Álvarez de Arenales, Bolívar, y de Sucre y Miller en la batalla en
mención en su calidad de ser edecán del jefe inglés, ¿acaso no fueron
huamanguinos?. Valentín Munárriz, uno de los héroes que lideró la independencia
de Cangallo y que tuvo como función principal -antes y después de la épica
batalla- el aprovisionamiento de víveres, la protección de los dispersos y heridos
de Qollpawayqo y Quinua desde su ubicación estratégica en el pueblo de Tambo, y
adicionalmente miembro fundamental del servicio de inteligencia patriota,
¿acaso no fue huamanguino, igual que sus émulos Manuel Galindo, Julián Morales
y Pedro Palomino que también lucharon por la justa causa desde 1814? ¿Habrán olvidado los condotieros de la
vieja historia secesionista que la provincia de Cangallo y sus morochucos y sus
“verde llaqes” de Hualla, formaban parte de Huamanga cuando ésta fue
sucesivamente corregimiento, intendencia, departamento y ahora región?8 ¿No se les ocurrió pensar
que la vieja historia de la independencia –preocupada por derramar loores a los
caudillos ahítos de charreteras y medallas áureas- fue habitualmente mezquina
con los héroes anónimos que ponían el pecho para recibir el plomo de la muerte;
historia avezada en desdeñar las funciones de los guerrilleros morochucos (incansables
combatientes, cargadores de los bagajes, espías a favor de la Patria, recolectores
de víveres, obreros de las maestranzas, etc.), de sus “rabonas” que acompañaban
leales a sus hombres de tropa y se dedicaban a cocinar el rancho, oficiar de
enfermeras, levantar la moral de los desfallecientes y hasta a veces blandir la
waraka o la espada contra el enemigo y, por añadidura, no eran retribuidas ni
con media peseta de cobre? (Un general era remunerado mensualmente con 666
duros de plata, un soldado de tropa con 10 duros, y los montoneros morochucos
sólo con el duro palo de la ingratitud nacional. Después de la batalla de
Ayacucho los protagonistas fueron premiados así: un general de división: 20,000
pesos; un general de brigada: 15,000 pesos; un soldado: 100 pesos. Sucre
recibió suculentísimos premios especiales como algunos jefes extranjeros que se
dividieron un millón y medio de pesos obtenidos por un empréstito londinense.
Que sepamos: ningún cangallino recibió un premio pecuniario, excepto algunas
pensiones que se otorgaron años después a las viudas de algunos jefes de
guerrillas como Landeo). Existen descripciones minuciosas de la célebre batalla
y exaltadas creaciones poéticas, sin embargo, en muchas de ellas no se les
menciona ni por elemental gratitud. En una de las placas del desaparecido Monumento a la Libertad, inaugurado en
1897 en el escenario de la batalla (declarado ahora Santuario Histórico),
después de los nombres augustos de los jefes protagonistas, al menos se les
decía de refilón un loor: “Aquí, al pie
del altivo Condorcunca, se decidió la terrible contienda entre la libertad y la
servidumbre […] y cinco mil héroes de la América del Sur, nos dieron patria y
hogar, rompieron las cadenas de trescientos años de esclavitud”. Ellos
fueron tan vencedores como los Sucre, La Mar, Gamarra, Córdova, Miller, Santa
Cruz, Lara, Burdett, O´Connor, Figueredo, Necochea, Estomba, Castilla, Morán,
San Román, Nieto, Tudela, Vivanco, Salaverry y algunas centenas más de jefes y
oficiales americanos y europeos. Si se suman los efectivos del ejército
patriota –exceptuando a los colombianos- los soldados, o como lo llaman
criollamente: “la carne de cañón”, fueron en su mayoría cuzqueños, huamanguinos
y cangallinos.
Dejamos para el final, incluir a José Mariano Alvarado, el líder
triunviro que hizo jurar la Independencia del Perú en Cangallo. Él, también
participó como capitán de caballería en las batallas de Junín y Ayacucho y por
ella fue premiado por ley del Congreso como los demás jefes y oficiales.
Infortunadamente, ignoramos todavía si nació en Huamanga pese a su alta
probabilidad. Cuánta razón tuvo Lorenzo Huertas, cuando en las Actas del Primer
Simposium Nacional de Historia de la Independencia, realizado en Ayacucho entre
el 25 y el 30 de noviembre de 1974, escribió: “… allí donde aparecen vocablos semejantes a rebelde, disociador,
insurgente, faccioso, se esconde, casi siempre, un olvidado o anónimo héroe de
la libertad” (Huertas, 1975: 5)
Lamentablemente,
la ley N° 14733, promulgada en 1963 por el presidente Belaúnde, por la que se
declaraba el 9 de diciembre de cada año como Fiesta Nacional y Día de la
Libertad y Confraternidad Americana, en homenaje a la batalla que selló la
independencia del Perú y de América del Sur (día de gratitud y reflexión,
destacada en rojo en los almanaques de antaño con igual importancia que el 28 de julio), fue refutada
por la ceguera axiológica de un inocente diputado que hizo aprobar la ley N°
24682 por el Congreso, por la que se reducía su vigencia únicamente para el
ámbito del departamento de Ayacucho, y en un acto de inconsecuencia cívica
–hilarante hasta el pecado- hizo declarar a la ciudad de Ayacucho como Capital
de la Emancipación Hispanoamericana. Por supuesto, el presidente que promulgó
la norma, el doctor Alan García Pérez, la firmó sin anteojos en un alarde de
palaciega productividad. Lástima que no se mencionara para nada a la heroica
provincia de Santa Rosa de Cangallo que gozaba al soslayo de dicho honor, en
razón a que al llevar el nombre de la santa limeña que había sido declarada por
el Congreso de Tucumán como Patrona de la Emancipación Hispanoamericana, ella
también se hacía acreedora simbólicamente de dicho mérito como reconocimiento a
sus luchas y padecimientos por la libertad del Perú. El Congreso Constituyente
de 1828 así lo interpretó. En la colonia, Cangallo había sido advocada con el
patronímico San Pedro; pero, desde 1828 fue honrada –añadiendo a su nombre
tradicional- el de la santa limeña, apareciendo oficialmente desde entonces con
el de Santa Rosa de Cangallo como símbolo republicano de la libertad
hispanoamericana (Aguirre, 2014: 87, o ver las Actas del citado Congreso y el
decreto del presidente La Mar de 28 de mayo de 1828). En el Perú se tiene fobia
a los símbolos cívicos que invitan al reencuentro espiritual con los forjadores
de la Patria y se prefiere resaltar -con vocación fenicia y pancista- los días
de ocio prolongados, dizque –como sucede hoy- para promover el turismo interno.
¡Y pensar que el Libertador Simón Bolívar había expresado contrito: “¡Peruanos,
no olvidéis jamás, os ruego, que a los ínclitos vencedores de Ayacucho lo
debéis todo”! ¡Y pensar que Cangallo –cuna de los heroicos morochucos-
sigue esperando para su plaza un Monumento a la Libertad, ordenado todavía por
el Libertador San Martín el 27 de marzo de 1822, y que un mandatario que no
entiende que hay símbolos cívicos que elevan el espíritu humano a su suprema
dignidad y que la sacralidad de ellos es constitutiva per se, objetó su cumplimiento con motivo del Bicentenario de la
Jura cangallina, expresando a tú por tú “que
no hay plata para monumentos ya que aquello no se come”! ¡Ah, la simonía de
algunos peruanastros que enmugrecen el glorioso currículo de la Patria, serán
absueltos por la historia?
Nosotros
discrepamos con las amarras epistemológicas, prejuicios y/o errores de la
historia oficial que se divisan en los párrafos expuestos; sobre todo porque la
visión limeño-céntrica ha conducido inevitablemente a poner las bases de la
tesis de la independencia concedida y no conseguida, por el hecho
sobredimensionado de reconocer erróneamente a la Jura de Lima del 28 de julio
de 1821 como la primera ocurrida en el Perú siguiendo el ritual jurídico
vigente y organizada por una expedición extranjera liderada por el general San
Martín. En principio, pensamos que puede ser más útil para la teoría de la
independencia peruana una perspectiva multilineal de análisis e interpretación
de los acontecimientos, o una de visión cíclica que supone inclusiones,
exclusiones, interferencias, polivalencias, equivalencias, etc. Como
fundamentar esta propuesta excede nuestros límites de espacio, nos conformamos
con mostrar que el escenario huamanguino de los años finales del siglo XVIII y décadas
iniciales del XIX, fue sede de acontecimientos que en conjunto configuran un
ciclo independentista de singular importancia para la historia peruana; ¡un
ciclo!, es decir, un período cronológico de duración limitada que estructura en
un continuum un conjunto de
acontecimientos pertinentes al fin que persiguen, o, que exhibiendo un inicio y
un desenlace en cuanto a su temporalidad, conjunta en un todo acontecimientos
correlacionados entre sí haciendo inteligible un propósito dirigido al logro de
un objetivo político, social o económico. Y claro, susceptible a repetirse en
el mismo espacio o en otro. En el caso de Huamanga, la amalgama de los hechos
correlacionados fue el thélos de la independencia peruana, pero realizado
localmente a través de la jura de la independencia de Cangallo, de Ayacucho y
Huanta y finalmente la gran batalla de Ayacucho. Un ejemplo de ciclo
independentista extranjero puede ser el de la revolución argentina que empieza
con la invasión inglesa de Montevideo y Buenos Aires en 1806 y concluye con el
derrocamiento de Carlos Alvear en 1815, período en el que se suprimen los
mayorazgos, se eliminan los títulos nobiliarios, decretan la libertad de los
hijos de los esclavos, aunque no se proclamó la independencia como en Lima,
pues impusieron directamente una Junta de Gobierno en 1810. Ello para mostrar
que la revolución independentista latinoamericana no fue necesariamente
producto de la crisis de sucesión española, ni de la invasión napoleónica, ni
de la constitución de la Junta Central de Madrid y las Juntas provinciales. En
conjunto, estos hechos fueron los elementos favorables de la coyuntura que la
facilitó y apuró, pero no la determinó ineludiblemente; las causas fueron más
profundas y estuvieron decantándose paulatinamente en los matraces de la
opresión y la dominación. Ya en la época de Bolívar en Francia, allá por
1804-1805, cuando el Libertador frisaba apenas los 22 años, Humboldt le decía a
éste de que Latinoamérica ya había alcanzado la madurez para hacer posible su
independencia y que faltaba sólo el hombre preparado para una guerra de tal
magnitud (Blanco, 1941: 127). En efecto, el deseo de los americanos por la
independencia, era una suerte de aroma floral de primavera que se respiraba en
el ambiente del Nuevo Mundo, a diferencia de los miedos nocturnales que
carcomían el alma de los opresores.
Huamanga, cuna de la Independencia peruana.
Para
malestar de los corifeos de la visión centralista de la historia peruana que
desean para Lima todo el cúmulo de honores, sostenemos que la intendencia de
Huamanga fue otra gran protagonista que promovió decisiva y sostenidamente la
obtención de la independencia peruana, pero es hidalgo también reconocer que su
capital, la ciudad de Huamanga, fue la primera en jurar solemnemente el reconocimiento
como Rey de España a Fernando VII, el 2 de octubre de 1808 (es decir, antes que
la propia Lima, que lo hizo el 13 de octubre del mismo año), evidentemente por
decisión e influjo de su patriciado9.
Así como fue la primera en honrar su fidelismo a la monarquía hispana, vale
decir a su opresora, cuando aquélla cayó prisionera de los franceses, al punto
de sollozar y erogar suculentas sumas para su liberación, del mismo modo, una
provincia suya como Cangallo, fue la primera en jurar su independencia el 7 de
octubre de 1814, casi siete años antes que en la capital del virreinato (vale
decir antes de la Independencia de Lima declarada y jurada el 28 de julio de
1821, gesta que significó oficialmente también la Independencia del Perú); pero
también fue la única que se negó a jurar jamás la Constitución Vitalicia de
1826, fiel a la Patria y enemiga de toda monocracia.
Y,
para hacer posible el desiderátum anotado, es decir, el deseo que se mostró
inicialmente como un rechazo a los invasores desde el mismo momento en que
éstos pusieron los pies en Vilcashuamán cuando se dirigían al Cuzco,
encabezados por Hernando de Soto, para apoderarse de sus riquezas, Huamanga fue la primera en usar la estratagema
de la resistencia cultural como alternativa a la estrategia militar
tecnológicamente atrasada comparada con la del enemigo (nos referimos al
movimiento subversivo del taqui onqoy). Y frente al fracaso de este recurso,
fue una de las primeras en cambiar de estrategia y tomar nuevamente las armas
cuando la ocasión lo exigió. No fue pues una mera espectadora del drama,
indiferente y amante obtusa del statu quo.
Para demostrarlo haremos adelante una cronología de los principales
acontecimientos que justifiquen el subtítulo asignado al parágrafo, esto es, que
Huamanga puede ser considerada -sin tremendismo- la cuna de la independencia
peruana. En un trabajo precedente ya demostramos que la provincia de Cangallo
fue la cuna de la primera jura de la
independencia; ergo, no es imposible que Huamanga sea vista como la nodriza que
atendió el nacimiento de la libertad peruana.
El inventario de los movimientos sociales
depende indudablemente del marco conceptual o la semántica que sobre ellos y
sus medios se adopte. La historiografía regional ayacuchana había registrado,
hasta hace muchas decenas de años, algo de cuarenta movimientos sociales entre
protestas, asonadas y motines anti-españoles ocurridos en su circunscripción
desde 1539. Nosotros hemos registrado hasta ahora algo más de 87, sin
considerar todos los hechos pasibles a ser calificados como pertenecientes a la
resistencia pasiva. No hay duda que parecido incremento observaríamos si
nuestro inventario abarcase todo el espacio peruano colonial. Por ejemplo,
según Jorge Tovar, sólo en los 29 años que transcurrieron entre 1730 y 1759 se
registraron 26 levantamientos de descontento, mientras que en el período de 19
años, entre 1760 y 1779, se sumaron 86. O sea, 112 movimientos en apenas 48
años, todos en el siglo XVIII y 50 años antes de la gran revolución de Túpac
Amaru (Cit. Urrutia, 1985: 175). Ahora sabemos, gracias a Carlos Dávila, que
incluso entre los habitantes de la floresta peruana hubo 17 levantamientos
desde 1579 hasta 1866 (Ver Macera, 2009). Y, ¡oh sorpresa!, Manuel de
Odriozola, en uno de sus clásicos trabajos indica que en 1565 ocurrió una
“primera tentativa de Independencia” promovida por los indios huancas en
coordinación con los caciques y principales indios de este reino, quienes
pagaron con sus vidas el intento, es decir, apenas a los 30 años después de la
conquista. Afirma que dicho testimonio lo halló en una carta del cura Felipe de
Luján Briceño de Balderabano, dirigida al virrey Lope García de Castro y
atestiguado por el escribano Francisco López en 1566. (Odriozola, i872, Tomo
III: 3).
Hasta
donde se tienen noticias, merced a los trabajos de Huertas, Vargas Ugarte,
Golte y otros, la mayor parte de los movimientos indígenas en la región fue
provocada por los abusos de los corregidores, encomenderos, curas, escribanos y otros zánganos de la
burocracia colonial. Los programas de protestas comprendían rebajas de tributos:
de tasas por servicios religiosos, gabelas y sisas; eliminación de mitas, capellanías, servicios
personales gratuitos, primicias, repartimientos, el monopolio comercial, etc.
Algunos movimientos indígenas tuvieron un mayor alcance contestatario al
convertirse en auténticos alzamientos locales contra la autoridad virreinal
representada en provincias por el
corregidor de indios. Pero el grueso de ellos estuvo constituido por protestas
tumultuarias, reuniones clandestinas, mítines violentos, motines, alzamientos
menores, bandolerismo político, difusión de pasquines, demandas judiciales,
etc. y sólo se convirtieron en una verdadera guerra independentista cuando los
morochucos emprendieron la lucha armada desde 1814, hasta 1828.
Evidentemente, no todos los movimientos
fueron independentistas, pero en la nervadura de ellos siempre circuló
-consciente o subliminalmente- la vocación de poner en cuestión al invasor y/o
separarse de España, incluso en los movimientos puramente antifiscales o
anticlericales, autonomistas o reformistas, y aun cuando en los casos más
graves, se invocaba la lealtad al soberano de turno, como fue en el caso de
Fernando VII en el ciclo de las juntas gubernativas, e incluso en las primeras
luchas de Huanta antes de naufragar en los delirios fidelistas del iquichano
Navala Huachaca. A continuación, presentamos los casos conocidos, suficientes
para mostrar la fortaleza de nuestra tesis: Que en la patria huamanguina se
produjo -desde el mismo arribo de los invasores hispanos a su suelo o, si se
desea, desde la toma de Cajamarca, hasta 1828- enfrentamientos bélicos con
ellos, dirigidos a expulsarlos del territorio peruano, del que Huamanga y
Vilcashuamán eran dos de sus asientos estratégicos más importantes. Primero fue
el ser teatro de las luchas entre los bandos incas de Chalkuchima y Quisquis,
al que se sumó las incursiones de Manco Inca desde la floresta cuzqueña creando
zozobra entre los primeros conquistadores que se vieron obligados a fundar
Huamanga. Cuando se consolidó la invasión y se instituyó el virreinato, una
retahíla de hechos subversivos fue la respuesta de sus habitantes a la infame
dominación, aunque debemos admitir que en momentos críticos la aristocracia que controlaba las instituciones
claves como el Cabildo y el Episcopado, se constituyeron en opositoras de la
independencia nacional (por ejemplo, en vísperas de la batalla de Ayacucho, los
cabildos de Huamanga y de Huanta expresaron su apoyo al Rey y sus fuerzas
realistas; y en 1819 el obispo Pedro Gutiérrez declaraba oficialmente su
oposición a la independencia). Aún más, cuando se dieron las condiciones
propicias para conseguir este fin, confluyeron en el escenario huamanguino, entre
1812 y 1828, un conjunto de acontecimientos correlacionados por los intereses
de la liberación en un lapso diacrónico limitado y exigido por la lógica de las
condiciones materiales y mentales que gobernaron el proceso, y que lo hemos
denominado el Ciclo Independentista Huamanguino, cuyos eventos sobresalientes
fueron la independencia de Cangallo y el sello de la independencia del Perú
representado por la batalla de Ayacucho. He aquí, pues, nuestro inventario:
1533 Choque armado de los vilcaínos y las
fuerzas de Quisquis contra la embajada de Hernando de Soto que marchaba al
Cuzco.
1536 Alzamiento de los indios de Vilcashuamán
como parte de la rebelión generalizada de los indios del reino. Pizarro envía
para su sofocamiento a Juan Mogrovejo de Quiñones y 20 jinetes. Pero antes que
llegaran a Vilcas estuvieron rodeados dos días por “mucho número de indios de
guerra” en Huamanga matando a uno. Al volver de Vilcas, nuevamente fueron
atacados por los indios de Huamanga muriendo 6 españoles, 17 caballos y un
negro. Después de esto, los godos soportaron dos o tres guasábaras y ataques
repentinos al día, conforme huían. Al decir de un testigo, llegaron a Lima
“descalabrados”.
1536 Cuando Manco Inca sitiaba al Cuzco, la
expedición de apoyo a los españoles dirigida por Gonzalo de Tapia, es
destrozada por Tito Yupanqui y los anqaras cerca del río Pampas (subiendo desde
la actual Huaytará en Huancavelica).
1536 Una expedición similar a la anterior
encabezada por Diego Pizarro, compuesta por 150 jinetes y miles de indios
predominantemente huancas, es derrotada en Parcos por las fuerzas de Tito
Yupanqui y los anqaras.
1536 Alonso de Alvarado, al frente de 500 jinetes y más de 500 infantes derrotan
en Rumichaca a los coaligados. Antes de esta derrota habían vencido a tres
expediciones españolas más, pero en otros escenarios no vinculados a Huamanga.
1539-1571 Repercusiones de la rebelión de Manco Inca en
la región Huamanga.
1565 Aparición y difusión del movimiento de
resistencia cultural del Taqui Onqoy en el centro-sur huamanguino.
1588 Conjura de los Anqaras (Angaraes) para dar
muerte a los españoles.
1600 Guamán Poma de Ayala es sentenciado por la
justicia colonial a ser extraditado de
su patria huamanguina y a ser humillado recibiendo 200 azotes públicamente. Él
libraba la gran batalla ideológica escribiendo para el Rey y la posteridad su
alegato la “Nueva Corónica y Buen
Gobierno”, desnudando la naturaleza etnocida de la dominación española y
postulando una República de indios.
1601 Decapitación del corregidor García de
Solís por sospechas de subversión.
1611 Se registra denuncias de los curacas
huamanguinos contra los abusos de los
corregidores que dio lugar a un informe pedido por la autoridad real.
1612 Se otorga una ordenanza a favor de los
indios Cañaris de Vilcashuamán para no pagar mitas ni tributos.
1616 Se formula una lista extensa de los indios
de Huamanquiquia, Carapo, Sancos, Huambo y Mirata, de la provincia de Cangallo,
muertos en las mitas de Huancavelica.
1621 Se formula en Huamanga una denuncia del
Protector Natural de Indios, Mateo de Vivanco, sobre los abusos de los que eran
víctimas los indios de Lucanas y Vilcashuamán y que estaba originando el
despoblamiento de estas provincias.
1662 Los curacas de Huamanga Juan Crisóstomo
Chilingano Atagualpa, Tomás Atauge y Venito Ramos, presentan un memorial al Rey
solicitando que remedie la situación de suma pobreza y agravios a los indios, acompañando
una carta del curaca de la parroquia de la María Magdalena, Juan Chilingano Atagualpa.
1662 Cristóbal Yamque, cacique principal de
Huamanquiquia, Carapo y Huambo de la provincia de Vilcashuamán acusa, en una
carta al Rey, al cura D.D. Juan González Duran por agravios, granjerías, tasas
elevadas por servicios religiosos y otros abusos.
1667 Conspiración de los mitayos de la Villa
Rica de Oropesa (Huancavelica). Aunque Ayacucho y Huancavelica se habían
desligado en 1591, desde 1612, al crearse la diócesis de Ayacucho, Huancavelica
cae nuevamente en su red, hasta que en 1825 Bolívar los integra nuevamente.
1703-1704 Los indios parroquianos de Santa María
Magdalena y Santa Ana (ayllus Chilqe y Andamarca), protestan por el
encarcelamiento de sus caciques y alcaldes por indebidas deudas tributarias, y
exigen la libertad de los mismos.
1712 Denuncia del cacique de Santiago de
Chupamarca y otros contra el cura Bernardo Moscoso por inconductas graves.
1720 Revuelta
contra la mita y los tributos de la mita de coca en Muyunmarca, La Mar.
1723-1726 Rebelión de Castrovirreyna en tiempos del
virrey José de Armendáriz.
1724 Protesta de los nativos de la selva alta
huantina contra los tributos elevados.
1726 Revuelta contra el corregidor Gregorio
Hortiz en Andahuaylas.
1730 Resistencia
contra los curas de las comunidades de Chipao, Aucará y Cabana, en la provincia
de Lucanas.
1730 Revuelta contra el corregidor Esteban
Manuel de Yurre dirigido por el ex alcalde de indios Gregorio Liclla, en
Lucanas.
1730 Ajusticiamiento del corregidor de
Castrovirreyna, Juan Bautista Flaudiño.
1732 Levantamiento de los indios por abusos de
los hermanos Azores-Hernández.
1734 Protestas en Anco contra los tributos,
pidiendo su eliminación.
1734 Levantamiento contra los hacendados
Vásquez y prisión de los mismos, en la
provincia de La Mar.
1736 Levantamiento
indígena en contra de Andrés Díaz de Palazuelos, en Lucanas.
1736 Levantamiento contra el cobrador de
impuestos y el enterrador de mitas don
Joseph de Villanueva, en Atunsulla (Castrovirreyna).
1732
Los indios dan muerte al corregidor
Eusebio Joaquín de Azores y al cura
jesuita Rafael Hernández por los abusos cometidos por el primero,
también en Castrovirreyna. El miedo a que se convierta en una rebelión
generalizada el virrey Castelfuerte se vio obligado a premiar al alcalde que
los ejecutó.
1737 Zozobra social provocada por el alcalde de
Huamanga don Nicolás de Boza y el cura Juan Gutiérrez.
1744 Conspiración indígena de Huanta, muy parecida
en sus proyectos a la sedición del Corpus Christi de 1812, aunque sin
consecuencias visibles.
1745 Levantamientos populares de los indios de
las dos parroquias: Santa María Magdalena y Santa Ana, protestando por abusos
de los españoles.
1746 Protestas de los artesanos oponiéndose a
imposiciones injustas, en Huamanga
.
1746-1751 Movimientos de apoyo en Huamanga a Juan
Santos Atahuallpa.
1749-1751 Movimientos anti-hacendados de los nativos
selváticos de La Mar.
1756 Levantamiento indígena en defensa de las
tierras comunales que pretendían apoderarse unos españoles y mestizos que,
además, los mantenían impagos; en Angaraes.
1763 Protestas
tumultuosas en Vilcashuamán contra el corregidor José Manuel de la Vega Cruzatt
por el tema de los tributos y los repartos.
1764 Levantamiento de los indios contra don Juan
Carrillo y Albornóz, en Huancapi, protestando por el cobro de tributos
elevados.
1764 Protestas contra los elevados tributos,
en San Luis de Huancapi (Cangallo).
1765 Insurrección
de los indios de Moya, en Huancavelica, develada rápidamente.
1771 Acusación de conspiración y levantamiento
del cura Cayetano Montenegro y Alvísuri por el corregidor Joseph Ordoñez y
Nattera, en el santuario de la Vírgen de Cocharcas en Andahuaylas.
1771 Disputas por tierras entre los caciques y
principales de Chipao y Sondondo, en
Lucanas.
1771 Revueltas contra el corregidor Joseph
Ordoñez y sus repartos, en Andahuaylas.
1771 Tumultos en el santuario de Cocharcas
(Andahuaylas).
1772 Protestas
en Sondondo la tierra natal de Guamán Poma de Ayala.
177
¿? Alzamiento contra el corregidor
Quiñones en Lucanas.
1774 Revuelta en el obraje de Qaqamarca de
Vilcashuamán en contra de su administrador.
1776 Protestas
en Parinacochas. Tres levantamientos indios contra el general Sugategui y
Toronda.
1777 Revuelta
contra el corregidor marqués de Feria por abusos en el reparto y huída del mismo.
1777 Se pegan nuevamente pasquines
subversivos en Huamanga y en Huancavelica
mostrando protestas pro-independentistas.
1778-1780 Repercusiones contestatarias en apoyo a
Tupac Amaru II. Sublevación en Huamanga.
1780
Adhesión tumultuosa de Huancavelica a la
revolución de Tupac Amaru II.
1780 Revuelta
organizada por el cura Dr. Alberto Capetillo en contra del corregidor, en
Huamanga.
1781 Levantamiento de Pablo Challco en Chungui, en
apoyo de Tupac Amaru II.
1781 Revuelta en Vischongo (Cangallo) en apoyo
de Tupac Amaru II.
1782 Revuelta de los mestizos Martín Gutiérrez y
Gregorio Gutiérrez en contra del Justicia
Mayor, Gregorio Talavera, en la ciudad
de Huamanga.
1787 Tumulto
e intento de homicidio del Teniente Visitador de Cangallo que acaece en
Vischongo.
1792-
1816 Ciclo de alzamientos indígenas
contra las acciones de curas que olvidaron su misión fundamental: la
evangelización y la liberación espiritual y terrenal para acceder al reino de
Dios, en Cangallo.
1792 La Revolución Francesa de 1789 se deja
sentir en Huamanga. El clero a través de su cabeza, el obispo don Bartolomé
Bernardo Fabre de Palacios es objeto de agresiones por la vía de los pasquines.
Uno de éstos decía: ”viva la libertad
francesa y fuera la tiranía”.
1792 Revueltas en Huambalpa (Cangallo) contra
el cura Eusebio Gutiérrez.
1793 Querella de los indios de Pomacocha
contra don Bernardo Mendoza por abusos.
1795 Pegado cotidiano de pasquines infamatorios
en las puertas de la catedral huamanguina.
1802-1803 Los indios de Chuschi piden la separación
del cura Dr. Diego de Silva al intendente O´Higgins, acusándolo de corrupción y
reincidente, dado que en 1793 había sido acusado de lo mismo. Los curas que en esta misma época habían sido
mal vistos por los indios fueron: D. Ignacio, Joaquín García, D. Pablo y Juan
Bautista León, los mismos que fueron también denunciados por O´Higgins.
1804 Protestas contra el cura José Antonio del
Risco por faltas graves, en Chuschi (Cangallo).
1805 Motín de Tiquihua contra el cura Balmaceda
e hijos, en Hualla (Cangallo).
1805
Los abucheos de Chupamarca, en Huancavelica,
por el cobro de capellanías.
1806 Levantamiento contra el cura Diego Silva
en Chuschi (Cangallo).
1807 Levantamiento contra el cura Calixto Cárdenas
y Berrocal en Huambalpa (Cangallo).
1808 Tumultos contra el cura José Pérez en
Tambo (San Miguel).
1809 Trifulcas graves en Huancasancos
(Cangallo) por el cobro de mitas.
1809 Manifestaciones populares anti-españolas,
en Huamanga. Coincidiendo con los
sucesos revolucionarios de La Paz, se inician a difundir amenazas de
exterminio contra los españoles, en una suerte de terrorismo blanco.
1810-1811 El bandolerismo de huamanguinos y huantinos.
1811 Conjura contra el intendente Demetrio
O´Higgins. La noche del 28 ó 29 de junio estuvo destinada al exterminio de españoles y patricios
realistas a la señal de un cohetecillo que debía reventar en un Tambo. Uno de
los planes era colocar como intendente al diputado Ruiz de la Vega a través del
alcalde José Matías Cabrera.
1811-1812 Prosiguen las manifestaciones anti-españolas
en Huamanga.
1812 Sedición del Corpus Christi
(Cangallo-Huamanga).
1813 Protestas campesinas en Huanta.
1814 Expedición revolucionaria de Mariano Angulo,
Manuel Hurtado de Mendoza y Gabriel Béjar a Huamanga. Batallas de Huanta y
Matará.
1814 Se sublevan en Huancavelica las milicias
para integrarse en Huamanga a la expedición revolucionaria cuzqueña. Pelean en
la batalla de Huanta.
1814 Nuevas protestas contra el cura José
Antonio del Risco en Chuschi (Cangallo), por extorsiones y hostigamiento,
impulsadas por las ideas liberales en plena boga.
1814-1822 Jura de la independencia cangallina. Se dan
muchas batallas contra los realistas, quema de pueblos y estancias en las
provincias de Cangallo, Lucanas y Parinacochas.
1815 En un informe de 27 de enero, en Madrid,
el diputado por Huamanga Martín José de Mujica, informa sobre “Lealtad
constante de Huamanga a sus reyes”.
1815 Sucesos revoltosos en Ongoy (Andahuaylas) en
la hacienda del marqués de Mozobamba, dando vivas a la Patria. Fueron acusados
de insurgentes Pedro José Landa y su hijo Santiago Landa, y otro reincidente de
alta traición.
1817-1818 Prosiguen las manifestaciones antirrealistas
en Huamanga.
1819 El obispo de Huamanga Dr. D. Pedro
Gutiérrez se declara adversario de la
causa independentista.
1820 Manifestaciones anticoloniales y el arribo
de Juan Antonio Álvarez de Arenales. Juras de la independencia en Huamanga y
Huanta. No se duplicó en Cangallo pese a que Arenales entró en contacto
temprano con los morochucos, porque Cangallo ya había jurado su independencia
el 7 de octubre de 1814.
1820 Un grupo numeroso de mujeres de Putica
(Cangallo) al no disponer de armas, excepto sus palos y warakas, se enfrentan
verbalmente al ejército de Ricafort, insultándolos y sufriendo arrestos. Ello
sucedió en el primer holocausto de Cangallo de 2 de diciembre de 1820. Así lo
denunció el vicario D. Venancio.
1821-1824 La guerra independentista sanmartiniana y
bolivariana en Huamanga. Batalla de Ayacucho.
1826-1828 Guerra contra los iquichanos realistas.
Por
descuido, no registré la fecha de la denuncia que hace el intendente de Lucanas
Juan Corpus Santa Cruz al cura D.Juan Vizente Elizes, a nombre de las
comunidades de Collana, Chaupi, Pichqachuri, Chillques y Cayau, por
incumplimiento en lo corporal y lo espiritual. Los indios lo acusan de
extorsión y piden su cambio, arguyendo además la opresión que padecen.
(Ver
Rubén Vargas Ugarte, 1956; Luis Durand Flores: 1984: 424 y 425); Lorenzo
Huertas Vallejo, 1975; Scarlett O´Phelan, 2012: 329 a 337; Max Aguirre, 2008:
422 y 423; José María Vásquez, 2011: 196 a 200; Tulio Carrasco, 2003; Jaime
Urrutia, 1985: 175, y Raúl Oré Carhuas, 2012)
.
¿Subversión permanente o aparentes silencios subversivos?
Los períodos dilatados de silencio que aparentemente se advierten
en el coloniaje huamanguino10,
por ejemplo entre 1621 y 1662, pueden deberse a nuestro desconocimiento
derivado de la carencia de fuentes escritas, ya sea por destrucción o extravío
de éstas, o porque no todos los hechos de valor histórico han sido registrados.
Sin embargo, en las sociedades orales de Huamanga, por la agrafía de ellas,
muchos hechos quedaron grabados en la memoria colectiva en forma de tradición,
algunos de los cuales -al impulso de la función fabuladora del cerebro humano-
fueron convertidos en relatos míticos codificados por el subconsciente como en
el caso del origen de los morochucos y el retorno de inkarri, para poner unos
ejemplos. Además –como hemos afirmado- la valoración de los acontecimientos que
caracterizan los movimientos sociales independentistas depende mucho del mapa
conceptual semántico que se adopte para
el marco teórico de una investigación. Si proponemos que el constructo
“movimientos sociales independentistas” se objetiva sólo en protestas, motines, batallas y
revoluciones, es decir sólo como resistencia
violenta a la dominación opresiva, evidentemente, en el proceso huamanguino
y en general en el peruano, hubo períodos de silencio; pero si en el constructo
incluimos expresiones colectivas de resistencia
pasiva que en ciertos momentos resultaron más eficaces que las luchas en
las que la violencia corporal y el uso de las armas predominaban, como el
apelar al uso de memoriales, demandas ante la audiencia y la autoridad
eclesiástica, cartas al rey, libros, panfletos, pasquines, etc., nuestra
lectura del proceso independentista huamanguino cambiará significativamente.
Pero si además incluimos la generación y difusión de las ideologías que las
motivaron y albergan los valores que actuaron como causas finales, y
supletoriamente añadimos el examen del complejo de conductas que codificaron
las subversiones o las revoluciones y se procesaron en
silencio en la mente del pueblo
otorgándole distintivos a su utillaje mental como descubrimos -por ejemplo- en
la ideología del movimiento del Taqui Onqoy, en el de Juan Santos Atahuallpa,
en las protestas anticuras de las etnias del valle del Pampas y seguramente en
algunos pueblos de la floresta andina como asegura Carlos Dávila, la evidencia
se reduce casi a cero, obligándonos de paso a repensarlos históricamente. Pero,
si pese a lo dicho, se insiste en la existencia de tales espacios neutros de
silencio, éstos deben calificarse perfectamente como períodos de tregua y/o
agotamiento naturales, generados –a nuestro juicio- por cinco factores
predominantes que actuaron sinérgicamente: 1.-
Por la presencia cercana de la fortaleza principal del poder español: Lima, que
permitía el auxilio rápido de las tropas represoras con gente y bastimentos. 2.- Por la superior tecnología guerrera
de los invasores traducida en armas desequilibrantes y mejor preparación
militar de sus hombres, ambas intimidantes, si no paralizantes. 3.-, Por la vigencia de una
jurisprudencia penal que castigaba la subversión contra el Rey (que
personificaba la nación y el Estado españoles y cuya fuente de su poder
absoluto emanaba de Dios) con penas extremas como el etnocidio, consistente en
la quema y el arrasamiento brutal de los pueblos, la muerte de los reos y su
parentela, la confiscación total de sus bienes, la repatriación hacia cárceles
muy lejanas, etc. La infidelidad al rey se consideraba como traición a la patria, mientras que el
indulto era utilizado como un arma para sofocar levantamientos, y las medallas
de oro para premiar a los caciques fieles al rey. 4.- Por la política
ideológica represora de la Iglesia desplegada como un través en la extirpación
de las idolatrías (a nivel de la casta indígena) y el empleo del poder suasorio
antisubversivo de la Inquisición que legitimó para sí el uso psicosocial
de la violencia no-bélica (para las
demás castas), aunque no actuase directamente en Huamanga sino a través de un
Comisario. Otras herramientas efectivas para el control ideológico y social era
la pena de excomunión y el Index que impedía la comercialización y lectura de
libros potencialmente subversivos. 5.-
Por la bárbara debacle etnocida de los indios que siguió al período de la
conquista, traducida en la explotación inicua de las fuerzas productivas, descalabro
demográfico, pérdida de los medios de producción, declinación severa de la
producción y la productividad agropecuarias, desestructuración de la sociedad
nativa y su cultura, falsificación de instituciones sociales como la mita, la
minka y el ayni, e introducción de otras como el compadrazgo, el padrinazgo, el
mayorazgo, el almojarifazgo, etc.; pobreza extrema, desesperanza, malestar
depresivo latente, aflicción social y la cuasi parálisis espiritual expresada
muy bien por el indio huamanguino Guamán Poma de Ayala a través de su dramático
lamento “¡Y no hay remedio…!” que,
como un estribillo quejumbroso, epiloga sus escritos. ¡Claro!,
¡hasta que la conciencia del orden perdido y su éthos dionisíaco recuperado reclamó
uno nuevo a través de la inauguración de
ciclos renovados de luchas libertarias en distintos espacios, unos alimentados
por la nostalgia del incario y buscando su retorno a él, otros –conscientes de
la imposibilidad de restaurar el pasado- alentando gobiernos constitucionales! Ello
se habría alimentado en Cangallo, por ejemplo,
con la difusión de la Constitución gaditana a través de los sermones de
los curas Felipe Velasco y Joseph Echaveguren. Por algo, el hermano del
primero, Pascual (apodado “el indio Velasco”) fue fusilado inmisericordemente
por Carratalá, y él mismo, fue apresado por éste y conducido a Huamanga,
después del incendio de Cangallo el 17 de diciembre de 1821.
Epígonos e hitos históricos del ciclo independentista huamanguino
Por ello,
después de la gran gesta tupac-amarista de 1780 y como epígonos preparatorios
del ciclo independentista huamanguino, se cuentan: el levantamiento en Chungui
del indio andahuaylino Pablo Challco, sito en la actual provincia de La Mar, en
1781. También en 1781, el tumulto en la feria
de Cocharcas (Andahuaylas) en apoyo a Tupac Amaru II y el tumulto de
feriantes e indios en Vischongo (Cangallo) dando vivas a Tupac Amaru al retorno
de la fiesta patronal de la Virgen de Cocharcas. En 1787, el tumulto e intento
de homicidio del Teniente Visitador de Cangallo que acaece asimismo en
Vischongo. Entre 1792-1816, movimientos sociales contra algunos curas
doctrineros, que ocurren en Hualla, Huambalpa, Chuschi y Chupamarca, de los
cuales destaca, en 1805, el motín de Tiquihua, pueblo de la doctrina de Hualla11, contra
los abusos del párroco Balmaceda y sus hijos, y en1795 los pasquines
infamatorios cotidianos pegados en las puertas de la catedral huamanguina. Podemos
también incluir las trifulcas en Huancasancos por el cobro de mitas en 1809, el
mismo año en que los artesanos, campesinos y comerciantes huamanguinos amagan
contra el colonialismo después de haber
sabido los sucesos revolucionarios de La Paz. En 1810 y en 1811, se tiene
noticia de los bandoleros huantinos conocidos como los “Alzados de la Paz” que
pretendían combatir a los españoles por las vías del delito.
En realidad,
como dijimos, los eventos subversivos habrían sido muchos más; lamentablemente
las noticias en torno a ellos se han perdido junto con los testimonios documentales;
sin embargo, de vez en cuando, se descubren todavía novedades en la medida de
cómo se van catalogando archivos relativamente vírgenes como el de Huancavelica
y el mismo archivo de la arquidiócesis ayacuchana. Por ello, es probable que
los acontecimientos registrados en nuestro trabajo no incluyan todos los
eventos ocurridos en Angaraes, Castrovirreyna y Huancavelica, provincias
integradas en gran parte del coloniaje al corregimiento o a la diócesis de
Huamanga.
El ciclo
independentista que se desarrolló en Huamanga entre 1812 y 1828, se inició
propiamente con la organización de la gran sedición antihispana señalada para
el Corpus Christi de 1812. Probablemente ésta abortó por delación ingenua, en
Huancaraylla, de un fiel ante el inquisitivo confesor y futuro patriota Ángel
Pacheco. Prosigue con el ingreso en escena de las luchas cangallinas por
nuestra independencia del yugo hispano y que se expresó en la primera jura de
la independencia ocurrida en el Perú liderada por Valentín Munárriz, José
Mariano Alvarado y seguramente Basilio Auqui; luego su acoplamiento con el
ciclo libertario hispanoamericano de San Martín y Bolívar y que tiene su
desenlace en la batalla de Ayacucho y la firma del tratado de la independencia
real en Quinua; y finalmente, ya cerrando el ciclo, las luchas de reforzamiento
de la independencia contra los defensores iquichanos de la causa realista
supérstite ocurridos hasta 1828. Recíprocamente, para ser justos, siguiendo a
Eguiguren, podríamos dilatar el inicio del ciclo hasta setiembre de 1811, mes y
año en que José Matías Cabrera (coronel de milicias de Huanta) y Miguel Ruiz de
la Vega (el mismo que poco antes había sido electo a las Cortes de Cádiz como
diputado por Huamanga, pero que nunca llegó a incorporarse) conjuraron contra
el intendente Demetrio O´Higgins para deponerlo, fracasando en el intento.
Pero, porque la conjura, revelada en un Cabildo, no pasó de ser una amenaza
también anónima y porque su objetivo que al parecer fue más golpista que
independentista, creemos que la extensión cronológica del ciclo no tendría
mayor significación, salvo si también incorporamos las trifulcas anti-mitas de
Huancasancos (Cangallo) ocurridas en 1809, las manifestaciones antirrealistas organizadas
en Huamanga con difusión de pasquines separatistas, el bandolerismo subversivo
de huamanguinos y huantinos de 1810 y 1811, la aparición de más pasquines
anónimos en este mismo año, las protestas campesinas de Huanta en 1813, y la adhesión
tumultuosa huancavelicana a la Revolución de 1814. Lamentablemente sabemos
todavía muy poco acerca de estos acontecimientos que nos permitiría demarcar
mejor el ciclo.
U Olvidábamos el papel de las mujeres
ayacuchanas, no ya como “fogosas montoneras”, sino como prístinas lideresas de
la revolución independentista huamanguina, funciones en las que destacan las
audaces Buenaventura Fernández de la Cueva (Ventura “Qalamaqui”), Eulalia López
(campesina de Qochapata-Cangallo que con harawis reunió a sus pares de Putica,
Huancarucma y Pampa Cruz en Iskayraka wayqo y enfrentó a Carratalá
cuando este pirómano incendiaba Cangallo. Por sus méritos recibía todavía en
1828 una pensión de viudez, como también lo hacia la viuda de Juan José Landeo
en 1839), Trinidad Celis Loncida de Cavero que llevaba rifles entre sus faldas
para entregar a los patriotas, y la mítica María, esta última, fiel compañera
del “bravo entre los bravos” Cayetano Quirós que murió combatiendo, espada en
mano, en las punas de Paras contra los esbirros de Carratalá. María Parado de
Bellido, si exactamente no fue una lideresa que empuñó con la diestra el sable
vengador, fue una de las mujeres que ofrendó su vida a la Patria, honrando el
silencio no delator que evitó la muerte de muchos huamanguinos. Los antiguos
historiadores de Huamanga hablan también de las heroínas Melchora Balandra,
María Natividad Tarazona y Lucía Hernando, empero sin proporcionar
justificaciones. La emergencia de estas mujeres y sus acciones subversivas que
rompieron los tabús sociales y marcaron una nueva imagen en la mentalidad
colonial, nos advierte que también serían útiles para la mejor comprensión del
discurso de la emancipación peruana las consideraciones de género.
En
resumen, Huamanga fue el sujeto histórico y el gran escenario de uno de los
principales ciclos de lucha libertaria en el Perú, entendiendo que la
liberación como objetivo fue buscado desde el inicio mismo en que los españoles
pusieron sus pies en suelo peruano (lo testifican las batallas remotas libradas
contra los invasores en Vilcashuamán-Cangallo y el mencionado gran movimiento
de resistencia cultural antiespañola del Taqui Onqoy que se gestó y desarrolló
en su jurisdicción, y de gran significado para la teoría de la independencia)12. Por ello,
son totalmente falsos los versos del
Himno Nacional Peruano compuesto por José Bernardo Alcedo, quien afirma en la
séptima y segunda estrofas que el Perú; “humillada
tres siglos gimió”, hasta que “por
doquier San Martín inflamado Libertad, Libertad pronunció”. Huamanga, por
lo menos, no gimió en silencio escuchando durante tres siglos de horror “el estruendo de broncas cadenas” hasta
el 28 de julio de 1821. Huamanga sí luchó por la independencia, no se resignó a
ella; sí ayudó a conseguirla, no se la concedieron, aunque ahora sintamos que
ha sido un fiasco por culpa de nosotros mismos y no porque la modernidad sea en
sí misma un ouroboro o una serpiente que se autoaniquila engulléndose a
partir de su propia cola. La libertad es constitutiva de la esencia del hombre,
pero lo es también la finitud. La liberación es cuestión de tiempo, no de
dinero ni ideología, éstos la facilitan, pero no la determinan ab aeterno. El hombre ha nacido para ser
libre; pues si esta afirmación es falsa, entonces todos los esfuerzos
desplegados hasta ahora serían una farsa montada perversamente para
extraviarnos en los laberintos del nihilismo. Es cierto que la libertad social
tiene su componente utópico en la medida de que en la sociedad siempre habrá
división de clases generada por la necesaria división del trabajo; pero, la
búsqueda de esa utopía que sabemos acompaña a la libertad como su sombra le da
sentido dionisíaco al esfuerzo humano y a su historia. Finalmente, los padres
de la patria peruana no sólo fueron los Tupac Amaru, los Angulo, San Martín,
Bolívar, Sucre, La Mar, Gamarra y decenas de ilustres precursores más. Lo
fueron también ayacuchanos como Valentín Munárriz, Basilio Auqui, Juan de
Alarcón, José María Munárriz y probablemente José Mariano Alvarado y Cayetano
Quirós, todos, grandes forjadores de esta patria que nos duele y nos regocija
tanto.
N O T A S
1
En
la contratapa de mi último libro “Cangallo
y la primera jura de la independencia del Perú”. Dircetur, Ayacucho 2014,
afirmo que la sola lectura longitudinal o lineal de la historia de la
independencia del Perú, invita sutilmente a caer en las asechanzas heurísticas
del causalismo (reducción de la
física social del proceso a una sucesión mecánica de causas y efectos); el hegemonismo (sobrevaloración del
protagonismo del centro de poder limeño, convertido en el summum bonum de la explicación histórica) y el exclusionismo (segregación o minimización del valor protagónico de
otros agentes o sujetos históricos). Finalmente, que las tres, conducen
sinérgicamente a formular una hermenéutica sesgada y/o falaz del proceso.
Ver también mi trabajo “el Bicentenario de
la independencia de la heroica provincia de Santa Rosa de Cangallo:
Reflexiones post facto”, en mi blog “En busca del tiempo perdido” que puede
accederse a través de la dirección: griegomax.blogspot.
2 Se suma a
éstas, la incomprensible conducta del Congreso de la República, cuya mayoría
misérrima optó por derivar a Comisiones el proyecto de Ley del dilecto
congresista José Urquizo Maggia que declara el 7 de octubre -fecha de la jura
cangallina- como Día Jubilar de la provincia de Cangallo, honor simbólico justo
que premia sus desvelos y sufrimientos por la libertad del Perú y que había
sido reconocido ya por ordenanzas de los gobiernos local de Cangallo y la
regional de Ayacucho. Un centro de poder pretérito como el del Cuzco, que
diseñó a su turno una historia “cuzco-céntrica”, obtuvo del presidente Manuel
Prado Ugarteche, en 1945 y por la ley N° 10196, una aprobación inmediata de una
demanda similar cuando estableció la Semana del Cuzco -con el 24 de junio como
su día jubilar central- sin la mínima observación, acatando respetuoso la voluntad
de su pueblo y sin apelar al arte de birlibirloque de los devaluados
“padres de la patria” del actual poder legislativo. Y para otorgarle mayor
solemnidad, el presidente Prado tuvo la inteligencia cívica de asistir en
persona al primer Inti Raymi cuzqueño. El proyecto Urquizo, en cambio, ha sido
derivado para el dictamen de la Comisión de Educación, Deportes y
Cultura del Congreso presidida por el general Daniel Mora, todavía el 2013, quien,
farfullando su oposición haciendo corro a dos o tres ignaros congresistas que
en el pleno eructaron triviales argumentos, y seguro de que Cangallo olvidará
la afrenta, lo ha redirigido al Centro de Estudios Histórico Militares del Ejército
para que duerma el sueño de los justos.
3 Para
que el lector construya críticamente un juicio histórico que le permita una
mejor comprensión o hermenéutica del proceso libertario, ensayando predicciones
contrafácticas, (es decir, afirmando cuál o cuáles hubieran sido las
consecuencias más probables si variaban las causas o se configuraban otras
coyunturas que no se dieron como hechos, pero que eran inminentes en la física
social histórica del momento), transcribimos fragmentos de una misiva del general
Juan Ramírez Orozco al Ministro de Guerra, suscrita en el Cuartel General de
Puno el 1° de enero de 1821, para que responda si pese a las condiciones
profundamente adversas del escenario socio-político del Perú (pero que no dice
absolutamente nada de España ni Europa), descritas por el citado jefe realista,
podía evitarse la Independencia del Perú. En la nota N° 12, reseñamos también
una descripción parecida del virrey Pezuela. Invitamos al lector a ejercitarse,
pero no especulando con las barajas de un pitoniso charlatán, sino con la
lógica rigurosa de un futurólogo.
Como sabemos, Ramírez fue el jefe
realista que adquirió fama desde que venció en un santiamén a los
revolucionarios de 1814 e hizo ultimar sumariamente a Pumacahua, Mariano
Melgar, Vicente Angulo y demás líderes, y evitó la conquista de la
independencia por un esfuerzo netamente peruano. “Es un deber mío –le dice al ministro- manifestar a V.E. el estado
actual de esta parte de Sud-América y el inminente
peligro que se divisa con visos de certeza, si con la velocidad del rayo no se acude al pronto remedio [….]; pero como de día van creciendo nuestros
cuidados y recelos, al paso que desaparecen los recursos por la preponderancia
que adquiere el enemigo en la fuerza
física y mucho más en la moral, es doble el apoyo que da mi pulso a mi
débil pluma, para manifestar a V.E. aunque en bosquejo, la crítica y terrible situación del Perú […]. San Martín hizo sus
correrías en Pisco con la conocida idea de aumentar sus fuerzas, ganar la
voluntad de los pueblos, proporcionarse recursos de toda especie […]. Arenales…, alcanzó sin embargo a
revolucionar los partidos de San Juan de
Lucanas y Cangallo, de que resultó una reunión
de 3 a 4 mil indios acaudillados por Terres y Morera [Barrera], que fue deshecha y batida por las fuerzas
que mandaba el brigadier Ricafort”. La pérdida del batallón Numancia, la
nave Esmeralda y la toma de Guayaquil, “han
influido en los habitantes fieles de la América
un descontento general, un vivo disgusto y una desconfianza
de perder para siempre las esperanzas
del buen éxito de las armas nacionales. Agrégase a esto la fuerza moral que San Martín ha conseguido con tamañas ventajas y lo
predispuesto que está el espíritu público a oponerse a todo esfuerzo, ya por el temor que a muchos les asiste, ya
por la propensión de la mayor parte al sistema revolucionario, y ya por el
recelo que todos casi generalmente
tienen de considerar infructuoso todo sacrificio que parta de la posibilidad de nuestros
actuales recursos. No son Excmo. Sres. a San Martín y sus satélites los
únicos enemigos a que tememos; son mayores y demás consideración los que por
desgracia de esta guerra abundan ya en
todas las capitales, pueblos, y aun en las más pequeñas aldeas”.
Después de hacer una evaluación militar y
política que incluye el Alto Perú, con una franqueza que se halla en muy pocos
testimonios, Ramírez concluye: “ nada en
grande podemos hacer con utilidad, y que por el contrario nos vamos debilitando
cada día, faltos de recursos, y llegamos por pasos cabales al término de la
ruina”.[…].
“Por lo expuesto formará V.E. un concepto
bastante exacto de la crítica, lastimosa
y peligrosa situación del Perú; los
progresos de los enemigos y decadencia de nuestros medios para contrarrestarlos,
especialmente por falta de fuerza sutiles: que el estado actual de cosas no tiene remedio si luego, luego y cuanto
más antes no se envían auxilios peninsulares, y entre estos seis buques de guerra […]
todo esto …si se ha de poner término a
esta desastrosa y desoladora guerra, que ya se abomina hasta el nombre.
Esto es Excmo. Sr. el estado del Perú; y aunque no puedo dudar que el Excmo.
Sr. Virrey lo haya manifestado a V.E. con más datos y fundamentos, he creído
sin embargo hacer a V.E. las
observaciones indicadas, a fin de que se sirva
elevarlas al conocimiento de S.M.
para que se remitan con la mayor
exigencia y prontitud los auxilios que se necesitan, sin los cuales
se pierde irremisiblemente la América. Los enemigos están muy decididos y
muy obstinados en llevar adelante el sistema de sus inicuas ideas. No quieren
ni apetecen más que su independencia:
rehúsan toda otra ventaja; comprueban sus miras la oposición y negativa que han manifestado a las propuestas de
transacción racional que hizo a San Martín el Excmo. Sr. Virrey en cumplimiento
de las benéficas y piadosas intenciones
de S.M. Así pues repito que sólo
el inmediato envío de auxilios es la salvaguardia de la conservación de estos
países” (Transcrito por
Paz-Soldán, 1971: 137, sq.) (Las negritas son nuestras).
Como se advierte, el general Ramírez
abunda solamente en la “crítica,
lastimosa y peligrosa situación del Perú”, es decir, en la atmósfera
socio-política adversa a los intereses españoles y en la falta de recursos que
estaba debilitando la capacidad ofensiva del ejército realista y haciendo
irremisible la pérdida de América; empero sin incidir en la cuestión
estructural de la crisis económica de la Corona ni en la coyuntura política
europea aún más crítica. Se limita a lo castrense, reduciendo la complejidad
del problema a una cuestión de auxilio o envío urgente de la parafernalia
militar necesaria, incluida en ésta una pequeña armada de seis buques de
guerra. Por ello, a continuación transcribimos el juicio del historiador
caraqueño don Rufino Blanco-Fombona (vinculado genealógicamente por la rama
materna al Libertador), sobre la bancarrota española, quien -comentando una
frase irónica del joven Bolívar que había dicho que aquel Estado “no podía hacer la felicidad de una sola aldea del Universo”- exclama
mondo lirondo, sin tapujos ni hipocresías:
“En
efecto, ¡qué espectáculo tan triste! Un rey cornudo e imbécil, una Mesalina por
reina, la nación en poder de la bragueta, de un parásito [se refiere a
Manuel Godoy, el amante de la reina María Luisa de Parma]; el gobierno sin marina, el país sin comercio; el comercio sin
crédito; la ignorancia de un clero fanático y libertino gobernando las
conciencias; los monopolios a la orden del día; las absurdas, continuas y mal
dirigidas guerras contra Francia e Inglaterra, desangrando, depauperando el
país. El servilismo, la incapacidad y la rapiña repartiéndose los despojos del Nuevo Mundo.
Ese
era el cuadro
¡Pobre España! ¡Adónde la habían conducido
el clero romano y la monarquía austríaca y borbónica! Es decir, tres poderes
extraños: un clero que obedece a una organización extranjera y una monarquía no
nacional” (Blanco-Fombona, 1941: 124).
.
4 En
la proclama de Carratalá a los habitantes de las provincias de Lucanas y
Parinacochas desde el Cuartel General de Soras y pocos días después del
holocausto de Cangallo de 17 de diciembre de 1821, se lee: “Es preciso desengañarse de una vez y
procurar el exterminio de estos terribles enemigos de la verdadera felicidad
del país. Decídanse a esta empresa desde luego los hombres (de) bien de toda
población interior: nuestros
ejércitos aprovechando circunstancias y
la próxima venida de fuerzas de todas clases de la Península, acabará para
siempre con las tropas enemigas, y volverán al Perú la tranquilidad que
gozaban en días más felices”. Y el mismo marqués de la Concordía, el virrey
Fernando de Abascal, le aseguraba a José Angulo, el 20 de agosto de 1814, que
200,000 soldados libres de la guerra con Francia vendrían a América. Esta fue
la bravata que se difundió ingenua y reiteradamente en estos años críticos,
incluso hasta el levantamiento de Soregui y sus capitulados, y Huachaca y sus
iquichanos.
5 Con
esta expresión queremos decir que la Independencia del Perú y de toda América
hubiera sufrido una dolorosa prórroga, pues, España nunca quiso liberar a sus
colonias de ultramar, especialmente al Perú: su despensa milagrosa, así fuese
obligada por una norma del derecho internacional. La prueba es que pese a su
derrota en Quinua y haber subscripto el tratado o Capitulación de Ayacucho, por
el que entregaba al Perú territorios, tropas, cuarteles y la fortaleza del
Callao, hubo jefes españoles que se negaron a capitular, y capitulados como el
oscuro Nicolás Soregui (que era francés) que echó el tratado al albañal y
comprometió la vida de cientos de iquichanos y morochucos, menos la suya. Entre
aquellos jefes díscolos que se negaron a capitular mencionaremos a Pío Tristán (Arequipa), Antonio María Álvarez
(Cuzco), Pedro Antonio Olañeta (Alto Perú), José Ramón Rodil (Callao), Antonio
de la Quintanilla (Chiloe) (Bacacorzo, 1984: 754). Algo más: España, 42 años
después, se resistía todavía a reconocer oficialmente nuestra independencia,
alegando irónicamente no haber sido indemnizada por el Perú pagando la deuda
contemplada en el acuerdo 8° del tratado celebrado el 9 de diciembre de 1824,
pero no aprobada por el Congreso peruano como condicionaba el mismo documento
legal. Y con el pretexto de emprender programas de investigación científica en
la costa sudamericana y de paso cobrar la deuda, aprovechando el pleito de la
hacienda Talambo que lo provocó adrede, ocupó en abril de 1864 -con su escuadra
naval que se había sumado a los barcos de investigación- las riquísimas islas
guaneras de Chincha (el oro de estiércol para la época). Con ese propósito había nombrado un Comisario
Regio (Eusebio Salazar y Mazarredo) para las tratativas con el gobierno de Juan
Pezet como si el Perú siguiese siendo una colonia. Pezet que reconoció la deuda
millonaria que reclamaban los hispanos, fue derrocado por Mariano Ignacio Prado
quien declaró nulo el tratado Vivanco-Pareja que había sancionado aquel
pago. Ello nos condujo a una nueva
guerra con España que concluyó con la batalla naval del 2 de mayo de 1866
librada en el Callao, y cuyo desenlace adverso a los invasores, obligó a España
a marcharse para siempre del Pacífico. El combate del 2 de mayo se estimó
entonces como un evento que consolidaba nuevamente la independencia del Perú.
Este sentir propició a que en la ciudad de Ayacucho se erigiese en 1866 un Arco
del Triunfo que, restaurado para el centenario de la batalla de Ayacucho,
embellece hasta ahora su principal arteria denominada precisamente “Jirón 28 de
julio”. ¡Un Arco cuya ubicación abona simbólicamente la tesis de la final
consolidación posterior a la batalla de Ayacucho, sobredimensionando un
propósito más bien crematístico, y devaluando ingenuamente el significado del 9
de diciembre de 1824 y su entorno histórico!
Retornando a la controversia inicial,
vale la pena transcribir el juicio del general Guillermo Miller, uno de los
protagonistas de la suprema jornada guerrera de la pampa de Quinua, que
haciendo también una reflexión contrafáctica, avala en gran medida nuestra
opinión “La batalla de Ayacucho fue la
más brillante que se dió en la América del Sur; las tropas de ambas partes se
hallaban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor á los mejores
ejércitos europeos; los generales y jefes más hábiles de cada partido se
hallaban presentes; ambos ejércitos ansiaban el combate, y todo el mundo, de
uno y otro partido, se batió no sólo bizarramente, sino á la desesperada. Lo
que en número faltaba a los patriotas, lo suplía su entusiasmo y el íntimo
convencimiento de que si eran batidos era imposible retirarse. Así, pues, no
fué una victoria debida al azar, sino el resultado del arrojo, y un ataque
irresistible concebido y ejecutado al propio tiempo” […].
“De las importantes consecuencias de la
batalla de Ayacucho, pudiera imaginarse que si la victoria se hubiese decidido
por los españoles, su triunfo habría sido tan completo como el de los
patriotas, pero tal suposición fuera absolutamente absurda. El ejército libertador
podría haber sido destruido, y todos los
jefes que lo mandaban perecer; pero, aun en tal caso, aunque los
españoles habrían arrollado por algún tiempo cuanto se les hubiese puesto por
delante, al fin habrían tenido que sucumbir. Con efecto, los realistas tenían
muy pocas probabilidades de recibir auxilios de España, y los repetidos y
continuos esfuerzos de otros jefes y de otros ejércitos patriotas, que sucesiva
ó simultáneamente se habrían formado, los habrían hostilizado perpetuamente y
los habrían consumido; por lo tanto,
aunque el país se hubiese reducido á escombros y la miseria se hubiese hecho
sentir hasta en los puntos más remotos, la causa de la independencia habría
triunfado infaliblemente (John Miller, 1975:
143, 149).
6 Recuérdese que la expresión “Independencia de Lima” que se
grabó en la medalla conmemorativa de la jura limeña de 28 de julio de 1821,
tenía algo de premonición peligrosa que casi se cumple cuando el Perú -al
confederarse con Bolivia en 1836- se dividió en dos estados libres e independientes, cada uno con
sus banderas, escudos y monedas distintivas. Arequipa, Ayacucho, Cuzco y Puno
conformaron el Estado Sud-Peruano con su capital Cuzco; mientras que Amazonas,
Junín, La Libertad y Lima se integraron en el Estado Nor-Peruano con su capital
Lima. Y entonces el Día Jubilar del Estado Sud-Peruano hubiera sido no el 28 de
julio, sino el 17 de marzo, fecha que recuerda la Declaratoria Solemne de la
Independencia de esta nueva república, realizada en el Palacio de Gobierno de
Sicuani; el 6 de agosto hubiera sido el del Estado Nor-Peruano porque así lo
decidió la Asamblea deliberante de Huaura que declaró su calidad de estado
libre e independiente en dicha fecha; y el de la Confederación Perú-Boliviana, el
1° de mayo o el 28 de octubre; la primera: fecha del tratado de Constitución
hecho en Tacna en 1837, y la segunda: fecha en que Santa Cruz la estableció
oficialmente a través de un decreto expedido en Lima, también en 1837. En otras
palabras, el 28 de julio de 1821, se hubiese convertido en una fecha inane para
las repúblicas confederadas si Gamarra no hubiera declarado nulos todos los
instrumentos legales relativos a la Confederación, en Huancayo, el 25 de
setiembre de 1839. Para que se recuerde, en
el Congreso Constituyente de 1827, donde en prolongados debates se planteó
determinar el Día Nacional del Perú, el 28 de julio estuvo a punto de ser
derrotado por el 4 de junio, fecha ésta que memoraba la instalación del
Congreso en mención y celebraba subliminalmente la marcha definitiva del
Libertador Bolívar a su patria, quien, ungido por la Constitución de 1826 como
presidente vitalicio, fue visto por sus detractores como un colonialista
absoluto que le faltaba sólo llamarse rey. También el 9 de diciembre había sido
propuesto, y de haber tenido defensores con credenciales jurídicos inobjetables
y oratoria exquisita, pudo haber sido seleccionado. El reputado diputado por
Cangallo, Dr. Ángel Pacheco, que al término de su mandato fue electo por sus
colegas como senador de la República, desaprovechó la oportunidad para
enaltecer la efeméride decembrina, igual que los demás diputados ayacuchanos.
7 Refiriéndose a
los protagonistas indios de la
batalla de Ayacucho, (predominantemente patriotas
morochucos y realistas huantinos), y a las víctimas heroicas de la emboscada de
Qollpawayqo, el padre Rubén Vargas anota: “Por fortuna no todos los indios eran
realistas. La mayoría miraba con simpatía a los independientes y no hacía
mucho que éstos lo habían experimentado.
Entre ellos se señalaron siempre los indomables morochucos. Escribiendo el 4 de
Diciembre, desde Tambo Cangallo, al general Sucre, el mayor Domingo J. Grados,
le decía: “No sé qué admirar más en estos sufridos jinetes morochucos, si su
valor en el momento de la lucha, conscientes de la causa que defienden, o la
habilidad en el manejo de sus lanzas, algunos de ellos sus sables de combate y
otros, temerariamente sus lazos. Entre las bajas de la parte alta los hay
jóvenes y viejos en número de ochenta y la mayoría de los muertos por
impedimenta son Morochucos. Lo que comunico a Ud. mi General, en fe a la verdad
y a la abnegación de esos fieles Morochucos, que merecen la admiración de
vuestro noble corazón” (Vargas, 1971, Tomo VI: 358, 359). Una versión más genuina del parte
de Grados la encontrará el lector en la obra de Carlos Mendívil, 1968:53).
8 Para
evitar errores de apreciación de la demarcación territorial huamanguina, y
precisar los ámbitos del topónimo Huamanga como capital y como provincia, y el
porqué del cambio al de Ayacucho, transcribimos el mandato del Libertador
Bolívar:
“SIMON BOLIVAR, Libertador, Presidente de la
República de Colombia y Encargado del Supremo Mando del Perú:
Considerando:
1° Que
la Victoria de Ayacucho ha afirmado para siempre la Independencia total de la
República.
2° Que
obtenida la victoria en el Departamento de Huamanga, debe marcarse su nombre,
de una manera que perennemente recuerde
a aquellos habitantes el origen de su
libertad
He venido en
decretar y decreto:
Art. 1° El
Departamento de Huamanga será denominado en adelante, Departamento de Ayacucho.
Art. 2° La ciudad
de Huamanga capital de este Departamento llevará la denominación de Ciudad
de Ayacucho.
Art. 3° La
Provincia de Huamanga conservará su antiguo nombre de Provincia de Huamanga.
Art.
4° El Ministro de Estado en el
Departamento de Gobierno y Relaciones Exteriores queda encargado de hacer
ejecutar este decreto.
Imprímase,
publíquese y circúlese.
Dado en el Palacio
del Supremo Gobierno, a 15 de febrero de 1825 - 4° de la República.
SIMON BOLÍVAR.- Por
orden de S.E.-José Sánchez Carrión”.
9 A
veces, la utilización del toponimo Huamanga,
que no discrimina espacialmente sus ámbitos urbanos de los rurales, la
ciudad-capital de las provincias; y tampoco distingue en cada lugar sus
estratos sociales, nos obliga a caer en la ambigüedad, pues, no es que ella
como circunscripción o totalidad demográfica haya asumido homogéneamente tal o
cual papel histórico en relación a la independencia del Perú. Por el
contrario, lo que realmente muestra el análisis es que los estratos
sociales de su ciudad-capital adoptaron conductas distintivas en orden a sus
intereses, como que los criollos y los patricios
fueron fidelistas o a lo sumo reformistas, o que las castas populares (la
plebe) fueron separatistas o independentistas. Esto no sucedió en España cuando
se produjo la invasión francesa. Todas sus clases sociales reaccionaron
unánimemente por la liberación inmediata, tanto del Rey como del territorio
(“como un solo puño”, diríamos metafóricamente). Es que en España la noción de
nación española –pese a que también incluía conciencias regionalistas
(sedimentos de sus antiguos reinos y/o de sus nacionalidades menores como
vascos y catalanes, judíos y gitanos), y además ser una monarquía en la cual
gobernaban los Borbones, de origen extranjero- ya se había internalizada
profundamente en el alma hispana, emergiendo en los momentos claves como un sprit de corps. Precisamente, el gran
error de Napoléon fue percibir a España sólo como un Estado, fácil de ponerlo
de rodillas; no la percibió como una nación capaz de romper el grillete más
poderoso, como en efecto sucedió.
10 Creemos que la percepción de que en el
coloniaje peruano hubo silencios prolongados como en la segunda mitad del siglo
XVI y el primer tercio del siglo XVII, generando la ficción de que fue un
período de aculturación indolora y aceptación resignada de la dominación, se debe al erróneo marco
conceptual de la inicial Teoría de la Independencia del Perú, al que se sumó la
suposición de que se había agotado aparentemente el examen de todas las fuentes
documentales existentes al respecto. Plausiblemente, esta visión no fue
convalidada por los trabajos pioneros de Benjamín Vicuña Mackenna, Raúl Porras
y John Rowe, ni por investigadores menos recientes como Edmundo Guillén, Luis
Durand, Jürgen Golte y Scarlett O´Phelan. En principio, no puede formularse una
teoría de la independencia peruana desligada del horizonte temporal y espacial
latinoamericano y, recíprocamente, ninguna
teoría de la independencia de un país latinoamericano puede
fundamentarse válidamente prescindiendo del proceso peruano y su referencia a
Lima que se constituyó, después de Madrid y por encima de México, en el núcleo
gravitacional histórico del poderío de la dominación española en Hispanoamérica
(la hegemón y la contralora del poder total, por lo menos hasta la creación de
los virreinatos del Río de la Plata en 1776 y Nueva Granada en 1736) y, por eso mismo, el último bastión al que
tenían que converger solidaria y coordinadamente los países que habían
declarado fácticamente sus independencias políticas o conseguido las mismas en
los campos de batalla, pero que sentían la precariedad de sus conquistas. En efecto, si trascendemos el espacio
meramente peruano y evaluamos el escenario histórico americano de los procesos
independentistas como una unidad estructurada solidariamente, constatamos que
no hubo tales silencios y que los
movimientos subversivos nacionalistas o independentistas –pletóricos de ciclos
que se repiten en uno y otro escenario y exhiben duraciones distintas y
especificidades que las caracterizan- tuvieron más bien una constancia
razonable dado el poderío de España y su gran imperio que abarcó –aparte de los
dominios continentales de América- islas como Puerto Rico, Santo Domingo (hoy
República Dominicana) Cuba y Filipinas. El emperador Carlos V de España decía
orgulloso: “El sol nunca se pone en mis
dominios”; pero, para fortuna nuestra, aquel poderío fue declinando
irremisiblemente obligado por la ley que hasta ahora los humanos no hemos
podido controlarla: de que las sociedades y las culturas cambian inevitablemente.
¡Gloria entonces para Ayacucho: En la Pampa de Quinua se puso por primera vez
el sol!
Otro componente discutible de la citada
historia –pensamos hasta la reiteración- es que ingresan en el rango de
movimientos subversivos únicamente los motines, asonadas y revoluciones que han
estallado e implicado armas,
bagajes, guerrilleros, milicianos, soldados, líderes revolucionarios, muertos,
heridos, deportados, presos, y sus consecuencias políticas, dando la impresión
de que la historia de la liberación peruana es un relato épico de batallas y
generales divinizados (Chocano llamó a Bolívar el Hombre-Sol), pero lo
fundamental –el “para qué, el thélos o causa final” que genera respuestas
sociales diversas con sello subversivo, que jala al ser del hombre en situación
de dominación a la rebeldía, causa última que invita al historiador a repensar
su naturaleza y su valor instrumental desde los estereotipos sociales de su
tiempo- es relegado a un segundo plano y, a veces olvidado, siendo –como ya
insinuamos- el que desata el mecanismo social de las acciones conspiradoras,
aunque éstas no tengan éxito. Creemos por eso que la teoría debe redimensionar
el acervo ideológico producido por la intelligentsia o capa ilustrada de la
sociedad que sirvió de justificación a
aquellas respuestas fácticas (acerbo difundido
mediáticamente a través de gacetas, revistas, proclamas escritas,
conferencias académicas y libros, o a través del accionar embozado de algunas
universidades y colegios, acerbo del cual,
obras como la “Carta a los
Españoles Americanos” de Viscardo, “El
Mercurio Peruano” y las de Baquíjano y Carrillo, Rodríguez de Mendoza y
Unanue son consideradas prototípicas y estelares), e incluir también los
movimientos ideológicos que se procesaron
en silencio en el escenario mental
popular o en el imaginario colectivo, y decantaron aquel “para qué”,
haciéndolo circular a través de vehículos como los sermones del ritual
cristiano, demandas judiciales colectivas, representaciones teatrales,
registros pictóricos y/o fotográficos, organizaciones populares, aventuras
electorales, uso de medios psicosociales como el rumor, las tertulias secretas,
etc. Ello, para distinguirlos de la lenidad existencial, la neutralidad sosa e
indolente, la cotidianidad del buen vivir, la molicie del conservador a
ultranza, del émulo del asceta mendicante cuya languidez no alienta ningún
cambio dirigido a mejorar la condición humana superando la alteridad alienante
e inicua que impone la dominación despótica y opresiva, y promueve la desigualdad
ontológica entre los hombres. Esta
dinámica ideológica que se procesó en el alma popular y tuvo su propia lógica y
sus propios mecanismos de acciones comunicativas, caracterizó los movimientos
subversivos preparatorios del ciclo independentista huamanguino, sobre todo los
ocurridos en el partido de Cangallo y sus pueblos preponderantemente ágrafos y
privados de instituciones educativas y recursos mediáticos de uso en las
metrópolis. Pero, en el caso de la citadina Huamanga, teniendo en cuenta que es
muy difícil que la Enciclopedia, el Racionalismo y el Iluminismo hayan llegado
a los estratos populares a través de sus fuentes de primera mano, es de
importancia revisar críticamente el inmenso arsenal de periódicos que se
publicaron en el siglo XIX en la pacata ciudad, tanto laicos como religiosos,
que fue de 97, los cuales habrían permitido popularizar aquello que
oficialmente no captó el interés ni del Seminario ni de la Universidad Nacional
y Pontificia de San Cristóbal, sino subrepticiamente a través de muchos de sus
estudiantes. En todo caso, este es un tema que demanda urgentemente un estudio
detenido. El impacto de la libertad de imprenta consagrada por la Constitución
Monárquica y la instalación en la ciudad de las primeras máquinas de impresión,
se traduce en el elevado número de órganos de expresión, pero ello no significa
que hayan tenido la calidad deseable, pues, lo que sabemos es que algunos de
estos órganos sirvieron a los propósitos políticos de los caudillos de la época
o a los fines sociales de clubes y asociaciones. Virgilio Galdo, uno de los
pocos historiadores que ha mostrado interés en el tema emulando a los
animadores de las revistas “Huamanga”
y “Ayacucho”, nos asegura que muchos
de ellos sirvieron para el debate ideológico, empero, infortunadamente, no nos
dice más (Para un inventario de estos periódicos, ver del autor, 1992: 206 a
212). Pero hay algo más: Necesitamos investigar si la vida conventual y reposada
de las tres principales órdenes religiosas ( jesuitas, franciscanos y
dominicos), se combinaba con el ejercicio intelectual de repensar -para el
pueblo y con el pueblo- las ideas políticas escolásticas a través de los
Victoria, Mariana, Occam, Suárez, Cano y otros, porque sorprende vivamente que
tantos clérigos hayan participado en los eventos independentistas y que muchos
movimientos de apariencia desmedida de violencia como los proyectos de
asesinato masivo de los españoles, que se difundieron sotto voce en Cangallo, Huamanga y otros lugares haya sido
solamente recursos psicosociales (que ahora calificaríamos de terrorismo
blanco) producidos espontáneamente por la mente de los dirigentes
revolucionarios ¿No fueron más bien lógicas aplicaciones de las doctrinas
políticas en boga, como el suarismo que consideraba el regicidio y la rebelión
respuestas naturales, ética y jurídicamente justificables, si la autoridad
rompía el pacto de gobierno entre el rey y la sociedad? ¿No se vislumbra este
trasfondo ideológico también en las protestas de Guamán Poma de Ayala en su “Nueva Corónica y Buen Gobierno” y las
demandas reconciliatorias de algunos curacas huamanguinos como Juan Crisóstomo
Chilingano Atahualpa Inga, que desearon hacer oír sus quejas directamente al
Rey, pensando que éste ignoraba los abusos en contra de sus vasallos?
11 Este
período subversivo contra el clero que se desarrolló en la antigua provincia de
Cangallo, ha sido estudiado precursoramente por Raúl Oré Carhuas. Algo parecido
sucedió en 1730 en Lucanas con los curas de Aucará, Cabana y Chipao. Ignoramos
si estos hechos generaron emulaciones en otros partidos de la Intendencia de
Huamanga. Nuestra conjetura es que el conjunto de acontecimientos tumultuosos
que caracterizaron este período, parece que fue algo más que un movimiento
dirigido contra algunos curas canallas y que hizo que justos pagaran por
pecadores. Si bien es cierto que se inició como abucheos y litigios contra los
abusos de ciertos presbíteros, la presunta llegada a los lares del Pampas de
las proclamas y admoniciones de Castelli y Belgrano, de la Constitución
gaditana, o quizás de la propia “Carta a
los españoles americanos” de Viscardo, que habrían sido difundidas en
sermones quechuas por curas patriotas como Felipe Velasco de Cangallo y Joseph
Echaveguren de Huambalpa, o por emisarios como Juan de Alarcón, sumados a lo
dicho en la nota N° 10, pudieron haber exacerbado los ánimos colectivos hasta
convertirlos en auténticos movimientos reivindicadores separatistas o por lo
menos reformadores. Una vozarra de 1811 contra el subdelegado de Vilcashuamán,
Cosme Echevarría, emitida en Cangallo en la fiesta del Cuasimodo, que
anecdotiza Igue en boca de un ladrón y “cuchillista” beodo, lo des-cubre: “tan
Sonsos como son estos Yndios que sin tener Rey, ni a quien obedecer están
pagando Tributos injustamente”. La conjetura se basa en que aquél
habría tenido una organización manejada por
staffs de indios que incluso
habrían comprometido a comuneros de Sarhua, Tomanga, Huamanquiquia, Carampa,
Carapo, Quispillaqta, Choqehuarcaya por un lado, y por otro, a indios de
Huancapi, Hualla, Huambalpa y aledaños. Y sobre todo, porque este ambiente
agitado pudo haber sido el caldo de cultivo para la subversión sostenida de los
morochucos, o el facilitador que desató el vórtice revolucionario del ciclo
independentista huamanguino. El telón de fondo habría sido la atmósfera
económica y social de crisis de la monarquía española y el virreinato peruano
(muy acusada en la región del Pampas y bien condensada por José Igue). De haber
sido así, el límite cronológico del ciclo independentista que hemos demarcado
podría extenderse a unos años antes. Nosotros hemos intentado hallar pruebas
indiciarias en el archivo de la arquidiócesis ayacuchana sin obtener mayores
luces, pues, es obvio que de haber existido estos staffs, tuvieron que haber sido protegidos por la discreción y el
secreto. Por fortuna, José Luis Igue que ha llegado a barruntar lo mismo ha
prometido estudiarlo pronto (Ver Igue, 2013: 14-15. Y también el mismo Raúl
Oré, declarándolo en la conclusión N° 2 de su trabajo “Cangallo: Cuna de resistencia y férvidos alzamientos de indígenas:
1792-1816; Ver 2012: 112).
Inicialmente pensábamos (por algunos hechos
concretos como la lectura y explicación de la Constitución de la Monarquía
Española por curas como Josef Mariano y Espinoza en Huambalpa y Felipe Velasco
en Cangallo) que el asunto de la transmisión de información ideológica lo
cumplían en su integridad los curas doctrineros y los emisarios que los líderes
de la revolución argentina habían sembrado estratégicamente en la
provincia-objetivo (o excepcionalmente por los propios jefes de la subversión
como Hurtado de Mendoza “El santafecino” que personalmente adoctrinaba a sus
milicianos en su tienda de campaña), quienes al tener acceso a las fuentes de
la Enciclopedia y conocer de primera mano los documentos como la aludida
Constitución de la Monarquía y los administrativos emanados de la autoridad
real y virreynal, podían pedagógicamente -haciendo uso de las lenguas mater, el
quechua o el aimara, y a través de la prédica del púlpito en el caso de los
curas- verter lo fundamental de los mensajes a los moldes cognoscitivos del
pensar predominantemente concreto de los indios. Estos mensajes poco tendrían
que ver con las abstracciones del pensamiento filosófico, político o jurídico,
y se habrían reducido principalmente a
enjuiciar problemas cotidianos como la opresión, los abusos de los poderes
civil y eclesiástico, la rebaja de tributos, y accesoriamente las ideas de
nación, estado, democracia, culminando con el cómo hacer memoriales, cartas y
demás adminículos de gestión ante las autoridades, etc.; lo harían con las
técnicas de la evangelización o la catequesis, haciendo uso de parábolas,
imágenes, representaciones teatrales, diálogos, sermones, repeticiones en coro,
etc., que los teóricos de la Historia Cultural, la Historia Social, la Historia
de las Ideas, la Historia de las Mentalidades y otras subdisciplinas de la
historia intentan poner en claro. No debe olvidar el lector que las sociedades
andinas eran sociedades orales y ágrafas, con una plebe colonial cuyo acceso a
los servicios educativos era prácticamente nulo. Además, en el caso del Pampas,
algunos grupos étnicos como los chillqes todavía hablaban el aimara y ciertos
dialectos denominados genéricamente hawasimis,
pese a la cuzqueñización forzosa de su lengua oficial operada desde los
incas, problema que enfrentaron a su turno el extirpador de idolatrías
Cristóbal de Albornóz, Guamán Poma de Ayala, Francisco de Ávila, y hoy los
pedagogos de la Educación Intercultural Bilingüe. La hipótesis de la existencia de estos staffs indígenas nos
proporciona alivio efímero; pero quizás pronto advirtamos que los problemas
concomitantes, que por ahora no es nuestro por razones de espacio, se
compliquen, porque necesitamos dar respuestas a un complejo de preguntas que,
no disponiendo de las fuentes suficientes, no sabemos si podremos lograrlas
positivamente. En efecto, necesitamos explicar el problema, por ejemplo, de
cómo las sociedades étnicas o paraétnicas de Huamanga produjeron y difundieron
las ideas que ahora sabemos lo siguen haciendo autónomamente sin necesidad de
aculturarse ni alfabetizarse en el español, o más precisamente, aclarar enigmas
de cómo procesaron mentalmente el discurso de la modernidad sin intermediarios,
como los morochucos que al principio asumieron las luchas libertarias por
cuenta propia. De otro modo no podremos obtener luces sobre temas como el
nacionalismo inca, la construcción de identidades, la intelligentsia indígena,
la modernidad en los Andes, etc. y, por
lo tanto, comprender satisfactoriamente el proceso independentista político que
se desarrolló en los Andes que, hasta hace poco, creíamos era obra tan
solamente de los criollos, convertido en un estereotipo. Hoy es el tiempo en
que se habla de plebes ilustradas, de la historiografía de las ideas
revolucionarias o del cambio social, el impacto de la modernidad y la
postmodernidad en los Andes, la participación política de las antes excluidas
capas sociales, empoderamiento de las mismas, los discursos políticos de la
nueva plebe, la cultura popular y su inclusión real en la cultura nacional,
etc. En ese sentido, los aportes de Henrique Urbano, Charles Walker, Steve
Stern, Miguel Giusti, Alberto Flores, Juan Carlos Estenssoro, Aníbal Quijano,
José Ignacio López Soria, Cecilia Méndez
y otros que mi ignorancia los excluye por ahora, han sido y deben ser
cruciales en el Perú. En el caso nuestro, no es lo prioritario; nuestro
propósito es más bien modesto, es rescatar el interés por la historia
independentista huamanguina como una manera de contribuir en la reconstrucción
de nuestra identidad en proceso de erosión y trasladar la nueva imagen al
patrimonio de las nuevas generaciones para que sirva de motor en el logro de
nuestra independencia económica y cultural cuya inequidad nos hace percibir
todavía –con pérdida de nuestra autoestima social- que hasta ahora la República
ha sido un fiasco y que los San Martín, los Bolívar y los verdaderos padres de
la patria, han sido traicionados. ¿Cuándo se jodió el Perú? sigue siendo la
pregunta vergonzante.
12 El
virrey Joaquín de la Pezuela le escribía al Ministro de la Guerra, el 5 de
noviembre de 1818, así:
“Los Indios, en especial aquellos que se
han levantado contra la causa y derechos del Rey, manifiestan bastante
repugnancia para sujetarse a la contribución, sustituída al tributo y ha sido
preciso la fuerza armada para restablecerla en muchos: son naturalmente
inclinados a toda clase de maldades; la religión católica, en mi concepto, no
la conocen; su aversión a la autoridad
del Rey y la adhesión a sus Incas, son indelebles y tan arraigadas como en los
primeros años de su conquista; por eso es que están siempre dispuestos a
oir y seguir las sugestiones de los perversos, que los inducen a la rebelión y
que tan ferozmente odian a los Españoles que se oponen a sus ideas. Los cholos (que son una casta mixta) son
algo menos malos que los Indios puros y no se llevan generalmente entre sí,
aunque se reúnen con frecuencia contra
los Españoles, esperanzados unos y otros, en que si logran destruir a éstos, conseguirán hacer lo mismo con sus
precarios compañeros. De cholos se componen la mayor parte de los regimientos de milicia, que siendo
muchos de alguna instrucción y
disciplina, son otras tantas reuniones
formales y permanentemente
prontas a obrar siempre que sus jefes
los induzcan a un levantamiento. De este principio se han originado en
muchas partes las explosiones de la insurrección, casi simultáneas, a las
mayores distancias y el riesgo será mayor
en adelante porque todos, ya en
nuestros ejércitos o ya entre los
rebeldes, han recibido una enseñanza militar
más completa, que puede ser fatalísima
al Estado. Me parece pues conveniente reducir el número de estos cuerpos
de milicias y se hace preciso para
conservar la paz restituida a los
pueblos [….], etc. Todo lo que digo, está ajustado a exactísima verdad, menos
en la idea de confianza que aparento tener
en los habitantes y en las tropas que están a mis órdenes, No puede
haberla en la generalidad de los primeros, porque los buenos son apáticos, la
opinión de los Cholos e indios, especialmente, no es favorable al Rey y la de a
multitud de esclavos, sin excepción, está abiertamente decidida por los
rebeldes, de cuya mano esperan la libertad. Tampoco puedo contar con las tropas del país que tengo reunidas, no
tanto por muy recientes reclutas, como porque temo su deserción antes de este
caso, a vista de la escandalosa continua e inextinguible que se experimenta en
todos los cuerpos de esta Capital y de los que guarnecen la costa, la que es
tan monstruosa, que a la vuelta de poquísimos días causa en ellos bajas
enormes, que es preciso estar perpetuamente
reponiendo, con indecibles dificultades, fatigas y costos, por lo que he llegado a presumir que pueden
haber seductores ocultos que las promuevan” (Transcrito por Mariano Felipe Paz-Soldán en
su “Historia del Perú Independiente”; 1er
Período 1819-182l,Lima 1868: 66 y 67. En “El Perú y su Independencia”. Antología, Vol II. Lima 1971. Similar
percepción lo tuvo el destructor de la idolatría del taqui onqoy) don Cristóbal de Albornoz, en 1560, cuando escribió: “Estos ingas siempre desearon volver a
recuperar estos reinos por los medios posibles, y los han intentado…” (Ver
su “Instrucción para descubrir todas las
guacas del Perú y sus camayos y haciendas”. en Rev. Andina, Año 2, N° 1. Centro
Bartolomé de las Casas. Cuzco).
Cangallo, 22 de abril de 2015.
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